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Política y religión

Política


Comentario de la Guerra de Alemania hecha por Carlos V, máximo emperador romano, rey de España, en el año de 1546 y 1547

Luis de Ávila y Zúñiga



[ÁVILA y ZÚÑIGA, L. De. (ed.). Comentario de la Guerra de Alemania hecha por Carlos V, próximo emperador romano, rey de España en el año de MDXLVI y MDXLVII. Venetia : 1548].



Por el Ilustre Señor Don Luis de Ávila y Zúñiga, comendador mayor de Alcántara.



     SACRA MAJESTAD: Suélense hacer a los príncipes presentes de las cosas más preciadas que halla el que los hace; así le hago yo a vuestra majestad de una de mucho más valor que todas cuantas se puedan hallar, y es una relación de parte de su hechos; porque en la de todos ellos, otros ingenios y otros estilos mejores que el mío se han de ocupar. No va tan extendida, que se pueda añadir mucho en ella, mas va tan verdadera y sucinta, que si algo se le quitase, sería hacer agravio a la verdad del que la escribió. Vuestra Majestad la lea, y dé gracias a Dios, que le hizo tan gran príncipe, y tan merecedor de serlo, que es más; y también nosotros se las daremos, pues nos le dio por señor; que tanto le debo vuestra majestad por lo uno, como nosotros por lo otro. De vuestra majestad vasallo y hechura, que sus imperiales manos besa.

Don Luis de Ávila y Zúñiga



Comentario de la guerra de Alemania (1)

     Estaban ya las cosas de Alemania en tales términos, que había venido a ser tan grande el poder de los que protestaban la nueva religión, que se vía claramente cuán necesario era Dios pusiese su remedio en ellas. Porque el que con fuerzas humanas pedía remediallas tenía tantas dificultades, que por ningún discurso se podía alcanzar el medio que podía tener para remedio de tanto mal; porque si el negocio se había de acabar por maña o consejo, eran tantos los pueblos y los principales con quien se había de negociar, que en muy largo tiempo y con muy gran dificultad se pudieran traer a una concordia o voluntad; si por fuerza se quisiera llevar era cosa dificilísima, porque la confederación y la liga que entre sí tenían era tan grande, que ninguna parte había en Alemania donde los luteranos no fuesen los más poderosos, excepto Cléves y Baviera; la cual, aunque en la profesión era católica, temporizaba con los luteranos, mostrándose tan amiga dellos como de los católicos; de manera que podía decir casi neutral. Todo el resto de Alemania (no prehendiendo las tierras del rey de romanos y algunas pocas ciudades imperiales), estaba dentro de la liga Esmalcalda (que así se llama la liga de los protestantes, por el lugar donde se hizo), y las que fuera dellas están, eran declaradas luteranas. Las católicas principales eran Colonia y Metz de Lorena y Aquisgran y otras pequeñas y muy pocas. Las principales de la liga eran Augusta y Ulma y Argentina y Francfort, ciudades riquísimas y poderosísimas; y sin estas, Lubec y Brema, Brunsvic y Hamburg, ciudades muy principales, y juntamente con ellas otras infinitas. Nuremberg y Norling, Rotemburg y otras muchas, cuyo número es tan grande, que por esto no lo escribo, no estaban en la liga, aunque eran luteranas; de manera que la potencia de las unas y las otras se podía decir que era la del imperio, excepto el rey de los romanos, y duque de Baviera, y duque de Cléves, y algunos poco gentiles-hombres, que por ser tan pocos, no se no se hace relación dellos; y aun destos siempre había algunos que de nuevo se juntaban en la amistad de los luteranos, los cuales aun fuera del imperio tenían amistades poderosas cuanto sospechosas. Estando pues en esta potencia tan grande, que cada día crecía su soberbia con ella, juntamente trataban muchas cosas, que no sólo eran la ruina del imperio; porque ellos designaban un nuevo imperio, y juntamente con esto, todas las novedades que se requerían para ser nuevo.

     En este tiempo su majestad estaba en Flandes ordenando algunas cosas que tocaban a aquella provincia; las cuales puestas en la orden que convenía, se partió para Alemania, pasando por Utreque, donde hizo el capítulo de su orden de Tusón, y allí le dio a algunos caballeros, ansí de España como de Flandes y Alemania y Italia; y visitando después todo el ducado de Guéldres, pocos años antes ganado su majestad, vino a Mastrique sobre la Mosa, adonde tuvo algunas embajadas de señores de Alemania; los cuales, entre otras cosas parecían que estaban algo escandalizados de una fama que entre ellos se había divulgado, la cual era que su majestad con gran gente de armas y mucha infantería iba en Alemania; mas entendido dél que no pensaba en cosa semejante, se desengañaron de lo que habían crecido; porque su majestad no quería llevar sino la compañía acostumbrada, que eran su corte y quinientos caballos, que ordinariamente todas las veces que pasa de Flandes para Alimania lleva consigo. Y acompañado destos, partió de Mastrique con su corte, donde se despidió de la reina María, su hermana; y por el ducado de Luxemburg, también nuevamente cobrado de franceses, entró en Alemania, donde aunque las sospechas que los della había tenido estaban al parecer quitadas, no por ellos sus intenciones estaban tan seguras, que no pudiera suceder harto peligro dellas, mas su majestad se determinó a todo; y así, llegó a Espira, a donde el Conde Palatino y su mujer, sobrina de su majestad, vinieron a visitarle. También el Lantgrave vino allí, cada uno dellos a negociación, conforme a sus designios, el Conde a ver si hallaría medio algún concierto para las cosas de Alemania, y Lantgrave por ver si podría tratar alguna que fuese a proposito de las que él pretendía; mas el Conde no halló aparejo en los negocios para lo que él quería, ni Lantgrave en su majestad para su intención; y así se partieron el uno y el otro, y el Conde pocos días después se juntó con los de la Liga.

     Su majestad partió de Espira, habiendo estado en ella o cinco días, y pasando por allí el Rin, atravesando la Suevia, vino a Donavert y a Ingolsat y a Ratisbona, adonde estaba convocada la dieta del año pasado. Allí vinieron procuradores de los príncipes de Alemania y de las ciudades della, y se comenzaron a tratar algunas cosas que tocaban al bien del imperio y república, cristiana. En el tiempo que su majestad allí estuvo se casó la hija mayor del rey de romanos, llamada Ana, con el hijo del Duque de Baviera, y la segunda, llamada María, con el Duque de Cléves. Yo me doy prisa para comenzar la guerra que su majestad hizo contra los luteranos, cuya potencia era tan grandísima; y por esto no me detendré en escribir particularmente todas las cosas que sucedieron antes que comenzase, ni otras particularidades que tocan al estado en que estaba la religión; por esto y otras cosas quedarán para los que tiene cargo de escribirlas por exceso. Solamente escribiré aquello que como testigo de vista puedo decir con verdad.

     Ya las ciudades de la Liga y señores della comenzaban abiertamente a mostrar cuán po se había de concluir en aquella dieta de todo lo que su majestad pretendía, y juntamente con esto se comenzaban a escandalizar, porque entendían que su majestad tenía intención de poner los negocios en aquellos término que al servicio de Dios y bien de la cristiandad y al oficio que él tiene convenían, para lo cual habían venido algunos coroneles allí a Ratisbona por mandado suyo; y aunque tan pequeños aparejos para la guerra tan grande pudieran estar secretos, no dejaron de saberlo los procuradores de señores y villas que allí estaban, porque verdaderamente no les faltaba ni poder ni astucia: así que, juntándose un día, vinieron a hablar a su majestad todos juntos. La suma de la habla fue decir que habían sabido cómo su majestad mandaba llamar algunos coroneles y capitanes, y que esto era para mandalles hacer infantería; que suplican a su majestad les diese a entender si tenía guerra en alguna parte, o contra quién la quería comenzar; porque ellos procurarían de serville en ella conforme a lo que pudiesen, como otras veces lo habían hecho. Su majestad les respondió que él mandaba hacer alguna gente, y que esta era para castigar algunos rebeldes del imperio; y que quien para esto les sirviese y ayudase, su majestad le tendría por bueno y leal servidor, y él sería buen emperador, y como ellos dicen, graciosos señor; y que el que hiciese lo contrario, su majestad le tendría en la misma cuenta que a los rebeldes por cuya causa la guerra se hacía. Y con esta respuesta se salieron los de la Liga, y se fueron a sus posadas y de ahí a poco a sus casas y de sus señores; y desde aquí se comenzó la guerra, la cual procuraré describir tan particularmente cuanto la memoria me ayudare; mas primero es menester entender dónde estaba su majestad cuando ella se declaró, y los aparejos que en aquel tiempo estaban hechos, porque se entienda cómo fue tan grande la determinación cuando la dificultad; la cual entenderá bien el que consideradamente leyere este comentario mío.

     Su majestad estaba en Ratisbona donde la dieta se había convocado, la cual está asentada sobre el Danubio y es la última de las ciudades imperiales que está a la ribera de este río hacia Austria. Su asiento se cuenta en Baviera; es ciudad grande y de las luteranas. Dende allí a Augusta hay diez y ocho leguas, y a Ingolstat que es el postrero lugar de Baviera hay nueve. Del Danubio arriba, desde Ingolstat adelante hasta colonia, toda Alemania, excepto algunos Obispos y pocas villas, era luterana; y los que no lo eran, por conservarse, daban también vituallas a los enemigos, como las otras. El duque de Baviera, aunque católico, trataba estos negocios tan atentamente, ya que no digamos tímidamente, que guardó en determinarse mucho tiempo; la cual indeterminación no acrecentó poco la dificultad de nuestra guerra, porque a determinarse más presto, pudiera su majestad tener las provisiones necesarias un mes antes; y no solamente hubo este inconveniente, mas aun el rey de los romanos, por los negocios que se le ofrecieron, tardó en venir un mes más de lo que su majestad le esperaba, siendo su venida tan necesaria cuanto por las cosas que con él se concertaron se podrá ver; y juntamente con esto, no dejó de dañar mucho el poco secreto o poco recatamiento que algunos ministros de su santidad tuvieron, y algunos eclesiásticos que, con pasión o con afección, no supieron callar. De manera que los enemigos lo vinieron a entender antes que los amigos de su majestad ni ninguna cosa de las necesarias estuviese en orden; porque el Emperador entonces no tenía levantado un alemán, ni los españoles se habían movido de las tres partes donde estaban, que son las que adelante se dirán, ni su santidad había comenzado a hacer la gente que había de enviar. Solamente la determinación del Emperador era nuestra fortaleza, y el poder de los católicos que tenían en Alemania.

     Los de Augusto fueron los primeros que comenzaron a levantar gente y ponerse en arma; y esto no con nombre de ser contra el Emperador, porque en el mesmo tiempo dejaban entrar en su ciudad a todos los criados de su majestad que iban allí a hacer armas o a pagar las que habían hecho. Ya cuando esto pasaba su majestad había enviado sus coroneles para levantar la infantería alemana, los cuales eran Aliprando Madrucho, hermano del cardenal de Trento, y Jorge de Renspurg, soldado viejo y que en muchas guerras había servido a su majestad; y a Xamburg también se dio otra coronelía, y el marqués de Mariñano, el cual era juntamente general de la artillería. Cada uno destos cuatro coroneles había de levantar cuatro mil alemanes. Estas cuatro coronelías alemanas se hicieron, según costumbre, dos regimientos: el uno se llamaba Madrucho, en el cual entraba la coronelía del marqués de Mariñano, y el otro se llamaba de Jorge de Renspurg, en el cual entraba la de Xamburg. Después desto se repartieron entre estos dos regimientos igualmente otras diez banderas que su majestad mandó hacer al bastardo de Baviera y a otros capitanes; de manera que vinieron a ser cincuenta banderas de tudescos, veinte y cinco en cada regimiento. Proveyó su majestad juntamente que viniese don Álvaro de Sande de Hungría con su tercio, que eran dos mil y ochocientos españoles, y que Arce viniese con los de Lombardía, que eran tres mil; y el marqués Alberto de Branderburg envió luego por los caballos con que era obligado a servir, que eran dos mil y quinientos, aunque parte dellos se debían de dar y se dieron después al archiduque de Austria. El marqués Juan, hermano del elector de Branderburg, se partió luego para traer seiscientos caballos con que servía, y el maestre de Prusia había de traer mil; el duque Enrique de Bransvique, el mancebo, cuatrocientos; el príncipe de Hungría, archiduque de Austria, mil y quinientos. Mas toda esta caballería se hacía en tantas partes de Alemania, que para juntarse hubo después grandísima dificultad por estar en medio dellos y de su majestad todo el poder de los enemigos, como adelante se podrá ver. Ya en este tiempo había mandado hacer su santidad la gente de Italia que había de enviar; así que su majestad, habiendo proveído estas cosas, escribió a Flandes al conde de Bura, y enviando recaudo para ello, mandó que trujese diez mil alemanes bajos y tres mil caballos. Todo este campo junto era bastante para combatir con otro cualquiera; mas siendo fuerzas que se habían de juntar de tantas partes, no bastaba ninguna dellas por sí a ser tan poderosa, que con razón combatiese con ninguna de los enemigos; los cuales, antes que su majestad tuviese juntos setecientos caballos y dos mil alemanes del los de Madrucho, y tres mil de los de Jorge, y los españoles de Hungría, salieron de Augusta con veinte y dos banderas de infantería de la misma ciudad, y seis del duque de Vitemberg, y cuatro de los de Ulma, y mil caballos y veinte y ocho piezas de artillería, debajo del nombre que iban contra los soldados que habían de venir de Italia, los cuales ellos decían que eran enviados por el Papa para destruir a Alemania, y que en este negocio no tocaban al Emperador, ni mostraban que por el pensamiento les pasaba de alzar contra él sus banderas, sino contra la gente del Papa; y así, fueron derechos a la Chusa. Y para que esto mejor se entienda, se ha de saber que desde Italia para venir en Baviera se ha de venir por Trento, y de allí a Insprug hay un camino, y desde Insprug para entrar en Baviera hay dos, el uno, por el río abajo, viene a Rofpstain, que es una villa cercada muy fuerte de Tirol, para entrar en Baviera; el otro es más alto, hacia Suiza, el cual va por un valle, y a la boca deste valle está un castillo harto fuerte que cierra la salida dél, y esta es la otra entrad en Baviera. Luego está Fiesen, una villa del cardenal de Augusta; luego Queinten, villa imperial de las primeras luteranas, y luego Memminguen, también imperial luterana, y ambas a dos luteranas de la liga de Augusta; y esta fue la causa de la primera empresa dellos, por parecelles que les convenía tener tomado aquel paso que más cerca de sí tenían; y así, con catorce o quince mil hombres y mil caballos, llevaron por capitán a Sebastián Xertel, del cual se dice que fue alabardero de su majestad, y cuando el saco de Roma tabernero, y después en la guerra de Sandresí preboste de justicia en los alemanes por su majestad; del cual recibió tanto bien, que en el tiempo desta guerra estaba tan rico y tenido por hombre tan principal de los de Augusta, que por tal fue elegido por general desta empresa, y después lo fue en toda la guerra, de la infantería que las villas daban para ella; así que ellos con este campo llegaron a Fiesen, la cual Xertel tomó sin contradicción algunas y yendo sobre la Chusa se le entregó sin esperar golpe de cañon. Alguna culpa echan al capitán del castillo; mas que esto quede para que lo averigüe el rey de romanos, que es su señor. Estaban cerca de allí, cuatro o cinco mil alemanes de los de Madrucho y del marqués de Mariñano, porque los demás estaban en Ratisbona a la guardia de la persona de su majestad: estos mostraron gran voluntad de combatir, mas los coroneles no lo consintieron, por ser la ventaja tan conocida; y aunque no lo fuera, no era razón aventurar la empresa por lo que se ganaba en deshacer la gente de Augusta, pues les quedaban a los enemigos otras fuerzas muy mayores; y así estos alemanes nuestros se vinieron por mandado de su majestad a alijar a Ratisbona, y lo mismo hizo Jorge de Renspurg, que ya había hecho su coronelía cerca de las tierra de Ulma.

     En este tiempo los enemigos, que habían tomado la chusa, caminaron derechos a Insprug con intención de tomalle, que fuera empresa tan importante si la acabaran, que pudieran acabar lo demás; porque puestos allí, eran señores de los dos caminos que tengo dicho que entran de Tirol en Baviera, y también lo fueran del que viene desde Italia y Trento hasta Insprug; de manera que cerraban y señoreaban todas aquellas partes por donde él hacía le podían venir dineros y gente; mas los de Insprug, que tenían a cargo el gobierno de la tierra proveyeron tan bien lo que convenía, que los enemigos no llegaron allá con cuatro leguas, porque en seis o siete días se juntaron diez o doce mil hombres; y metiéndose con Catelalto parte dellos dentro, los enemigos desesperaron de la empresa; y así, se retiraron, dejando proveída la Chusa y Fiesen. Este Castelalto es un coronel de los más antiguos de Alemania, vasallo del rey de romanos; el cual, después andando la guerra, más adelante tornó a cobrar la Chusa.

     Ya en estos días la gente que su santidad enviaba comenzaba a caminar, y ni más ni menos los españoles de Lombardía y los de Nápoles se habían embarcado en la Pulla, y venían a desembarcar en tierra del rey de romanos, que es junto a la de venecianos, en una villa que se llama Fiume, en la Dalmacia, y de allí, por Carintia y Estiria, habían de venir a Salesburg, y de ahí a Baviera. Los enemigos volvieron a Augusta, habiendo errado la empresa de Insprug, y sabido que estaba guardado el paso de Rofpstain con cuatrocientos españoles arcabuceros, guerra esta empresa harto importante para ellos, mas mucho más importante fuera si cuando de Augusta salieron vinieran derechos a Ratisbona, porque hallaran a su majestad tan sin gente, que el más seguro remedio que tuviera era irse por el Danubio abajo fuera de Alemania, porque entonces no estaban juntas la coronelías de Madrucho y Jorge, y los españoles de Hungría no acababan de llegar: solamente el Emperador y su nombre, que vale mucho en Alemania eran el ejército que teníamos. Artillería no teníamos ninguna, porque se esperaba la que venía de Viena; así que todo estaba tan desproveído que si los enemigos vinieran, ellos acababan la empresa sin contradicción alguna: este fue el primer yerro que ellos hicieron.

     En este tiempo el duque de Sajonia y Lantgrave escribieron una carta a su majestad. La suma della era que habían entendido que su majestad quería castigar algunos rebeldes y deservidores suyos, que deseaban mucho saber quiénes eran, porquese ponían en orden para servir a su majestad; y que si por ventura su majestad tenía algún enojo dellos, y si contra dellos era la armada que su majestad mandaba hacer, que ellos estaban aparejados a dar la satisfacción que fuese razón. A esta carta no respondió su majestad ninguna cosa, porque no responder a ella era su respuesta. Ya cuando ellos esto escribieron estaban juntos, y daban orden en acabar de juntar el campo, del cual tenían puesto en pie una parte muy grande, y habían enviado a todas las villas de la Liga y señores dellas por la gente que cada uno dellos estaba obligado a enviar. Por otra parte, Sebastián Xertel había salido de Augusta con toda la gente que llevó a la empresa de Insprug, y vino a Donavert, que es seis leguas de Augusta y catorce de Ratisbona el Danubio arriba, un lugar tan importante como su nombre significa, que quiere decir defensa del Danubio. Es ciudad imperial, pocos años antes hecha luterana y de la Liga. Aquella tomó Xertel, o por mejor decir se entró dentro; y allí esperaba que se juntase con el campo del duque de Sajonia y de Lantgrave. Tenía, estando en Donavert, gran aparejo para las cosas que tocaban a los de Augusta, porque era señor del río Lico, que es el que pasa por ella y divide la Baviera de Suecia: también tenía el Danubio, por donde le venían las vituallas de Ulma y de Vitemberg; de manera que el sitio era muy suficiente para alojarse en él un gran ejercito, con las cosas que para él son necesarias. Poco después que el campo que con Xertel estaba se había alojado en Donavert, llegaron en duque de Sajonia y Lantgrave con el suyo; de manera que todo se vino a hacer un poderosísimo ejército el cual se había recogido de todas las ciudades de la Liga y señores que entraban en ella. Hallábanse de setenta a ochenta mil infante, y de nueve a diez mil caballos y cien piezas de artillería. En este tiempo no tenía su majestad en Ratisbona más gente que la que tengo dicha, ni otra artillería sino diez piezas que había tomado a la ciudad prestadas; porque la que esperaba no era venida de Viena. Las nuevas que tenía de gente eran de Xamburg tenía hecha su coronelía a la Montaña-Negra, que los alemanes llaman Xuarezbalt, que con grandísima dificultad podía pasar, porque el camino era por tierras de Ulma, poderosísima ciudad y enemiga, y por Vitemberg el más poderoso príncipe de la Liga, y que por esto les convenía hacer un rodeo muy grande, viniendo cerca de Constancia, por el lago della, y después por Tirol, camino menos peligroso que este otro, pero muy más largo. También tenía nueva que los españoles de Nápoles eran embarcados, y que la gente del Papa era hecha y venía, y que los españoles de Lombardía comenzaban a caminar, y el príncipe de Salmona, capitán de la caballería ligera de su majestad, con seiscientos caballos ligeros, venía juntamente, y que la artillería de Viena, que se traía por el río arriba en barcas, comenzaba a venir. Mas el enemigo estaba muy cerca, y todas estas cosas requerían tiempo para juntarse, en el cual el duque de Sajonia y Lantgrave pudieran con su poderoso ejército sin contradicción ninguna venir a Ratisbona, y hallar a su majestad con diez o doce mil hombres, y muy poca artillería, y menos vitualla, y la villa no tan fortificada que se pudiera esperar en ella, y aunque lo fuera, no era justo dejarse sitiar el Emperador, no teniendo otro socorro sino la gente que esperaba. A mi juicio, si el duque de Sajonia y Lantgrave vinieran, ellos sacaran de Ratisbona, a su majestad, y sacándole della, le sacaban de Alemania; y el venir fuérales muy fácil, que no dejaba, a sus espaldas cosa que les estorbase, sino era una bandera de infantería que estaba en Rain, que es una villa del duque de Baviera, que está una legua de Donavert, y dos banderas de infantería que estaban en Ingolstat con don Pedro de Guzmán, caballero de la casa de su majestad; y aunque había allí gente del duque de Baviera, había en ella poca demostración de querer dañar al enemigo; así que, dejaron de hacer una empresa, a mi parecer y de otros muchos muy hecha; y este fue el segundo yerro, y muy importante, que ellos hicieron, no venir desde Donavert, en juntándose, derechos a Ratisbona; mas fueron sobre Rain, la cual se les rindió sin esperar batería, y dejando salir la gente que estaba dentro con su bandera y armas, sin hacer ningún daño en ella, pusieron otra bandera dentro, y de ahí vinieron sobre Neuburg, adonde asentaron su campo. La villa estaba por ellos, porque era del duque Otto Enrique, primo de los duques de Baviera, y del conde Palatino, señor luterano. El lugar es fuerte y con puente sobre el Danubio, tres leguas de Donavert, y tres de Ingolstat. Ya el rey de romanos era partido de Ratisbona para Praga, donde él y el duque Mauricio de Sajonia se habían de concertar por orden de su majestad para entrar en tierra del duque de Sajonia, elector. Este duque Mauricio es uno de los duques de Sajonia, porque, segur la costumbre de Alemania, todas las cosas se reparten entre los linajes della, y este es gran señor, y siempre ha tenido, aunque luterano, enemistad con el duque de Sajonia, su pariente, aunque al tiempo que esta guerra se comenzó estaban en paz; mas después de comenzada, su majestad puso al bando del imperio al duque de Sajonia y a Lantgrave como rebeldes. Este bando del imperio, como está dicho, es dar las tierras de los rebeldes a todos los que quisieren tomarlas; y así, el rey de romanos y el duque Mauricio se juntaron para tomar el estado de Sajonia, el cual les venía muy a propósito, porque confinan todas las tierras dél con las suyas.

     En este tiempo vino aviso a su majestad que los enemigos determinaban de tomar a Lanzuet, que es una villa del duque de Baviera puesta en el camino de Ratisbona para Insprug, que era aquel mismo por donde su majestad esperaba toda la gente que había de venir de Italia y de la Selva-Negra, y no había otro, por estar tomado el de la Chusa; y si esto ellos hicieran después de la empresa de Ratisbona, no podían hacer otra cosa más acertada, porque puesto allí (lo cual fácilmente pudieran hacer), dejaban a su majestad encerrado en Ratisbona y poníanse en parte que ninguna gente de la que su majestad esperaba, aunque salieran de Tirol, pudieran llegar a Ratisbona, porque los españoles y los italianos habían por fuerza de venir allí, y ni más ni menos los alemanes de la Selva-Negra que traía Xamburg, y después desto pudieran dejar aquel lugar fortificado y proveído, y volverse sobre Ratisbona, adonde haciendo ellos esto, pudiérase que estuvieran los negocios de su majestad en ruines términos, y por esto él acordó de proveer a peligro tan evidente, y con su persona ir a defender aquella tierra, a la cual se enderezaba toda la fuerza de los enemigos. Y dejando en Ratisbona cuatro mil tudescos y una bandera de españoles, y la artillería y municiones, que todo era venia ya de Viena, y dando el cargo dello a Pirro Colona, si majestad con la resta del campo parió para Lanzuet, a donde llegó en dos alojamientos, y alojando el campo, él no quiso alojar en la tierra, sino fuera della. Allí determinó de esperar a los enemigos y a la infantería que de Italia había de venir, si pudiese llegar antes que ellos. La nueva de la venida de los enemigos cada día crecía, y se sabía que habían pasado de Ingolstat, donde, demás de las dos banderas que allí estaban, y de la gente que el Duque allí tenía, que era el mayor número, había docientos arcabuceros italianos; mas los enemigos pasaron sin hacer ni recibir daño, porque la gente del duque de Baviera, aunque estaban declarados por servidores de su majestad, no estaban declarados por enemigos de los otros. Su majestad, sabiendo la nueva, no hizo otra provisión sino enviar a todos los cabezas que esperaban gente que les hiciesen hacer conveniente diligencia, y él entre tanto eligió aquel sitio aparejado para combatir con los enemigos cuando viniesen, porque esto era lo que él tenía determinado de hacer, pues no lo haciendo no lo separaba, se les había de dejar a Alemania en su poder pacíficamente, lo cual su majestad determinaba que no fuese así, porque como muchas veces yo le oí decir hablando en esta terrible guerra muerto o vivo él había de quedar en Alemania. Con esta determinación, espero allí a los enemigos, con los cuales pudo tanto la persona y el valor del Emperador, que sabiendo ellos que Ratisbona estaba razonablemente proveída, y él puesto en parte donde ya ello no podían quitalle la gente que le venía, sin pelear con él y sabiendo que él estaba determinado de hacello acordaron deparar estando ya a seis leguas de nosotros, y así campeando, Minique e Ingolstat se entretuvieron en estos días.

     El duque de Sajonia y Lantgrave enviaron un paje y un trompeta a su majestad; el paje traía una carta puesta en una vara, como es la costumbre de Alemania, que cuando uno hace guerra a otro le envía una carta puesta así, notificándosela. Estos fueron llamados a la tienda del duque de Alba, capitán general de su majestad, el cual les dijo que la respuesta de aquello a que venían había de ser a ahorcallo; mas que su majestad les hacía merced de las vidas, porque no quería castigar sino a los que tenían la culpa de todo; y así, les dejaron volver, dándoles impreso el bando que el Emperador había dado contra sus amos, porque ellos mismos se lo llevasen, que a mi parecer fue respuesta muy acertada. Su majestad no curó de ver la carta, porque debían de ser desvergüenzas de Lantgrave, de las cuales él suele ser buen maestro. La infantería italiana llegó a Lanzuet casi en este tiempo; la cual era una de las hermosas bandas que yo he visto salir de Italia: serían diez o once mil infantes y seiscientos caballos ligeros. De todo venía por capitán el duque Octavio Farnesio, nieto de su santidad y yerno del Emperador. También vinieron docientos caballos ligeros que el duque de Florencia envió a servir a su majestad, y ciento del duque de Ferrara. También llegaron en estos días los españoles de Lombardía, muy excelentes soldados, y poco después los de Nápoles, soldados viejos muy buenos; de manera que todos estos tres tercios eran la flor de soldados viejos españoles. Ya los alemanes de Xamburg, hechos en la Selva-Negra habían llegado; los cuales, aunque habían rodeado no dejaron de pasar muchos pasos peleando con los enemigos, que por todas aquellas partes tenían gente para poderlo hacer. Ya había en nuestro campo forma de ejército, porque tenía su majestad entonces, con los que estaban en Ratisbona, diez y seis mil alemanes altos, que aun eran veinte mil de paga, y por las cuentas que suele haber entre la infantería, se hallaban cerca de ocho mil españoles y diez mil italianos. Habían venido también seiscientos caballos del marqués Juan de Bramdemburg por Bohemia. El marqués Alberto tenía hasta ochocientos; el maestre de Prusia hasta docientos; porque todos los otros del marqués Alberto y suyos y del Archiduque, que serían tres mil y quinientos o cuatro mil caballos, aún no eran llegados al Rin, el cual era defendido con gente de los enemigos. De manera que su majestad, de la gente que había traído de Flandes y con los de su corte y docientos caballos del Archiduque, tendría dos mil caballos armados y mil caballos ligeros, harto buena caballería la una y la otra; mas la infantería no la he vito tal a mi parecer, porque yo vi los alemanes que su majestad llevó a Viena cuando fue contra el turco, y estos que agora llevaba eran mejores y vi los españoles que allí iban entonces, y estos eran mejores; y ansimismo los italianos, y esta era más hermosa banda. También vi los alemanes españoles e italianos que su majestad llevó a Túnez, y los que después llevó a Provenza, y los que después llevó cuando tomó a Guéldres, y hizo retirar al rey de Francia con su campo de Cambrasi; mas no me parece que ninguna de las bandas de aquellas tres naciones se igualase con estas de agora, por buenas que eran. Lo mismo dicen los que con el Emperador se hallaron en la guerra de Sandesi y vieron el campo que en ella tuvo, y parece ser que estos soldados eran mejor gente que la otro, aunque era muy escogida, la cual yo no vi, por estar ausente. Después que todo esto fue junto, su majestad partió de Lanzuet, y fue a Ratisbona por tomar su artillería y la gente que allí había dejado, y desde allí salir a buscar a sus enemigos. Llegado a Ratisbona, mandó poner en orden treinta y seis piezas de artillería, parte dellas de batería y parte de campaña, y dejando tres banderas en guarda de la artillería, se partió con todo el campo la vía de Ingolstat, que era por donde los enemigos andaban campeando. Había desde Ratisbona a Ingolstat, nueve leguas; estas se repartieron en cuatro jornadas, y así, el primer día su majestad anduvo tres leguas, y otro día dos y medía, y alejose con el campo en un lugar sobre el Danubio, llamado Neustat; allí había un puente sobre el mismo lugar sobre la ribera, y demás desta, su majestad mandó hacer dos de las barcas que traía en el campo para estos efectos, porque determinando de pasar por allí el río, hubiese más presteza en ello.

     Estando en esto, le vino aviso que el duque de Sajonia y el Lantgrave con todo su campo, por la otra banda del Danubio, tomaban el camino de Ratisbona. Empresa era bien entendida, mas su majestad envió luego cuatrocientos arcabuceros españoles a caballo y dos banderas de tudescos, los cuales pusieron tan buena diligencia, que aquella noche, como les mandó, entraron en Ratisbona, la cual con esto estaba ya segura, porque si los enemigos no venían sobre ella, no era menester más gente, y si venían, bastaba hasta que su majestad llegase a socorrella con su campo; lo cual se pudiera muy bien hacer, por estar el Danubio en medio del de los enemigos y el nuestro; mas ellos, avisados que había en Ratisbona buena guardia, o sabiendo que su majestad quería pasar ya el río, y les podría tomar las espadas y quitalles las vituallas, habiendo llegado tres leguas de Ratisbona, dieron la vuelta hacia Insgolstat, dándose mucha prisa a salir de los bosques y pasos estrechos donde se habían metido, en los cuales es opinión que se les pudiera haber hecho gran daño; mas el no haber pláticos de aquella tierra en el campo de su majestad, y haber ellos hecho extremada diligencia en salir dellos, lo estorbó. Con todo, se enviaron algunos arcabuceros españoles y caballos ligeros; mas ya llegaron a tiempo que los enemigos estaban en campaña rasa; así que no sirvieron de más de traer lengua de que los enemigos caminaban la vía de Ingolstat, aunque más a mano derecha. El Emperador pasó la ribera en dos días, y alojose con su campo en un valle y sobre una montaña cerca del río. Este alojamiento estaba poco más de dos leguas de Inglostat. Esta pasada fue de grandísima importancia; porque demás de hacer al enemigo que anduviese más recogido que hasta allí, y no tan señor de la campaña como había andado, fue mostralle que se llevaba determinación de combatir con él cuando el lugar lo permitiese. Allí se fortificó nuestro campo de una trinchera pequeña, porque el lugar donde el duque de Alba le había alojado, estaba también entendido, que no se requería mayor; allí se tuvo una arma, aunque no salió verdadera. Nuestros soldados se pusieron también en orden, que se vio evidentemente la voluntad que tenían de combatir. Al cabo de los dos días su majestad partió de allí, teniendo nueva que los enemigos se habían alojado de la otra banda de Inglostat seis millas, porque fue tanta su diligencia para tomar aquel alojamiento, que ya estaban en él un día antes que su majestad saliese del suyo. Convenía mucho que su majestad con diligencia fuese a Ingolstat, por no dejar aquella tierra en peligro que sus enemigos la pudiesen tomar, porque desde ella podían dar fácilmente gran estorbo a que monsiur de Bura se juntase con nuestro campo o ya que no la tomasen, que no viniesen a entrarse en un alojamiento que estaba entre ella y el alojamiento de donde su majestad partía; mas antes que él partiese, habiendo considerado cuánto importaba, estando ya tan vecino a los enemigos, alojarse siempre superior dellos, mandó que se visitasen dos alojamientos, el uno a una legua grande de Ingolstat, que es el que tengo dicho, y estaba en nuestro camino, y el otro junto a Ingolstat, de la otra banda, porque conviniendo tomar el que estaba más cerca de la villa antes que nuestro campo llegase el otro día, era muy bueno y era necesario tomarle antes que su majestad saliese del suyo; y por esto el día antes se había enviado a Juan Batista Gastaldo, maestre de campo general, a que particularmente reconociese el un alojamiento y el otro, y él con la mayor diligencia que pudo otro día de mañana partió con todo el campo, el cual iba repartido en avanguardia y batalla, y el artillería y bagaje iban a nuestra mano izquierda a la banda del río, la caballería a la derecha, y en medio la infantería. El duque de Alba llevaba la vanguardia, y su majestad la batalla, con el duque Juan, el marqués Alberto y su caballería, el maestre de Prusia, el archiduque de Austria el príncipe de Piamonte y el marqués Juan de Brandemburg. Los españoles, italianos y tudescos se mudaban a días, conforme a la orden que el Duque les daba; y así, iban en la vanguardia o en la batalla, por quitar la concurrencia entre ellos. Caminando su majestad en esta orden, llegó al primer alojamiento de los dos que tengo dicho, y allí comió un poco en tanto que la batalla caminaba, porque la vanguardia ya esta cerca; y de allí tomando el duque de Alba consigo veinte caballos, llegó a Ingolstat, y miró el otro alojamiento que estaba junto a él muy particularmente. Es menester saber que aquel día por orden de su majestad había enviado el duque de Alba al príncipe de Salmona y a don Antonio de Toledo, para que con parte de la caballería ligera y docientos arcabuceros españoles a caballo reconociesen los enemigos con los cuales tuvieron una muy hermosa y brava escaramuza, habiendo salido los enemigos a ella tan fuerte como es costumbre; mas siendo esta escaramuza por los unos y los otros retirada, se tornó por otra parte a comenzar, y de nuevo tornaron a ella; y salieron los enemigos tan fuertes y tan acrecentado el número de sus escuadrones, que el aviso que a su majestad vino fue que con todo su campo venían los enemigos a combatir con el nuestro; así, fue necesario que su majestad lo mandase poner en orden; y mandado el duque de Alba que de punto en punto le avisase del proceder de los enemigos, él volvió al lugar donde había mandado afirmar la vanguardia y la batalla, que era en el alojamiento que tengo dicho, que estaba en nuestro camino; y escogiendo allí sitio dispuesto para combatir, puso la infantería en lugar conveniente y la artillería y gente de a caballo donde habían de estar. Así estuvo esperando la venida de los enemigos; de los cuales; según su semblante, se creyó que querían combatir. Paréceme a mí debajo de mejor juicio, que si ellos caminaran aquel día, y vinieran a combatirnos en el camino, que pudieran poner la cosa en gran aventura, aunque el lugar que su majestad había ocupado para la batalla era harto favorable para nosotros. En este tiempo pareciéndole a su majestad que ya los enemigos habían de haber parecido si aquel día habían de combatir porque ya era algo tarde pensó caminar; mas el Duque le envió a decir que se afirmase porque tenía aviso que los enemigos hacían mucha muestra de pasar adelante; mas de ahí a un rato le envió a decir que su majestad podía caminar con el campo porque el semblante de los enemigos se había parado en recogerse dentro del suyo. Este variar fue en algo causa del partir tarde; mas viendo su majestad cuánto más se aventuraba en esperar a llegar otro día, que no en llegar tarde aquella noche, y cuánto se daba a los enemigos en darles una noche y parte de otro día de espacio para mejorarse de alojamiento y que habían errado en no estorbarlos nuestro camino con el campo, llegó, aunque algo tarde, a su alojamiento, el cual era de la otra banda de Ingolstat, hacia los enemigos, teniendo la villa a las espaldas, a la mano izquierda el Danubio y un pantano, y a la mano derecha y a la frente la campaña. Estas dos partes hizo cerrar el duque de Alba aquella noche; y puso tanta diligencia, que antes que viniese el día dejó el campo la mayor parte dél cerrado. Parecionos a algunos que a venir otro día los enemigos, nos dieran algún trabajo, por algunas razones que para ello se podían dar; mas ellos estaban tan confiados en su muchedumbre y ánimos, que cualquier tiempo les parecía aparejado para acabar la empresa; y así con esta confianza Lantgrave había prometido a toda la Liga que dentro de tres meses él echaría a su majestad de Alemania o le prendería; a las cuales palabras dieron tanto crédito las ciudades y señores dellas, que, como cosa hecha, venían y daban algo más de lo que les pedían; y así trajo setenta u ochenta mil infantes y más de diez mil caballos y más de ciento y treinta piezas de artillería; mas los enemigos aquella noche estuvieron quedos, sin hacer más diligencia de traer algunos caballos de la campaña. Otro día su majestad estuvo en aquel alojamiento proveyendo las cosas necesarias contra las que los enemigos podían hacer; los cuales aquel día no hicieron movimiento ninguno. Otro día siguiente se fue a reconocer su alojamiento, que como tengo dicho, estaba a seis millas pequeñas del nuestro, en lugar fortísimo, porque por la mano derecha y por la frente tenían un río hondo y un pantano, lo cual todo era guardado de un castillo que sobre el río estaba asentado, por las espaldas un bosque muy grande, y por el otro lado una montañeta, donde tenían puesta toda su artillería. Hubo al reconocer una escaramuza mas fue de poca cualidad.

     Otro día los enemigos pusieron su caballería e infantería en escuadrones, y sacaron la a la campaña; pensose que era para venir a nuestro campo, mas no fue sino para tomar la muestra de toda su gente la cual, después de tomada, la redujeron a su alojamiento. Otro día después se levantaron de allí y vinieron a alojarse a tres millas de nuestro campo en un alojamiento fuerte que era sobre unas montañuelas, las cuales aunque tenían el agua un poco lejos, su majestad había pensado ocupar, porque estando más cerca del enemigo, le parecía que podía haber más aparejo de dañalle. La disposición deste alojamiento era tal, que el mismo sitio le ayudaba a defenderse. Aquella noche que los enemigos se alojaron allí, el duque de Alba que habiéndolo consultado con su majestad, envió a don Álvaro de Sande y a Arce con mil arcabuceros, y dándoles orden de lo que habían de hacer y guías que sabían bien la tierra, ellos se partieron, y atravesando por unos bosques, dieron en el alojamiento de los enemigos a la una o a las dos después de medía noche, y degollando sus centinelas, dieron en el cuerpo de su guardia, donde hicieron muy gran daño a los enemigos, matando muchos dellos, hasta que todo su campo se puso en orden; y así, se volvieron, habiendo hecho este daño y dádolas una bravísima arma sin perder sino dos o tres soldados, de los cuales había ganado uno un estandarte de caballo; y créese que por yerro los mismos nuestros lo mataron: esto mismo se piensa de los otros, de lo cual fue causa la escuridad de la noche. Los enemigos estuvieron en aquel alojamiento, el cual pasado, el duque Octavio con Juan Batista Sabelo capitán de la caballería del Papa, y Alejandro Vitelo, capitán de la infantería italianas habían concertado de dar con su gente una brava escaramuza a los enemigos, y así se comenzó a poner en orden otro día; mas los enemigos, teniendo el mismo designio, habían ocupado cierto lugar en un bosque, el cual era escogido del duque Octavio y destos sus capitanes para aquel negocio; mas los enemigos fueron los que comenzaron, dando en unos sacomanos nuestros que estaban en un casal cerca del bosque; y así, aquel día hubo una escaramuza que aunque no salió como se había ordenado, fue buena, y los enemigos recibieron daño en ella de los arcabuceros que con Alejandro estaban, y de una parte y de otra hubo algunos muertos y presos. Estaban ya los dos campos tres millas unos de otros, y no había en medio dellos sino un pequeño río, el cual por muchas partes se pasaba y muchos pasos estaban los más dellos muy más cerca de su campo que del nuestro; de manera que las escaramuzas no podían hacerse sin que la una de las partes pasase a esperar.

     Estando la cosa en estos términos, y su majestad pensando la manera que habría para dañar al enemigo, porque ya estábamos tan cerca, que levantándose de allí o no levantándose convenía hacello, y teniendo respeto a la mucha arte que se había de tener para esto siendo tan inferiores en el número de la gente como éramos, los enemigos se levantaron de su alojamiento antes que amaneciese, con todo su campo en orden y toda su artillería; la cual ellos podían traer muy a su voluntad, por toda aquella campaña muy abierta y desembarazada; y así, cuando amaneció, habían ya pasado el río que tengo dicho, y caminaron derechos la vuelta de nuestro campo. Este aviso vino a su majestad, y él luego cabalgó, y mandando poner el campo en orden, halló el duque de Alba a las trincheas, que estaban proveyendo lo que convenía; las cuales trincheas no estaban tan altas como el primer día que se hicieron, porque con haberse labrado más en ellas, la gente que salía del campo pasaba sobre ellas, y ansí estaban más bajas. Ya el día era claro, y la niebla que había comenzaba a deshacerse; y así, se podía mejor considerar la orden que los enemigos tenían; la cual, cuando yo pude comprehender, era esta. Venían en forma de luna nueva, porque la campaña, espaciosísima, a todo daba lugar: a su mano traían el pantano que estaba a la nuestra izquierda, el cual era hacia el Danubio, y por esta parte venía un escuadrón de gente de a caballo grosísimo, acompañado de ocho o diez piezas de artillería. A mano izquierda de aquel, un poco apartado, venía otro escuadrón de caballos, también muy grueso, acompañado de otras veinte piezas, y así toda su caballería repartida en escuadrones y acompañada de su artillería, la cual se mostraba extendida por la campaña como los caballos, y no caminaba en hileras, sino a la par, porque juntamente pudiesen tirar las piezas que quisiesen, y desta manera sacaron todas sus piezas y toda su caballería. Su infantería venía en escuadrones detrás de sus caballos. Víase muy bien la infantería por los espacios que había entre los escuadrones de la gente de armas. Desta manera venía el Landgrave a cumplir la palabra que había dado a las villas de la Liga. Nuestro campo se ordenó pora combatir conforme a los cuarteles de como estaban alojados. Los españoles estaban a la frente de los enemigos, y tenían el pantano en la mano izquierda; luego cabe ellos a la mano derecha, estaban los alemanes del regimiento de Jorge con una manga de arcabuceros españoles, y luego dando vuelta hacia la derecha, la más de la infantería italiana, porque alguna parte della estaba en el fuerte que se había hecho dentro del pantano. Luego tras ellos, siempre siguiendo la mano derecha, estaban los alemanes del regimiento de Madrucho; desde ellos hasta la villa estaba abierto; y así, parte de aquel espacio se cerró con las barcas de nuestro puentes, y lo demás que quedaba por cerrar se ocupó con nuestra gente de a caballo, la cual estaba en cuatro escuadrones, porque si los enemigos con su caballería vinieran por aquella banda, estando nuestra caballería puesta en aquel fuerte pidiésemos combatir con ellos, y también era sitio conveniente para cargar, si por la parte de las trincheas estaban más bajas cargaran sus caballos, y para esto se habían dejado algunos espacios entre los escuadrones de nuestra infantería.

     Ya los enemigos en este tiempo comenzaban a llegarse, tirando con su artillería, y desta manera, con la orden que traían, ciñeron nuestro campo de el pantano, que era a nuestra mano izquierda, hasta casi la mitad de la campaña, que estaba a nuestra mano derecha, tirando siempre y tan cerca, que muchas piezas de las suyas, especialmente las que traían a la mano derecha, no tiraban seiscientos pasos de nuestros escuadrones. Nuestra artillería también tiraba, mas la suya era ayudada por la disposición de la tierra. Su majestad había dado vuelta por todo el campo y visto la orden que el duque de Alba había puesto en él; y después, así como estaba a caballo y armado, se volvió a poner delante de su escuadrón, y de allí algunas veces iba a los escuadrones de los alemanes y los rodeaba, y otras tornaba a los españoles, y otras a los de los italianos, dandolos los enemigos en los uno y en los otros muchos golpes de artillería, los cuales tenían en muy poco los nuestros, viendo a su majestad entre ellos; por donde se conoce claramente cuánto importa en estas cosas la presencia de un príncipe o capitán general, especialmente teniendo buena opinión entre sus soldados. Los enemigos, habiéndose acercado adonde a ellos les pareció que bastaba para batirnos a su placer hicieron alto con sus escuadrones a caballo y infantería, y comenzaron con todas las bandas de su artillería a batirnos tan apriesa y con tanta furia, que verdaderamente parcia que llovían pelotas, porque en las trincheas y en los escuadrones no se vía otra cosa sino cañonazos y culebrinazos. El duque de Alba estaba con los españoles a la punta del campo, adonde batía de más cerca el artillería de los enemigos, una pieza de las cuales llevó un soldado que estaba junto a él, que andaba proveyendo algunas cosas necesarias. Lo demás que se esperaba era, que después de habernos batido los enemigos, arremetieran, de lo cual dos veces habían hecho semblante muy conocido, y había ordenado que toda nuestra arcabucería estuviese sobre aviso a no disparar hasta que los enemigos estuviesen a dos picas de largo de nuestras trincheas; porque de esta manera ningún tiro de nuestros arcabuceros que eran muchos y muy buenos, se perdería, y si tiraban de lejos, los más fueran en balde; y así, mandó que las primeras salvas, que suelen ser las mejores se guardasen para de cerca. Los enemigos batían todavía, de amanera que parecía que de nuevo lo comenzaban, hecho alto con sus escuadrones, a los cuales tiraba la artillería nuestra; mas como tengo dicho, la disposición de la tierra ayudaba a que no les hiciese dañó, ni la suya quiso Dios que lo hiciesen los nuestros, aunque muchas veces daba dentro ellos; tanto, que en el escuadrón de su majestad entraron hartos cañones y culebrinas, pasándole tan cerca a él las pelotas que muchos dejaban de mirar su peligro por el del Emperador; especialmente una pelota dio dél tan derecho y tan cerca, que cualquier golpe que hiciera, estaba el peligro muy manifiesto; mas plugo a Dios que quedó enterrada en la parte donde dio. Otra pieza mató dentro del escuadrón un archero de la guardia de su majestad, otra llevó un estandarte otras dos mataron dos caballos: este fue el daño que se hizo en el escuadrón de la corte, con dar muchas piezas dentro de él. En los otros escuadrones aunque también fueron bien batidos, se haría poco más daño que en el nuestro. Seis piezas de las nuestras reventaron aquel día; una dellas mató cinco soldados españole y hirió dos. Los enemigos se daban tanta priesa a tirar, cuanto ellos vían que era menester para desalojarnos a golpes de artillería, como Lantgrave lo había hecho; y así, no se vía otra cosa por el campo sino pelotas de cañon y culebrinas, dando botes con una furia infernal. Otras daban en los escuadrones alemanes y españoles y italianos, y en todos ellos se hizo poco daño, aunque el número de los golpes fue muy grande; y con toda esta furia y este nunca cesar, no hubo escuadrón que se moviese, y no solamente escuadrón, mas ningún soldado se meneó de su lugar, y volvió la cabeza a mirar si había otro más seguro que el que tenía. Había durado el batir de los enemigos siete u ocho horas sin cesar, cuando pareció que se cansaban de tirar y tomaban otro designio, y no venían a combatir con nosotros, viendo que estábamos más firmes de lo que habrían pensado. Lo cual conociendo su majestad, y que ya comenzaba a haber flojedad en ellos, mandó que la gente de a caballo se fuese a su alojamiento, y que todos estuviesen aparejados para que si fuese necesario, volviesen a pie a las trincheas. Alguno podría ser que quisiese entender a que fin dentro de un campo cerrado estábamos a caballo, porque parece cosa impertinente, habiendo trincheas delante combatir a caballo. A esto se responde que las trincheas con no se haber labrado más de la primera noche, en algunas partes estaban tan baja, que fácilmente se podían atravesar, y nuestra gente de a caballo estaba puesta adonde ellas faltaban; y por donde los enemigos podían entrar con su gente de armas, allí estaba la nuestra; y así, por la orden en que ellos nos venían a combatir en aquella estábamos aparejados a defender. Todo el tiempo que los enemigos batían había el duque de Alba puesto fuera de las trincheas algunos arcabuceros españoles, los cuales escaramuzaban con los enemigos que estaba a la guardia de su artillería, digo de aquella que habían triado al parte del pantano, junto a una casa grande y aparejada para defenderse: esta estaba seiscientos pasos de nuestras trincheas. Los enemigos la tomaron, y proveyeron de arcabuceros, y desde allí defendían su artillería que estaba delante de la casa hacia nuestras trincheas: así que, en un mismo tiempo los enemigos batían y nuestros soldados escaramuzaban con los suyos que estaban puesto a la defensa del campo. Ya aflojaba su artillería y dejaba de batir, habiéndolo hecho nueve horas y así la comenzaron a retirar, más cerca de la casa y del río pequeño que tengo dicho, donde había unos molinos, junto a los cuales y por el río arriba habían asentado sus pabellones y tiendas haciendo una trinchea a toda sus artillería en el mismo lugar que aquel día habían tenido, salvo la que está a la parte del pantano, que la retiraron más hacia la casa donde tengo dicho; y así estuvieron con sus escuadrones tendidos por la campaña hasta que anocheció, que se retrujeron adonde tenían asentado su campo, el cual tenía el asiento de manera que la una punta, esta hacia el pantano, esta a ochocientos pasos de nuestro campo, y la otra de su mano izquierda, que estaba más lejos, estaba dos mil y quinientos pasos.

     Aquella noche estando Lantgrave cenando, tomó una copa y segur la costumbre de Alemania bebió a Xertel diciendo estas palabras: «Xertel, yo bebo a los que hoy hemos muerto con nuestras artillería»; a lo cual el Xertel respondió: «Señor, yo no sé los que hoy hemos muerto mas sé que los vivos no han perdido un pie de su plaza.» Dícese que aquel día Xertel había sido de opinión de venirnos a combatir a nuestras trincheas y que Lantgrave no había querido; y parecióme a mí que lo consideró mejor; porque aunque en estas cosas acaecen muchas veces cosas fuera de razón por ser varios los acaecimientos de la guerra; pero bien mirado no era gente la que el Emperador allí tenía para poderse desalojar así de un alojamiento, aunque no muy fortificado; cuanto más que la muestra desto Lantgrave pudo tomar fue bastante para dalle clara experiencia dello, pues habiéndonos batido tantas horas y tan furiosamente, no pudo conocer señal de flaqueza en nuestro campo; antes vía que nuestro soldados en el mismo estaban en la defensa dél y salían a escaramuzar con los suyo a la boca de la artillería. Así que el consejo del Xertel no me parece a mí que le sucediera bien, y que fue muy más sano el de Lantgrave. También dicen que el duque de Sajonia había aconsejado que nos combatiese otro día como llegamos allí; mas la misma razón fuera la de un consejo que la del otro. En fin, ellos se gobernaron como tengo dicho, habiendo los enemigos tirado aquel día novecientos golpes de cañon y culebrina.

     Aquella noche se proveyó que todos los carros del campo trujesen fagina para levantar los reparos de la trincheas, y todos los soldados por sus cuarteles labraban de manera que otro día amaneció el campo tan fortificado, que se podía estar detrás de los reparos a la defensa muy seguramente. Juntamente con esto el duque de Alba hizo alargar aquella noche la trinchea tomando mucha parte de la campaña hacia los enemigos, por la parte que los españoles estaban fortificados de la misma manera, y la parte del campo que el día antes habíamos tenido abierto se puso en más seguridad.

     Aquel día los enemigos dejaron descansar su artillería y echaron algunos arcabuceros sueltos para provocar a los nuestros que saliesen de los reparos a escaramuzar; y así se hizo, porque salieron ochocientos o novecientos arcabuceros españole, los cuales escaramuzaron con los enemigos en aquella campaña rasa, y fue la escaramuza de manera, que los enemigos fueron forzados a sacar mil caballos en favor de sus arcabuceros, y esto vinieron en tres escuadrones: el primero sería de cien caballos, los cuales venían sueltos y esparcidos; los otros dos venían en su orden detrás uno de otro. Nuestros arcabuceros estaban trecientos o cuatrocientos dellos derramados, y en su retaguardia estaban hasta quinientos. Los cien caballos de los enemigos, que venían sueltos, embistieron a los primeros de nuestros arcabuceros, confiados en ser la campaña rasa, en la cuál por la mayor parte los caballos suelen tener ventaja a los arcabuceros; mas los nuestros los recibieron de manera, que los hicieron volver huyendo y así tuvieron necesidad que el segundo escuadrón, que traía un estandarte amarillo viniese a socorrerlos, cargando en nuestros arcabucero; mas ellos les dieron una ruciada tan apretada que les abrieron por medio, y volvió como los primeros; y cargándole siempre nuestros arcabuceros, vino el terceros escuadrón, que traía un estandarte colorado; mas a este se le dio por nuestros arcabuceros una carga tan buena, que ni más ni menos a los otros dos le abrieron, y hicieron volver las espaldas hasta dentro de sus trincheas, quedando hartos dellos heridos, y caballos y caballeros caídos en la campaña: cosa bien de alabar, y por tal fue alabada su majestad, porque a la verdad el sitio era desigual, siendo caballería contra arcabuceros: así se acabó aquella escaramuza y también el día.

     Aquella noche el duque de Alba hizo a los gastadores, los cuales eran bohemios, y serían hasta dos mil, y son los mejores gastadores de cuantos puede haber en el mundo, que labrasen en una trinchea nueva, la cual partió y se tiró a la parte de la casa que los enemigos habían ocupado, hasta llegar a cuatrocientos pasos del suyo. Era esta trinchea ayudada de una cierta disposición de tierra, de manera que con lo que en ella se labraba se llegaba bien a cubierto hasta la distancia que tengo dicho que había desde ella a la casa que los enemigos tenían ocupada, la cual ellos tenían también fortificada con trincheas; y de la nuestra tenía también fortificada con trinchea; y de la nuestra tenía cargo don Álvaro de Sande con su arcabucería española. Obra era de que a su despecho nos allegábamos cerca dellos, y conocióse bien esto por los muchos cañonazos y culebrinazos que de continuo allí tiraban.

     En este tiempo, el duque de Alba, habiéndolo tratado con su majestad, había ordenado de enviar al marqués de Mariñano y a Madrucho con su regimiento, y a Alonso Vivas con su tercio, a degollar tres mil suizos que estaban alojados en el burgo de Neuburg, los cuales había dejado allí el duque de Sajonia y Lantgrave en guardia de cierta artillería que allí estaba y de la tierra; mas aquel día se habían venido a su campo por mandado dellos; y así, cesó esta empresa, la cual se cree que hubiera buen efecto, porque ellos estaban de la otra banda de la ribera y lejos de sus amigos, alojados en arrabales abiertos, y no con mucha guarda; el camino por donde los nuestros habían de ir era muy encubierto y con muy buenas guías para él; el puente por donde habían de pasar nuestros soldados, junto a nuestro campo; y finalmente todas las cosas que para ello se requerían, muy bien proveídas.

     Otro día los enemigos en la misma orden que el primero se pusieron en campaña, y sacando su artillería comenzaron a batir nuestro campo con grandísima furia, aunque no acercaron todas las piezas tanto como el primer día, porque la trinchea nueva que habíamos sacado hacia la casa, les hizo tener respeto a que por aquella parte no llegasen tanto su artillería. La batería fue bravísima y comenzada muy de mañana, y fuimos batidos por más partes que el primer día, porque por la mano derecha de nuestro campo se extendieron a la campaña con su artillería más que la primera vez. Su majestad oyó misa aquel día en las trincheas junto a un caballero que estaba enfrente dellas contra los enemigos, y allí comió entre los soldados de Lombardía y de Nápoles, cuyo cuartel era aquel. Los enemigos tiraban continuamente, mas hacían muy poco daño, porque todos los soldados estaban a los reparos, y aunque algunas veces había piezas que los pasaban, eran pocas. Adonde el Emperador estaba murió uno, porque un tiro le llevó una alabarda de las manos el que la tenía, y aquella alabarda mató a otro que estaba cabe él. Aquel día una pieza de artillería pasó la tienda de su majestad y la sala y cámara donde él dormía, que dentro de la misma tienda estaba hecha de madera. Habiendo los enemigos batido hasta las cuatro horas de la tarde, el Duque mandó a Alonso Vivas que saliese con quinientos arcabuceros de su tercio, y escaramuzase con unos que los enemigos habían sacado fuera; y la escaramuza fue tan buena, que les ganó la primera trinchea de dos que tenían, y después revolvió sobre los que estaban en la casa; y escamuzando con ellos hasta que ya era tarde, y habiéndoles dado muchos arcabuzazos, se retiró con muy buena orden a nuestro campo. Aquella noche se dio una arma a los enemigos bravísima, como fueron todas las que se les habían dado después que allí llegaron; de manera que los tenían tan desvelados y desasosegados, que teniendo los días en escaramuzas, las noches estaban puestos en arma, como entonces se sabía por los prisioneros, y muchos dellos nos habían dicho después de nuestra trinchea, que se había tirado hacia la casa, que los apretaban mucho: así que el ímpetu y furioso acometimiento de los enemigos comenzó a amansarse, porque ya les traíamos tan recogidos, que sus caballos, que solían andar docientos pasos de nuestro campo, reconociéndole, no se llegaban a él con mil y quinientos, porque nuestros arcabuceros los traían bien apartados del, y nuestro alojamiento estaba asegurado con los reparos, y la trinchea nueva se llevaba adelante, porque su majestad quería desalojar sus enemigos de allí, como después lo hizo, porque se viera que el que había venido a dosalojalle a él, aquel mismo era desalojado; y así, la trinchea se tiraba hacia la casa la cual ganábamos con ella, y ganada, batíase tan fácilmente todo el campo de los enemigos, que en ninguna manera del mundo podían dejar de levantalle.

     En este tiempo el conde Palatino envió trecientos caballos al campo de los enemigos, los cuales anduvieron en esta guerra hasta pocos días antes que fuesen rotos. El Conde, entre otras disculpas que después a su majestad dio, fue decir que aquella gente él la había enviado al duque de Vitemberg por la amistad y liga que con él particularmente tenía muchos años había, y que no la había enviado contra su majestad, sino que el Duque la hizo ir por fuerza al campo de los enemigos. Sea como fuere cuantos más fueron contra su majestad, tanto mayor fue la vitoria que Dios le dio. Siempre hubo escaramuzas en estos días y algunas cosas señaladas bien hechas de soldados particulares.

     Otro día de mañana bien temprano comenzó la tempestad de artillería de los enemigos a batir nuestro campo; mas la mayor parte de sus piezas tiraban demás lejos de lo que hasta allí habían hecho. Esta furia en el tirar duró hasta mediodía y cesó, hasta la tarde, que tornaron a dar otra muy buena ruciada. Y porque mejor se entienda lo que en aquellos días tiraron los enemigos, es bien saber que, sin las pelotas que quedaron perdidas y las que no entraron en nuestro campo, solamente de las que se recogieron en la tienda del capitán de la artillería se hallaron mil y setecientas pelotas. Siempre las escaramuzas de los arcabuceros eran ordinarias, y aquella noche se les dio una arma por la parte de la casa con la arcabucería, que toda la noche les hizo estar con el campo en orden. Esto era ya tan continuo, que nunca faltaban sus escuadrones de la plaza del arma, y nuestra trinchea estaba tan cerca, que el salir della era entrar en las suyas. Habían perdido allí muchos caballos y muchos soldados muertos y heridos, y demás desto, nuestra caballería les hacía muy gran daño, tomándoles la vitualla por todas partes, y así se pasaban muy gran trabajo. Nunca los dejábamos estar sosegados, sino de noche y de día sus caballos e infantería puestos en escuadrón; de manera que determinaron de desalojarse, viendo que no les convenía otro cosa, y aquella noche pasaron el río pequeño el artillería gruesa y carruaje con tanta diligencia, que otro día antes que amaneciese no se vía tienda en todo el campo, sino solamente sus escuadrones, que comenzaban a pasar el agua, aunque ya toda su infantería era pasada, porque esta era la que ellos echaban delante, y toda la caballería iba en trece o catorce escuadrones con algunas piezas de campaña que quedaban en retaguardia. Con esta orden caminaron la vuelta de Neuburg. Su majestad envió algunos caballos ligeros a reconocer bien el camino que los enemigos tomaban, y él con el duque de Alba y algunos otros caballeros fue a ver la orden que llevaban, la cual era este que digo, que era haber enviado su artillería gruesa delante, y luego su infantería, y luego su caballería. Era hermosísima cosa de ver toda la campaña cubierta de infantería, y los altos della de escuadrones de caballos. Con esta orden en dos alojamientos llegaron a Neuburg.

     Su majestad tenía ya nueva que el conde de Bura había pasado el Rin a pesar de los enemigos, cuyo capitán era el conde de Aldamburg, dejado allí por Lantgrave para este efecto, y que ya estaba cerca de Francfort. Era el campo que traía harto poderoso para contrastar después de pasado con los enemigos, que le defendían el Rin; mas no lo era para con ellos y con el de la liga todo junto, y por esto su majestad le avisó de cómo había desalojado al duque de Sajonia y al Lantgrave, los cuales habían tomado la vuelta de Neuburg, y de allí la de Donavert, desde donde habrían tomado camino para él. Pareció conveniente cosa dar este aviso al conde de Bura, porque ya estaba tan adelante de Francfort, que pudiera el enemigo tomar este designio. El conde de Bura traía tres mil caballos a su cargo y cuatro mil que se le habían juntado de los del marqués Alberto de Brandemburg y maestre de Prusia y archiduque de Austria, sobrino de su majestad; los cuales, por no ser poderosos para pasar el Rin, aguardaron la venida del Conde, que traía veinte y cuatro banderas de alemanes bajos, muy buenos soldados, y cuatro banderas de españoles; de los que habían andado en servicio del rey de Inglaterra contra Francia, y dos de italianos de los que se habían hallado en aquella misma guerra, y docientos arcabuceros de a caballo italianos, y doce piezas de artillería. Los enemigos que defendían el Rin eran treinta y seis banderas y mil y docientos caballos. El Conde hizo pasar cinco mil soldados una noche tres leguas más arriba de donde los enemigos estaban, y ocupó una villa, con que era señor de aquel paso, por donde después pudo pasar todo el resto del ejército sin contradicción, y después en Francfort trabó una gruesa escaramuza con los enemigos, y matando muchos dellos, los encerró dentro de la tierra. Esta nueva tuvo su majestad luego, aunque muy difícilmente se podía tener aviso y enviallo, por haber tantas tierras de los enemigos en medio, y esto para ellos era muy fácil, juntamente con otras cosas que a nosotros eran difíciles, por ser ellos señores de todo.

     El duque de Sajonia y el Lantgrave estuvieron en Neuburg dos días, de donde vinieron a su majestad diversos asuntos; porque unos decían que los enemigos pasaban el Danubio para entrar en Baviera, otros decían que iban a Donavert. Su majestad determinó de esperar a ver el designio que tomaban, conforme a la que más conviniese hacer; mas ellos al cabo de dos días partieron con su campo, y en dos alojamientos fueron a Donavert, dejando en Neuburg tres banderas de infantería para defender la tierra. Este fue otro yerro gravísimo que ellos hicieron; porque tenían allí un alojamiento fortísimo, con muy gran comodidad de agua y leña, y muchas vituallas, y eran señores del río, por el puente que Neuburg tiene, y muchas aldeas para forraje de sus cabellos, y por ellas paso libre para correr toda Baviera superior hasta Menique. Tenían asegurado el paso de Lico, que es el río de Augusta, con la villa de Rain, que de allí tenían tomada, la cual estaba segura; porque para ir allá tenían tomada, la cual estaba segura; porque para ir allá habíamos de dejar a Neuburg a nuestras espaldas. El campo del Emperador no podía ir a Augusta sin que ellos llegasen primero, ni a Ulma tampoco, porque ellos estaban en el paso; mas no mirando todas estas cualidades buenas, e por ventura teniendo respeto a otras cosas, se levantaron de aquel alojamiento y fueron al de Donavert, haciendo este yerro, que al parecer de muchos, fue grande. Habiendo estado en Donavert el duque de Sajonia y Lantgrave dos o tres días, Lantgrave fue sobre una villa del duque de Baviera, que es dos leguas de allí, llamada Lembiguen, la cual se le rindió, y él metió comisarios dentro para las vituallas; y habiendo hecho esta empresa, se volvió a Donavert, adonde tenía su campo en un sitio fortísimo. En todo esto Lantgrave escribió a las ciudades muchas cartas, dándoles cuenta de todas las cosas que pasaban, encaresciéndoles de manera, que daba a entender haber hecho mucho más de lo que había hecho; engrandeciendo las escaramuzas y muertes y prisiones muy principales; y todo esto fingía, porque al cabo de sus cartas siempre enviaba a pedir dineros; lo cual a las ciudades no era muy agradable, porque ya se acercaba el término en que había prometido echar a su majestad de Alemania o prendelle, y vían que no llevaba el negocio la orden y facilidad que les había prometido y ellos pensaban.

     En estos días vino aviso a su majestad cómo Lantgrave había ido sobre Bendiguen, y aquel era el camino para ir contra mosiur de Bura, y que así se afirmaba en el campo de los enemigos que lo querían hacer; por lo cual su majestad despachó algunos hombres pláticos de la tierra a mosiur de Bura, avisandole del camino que debía tomar, para que, apartándose un poco de aquel que los enemigos habían tomado, pudiese el Emperador juntarse más presto con él, porque esto era lo que tenía determinado; y ya que esto no pudiese ser, seguir al enemigo y tomalle en medio, porque lo uno o lo otro era la razón de la guerra; no dejar que el campo de los enemigos fuese a encontrar con los de mosiur de Bura, y su majestad volver contra las ciudades principales; las cuales de razón el duque de Sajonia y Lantgrave las habían de dejar tan bien proveídas, que fuera cosa vana el sitiallas, y entre tanto pasara gran peligro aquella parte tan principal de nuestro ejército, siendo tan grande desigualdad la que había en el numero de la gente, porque el campo del Duque y de Lantgrave era muy poderoso; cuánto más que ya se habían juntado con él treinta y seis banderas que sobre el Rin tenía, y los caballos que con él estaban. Algunos son de parecer que los enemigos lo erraron en esto, los cuales estaban en Donavert. En todo este tiempo ya habían pasado el Danubio diez o doce mil infantes y algunas piezas de artillería; y hecho un fuerte sobre el río Lico junto a Rain, los alojaron allí; de manera que se pusieron como hombres que querían hacer cabeza de la guerra, en el sitio que habían tomado, porque con el paso de Lico aseguraban lo de Augusta, y con el de Donavert sobre el Danubio aseguraban lo de Ulma.

     Ellos, contentos con esto, se estuvieron quedos y afirmaron muy despacio en aquel alojamiento. Y Mosiur de Bura en este tiempo, habiendo pasado por Francfort, viniendo por Rotemburg, había llegado cerca de Norimberg, y parecía que los enemigos ya no podían salirse al camino; por lo cual su majestad acordó de esperalle allí en Ingolstat, adonde pocos días después llegó con todo su campo, del cual tengo ya hecha particular relación. El Emperador salió a la campaña el día que él entró, y vio toda la gente del Conde, que era muy hermosa, así la de a pie como la de a caballo; y habiendo reposado dos días, determinó de seguir a los enemigos; y acordó que fuese yendo primero sobre Neuburg; porque no era razón dejar una tierra tan fuerte y tan bien proveída a sus espaldas, especialmente estando sobre el Danubio, que es una ribera tan principal, y que tanto importaba al un campo y al otro; por lo cual su majestad quiso él mismo ir a reconocer aquella tierra, y tomando consigo la caballería ligera y alguna parte de la arcabucería española, se partió de Ingolstat muy de mañana, y llegó a Neuburg a buena hora, adonde anduvo reconociendo la tierra; y para hacello mejor, se apeó, y el duque de Alba con él, en el cual tiempo los enemigos tiraban hartos golpes de artillería menuda y arcabuces.

     Yo no me oso determinar si es bien que un príncipe o capitán general, cuya persona importa el todo, se ponga en estos peligros como un capitán o soldado particular; porque por otra parte veo cuán necesario es que el que es cabeza y gobierna un negocio entienda y conozca por vista de sus ojos cómo está la cosa que quiere re emprender. Así que entre estas dos opiniones yo no quiero dar mi parecer; júzguelo quien mejor lo entendiere.

     Habiendo pues reconocido su majestad aquella tierra, se volvió a Ingolstat, y otro día mandó levantar el campo, y que se echasen dos puentes sobre el Danubio, que con las que había de la misma tierra, eran tres; de manera que en muy breve tiempo pasó el ejército, y se alojó media legua de Ingolstat, camino de Neuburg. Desde este día en adelante caminó el campo en otra razón que hasta allí había caminado; porque hasta aquel tiempo íbamos repartidos en dos partes, que era a vanguardia y batalla. La causa desto era ser el número de nuestra gente tan pequeño, que si hiciéramos retaguardia, cualquiera parte destas tres de nuestro campo fuera tan flaca, que ninguna de los enemigos dejara de ser más fuerte que ella, por ser tan superiores en el número de la gente; y por esto nuestra vanguardia y batalla, que cada una dellas era de dos escuadrones de infantería y dos de caballos, iban más fuertes para lo que pudiese suceder; mas, como digo, de aquel día en adelante hubo para hacer el tercero del ejército; y así, mosiur de Bura una vez iba en avanguardia con el duque de Alba, otras, cuando le cabía, llevaba la retaguardia, porque otras veces la llevaba el maestre de Prusia y el marqués Alberto. Desta manera su majestad en dos alojamientos llegó a media legua de Neuburg, donde el mismo día, dos horas después de comer, vinieron los burgomaestres de la villa (que así se llaman los gobernadores de las tierras de Alemania) a rendille la villa, de su parte y de los capitanes que en ella estaban puestos por el duque de Sajonia y Lantgrave. El rendirse fue a la voluntad de su majestad, porque de los unos y de los otros hiciese lo que fuese servido. Fue gran cosa que un lugar tan fuerte y tan bien proveído y tan cerca del socorro y puente ganada de la misma tierra por donde el socorro podía venir, se rindiese así; y túvose con razón en mucho. En esto tiempo ya los enemigo; habían desamparado a Rain; solamente sostenían el fuerte que habían hecho sobre Lico. Antes desto había habido muchos pareceres que su majestad no debía ponerse sobre Neuburg, por ser tan aparejada para ser socorrida y defendida; mas a él pareció hacello así por otras razones, las cuales sucedieron en esto efecto. Rendida esta tierra, el duque de Alba por orden de su majestad hizo entrar dentro en la villa dos banderas de tudescos, y la gente de guerra que estaba en ella fue metida aquella noche en una isla que hace el río junto al castillo.

     Otro día su majestad, con la orden que el día antes había traído, se vino a alojar en las huertas y arrabales de Neuburg. Allí fueron quitadas las armas a los soldados que habían salido della, aunque pudiera su majestad quitalles también las vidas, que, como rebeldes a su príncipe, tenían pérdidas; pero más quiso mostrar clemencia que severidad, y tomándoles juramento que no serviría contra él, los mandó dar licencia. También la dio a los capitanes, habiéndoles mandado decir que no los castigaba porque sabía que como hombres engañados habían venido a hallarse en aquella guerra. Ellos dijeron que no solamente engañados, mas que por fuerza habían sido traídos a ella. Habiendo estado su majestad tres días en el alojamiento de Neuburg, hizo muestra general del ejército, en el cual se halló número de ocho o nueve mil caballos y cuarenta y ocho o cuarenta y nueve mil infantes, que, aunque era más el nombre, faltaban algunos, así por heridos y muertos, como por otras en enfermedades.

     Después de recibido el juramento de fidelidad de la villa y tierra, y puesto en ella gobernador, se partió a buscar el enemigo, porque su intención era verse con él en lugar igual que se pudiese combatir; y así, deseaba acercársele, y por eso, determinó de pasar el Danubio por la puente de la misma villa, y por otras que allí se hicieron, y fue la vuelta de Donavert, donde, como dije, los enemigos estaban acampados, haciendo cabeza de aquel sitio para toda la guerra; su majestad en dos alojamientos llegó a asentar su campo una legua pequeña del de los enemigos, en una aldea que se llama Marquesen. Había desde allí a Donavert lo que tengo dicho; el camino era poco, mas cuanto a la posibilidad de poderse hacer, la distancia era mucha, por ser todo un bosque espesísimo, y los caminos estrechos; tanto, que por cada uno no cabía más de un carro; y esta espesura comenzaba desde nuestro campo y acababa junto al suyo; y tomaba desde el río Danubio, que estaba junto a nuestra mano izquierda, y iba tornando a la mano derecha, y prosiguiendo siempre, paraba en una villa que estaba dos leguas del campo nuestro, llamada Monham. El Emperador mandó reconocer estos bosques, y viose con cuánta dificultad podía un camino caminar por ellos; mas queriéndose acercar a los enemigos, pareciole que habiendo disposición cerca de su campo de podernos alojar, que haciéndonos señores del bosque, con nuestra arcabucería se podía pasar; y por esto mandó al duque de Alba que reconociese la disposición que había para nuestro campo entre el de los enemigos y el bosque. Y así, el duque de Alba fue otro día con alguna caballería de arcabuceros, los cuales repartió por el bosque en las partes que convenían, y él con algunos pocos que apartó, pasó adelante hasta llegar donde se acababa, que era tan cerca de la trinchea de los enemigos, cuando un tiro de un sacre. El Duque tomó consigo cuatro o cinco, y a pie salió un poco fuera del bosque en lugar donde vía muy bien todo el sitio de las enemigos; los cuales estaban tan atentos en labrar, que no tuvieron cuidado de tirar allí, aunque tiraban a otras partes. El sitio que ellos tenían era desta manera. El bosque que estaba entre el campo de su majestad y el suyo, se acercaba tan cerca dellos, que no había en medio sino un raso, que tenía de ancho cuatrocientos o quinientos pasos. Acabado este llano, comenzaba una descendida harto áspera, y luego una subida de la misma manera. En lo alto de la subida por toda la frente della a la larga de como iba el valle que hacía esta subida y descendida, tenían los enemigos hechas sus trincheas y sus reparos, los cuales iban hasta que por su mano izquierda se juntaban con el bosque. Por aquella parta se tornaba a juntar con su campo, de manera que en la delantera se servían de foso con este valle que tengo dicho, y a su mano derecha se fortifican con el Danubio, y las espaldas con la villa del Donavert y el río Prens que junto a ellas entra en el Danubio. Así estaban los enemigos alojados. Para alojar muestro campo no había lugar; porque, demás de ser el espacio que había entre el bosque y el campo de los enemigos tan estrecho, que era imposible alojar ninguna parte del nuestro, no había ningún medio de tener agua, así por no habella en todo el bosque, como por ser la descendida al Danubio muy difícil y áspera, y juntamente con esto aquel poco espacio que había, donde cuatro banderas no se pudieran alojar, cuánto más el campo todo descubierto de su artillería, estando el suyo muy cubierto de la que contra ellos allí se pusiese. Con esta relación volvió el Duque a su majestad, y viendo que por allí no era posible acercarnos al enemigo por las causas que tengo dichas, su majestad comenzó a pensar qué camino se tomaría para sacar al enemigo de sitio tan fuerte como el que había tomado; porque estar ellos allí y el bosque en medio, era nunca llegar la cosa al cabo, y que la guerra fuese muy más a la larga; y así se acordó que caminásemos a la mano derecha con nuestro campo la vuelta de aquella villa que se llama Bendinguen, dejando a los enemigos a la mano izquierda.

     Es bien saber que el Emperador, demás de haber andado por Alemania muchas veces, y tener entendido parte della, tiene una descripción universal de todo, muy diligentemente hecha; la cual, como los negocios lo requieren, tiene tan estudiada, que verdaderamente comprehendió el sitio de las villas y tierras donde están asentadas, con las distancias de las unas a las otras, que más parece que las ha andado personalmente, que no que las ha visto en pintura; y así, tuvo siempre opinión que yendo con su campo sobre Bendinguen venía a estar alojado junto a Norling, y puesto allí, estaba en tierra de muchas vituallas y a las espaldas de los enemigos, y el sitio aparejado para quitalles todas las que de aquella parte les venían. Entre tanto que el Emperador se vino a resolver en esta determinación, siempre hubo algunas escaramuzas en aquel bosque, porque siempre salían soldados de una parte y otra a buscar lo que había en las aldeas y villas que por allí había; y también algunos caballos salían algunas veces; aunque pocas, y así, los muertos de una parte y de otra no fueron muchos. Y venido el día que el Emperador había de partir, mandó desalojar el campo del alojamiento de Marquesen, y con la orden acostumbrada, haciendo una niebla grandísima, se vino a alojar a Monham, una villa del señorío de Neuburg. Otro día de buena hora desalojó de allí su majestad y vino en litera, por estar malo de su gota; y llegando cerca de Bendinguen el duque de Alba, le envió los burgomaestres que se habían venido a rendir.

     Su majestad tuvo aviso que parecían caballos de los enemigos en la retaguardia, por lo cual la mandó reforzar de alguna arcabucería, porque para la disposición del camino estos eran los más necesarios; y así, les puso en parte donde pudieran aprovechar si los enemigos hicieran otra provisión o diligencia; mas como no la hicieron, no fue necesario que su majestad hiciese otra ninguna. Aquel día se alojó el campo entre Bendiguen y Norling, guardando siempre esta orden. La vanguardia estaba siempre en escuadrón hasta que llegaba la batalla, la cual en llegando, hacía luego sus escuadrones, y alojábanse todos. Esta orden se tuvo en toda la guerra. Alojado pues el campo de su majestad en este alojamiento, se supo cómo el mismo día Norling había recibido banderas del duque de Sajonia y de Lantgrave dentro de la villa, de lo cual se arrepintió bien después, segur las disculpas que dio a su majestad cuando se le rindió. En todo este tiempo no se supo que los enemigos hubiesen hecho ninguna mudanza con su campo, mas de haber puesto aquellas banderas en Norling. Aquella noche, después de alojado todo el campo, se enviaron caballos ligeros a reconocer los caminos a la parte de los enemigos, de los cuales parte de sus infantería y dos escuadrones de caballos y algún carruaje; mas no supieron entender el camino derecho que llevaban. Referido todo esto, el Emperador mandó al duque de Alba que el campo estuviese en orden para cuando amaneciese.

     En este tiempo vino otro aviso que los enemigos caminaban derechos a nuestro campo, y que estaban ya cerca dél. Esto era poco antes que amaneciese; y así, estuvo todo el campo apercibido para cuando viniese el día, el cual amaneció con una niebla tan escura, que della a la noche había poca diferencia. Su majestad cabalgo luego, y por tener la pierna derecha muy mala de su gota, llevaba por estribo una toca de camino; y desta manera anduvo todo el día. Después yendo a la tienda del duque de Alba, almorzó en ella, y allí ordenó que toda la gente de a caballo y de infantería estuviese en sus escuadrones, y no esperar a ordenarlos después que la niebla se alzase; porque si los enemigos venían a combatirnos, lo cual se esperaba que harían, hallasen en nosotros la orden conveniente; y si por ventura tomasen otro camino, y el lugar nos diese ocasión, siendo igual, de presentalles la batalla, la cual Lantgrave tantas veces había prometido de darnos, combatir con ellos. A estas horas, la niebla perseveraba en ser tan oscura, que verdaderamente no sólo no se podían descubrir los enemigos, mas en nuestro campo, con estar muy juntos los escuadrones, no se descubrían el uno al otro.

     Su majestad estaba en la tienda del Duque esperando el aviso que tendría de los enemigos, los cuales en este tiempo, ayudados de la niebla, de la cual verdaderamente pueden decir que fueron ayudados, prosiguieron el camino de Norling, y pasaron dos pasos, en los cuales no pudieron ser descubiertos de nuestros caballos, ni los alemanes que su majestad traía en su campo le supieron avisar dello. Así que, a estas horas, que serían las doce del mediodía, ya estos habían pasado estos dos estrechos, y una ribera donde había un muy mal paso, y ganado las montañas por donde podían caminar hasta Norling, y defenderlas muy bien a quien quisiese ir contra ellos, porque así era la disposición de la tierra. Para hacer este efecto tuvieron harto tiempo, porque caminaron toda la noche y después el día con la niebla tan cerrada, que les servía también de noche; y caminaron con tan buena diligencia, que yo nunca tal pensé de alemanes, los cuales parecen gente perezosa y pesada; mas ellos han mostrado lo contrario porque lo que dellos hemos experimentado y visto en esta guerra, es que, demás de saber llevar su campo muy ordenado y su carruaje muy recogido, y su artillería en los lugares que conviene, todas las veces que se ofrece hacer diligencia, con todo ello la sabe muy bien hacer.

     Y pues he dicho esto, quiero decir otras cosas que es han experimentado desta nación. Y es que con saber llevar el campo como tengo dicho, se saben alojar muy bien, escogiendo sitios fortísimos y seguros, a lo cual siempre ellos tienen más respeto que a las otras comodidades que se requieren para un campo, porque vimos que en Norling estaban fortísimos, y tuvieron más respeto a esto que al agua, que la tenían bien lejos. En Guinguen y en Ingolstat se alojaron conforme a esta razón; de manera que lo que hemos alcanzado dellos es que saben alojarse seguramente. También hay otra cosa que me parece que tienen bien entendida, que es venir a una escaramuza, a la cual ordinariamente salen fuertes, y sábenla muy bien traer. Comiénzanla siempre con sus caballos ligeros que son los caballos negros que ellos llaman, los cuales toman el nombre de las armas que traen, que son unos arneses negros y mangas de malla, murriones cubiertos, escopetas de dos palmos y unos venablos, de lo cual todo se aprovechan muy diferentemente; y cuando su gente de a pie con la escaramuza tiene alguna necesidad, sabenlo bien favorecer. Así que estas cosas, y aprovecharse de su artillería, hácenlo bien; lo demás de romper vituallas a sus enemigos y dalles armas de noche, hacer diligentemente emboscadas, y otras diligencias semejantes a estas que se suelen hacer en la guerra, no les hemos visto hacer ninguna en esta. He querido decir estas cosas porque me pareció que en este lugar no iban fuera de propósito.

     Esta diligencia que digo hicieron los enemigos ayudados de la noche, y después de la niebla, y eran las doce del día cuando ella se empezó a levantar, y así fueron descubiertos sobre las montaras cerca de Norling, las cuales eran de sitio fortísimo para quien las ocupase. Había entre ellos y nuestro campo una ribera, que en pocas partes se podía pasar, si no fuese como se suele hacer, poniendo caballos a la parte de arriba de la corriente, porque en ellos quebrase el agua y bajase al vado; y esta manera de pasar ejército en vista de enemigos, ni era conveniente ni aun posible; y para pasar por puentes, también era difícil y peligroso. Su majestad a esta hora tenía el campo puesto en orden, y el sol era ya muy claro, y andaba mirando los escuadrones con su toca de camino por estribo. Andando así, llegó a él el duque de Alba, que había ido a reconocer el continente que los enemigos tenían. Dijo a su majestad que parecía que los enemigos querían la batalla, que viese lo que era servido: a lo cual su majestad respondió que en el nombre de Dios, que si los enemigos querían combatir, que él lo quería también Estas fueron en suma las palabras que dijo. Y estando así a caballo porque por su gota no se podía apear, tomó la coraza y los brazales, y llego movió con el campo, el cual iba en esta orden. El duque de Alba llevaba campo vanguardia; iba con él mosiur de Bura con toda su caballería e infantería; y en esta vanguardia iba toda la infantería española y luego iba la batalla que llevaba su majestad, con la caballería de su casa y corte, y bandas de Flandes, que eran con estandartes. Allí iba el príncipe de Piamonte, a quien su majestad había dudo cargo en esta guerra del escuadrón de su casa y corte. Iba también allí Maximiliano, archiduque de Austria, con toda su caballería, y el marqués Juan de Brandemburg con la suya. La infantería de la batalla era el regimiento de Madrucho y los italianos. La retaguardia el gran maestre de Prusia; el marqués Alberto el regimiento de Jorge de Renspurg. La vanguardia llevaba diez y seis o diez y siete mil infantes en tres escuadrones, y tres mil caballos. La retaguardia sería de siete o ocho mil infantes en un escuadrón, y más de dos mil caballos. La caballería destas tres partes se repartió conforme a lo necesario, poniendo los arneses negros en los escuadrones y parte que convenía, y la gente de armas con lanzas todo en su lugar. La retaguardia y batalla iban casi a la par, porque en majestad quiso hacer honra a los capitanes que querían que un día como aquel, en el cual se iba a combatir con los enemigos por frente tan ancha, no pareciese que los dejaba atrás.

     Es menester saber que antes que la niebla del todo fuese quitada, el príncipe de Salmona había comenzado una escaramuza con los enemigos, y a esta hora, que su majestad caminaba para ellos, aún la escaramuza andaba bien caliente, y por esta causa su majestad había mandado a mosiur de Bura que pasase ahora un poco con sus caballos, porque era bien estar cerca de la ribera, si por ventura se ofreciese necesidad de pasarla. Estando las cosas en estos términos, ya la batalla de su majestad estaba casi con el paraje de la vanguardia cerca de la ribera. Allí tomando el Emperador al duque de Alba y a otros capitanes, se subieron sobre una montañuela, donde se podía ver lo que los enemigos hacían, que en alguna manen parecían tener semblante de aceptar la batalla, y descender a lo llano que entre la montaña y la ribera estaba, la cual se procuraba de nuestra parte mucho, comenzándoles una escaramuza de nuevo con unos arcabuceros nuestros que habían pasado el agua. Mas ellos nunca dejaron las montañas, y siempre estuvieron firmes en proseguir el camino que habían comenzado, lo cual era ya tan cerca de Norling, que su avanguardia estaba ya en el alojamiento; y por esto su majestad mandó hacer alto a todo el campo y a mosiur de Bura, el cual comenzaba a probar el paso de la ribera con algunos caballos, lo cual se hacía trabajosamente, por ser el paso muy estrecho. Esto era ya muy tarde; mas aquel día se combatiera sin duda ninguna si la niebla no oscureciera a los enemigos tanto tiempo cuanto fue menester para que ellos pudiesen pasar los pasos donde habíamos de venir con ellos a las manos; en el cual tiempo ocuparon estas montañetas que tengo dicho; y después de ocupadas, si ellos bajaran a lo llano, como se procuraba abajallos, cebándoles con las escaramuzas, aunque fuera con alguna desventaja, porque nuestra caballería había de pasar la ribera y no muy en orden, y la infantería muy mojada, peleáramos con ellos. Mas habiéndoles presentado la batalla así, ellos tomaron otro consejo, tomando sitio para su alojamiento, donde con ejército harto menor que el suyo pudieran estar bien seguros. Ya, como tengo dicho, en tarde; por lo cual su majestad acordó de volver a alojar su campo, y los enemigos hicieron lo mismo en aquellas montañas, aunque aquella noche perdieron hartos soldados y carros que nuestros caballos les tomaron.

     Otro día su majestad acordó de partir con su campo y acercarse a los enemigos; y así, con la misma orden que se había tenido el día antes, caminó la vuelta dellos, y tomó su alojamiento a una milla y medía de su campo, donde aquel mismo día hubo una escaramuza de caballo, la cual fuera grande si el tiempo diera lugar; mas era tan tarde, que aun para alijar el campo no se veía; y así, de ambas partes fue retirada. En esta escaramuza el marqués Juan de Brandemburg con treinta caballos de los suyos peleó muy bien; y uno de los duques de Brunzvic, el cual venía con el campo de los enemigos, fue allí herido, y de las heridas murió después en Norling, y otros algunos que eran hombres de cuenta entre los contrarios, fueron muertos y heridos aquel día, y de los nuestros pocos.

     Allí estuvo el Emperador algunos días, en los cuales siempre buscó medio de hacer daño a sus enemigos; mas ellos estaban en sitio tan bueno y tan a propósito de vituallas, que su majestad conoció que era necesario mudar la razón de la guerra, y no estar perdiendo tiempo, campeando contra los enemigos tan sin provecho; los cuales tenían alojamiento tan fuerte, que para sacallos dél convenía más usar de arte que de fuerza, y así su majestad determinó de buscalla, y acordó que fuese quitándoles el Danubio; el cual era tan importante para cualquiera de los dos campos, que a mi juicio mucha parte de la victoria consistía tenelle ganado; porque las villas que están sobre él son de mucha importancia, por ser señores de las puentes que pasan a Baviera y a mucha parte de Suevia; y en aquel tiempo los enemigos tenían todas aquellas que estaban desde Ulma a Donavert; y así eran señores de grandísima vitualla y tenían los pasos de Augusta muy a propósito. Pues viendo su majestad cómo, ganada aquella parte contra los enemigos, ellos perdían mucho, y él ganaba gran reputación y se hacía señor de lugares muy necesario para dañar Ulma y Augusta, que eran dos muy principales fuerzas de la liga, hizo una cosa muy bien considerada y fue mandar que todos aquellos días siempre se mostrase alguna gente nuestra a los enemigos y una noche envió al duque Octavio con la caballería e infantería italiana y a Xamburg con sus alemanes y doce piezas de artillería; y mandoles caminasen con diligencia a Donavert, el cual estaba de nuestro campo tres leguas; y dándoles orden de la manera que habían de tener, ellos pusieron tan buena diligencia que antes del día estaban sobre la villa, la cual comenzaron de batir sin asestarle artillería, y a escala vista tomaron el arrabal, y luego se rindió la villa, saliendo huyendo por la puente dos banderas de infantería que allí habían dejado de guarda el duque de Sajonia y Lantgrave. Y paréceme que es razón declarar aquí una cosa, porque quien esto le hiere podrá ser que desee sabello: cuántos soldados eran una bandera, o dos o tres, porque muchas ves hago memoria aquí del número de las banderas, y no del de la gente; y así, es bien que se sepa. Una bandera de tudescos lo más ordinario es de trecientos hasta cuatrocientos hombres, y todas las que su majestad dejaba en guardia destas tierras, eran alemanes. Esto entendiendo, no será menester referillo muchas veces. Tomado Donavert dejaron allí dos banderas de guardia, y todo el resto de la gente volvió al campo de su majestad con el artillería. Los enemigos no supieron ninguna cosa desta empresa hasta otro día después, porque aunque estábamos a milla u medía en un campo del otro esto fue también ordenado y con tanta diligencia, que no pudieron tener inteligencia que fuese a tiempo de proveer nada contra ella. Acabado este negocio, que importaba harto, por el sitio que tengo hecho que tiene aquella villa su majestad se levantó de aquel alojamiento, y en un día con todo su campo fue a Donavert, y allí se alojó, teniendo a sus espaldas la villa y a mano izquierda el Danubio.

     Aquel día los enemigos no se movieron, ni pareció más gente de a caballo de la que tenían ordinariamente en su guardia, ni tampoco en ninguna cosa nos hicieron estorbo en caminar; de lo cual yo me maravillo teniendo ellos tanta gente de a caballo siendo pláticos de la tierra, y sabiendo que había pasos que por fuerza los habíamos de pasar no con mucha orden o que queriendo nosotros pasar con ella, habíamos de estar hecho alto y perdiendo tiempo, y desta manera ser forzados de alojarnos. De lo cual se pudieran seguir otros muchos inconvenientes que se suelen seguir de no alojar bien; aunque su majestad había proveído contra lo que ellos pudieran hacer, poniendo el arcabucería española y italiana en lugares dispuestos para ella, y haciendo la retaguardia convenientemente fuerte según la disposición del camino, el cual no daba lugar sino a que el campo caminase muy en hilera, así como tengo dicho. El Emperador llegó cerca de Donavert, donde estuvo aquella noche, y otro día de mañana, por la ribera del Danubio arriba se fue con el campo a Tilinguen, que es una villa del cardenal de Augusta sobre la ribera, con una puente muy buena. Nuestro camino era ancho, por ser todo campaña rasa, teniendo a nuestra mano izquierda el Danubio y a la derecha unos bosques muy anchos y muy espesos los cuales estaban en nuestro campo y el de los enemigos y siempre iban prosiguiendo hasta llegar a acabarse junto al río Prens, que es tres leguas sobre Tilinguen, y entra en el Danubio, y la campaña por donde caminábamos tiene el mismo término. Así que, caminando, llevábamos a nuestra mano derecha estos bosques, en los cuales hay dos o tres caminos, que los han de travesar los que de Norling quisieren venir a Tilinguen. Pues llevando su majestad este camino, se le vino a rendir una villa llamada Hochtet con un buen castillo sobre el Danubio, y después Tilinguen se envió a rendir, la cual había sido tomada al cardenal de Augusta por los enemigos, y tenían dentro della una bandera de guarda, mas ésta se salió subiendo la avenida de su majestad, y él se alojó aquel día con su campo entre Tilinguen y Lauguinguen, la cual es una villa que está una milla más adelante de Tilinguen, con puente sobre el Danubio; lugar fuerte de sitio y de razonable fortificación. En ésta tenían los enemigos tres banderas y la que salió de Tilinguen se entró allí, y con ella fueron cuatro. Mas aquella noche, siendo requeridos por el duque de Alba que se rindiesen a su majestad, respondieron muy bravos, diciendo que no querían, porque otro día esperaban socorro del duque de Sajonia y del Lantgrave; mas viendo aquella noche demostraciones de ser batidos, otro día tomaron otro consejo, y antes que amaneciese salieron por el puente llevando el camino de Augusta. Los burgomaestres de la villa se salieron a rendir al Emperador, dándole por disculpa que antes lo hicieran si la gente de guerra que dentro estaba no se lo hubiera estorbado. En este tiempo su majestad tuvo aviso que el duque de Sajonia y Lantgrave venían, y que traían el camino derecho de Lauguinguen; a lo cual se dio crédito por haberlo dicho el día antes la gente de guerra que en ella estaba, que otro día esperaban ser socorridos; y así, mandó que el campo estuviese en orden para ir a tomar cierto paso, el cual aunque era ancho, y no áspero, era harto conveniente para combatir con los enemigos, los cuales no podían venir por otra parte habiendo de venir a Lauguinguen; y viniendo por allí, no se podía dejar de combatir, o habían de volver atrás, viéndonos a nosotros. Si combatían, su majestad tenía su campo en sitio bastantemente bueno; si ellos volvieran atrás, perdieran su negocio; y así, de una manera o de otra, pienso yo que aquel día se echara a parte esta empresa tan porfiada. Mas estando las cosas en estos términos, la villa de Lauguinguen se vino a rendir, y así se supo de los della que no sólo no se esperaba socorro del duque de Sajonia y del Lantgrave, mas que Xertel había estado allí aquella noche con sesenta caballos, y había sacado las cuatro banderas y llevádolas a Augusta. Luego tras Lauguinguen se vino a rendir otra villa llamada Gundelfinguen, que está asentada cerca del río Prens. El duque de Alba, por orden de su majestad, hizo que Juan Batista Sabelo con la caballería del Papa siguiese a Xertel y a estas cuatro banderas, y envió con él a Aldana y Aguilera con sus dos compañías de arcabuceros españoles a caballo, y a Nicolao Seco con la suya de italianos; y púsose tanta diligencia, que los alcanzaron, aunque Xertol con los caballos ya había ido delante; y con las cuatro banderas tuvieron una buena escaramuza, en la cual les tomaron hartos soldados y tres piezas de artillería que desde Lauguinguen llevaban a Augusta. Con esto se volvió Juan Batista Sebelo al Emperador, el cual aquel mismo día, dejando en Lauguinguen dos banderas, se alojó con todo su campo pasado el río Prens, sobre su ribera, en una aldea que se llama Solten, tres leguas de Ulma, adonde su majestad iba porque teniendo ganadas las tierras que quedaban sobre el Danubio, y habiendo tomado la delantera a los enemigos, quería apretar aquella ciudad, poniéndose en sitio que si ellos viniesen a socorrerla, pudiésemos combatir con ventaja, lo cual estaba claro que ellos habían de procurar, si no la querían dejar perder; y así, ordenó de partir otro día. Mas a la hora que el campo había de levantarse, algunos caballos ligeros que su majestad había enviado el día antes a la banda de los enemigos, vinieron con aviso que caminaban; y fue necesario, hasta reconocer lo que ellos determinaban de hacer, que su majestad no desalojase su campo; y así, envió de nuevo más caballos que reconociesen el camino que los enemigos traían, los cuales habían partido el día antes de su alojamiento sobre Norling, y caminado dos leguas muy grandes, y aquel día quedábales poco camino hasta el alojamiento que tomaron después Y haberse reconocido esto tan tarde, no fue en todo por culpa de nuestros descubridores, que no siendo naturales de la tierra, no eran pláticos della; y así, estuvieron mucho tiempo sin entender a qué parte se enderezaba el camino de los enemigos, y algunos alemanes que trujeron aviso desto estuvieron tan desatinados, que ninguna cosa cierta supieron referir.

     Ya en este tiempo los enemigos estaban tan adelante, que saliendo el duque de Alba a reconocer la disposición de la parte por donde se pensaba que ellos enderezaban su camino, sus atambores se oían muy claros, y comenzaba a parecer alguna gente suya. Y así, su majestad cabalgó con algunos caballeros, y tomando al duque de Alba en su compañía, se subieron a una montañuela donde ya muy cerca venía la vanguardia de los enemigos, la cual traían muy reforzada de gente a caballo, y su infantería a la mano derecha cerca de unos bosques, y algunas piezas de campaña, con las cuales comenzaron a tirar muy bien, porque Lantgrave hace profesión de saberse aprovechar de su artillería, y en esta guerra a mi parecer, o gobernándola él a sus capitanes (que desto yo no sé a quién se debe dar la gloria), ellos han sabido traella muy diligentemente. Después que su majestad hubo muy bien mirado la manera que los enemigos tratan, y entendido que iban la vuelta de Guinguen, que es una villa asentada una legua de nuestro campo, el río Prens arriba, él se volvió a su alojamiento, y los enemigos se alojaron sobre esta villa y sobre el mismo río. Hubo en este tiempo un poco de escaramuza, mas no cosa de mucha cualidad. Aquel día pareció a algunos que fuera bien combatir con los enemigos; mas venidas a sacar en limpio todas las razones, se averigua que cuando se reconoció que ellos estaban en parte donde hubiera lugar para dar la batalla, por ser allí los bosques más abiertos, estaban ellos ten cerca de su alojamiento, que no había tiempo para sacar ningún escuadrón del nuestro antes que ellos llegasen al suyo, ni había lugar de poner en orden el campo, como había de estar, especialmente habiendo de pasar el río Prens, que estaba entre los unos y los otros, tan hondo, que no se podía pasar sin puentes, y para echallas era menester tiempo, porque hablen de ser muchas para que pudiese todo el ejército pasar con la diligencia necesaria, habiendo de combatir. Así que, la falta desto, si fuese falta, estuvo en ser los enemigos reconocidos a tiempo quo ya no le había para hacer cosa con él, y esto fue por hacer los reconocedores tan diversas relaciones, que cuando se vino a saber la verdad, era ya pasada la ocasión, si alguna hubo.

     Yo, considerando muchas veces en las guerras que con su majestad me he hallado, estas cosas, he visto que por la mayor parte siempre han faltado hombres que, aunque pláticos de la tierra y naturales della, hiciesen averiguada relación de lo que a los enemigos tocaba, y por esto muchas veces era necesario andar a tiento, como quien anda a oscuras y conjeturando, por no ser bastantes los avisos que estos descubridores tratan. Yo no sé determinar que sea la causa, sino es lo que César dice de Considio, muy valiente y muy experimentado soldado suyo, que enviándole a reconocer los enemigos, vía a Labieno, capitán de César, en el monte que convenía tener contra los enemigos, y andando Considio mirando y reconociendo aquella gente, satisfecho de habello visto bien, volvió a Cesar, y le dijo que el monte que había mandado a Labieno que tomase, ya lo tenían los enemigos ocupado, y que esto había él muy bien reconocido, porque conoció muy claras las armas y banderas francesas. Este error de Considio fue causa que César estuviese puesto en escuadrón aquel día y no hiciese nada, y que los helvecios (en cuya guerra esto acaeció) tuviesen tiempo de mudar alojamiento a su ventaja; y dice César que Considio, teniendo temor, le habían parecido otra cosa de lo que había visto; y así, había referido lo que le había parecido, habiendo relación diversa de lo que era. Este ejemplo me parece muy semejante a la materia que se trata, porque nuestros descubridores, por no llegar tan adelante que viesen a los enemigos, o después de vistos, teniendo algún recelo, pocas veces han referido tan entera relación como era menester, y esto no falta de diligencia de los que tenían el cargo de mandarlo; y podría también ser que allende del miedo, que ciega en actos semejantes, también la infidelidad de los descubridores o la limitación del premio tuviese la culpa desto. He hecho esta disgresión por parecerme algo conveniente en este lugar.

     Vuelto él hacia a su alojamiento los enemigos hicieron muestra con algunos escuadrones de caballos de venir por un llano hacia él, y habiendo una pequeña escaramuza, como tengo dicho, se volvieron al suyo, el cual, aunque estaba dividido entre sí por algunos valles y arroyos que le atravesaban cada parte del, era fortísimo; porque, como ya se ha dicho, esto sabenlo muy bien hacer.

     Aquel día en la noche su majestad trató en la ida de Ulma, y después de muchas opiniones, finalmente otro día se tomó resolución de mudar el campo, porque se entendió que ya los enemigos habían enviado a Ulma los tres mil suizos y mil y quinientos soldados de la misma tierra, y que esta era bastante gente para defensión de aquella ciudad, la cual estando así, no era razón ponerlo sobre ella, dejando a las espaldas un ejército de noventa mil hombres; los cuales estaba claro que en dejando nuestro alojamiento se habían de poner en él, y ocupado, nos quitaban las vituallas con gran facilidad, porque no nos podían venir por otra parte sino por allí, y quedaban señores de todas aquellas villas que sobre el Danubio habíamos tomado; porque poniéndose donde digo les quitaban del todo la esperanza de ser socorridas. Así que, la razón de ir sobre Ulma, estando proveída y su socorro lejos, fuera necesario mudarse, por estar ya proveída y su socorro cerca, con todas las otras particularidades que tengo dicho. Ya la manera de la guerra se nos habría vuelto en hacella de alojamiento a alojamiento, porque ambos estaban asentados a vista el uno del otro. De esta manera cada día había escaramuzas, y como eran tan continuos los enemigos a salir a ellas, el duque de Alba ordenó que se hiciese una escaramuza algo más gruesa que las ordinarias; y así, otro día de mañana se emboscaron tres mil arcabuceros en el bosque que estaba junto al Prens, hacia los enemigos cuanto seiscientos pasos; y enviando al príncipe de Salmona con algunos caballos suyos, sacó a los enemigos luego, porque comenzó a hacer daño en algunos desmandados que estaban delante de su alojamiento; y ellos salieron, viendo esto, tan en grueso como acostumbran salir, así de caballos como de arcabuceros a pie, partidos según su costumbre, parte sueltos y parte en escuadrones. El Príncipe lo supo también traer, que los metió en el mismo lugar que les habían ordenado. Allí hubo una buena escaramuza, así entre los caballos como entre los arcabuceros, y cayeron muchos de los enemigos, los cuales después se veían por aquella campaña tendidos con sus bandas amarillas, que desta color las traían ellos. En esta escaramuza se aprovecharon de su artillería, como siempre lo suelen hacer, y con todo esto recibieron muy bran daño de nuestra arcabucería; y aunque sus caballos cargaban muy en grueso, los nuestros ligeros los sostuvieron y tornaron a cargar muy bien, porque andaban entre ellos muchos caballeros principales de todas las naciones que servían allí a su majestad. Mas porque algunas cosas que habían ordenado el Duque la noche antes no se pusieron en efecto, conforme a lo que estaba determinado, y hubo en ellas alguna negligencia, su majestad mandó retirar la escaramuza; lo cual fue con tan buena voluntad de los enemigos, que juntamente se retiraron ellos.

     Viendo su majestad como los enemigos salían siempre en siendo provocados, acordó de hacelles algún daño señalado; y así ordenó que un día fuesen los caballos ligeros a las trincheras de los enemigos, para que escaramuzando lo sacasen dellas, y puso la caballería tudesca repartida en diez parte del bosque, donde podía estar encubierta, y mandó meter por el arcabucería española y italiana, y todo el resto del campo hizo estar en orden para que lo fuese necesario, y juntamente con esto hizo poner cubiertas algunas piezas de artillería en partes muy convenientes, y mandó al príncipe de Salmona que con los caballos ligeros hiciese lo que le estaba ordenado, que era sacar los enemigos como los días pasados había hecho; así, salieron de su campo dos escuadrones de caballos bien gruesos, los cuales nunca se apartaron de sus trincheras, sino tan cerca dellas que su artillería los podía ayudar, y escaramuzaron con los nuestros; y esto creo yo fue por una de dos cosas: o porque ellos supieron la orden que en nuestro campo se había tomado, o porque, escarmentados de la otra escaramuza pasada, no osaron llegar al lugar donde habían recibido tanto daño. Así, todo aquel tiempo que se esperó que ellos se cebarían en nuestros caballos, estuvo nuestro campo en orden; mas los enemigos, habiendo escaramuzado gran parte del día, se volvieron a su alojamiento, y ya tarde el Emperador al suyo; el cual, viendo que aquí no había habido efecto su designio, el cual, como tengo dicho, era romper la mayor parte que pudiese de los enemigos, pues ellos estaban alojados de manera que otra cosa no se podía hacer, ordenó que, pues de día no se había podido poner en efecto lo que se había ordenado, que se probase de noche; y así, se ordenó una encamisada en la cual iba toda la infantería española y el regimiento de Madrucho, y el gran maestre de Prusia, y el marqués Alberto con su caballería. Con esta gente partió el duque de Alba aquella noche de nuestro campo, y en partiendo, el Emperador mandó apercebir la resta del, y el se fue a esperar en campaña el aviso que el Duque le enviaría para proveer conforme a lo necesario. Y así estuvo con algunos caballeros; a los cuales mandó que le acompañasen armado de su gola, y corazas, y cubierta una lobera, y porque la noche era larga y frigidísima, se puso a dormir en un carro cubierto, al cual en Hungría llaman coche, porque el nombre y la invención es de aquella tierra. Y así estuvo esperando los avisos que ternía, para socorrer a lo que fuese necesario.

     Ya en este tiempo el duque de Alba con gran diligencia había llegado a media legua del campo de los enemigos; mas reconociendo que sus centinelas y guardias estaban reforzadas, sospechando lo que era, mandó hacer alto a la gente; y reconocido mejor lo que los enemigos hacían, se vio claramente cómo estaban avisados, porque tenían encendidos muchos fuegos y gran número de hachas y faroles, los cuales andaban de escuadrón en escuadrón. Así que, por esta causa, y por tener ellos sitio y fortificación tan grande, que aunque no estuvieran avisados y apercibidos, como estaban, se había de porfiar mucho si con ellos se llegara a las manos, no hubo lugar la buena orden que en esto se había dado. Después se supo que aquella noche los enemigos habían sido avisados cuatro horas antes que nuestra gente llegase, por una espía suya que salió de nuestro campo. Pasando esto así, el Duque tornó con la gente al alojamiento antes que amaneciese, y su majestad también a la misma hora. Pienso yo que si los enemigos no fueran avisados a tan buen tiempo, recibieran aquella noche en su campo un notable daño, porque de la orden que se había dado y de la gente que iba a ejecutalla no se esperaba otra cosa.

     Ya la guerra parecía que era tornada a los primeros términos, y que los enemigos estaban en alojamiento muy seguro y muy de asiento en él, por lo cual el Emperador comenzó a buscalles otra entrada, y así se empezó a platicar. Mas entre tanto que su majestad esto trataba, nunca se dejó de hacer daño a los enemigos, rompiéndoles sus vituallas, matándoles los sacomanos y forrajeros, y dándoles armas de noche, que es cosa que a cualquiera nación suele enojar, especialmente a esta.

     Entre otras cosas, un día, por orden de su majestad, el príncipe de Salmona con sus caballos ligeros, y mosiur de Barbason, caballero de la orden del Tusón, flamenco, con parte de la caballería de mosiur de Bura, fueron a encontrar la escolta que los enemigos hacían a su vitualla, y no muy lejos del campo dellos encontraron con dos escuadrones de caballería de los suyos hato gruesos, y pelearon tan bien, que los enemigos fueron desbaratados u muertos, y presos muchos dellos, y un estandarte tomado con el alférez que lo traía. Y acaeció una cosa, que me pareció dile es bien escribilla; y es que aquel caballero que tomó el alférez con su estandarte era de la caballería de mosiur de Bura, y este había un año antes, en el mismo día que esto acaeció, muerto en otro reencuentro a un hermano deste mismo alférez que aquí prendió, y le había tomado otra bandera. Con esto se volvió el Príncipe y mosiur de Barbason a su majestad, habiendo ganado muchos prisioneros y muerto muchos enemigos, y traído un buen número de caballos de carro, que no fue poco daño para su caballería. Destos trujeron muchos los caballos ligeros, y algunos arcabuceros españoles quo con Arce se habían hallado aquel día por aquel bosque. También hubo otras escaramuzas en estos días, las cuales hacían los caballeros que por su pasatiempo iban a ver el campo de los enemigos, más que por otra orden ninguna; y así, a sus trincheas las comenzaban, y siempre había heridos de unas partes y de otras, aunque los menos no eran de los enemigos.

     Habiendo el Emperador determinado de mudar alojamiento por muchas causas, y entre ellas era ver que de la empresa de Ulma no se debía ya tratar, por estar aquella tierra en la orden que convenía para defenderse, y junto con esto, que nuestro alojamiento se dañaba, así por la enfermedad de los soldados como por el lodo grandísimo que comenzaba, el cual parecía que a crecer un poco, quedaría nuestra artillería inmovible, no solamente para poderla sacar de allí, más para aprovecharnos della estando en aquel sitio; y por esto, y viendo ya que no se podía ni se debía ir adelante, pareció más conveniente cosa volver al alojamiento de Lauguinguen, por ser aquel lugar más oportuno por las cosas necesarias, En este alojamiento, antes que su majestad partiese del, murió el coronel Jorge de Renspurg, soldado viejo y que en todas las guerras del Emperador en que se había hallado lo había tenido muy bien. Casi en este tiempo el cardenal Fernesi, sobrino de su santidad, que había venido por legado suyo en esta guerra, se volvió a Roma, por algunas indisposiciones que en su salud sentía. Partiendo el Emperador del alojamiento de Solten en la orden acostumbrada, vino a alojarse Lauguinguen.

     Aquel día los enemigos no hacían otra demostración sino fue mostrarse un escuadrón de cuatrocientos caballos a vista de nuestro campo. Hay, muchos pareceres que el duque de Sajonia y Lantgrave quisieran pelear aquel día, lo pudieran hacer con comodidad y ventaja, porque en aquel tiempo habían reforzado su campo de quince mil hombres de Vitemberg, a los cuales llamaban los villanos; mas los villanos de aquella tierra son, que no ha muchos años que dieron la batalla a veinte y cuatro mil suizos, y ganaron la victoria; y siendo ellos así reforzados, a nosotros nos faltaba gente, porque de nuestros alemanes altos y bajos habían enfermado muchos, y de los españoles, así por dolencia como por estar en correrías, faltaban aquel día hartos. De los italianos no había cuatro mil, porque los demás eran muertos y vueltos. Mas como digo, los enemigos no hicieron otra demostración ni se quisieron aprovechar de ninguna comodidad de las que pudieran tener para combatir.

     Después que el Emperador partió de Solten, y se alojó en Lauguinguen, le vino nueva cómo el campo del Rey su hermano había, desbaratado al duque Juan de Sajonia, y que él y el duque Mauricio tenían tomada la mayor parte de aquel estado; lo cual, porque más presto fuese significado a los enemigos, o porque si ya lo sabían viesen que lo sabíamos nosotros, mandó hacer una salva de artillería muy grande. Todo el tiempo que su majestad estuvo alojado en Lauguinguen, cabalgaba cada día a caballo, y visitaba todo el campo con la campaña en torno, como es costumbre suya muy ordinaria en todas las guerras que se halla, y no dejaba de mirar los lugares que los enemigos podían ocupar contra él o él contra ellos; los cueles habían venido dos o tres veces a reconocer un castillo que estaba guardado de cincuenta españoles, una milla de nuestro campo; mas siempre se reconocía a tiempo que no se les podía hacer ningún daño; y así lo hicieron un día, que de cerca del castillo llevaron ciertas veces, en el cual siendo seguidos, estuvieron cerca de recibir un gran daño del cual se escaparon por una buena diligencia. Mas el Emperador, que aquel día había cabalgado con la caballería para este efecto, fue adelante hacia el campo de los enemigos, y consideró que tomando un alojamiento más cerca dellos, se podría desde allí hacer algún buen efecto, y como otras veces había hecho, anduvo mirando todos aquellos lugares, y entre ellos reconoció uno con la disposición a su propósito, y después de visto se volvió a su alojamiento a su campo de Launguinguen; el cual estaba ya tal por los lodos que en él había, que no parecía poderse sufrir, y el tiempo era tan recio, que los soldados y toda la otra gente de guerra pasaba gran trabajo; y por esto hubo muchos pareceres, y todos conformes, que su majestad debría alojar su campo en cubierto, y repartillo por guarniciones convenientemente puestas, y que desde ellas se hiciese la guerra; mas él hacía fue de muy contraria opinión; y por esto, siguiendo la suya misma, prosiguió la guerra; el cual fue tan saludable consejo, como después se vio por experiencia. Estando pues así nuestro alojamiento tan lleno de lodo, que aún los carros de la vitualla no podían llegar a él, su majestad determinó de ir al otro que él había reconocido, llevando el campo en dos partes, la infantería y artillería por la una y por la otra más a la banda de los enemigos, la caballería. Aquel día me parece a mí que los enemigos debieran y aun pudieran venir a combatirnos, porque tenían el camino para venir contra nuestra caballería muy ancho y muy desembarazado, y nosotros nuestra infantería y artillería lejos. Hasta ahora yo no he entendido por qué lo dejaron, si no fue por no saber con tiempo la orden y el camino que llevábamos, el cual fue forzado que él hacía le repartiese, así como tengo dicho, por ser la disposición del de manera que no sufría otra cosa, a causa de los muchos bosques que en el había, y era muy necesario hacerse este camino para tomar aquel alojamiento. Alojado su majestad allí adonde digo con todo el campo, fue gran contentamiento, para todo el ejército; porque este alojamiento, al cual después llamaban los soldados alojamiento del Emperador, era muy enjuto y muy diferente del que habíamos dejado. Tenía mucha leña y mucha agua, y las vituallas podían venir a él con más facilidad, y tenían sitio harto fuerte, porque en el frente contra los enemigos teníamos una montañeta que parecía hecha a mano. Sobre ella estaba asentada nuestra artillería, que tiraba por toda la campaña. A la mano derecha teníamos un lago y unos pantanos, a la izquierda unos bosques, que también aseguraban las espaldas por ser muy extendidos, y estábamos tan cerca de los enemigos, que nuestras guardias y las suyas escaramuzaban ordinariamente. El Emperador, después desto, mandaba que nuestros caballos cortasen las vituallas a los enemigos; lo cual se hacía con tanta diligencia y tan bien, que por todas las partes que les podían venir corrían nuestros caballos ligeros y arcabuceros de a caballo; y así, los caminos de Norling y de Tinchspin hasta los de Ulma estaban llenos de gente muerta y carros quebrados y vituallas derramadas; y por nuestra parte se les daban tantas armas de noche y escaramuzas de día, que nunca tenían comida segura ni sueño reposado. Después que nuestro campo se alojó en este alojamiento; llamado del Emperador, nuestra ventaja comenzó a ser muy conocida y los enemigos comenzaron a ser más remisos en las escaramuzas, a las cuales ya no salían con aquel vigor ni con aquella verdura que solían; y así, los nuestros llegaban a sus trincheas, de las cuales ellos salían pocas veces. Solamente mostraban con su artillería la voluntad que tenían de la escaramuza, porque con los cañones la hacían ya de su fuerte, y con esto muchas veces les tomaban prisioneros de junto a su campo. Y no sólo se les apretaba por aquí, mas fue tanta la necesidad que comenzaron a pasar, especialmente de pan, que muchos prisioneros confesaron que habían estado cinco días sin él, y junto con esto, fue con ellos gran espanto ver que en tiempo que ellos podían pensar que el Emperador había de apartarse dellos y alejarse, entonces se les acercaba más, y tenía la campaña con determinación de echallos della. Lo cual podía muy bien entender, viendo el sitio que su majestad había tomado; y porque los enemigos fuesen más apretados, determinó que se reconociese una montañeta que estaba a caballero dellos, de la cual se podía batir su campo muy fácilmente. Ésta se reconoció, yendo a escamuzar a las trincheras de los enemigos por una parte y por otra. El duque de Alba, con algunos capitanes y caballeros, vio la disposición que tenía tan a propósito, y el Emperador acordó de tomalla y alojar allí su campo. La orden que para ellos se había de tener era muy buena; y hiciérase así como estaba ordenado, si en este tiempo la ciudad de Norling no enviara a tratar de rendirse a su majestad; porque era tan importante, que teniendo esta, no era menester otra diligencia para desalojar los enemigos; pues poniendo gente de a caballo en ella, se les podía quitar todas sus vituallas, y se les ponía en el campo una hambre y una necesidad más brava que ninguna artillería.

     En estos días los enemigos estaban ya tales, que acordaron que el duque de Sajonia y Lantgrave que se escribiese una carta al marqués Juan de Brandemburg, en nombre de un caballero, criado de su hermano el Elector, y la sustancia della era, que este caballero rogase al marqués Juan que hablase al Emperador, y le dijese que teniendo allá entendido que él era un príncipe muy puesto en razón, y que no le parecían mal cualesquier medios de paz, le hablase en ella, poniéndole delante el bien que sería para toda la Germania, y para esto ofrecían ciertas capitulaciones, que algunos años antes dicen que habían tratado con el duque Mauricio, tocantes a la religión, de las cuales no me acuerdo, sé que eran harto ventajosas para los católicos, aunque no tanto cuanto su majestad, con ayuda de Dios, pretende que sean. Esta carta escribió este caballero que se llamaba Adam Trop, que es canciller del elector de Brandemburg, con todas las palabras que pudo para inducir al hermano de su señor a que lo tratase con su majestad, y con toda la disimulación que le fuese posible para encubrir la necesidad y flaqueza que todos ellos tenían. Esta carta trajo una trompeta al marqués Juan, y él, haciendo relación dello al Emperador, con acuerdo de su majestad le respondió que si el duque de Sajonia y Lantgrave ponían sus personas y sus estados en las manos de su majestad, que él entonces de muy buena gana les hablaría en la paz; mas que no haciendo esto, no se había de tratar della. Oída por ellos esta respuesta, tornaron a escribir por la misma vía, diciendo que los negocios que tocaban a personas y estados requerían mucha deliberación, y que por esto, si les parecía que viniese él y el conde de Bura, y que saldrían el duque de Sajonia y Lantgrave, y que en un, lugar, donde los pareciese, en la campaña, todos cuatro tratarían destos negocios, y hablarían en ellos más largamente. El marqués Juan, por orden de su majestad, le tornó a enviar por respuesta las mismas palabras que antes había escrito. Así estuvieron los enemigos, sin replicar a esto más.

     En este tiempo, los de Norling, o por disimulación o por no poder echar las banderas que estaban en su guardia puestas por el duque de Sajonia y Lantgrave, tratan a la larga el trato de rendirse, y por esto a su majestad le pereció el llevar a efeto el tomar la montañeta, y desalojar al enemigo por fuerza; porque ya el estar en campaña era dificilísimo, y su majestad tenía voluntad que este negocio se llevase al cabo. Y así, determinó que la víspera de Santa Catalina se levantase nuestro campo, y el día se batiese el de los enemigos, y mandó al duque de Alba que con las diligencias necesarias pusiese la orden que para esto estaba concertada; porque, pues lo de Norling parecía que se dilataba, él quería tomar este otro medio, pues era camino más corto para echar a los enemigos de su campo. Esto era ya a 20 ó 21 de noviembre, en el cual día hubo una escaramuza, en que fue preso un cuñado de Lantgrave, hermano de otra mujer que ha tomado, y así tiene dos; que esta licencia de dos mujeres debe hallar en sus evangelios.

     A 27 de noviembre el Emperador tuvo aviso cómo los enemigos se levantaban, y este nueva vino poco antes de mediodía, porque la espía que la trajo, aunque era natural de la tierra, por la niebla que hizo aquel día, se desatinó y perdió el camino; y así, hasta que ella se levantó no acertó a venir a nuestro campo; y a esta causa se vino a saber el aviso, ya que eran partidos y puesto fuego a su alojamiento. Súpose que aquella tarde antes habían enviado su carruaje y su artillería gruesa delante, y desde la medía noche comenzó su infantería a caminar, dejando por retaguardia toda la caballería con todas las piezas de campaña, que solían traer en la vanguardia. Venido este aviso, el Emperador mandó que algunos caballos ligeros fuesen a reconocer claramente su partida. No se vía centinela suya, todas las trincheas estaban desamparadas. Después de haber enviado su majestad estos caballos, él con la caballería de mosiur de Bura partió luego, y mandando que la otra caballería tudesca le siguiese, hizo, que toda la infantería estuviese en orden para lo que él enviase a mandar, y hizo que luego caminasen seiscientos o setecientos arcabuceros españoles, que más expedidamente pudieron ser por entonces sacados, y él con los caballos que consigo había tomado llegó al campo de los enemigos; los cuales estaban ya bien lejos del, y habían dejado muchos dolientes, porque a la verdad partieron con razonable diligencia. Su majestad pasó de aquel alojamiento, donde había hallado ya el duque de Alba, y allí le vino aviso que los enemigos parecían tres millas italianas más lejos, y por esto ordenó que los caballos los comenzasen a seguir, entreteniéndolos con escaramuzas. El duque de Alba pidió a su majestad la caballería de mosiur de Bura, y su majestad se la dio, siguiéndole siempre con la otra tudesca. Ya los caballos que su majestad había enviado que procurasen de entretener los enemigos escaramuzando con ellos, estaban revueltos con los desmandados que ellos traían en su retaguardia, y habían comenzado una buena escaramuza; mas no por eso los enemigos dejaban de caminar, ganando siempre tierra, hacia una montañeta donde tenían mil arcabuceros; y habían pasado de la otra parte della toda su caballería, excepto dos estandartes, que quedaban sobre ella juntos a los arcabuceros, cuando el Duque, con la caballería que llevaba y aquella con que su majestad seguía, llegó a vista dellos casi una milla, la cual en siendo descubierta por ellos, desampararon aquella montañeta, así los caballos como los arcabuceros, y bajaron de la otra parte a un llano que estaba en el camino que su ejército llevaba. El Duque puso la diligencia posible en caminar con los caballos y con los arcabuceros españoles que he dicho; y así, ocupó la montañeta que los enemigos habían desamparado, desde la cual hasta otra montañeta más alta que estaba en el mismo camino que ellos llevaban, podía haber una gran milla italiana, y el espacio que había entre estas dos montaña todo era llano y descubierto.

{cortar}

     Los enemigos pusieron en esta montaña que digo seis piezas de artillería, con las cuales hacían todo aquel raso, por donde ya ellos, bajados de la montañeta que el duque de Alba había ocupado, caminaban, llevando a su mano derecha junto a un bosque, sus arcabuceros y su caballería repartidos por el llano en ocho o nueve escuadrones. Nuestros caballos ligeros comenzaban a escaramuzar con algunos desmandados de los enemigas, y un estandarte de arneses negros, que con arcabuceros de a caballo (como antes de ahora tengo dicho), por orden del Duque habían bajado de la montaña para hacer la escaramuza más gruesa, cuando su majestad con la otra caballería estaba ya cerca. Mas los enemigos en este tiempo a muy buen trote ganaron tanto camino, que se pusieron debajo de su artillería, la cual comenzó a defendellos batiendo los nuestros, y sus arcabuceros por la orilla del bosque con paso harto largo se vinieron a juntar con la infantería que tenían en guardia de su artillería, la cual estaba sobre la montañeta que dije.

     Ya el Emperador había llegado con unos pocos caballos a la montañeta que habíamos ocupado, porque los otros le seguía al paso que gente de armas puede seguir, y estuvo mirando si se podía hacer cosa para detenedlos de manera que se hiciese algún buen efecto; mas ya iba el sol muy bajo y quedaba muy poco del día, y los enemigos estaban ya sobre la montaña y comenzaron a encender muchos fuegos para alojarse. Así que, visto por su majestad que aquel día no había sido posible alcanzar los enemigos, y esto por falta del espía, que vino tan tarde con el aviso; viendo que los enemigos hacían muestra muy clara de alojarse en aquella montaña, determinó de alojar en la que él estaba; y dejando al duque de Alba allí con toda la caballería, ya que anochecía, se volvió a su alojamiento para sacar toda la infantería aquella noche, porque no se diese ningún tiempo a que el enemigo se pudiese apartar más, pues el designio del Emperador era seguillos, y no apartarse dellos hasta hallar lugar donde se acabase de rompellos, y si este no se hallaba irlos siempre desalojando, como hasta allí había hecho.

     Cuatro veces en esta guerra los desalojó su majestad, y según lo que a mí me parece, las dos fueron por arte, y las dos por fuerza. En Ingolstat, donde fue la primera, fueron desalojados, por lo que he dicho se puede entender, y como ellos, después han dicho, que forzados se retiraron. La segunda vez los desalojó de Donabert por arte, pues les ganó las espaldas de sus vituallas, poniéndose sobre Norling, ciudad que tanto convenía a la reputación dellos tenella guardada. De Norling los desalojó la otra vez también con arte, porque les tomó a Donabert, y les ganó todas las villas del Danubio, hasta Ulma y les tomó la delantera, para ir contra aquella ciudad, a la cual les convenía socorrer con suma diligencia, siendo una de las principales cabezas de todo su poder, la cual si la dejaban en cualquier ventura, aventuraban ellos también la empresa. La cuarta vez fue esta de sobre Guinguen, donde ahora los acaba de desalojar, la cual fue por fuerza y razón de guerra, como se puede conocer evidentemente por lo que tengo escrito; y así no dejaré de decir una cosa, que aunque es donaire de soldados, puédese algar a propósito de lo que digo. Dicen los soldados tudescos que cuando Lantgrave amenazaba a alguno, le amenazaba diciendo que le haría ir a Lauf. Este es nombre de una villa donde él hizo retirar un ejército en cierta guerra, de lo cual él se preciaba mucho y Lauf en tudesco quiere decir correr. Los soldados cuentan esto, y dicen ahora: «Lantgrave nos amenazaba hasta aquí que nos haría ir a Lauf; en pago desto nosotros le hemos hecho ir a Guinguen», que en tudesco quiere decir huir. Esto en la lengua alemana tiene más gracia por la propiedad de las palabras, que dichas entre soldados son donaires militares, que tienen gracia y fuerza cuando son tan verdaderos.

     Tornado a propósito el Emperador volvió a su alojamiento, y súbito mandó poner en orden toda la infantería y la artillería, porque con esta diligencia quería ganar tiempo para otro día; y habiendo hecho un poco de colación se partió, y con una niebla oscurísima y un frío terrible llegó a las dos después de media noche al alojamiento donde había dejado al duque de Alba alojado con la caballería y los arcabuceros españoles. Toda la otra infantería y artillería caminaban con diligencia. Los enemigos vian nuestros fuegos, y nosotros los suyos; mas ellos, dejándolos encendidos toda la noche caminaron, y cuando amaneció habían ya pasado el río Prens, y alojándose sobre él junto a un castillo llamado Haidenen, muy fuerte, y el duque de Vitemberg.

     Aquella noche fue Luis Quijada, capitán de los de Lombardía, a reconocer lo que los enemigos hacían, el cual dijo que lo había bien mirado, y que se habían ya levantado. Esto fue por el duque de Alba ya referido al Emperador. Era ya amanecido y día claro, mas la nieve que había caído desde antes que amaneciese y caía entonces era tan grande, que estaba sobre la tierra, de dos pies en alto, y desta causa toda nuestra infantería estaba tan fatigada y tan esparcida, buscando donde calentarse, por ser el frío terribilísimo, que era gran lástima vella, y los caballos estaban muy trabados de la mala noche, porque allí no habían tenido que comer, y toda ella habían estado ensillados y enfrenados, de manera que el trabajo del día pasado se le había doblado aquella noche. Mas ni el tiempo, ni los otros inconvenientes que he dicho, ni el estar los enemigos fortísimamente alojados, bastaban a que el Emperador no los siguiera, sino lo hubiera otra cosa, que se tenía por mayor inconveniente que ninguno de los otros, y muy más bastante para estorbar lo que su majestad quería hacer, y esta fue no haber ninguna parte donde pudiésemos alojar cerca de los enemigos, en que pudiésemos hallar vituallas para nosotros y forraje para los caballos, sin grandísimo trabajo, por estar ya todas aquellas partes gastadas y comidas del ejército del enemigo, el cual había estado alojado tantos días por allí; cuanto mas que ya nosotros en nuestro campo teníamos las vituallas y forrajes muy lejos, y así, nos alargábamos cuatro o cinco leguas; mas fuera cosa que si la gente con dificultad la sufriera, los caballos fuera imposible sufrirla; y así, nosotros nos pusiéramos en la necesidad y trabajo que habíamos puesto a nuestros enemigos, teniendo ellos a las espaldas a Vitemberg, provincia fertilísima, por la cual mostraban querer hacer su camino. De manera que el Emperador, forzado de inconveniente tan grande como es el de la hambre, el cual en la guerra y en los ejércitos es el mayor de todos, y juntándose con él ser el tiempo tan recio y estar los enemigos tan adelante, aunque no dejo la determinación de seguillos, acordó que fuese por otra parte, por donde, aunque el tiempo fuese tan recio como comenzaba a ser, no faltase que comer ni donde la gente alojase en cubierto, porque ya en campaña era imposible. Así que aquella noche tarde volvió al alojamiento con todo el campo, lo cual fue bien necesario para toda la gente, porque estaba muy trabajada, y allí se remediaron todos con vituallas, y tomaron algún descanso para poder después mejor trabajar en lo que estaba por hacer.

     Este desalojar al duque de Sajonia y a Lantgrave de Guinguen fue sustancial punto de la guerra, y desde allí fueron ellos finalmente rotos; porque desde allí sucedió todo lo que adelante se dirá. Mas antes que lo escriba me parce que es bien tocar una cosa, y es, que jamás en toda esta guerra se nos ofreció ocasión, no digo que pudiésemos pelear con nuestra ventaja con los enemigos, mas aun igualmente no se ha ofrecido tiempo para podello hacer. Pues siendo esto verdad, como lo es, digo que ya que se ofreciera, no sé si fuera cosa acertada hacello, porque dejado aparte que las batallas son ventura, y que así como podíamos ganar, estaba claro cuanto se perdía, y si ganábamos, era imposible ser tan sin sangre de nuestro ejército, que no quedara roto muy grande parte del, y quedaban las ciudades de Alemania tan enteras y con tanto aparejo de ofender al ejército, que, aunque victorioso por fuerza habría de quedar tan quebrado, que no se pudiera resistir a fuerzas nuevas; y esto se parece bien claro, pues fue menester que quedando los enemigos rotos, el campo de su majestad quedase tan entero cuanto quedó, para que las ciudades de Alemania tuviesen el respeto que después han tenido. Así que en mi juicio muy mayor honra fue la del Emperador haber deshecho a sus enemigos quedando su ejército tan entero, que no con cualquier pérdida del habellos rompido; porque, según suelen decir, como las victorias sangrientas se atribuyen a los soldados, así las que se alcanzan sin sangre, siempre la honra dellas se deba al capitán.

     Mas tornando a la orden de lo que voy escribiendo, digo que su majestad estuvo en este alojamiento, que llamaban del Emperador, dos días. Allí tuvo aviso que los enemigos, luego otro día de como se habían alojado a Haidenen, se habían partido en dos partes; la una fue la gente de les villas, la cual perecía que tomaba el camino de Augusto y Ulma; y la otra, que era toda la caballería del duque de Sajonia y Lantgrave y sus infantes con ellos, parecía que tomaban el camino de Franconia. Y sin duda ninguna, si ellos vinieran a poderse hacer señores de aquella provincia, fuera comenzar la guerra de nuevo, porque tenían gran aparejo de rescatar muchas villas y obispados muy ricos que hay en ella, de donde pudieran sacar dineros en buen número. Tenían gran abundancia de vituallas y buenos alojamientos por las muchas poblaciones que tenía; y si por ventura quisieran hacer cabeza de la guerra a Rotemburg, villa imperial y luterana, aunque no de la liga, tuvieran gran ventaja, por la población y fortificación que aquella villa tiene, a la cual fortificación ellos llaman Landeberg, que quiere decir defensa de la tierra; y tuvieran a Franconia a sus espaldas, de la cual se pudieran hacer señores, por no haber en ella bastante cabeza para defenderla; y siendo señores deste sitio, fueran muy más trabajosamente echados del que de todos aquellos de donde hasta entonces habían sido echados por el Emperador; porque, aunque iban rotos, allí se redujeran y rehicieran con las pagas de sus rescates y abundancias de vituallas, juntamente con los buenos alojamientos, que son tres cosas bastantes a reforzar un campo trabajado y roto. Teniendo el Emperador este aviso de la intención de los enemigos, habiéndolo él antes sospechado, con la mayor diligencia que pudo levantó su campo y comenzó a caminar la vía de Norling con un tiempo harto trabajoso y difícil de nieves y hielos, y en dos alojamientos vino a alojarse a una milla de la dicha villa en otra pequeña imperial, llamada Boffinguen, porque este era el camino derecho para ir adonde su majestad quería, que era a Rotemburg, para ponerse delante de los enemigos antes que llegasen, y allí combatir con ellos en el camino; porque, prosiguiendo ellos el que tenían comenzado, no podía esto dejar de ser, y su majestad podía tomarles la delantera fácilmente, porque ellos rodeaban, y él iba camino derecho. Llegado el Emperador a Boffinguen, los burgomaestres salieron a rendille la tierra; y un castillo que estaba sobre ella, de los condes de Etinguen, con gente de guerra, se rindió a la voluntad de su majestad, aunque antes habían braveado un poco.

     Otro día vinieron los gobernadores de Norling a rendirse, porque ya su campo estaba tan cerca dellos, que no había lugar de otros tratos, sino rendirse a la voluntad de su majestad, el cual metió dentro cuatro banderas. Las dos del duque de Sajonia y Lantgrave, que tengo dicho que estaban dentro, se habían salido aquella noche antes, y metiéronse en un castillo que está una milla pequeña de Norling, grande y fuerte, también de los condes de Etinguen, donde ya estaban otras dos; y así, estas cuatro banderas sacaban soldados para que escaramuzasen con los nuestros, que allí cerca estaban alojados, y mostraron determinación de defenderse; mas el Emperador envió al conde de Bura con su gente, y en fin ellos vinieron a rendirse. El Conde trajo las cuatro banderas a su majestad, dejando ir libres los soldados, los cuales quisieran entrarse en alguna villa imperial; mas el Emperador no se lo consintió; y así, les hizo que siguiesen el camino que el duque de Sajonia y Lantgrave habían llevado, porque fuesen como los otros iban. Después que Norling quedó rendida y con gente de guerra dentro, y puesto por gobernador en todo el condado de Etinguen un hermano de los dichos condes, el cual es católico, y dejando el cardenal de Augusta en Norling por algunas provisiones que convenían hacerse, partió de Boffinguen, y sin querer entrar en Norling, vino a Tinchspin, villa imperial y de la liga, la cual no había hecho muestra de rendirse; mas el duque de Alba había ido aquel día, por orden de esa majestad, con el artillería y españoles y parte de los alemanes adelante, y, amonestando a los de la villa que si una vez se asentaba la artillería sobre ellos serían combatidos y dados a saco a la gente de guerra, por esta causa ellos vinieron a rendirse. El duque de Alba trajo a su majestad los burgomaestres de la villa, estando ya su majestad cerca della; y deteniéndose allí un día y dejando dos banderas de guardia, se partió para Rotemburg, y este camino hizo, en dos días, que fue grandísima diligencia, por ser el tiempo tan trabajoso y los enemigos estar ya tales, que en ninguna manera se podía tratar. Los de Rotemburg salieron a su majestad el día antes que en ella entrase, y vinieron a ofrecer la villa, diciendo que ellos nunca habían dado gente ni dinero contra él, y así era verdad.

     Supo también el Emperador cómo los enemigos no estaban lejos de allí, y que verdaderamente llevaban intención de hacerse señores de Franconia, y por esto se dio priesa a ocupar Rotemburg, donde contra todo les tenía la delantera para el camino que ellos pensaban hacer. Mas es necesario entender que cuando su majestad llegó a Boffiguen, era ya el tiempo tan riguroso por las nieves y por los hielos, que parecía intolerable para la gente de guerra; y así, por esto la mayor parte de sus capitanes o todos fueron de voto, y así lo aconsejaron a su majestad, que alojase su campo en Norling y en las otras tierras que sobre el Danubio se habían conquistado, y cerca de Ulma y Augusta; para esto daban razones harto bastantes. Mas su majestad fue de otro parecer muy diverso del de sus capitanes, y así, escogió por más importante cosa defender a Franconia, poniéndose delante a los enemigos, que no alojarse sobre Augusta y Ulma, porque esta era empresa que, acabándose de romper por los enemigos, se podía hacer más fácilmente después; y dejándoles rehacer y cobrar fuerzas en Franconia, fuera muy difícil de acabar, porque siempre las ciudades tuvieran alguna esperanza de entretenerse, viendo que aún no eran del todo deshechos sus amigos. Y así, con todas las dificultades que al presente se ofrecían, se determinó de atajalles el camino a forzalles a que tomasen otro, donde acabasen de deshacerse; y este designio fue tan bien entendido como pereció después por experiencia. Porque sabiendo los enemigos que el Emperador estaba ya en Rotemburg, dejaron el camino de Franconia y tomaron otro a mano izquierda con un rodeo grandísimo y por unas montañas harto ásperas, y por esta causa les convino dejar la mayor parte de su artillería gruesa repartida en algunos castillos del duque de Vitemberg, que estaban por allí cerca; con lo cual pudieron hacer tanta diligencia, que el día que su majestad llegó a Rotamburg estaban a ocho leguas del, habiendo estado tres días antes. Ya ellos iban tan rotos en este tiempo, que las dos cabezas que los guiaban se apartaron, y Lantgrave se fue con docientos caballos a su casa, y pasando por Francfort, los gobernadores de la villa le fueron ha hablar como a vecino y capitán general de la liga, y le demandaron consejo y parecer, que debrían hacer en tiempo que tanta necesidad tenían de sabello, y les respondió diciéndole: «Lo que me parece es que cada raposo guarde su coda.» Y dada esta respuesta tan resoluta, se partió con sus caballos y se fue a su casa.

     También el duque de Sajonia tomó otro camino, recogiendo las reliquias del ejército que pudo allegar, y con un grandísimo rodeo fue hacia su tierra, componiendo por el camino las abadías que podía, y sacando dellas dinero para sustentar los soldados que llevaba y se le iban allegando.

     Estando el Emperador en Rotemburg, y viendo cuanto se habían alejado los enemigos del, entendiendo que el tiempo ni la tierra no daban esperanza de podellos alcanzar, ordenó de dar licencia a mosiur de Bura para que volviese en Flandes con el campo que había traído, y diole que fuese para Francfurt, y procurase por fuerza o por maña, ganar aquella tierra, la cual es grande, rica y muy importante. Partido mosiur de Bura, el Emperador, con el resto del ejército, dio la vuelta sobre las ciudades en que consistió la fuerza de los negocios pasados. Mas el ímpetu y la reputación de la victoria hacían ya la guerra en Alemania por el Emperador; y así, muchas ciudades enviaron allí a Rotemburg sus embajadores a rendirse, y otras comenzaban a tratar de hacer lo mismo. Así que, antes que su majestad de allí partiese, todas las ciudades y villas imperiales hasta el Rin y Suevia, y hasta Sajonia, vinieron a rendirse.

     Partido el Emperador de Rotemburg, vino en dos alojamientos a Hala de Suevia que era ya de las ciudades rendidas y de las más ricas de aquella provincia y de la Liga. Allí, por indisposición de su gota, que le apretó mucho, se detuvo algunos días más de los que quisiera.

     Ya en este tiempo el conde Palatino comenzaba a tratar como hombre bien arrepentido de la demostración que contra su majestad había hecho; y estos trabajos y ruegos fueron tan adelante que su majestad le admitió a su clemencia; porque en fin esta es natural virtud de César, y así lo dijeron por el primero, que de todos se acordaba sino de sus ofensas. Vino el conde Palatino allí en Hala, a la corte del Emperador: un día le fue señalada hora para venir a Palacio; y así entró en la cámara donde su majestad estaba sentado en una silla por la indisposición de sus pies. Llegó a él el Conde haciendo muchas reverencias y quitada la gorra, y comenzó a dar disculpas diciendo y mostrando que si alguna culpa tenía estaba dello arrepentido; y esto tan largamente dicho cuanto le convenía. Su majestad le respondió: «Primo a mí me ha pesado en extremo que en vuestros postrimeros días siendo yo vuestra sangre y habiéndoos criado en mi casa halláis hecho contra mí la demostración que habéis hecho enviando gente contra mí en favor de mis enemigos, y sosteniéndola muchos días en su campo mas teniendo yo respeto a la crianza que tuvimos juntos tanto tiempo y a nuestro arrepentimiento, esperando que de aquí adelante me serviréis como debéis, y os gobernaréis muy al revé de como hasta aquí os habéis gobernado, tengo por bien perdonaros y olvidar lo que habéis hecho contra mí. Y así, espero que con nuevos méritos mereceréis bien el amor con que agora os recibo en mi amistad.» El Conde de nuevo comenzó a dar disculpas, a su parecer muy bastantes; pero las que al mío y al de los que allí estaban más lo eran fueron las lágrimas y la humildad con que las daba porque ver un señor de casa tan antigua, primo del Emperador, y tan honrado y principal, aquellas canas descubiertas la lágrimas a los ojos, verdaderamente era cosa que daba grandísima fuerza a su descargo, y gran compasión a quien lo veía. De allí adelante su majestad le trató con la familiaridad pasada aunque entonces le había recibido con la severidad necesaria.

     Ya los señores de Ulma, como los alemanes dicen en un proverbio, se habían dado tanta priesa, a reducirse al servicio de su majestad, que en el mismo tiempo que el conde Palatino, estaba en Hala, estaban ya ellos allí; y mandoles a la hora que habían de venir a palacio a hablar con su majestad. Entraron en su cámara donde le hallaron sentado en su silla; y estando el conde Palatino delante, se hincaron de rodillas y con semblante que mostraban lo que tenían en los ánimos, el principal dellos dijo en suma estas palabras:

     «Nosotros los de Ulma conocemos el yerro en que hemos caído y la ofensa que os hemos hecho, lo cual todo ha sido por falta nuestra y de algunos que nos han engañado; mas juntamente conocemos que no hay pecado por grave que sea, que no alcance la misericordia de Dios arrepintiéndose del; y por esto esperamos que, queriendo vos imitarle, tendréis respeto a nuestro arrepentimiento y nos recibiréis a vuestra misericordia. Y así, os pedimos por amor de la pasión de Cristo, hayáis piedad de nosotros y no recibáis en gracia, pues nos entregamos a vuestra voluntad con determinación en serviros, como buenos y leales vasallos, con las haciendas y la sangre y con las vidas, como lo debemos a un buen emperador.» Su majestad les respondió que venir ellos en conocimiento de su yerro era muy gran parte para que él se lo perdonase, y que juntamente con esto, tener él por cierto que, arrepentidos de lo pasado le habían de servir en lo porvenir como buenos servidores y leales vasallos del Imperio, hacía que de mejor voluntad les perdonase; y que así, él los admitía a su gracia, reservando para sí lo que en aquella bondad convenía que se hiciese para el bien y sosiego de todo el Imperio. Esto me parece que fue en suma lo que allí pasó.

     Después, de ahí a pocos días partió de allí su majestad; porque aunque el duque de Vitemberg comenzaba a sentir que las banderas imperiales se le acercaban bandeaba un poco, no era tanto, que no fuese necesario que el Emperador con las armas en la mano le hiciese venir a su obediencia; y teniendo su majestad a Ulma tan vecina al ducado de Vitemberg no era conveniente cosa dejarle libre con las fuerzas que tenía, y apartarse del, yendo a otra empresa, pues con la ausencia de su majestad se podio dar ocasión o cosas nuevas; tanto más que estando Augusta en pie juntamente con aquel estado, pudieran fácilmente hacer alguna revolución en Ulma, y para esto tuvieran aparejo por la vecindad que este estado con ella tiene, y con otros vecinos que naturalmente son desasosegados y siempre han deseado revolver los negocios de su majestad cuando más en quietud están: y esto dígolo por los franceses, los cuales, estando Vitemberg fuera de la obediencia de su majestad, tuvieran una gran puerta abierta para toda las revueltas de Alemania. Así que, el Emperador, por este o por otros respetos que él debe de saber mejor que los que no alcanzamos otra cosa sino lo que tocamos con las manos, determinó de hacer la empresa de aquel estado, y envió al duque de Alba delante con los españoles y el regimiento de Madrucho y coronelía de Xamburg, y los italianos que habían quedado, que eran tan pocos, que por eso no se pone número. Y a mi juicio la causa desto era que los continuos trabajos que nuestro campo pasaba hacían que de todas las naciones faltasen muchos soldados; mas destos faltaban muchos más; y juntamente con esto, la flojedad de sus pagas y descuido de muchos capitanes suyos les habían traído a tanta disminución, la cual desde el río Prens siempre se fue conociendo en nuestro campo; y con todo esto, Lantgrave, habiendo reforzado el suyo, como está dicho, no nos dio la batalla tan prometida sobre su cabeza a las villas de la liga.

     Partido pues el duque de Alba con esta parte del ejército que digo, y alguna caballería tudesca, y los trecientos hombres de armas que vinieron del reino de Nápoles, su majestad les siguió con la otra parte de los caballos y el regimiento de tudescos que había sido de Jorge, y entonces su majestad le había dado al conde Juan de Nasau. El camino fue derecho a Hailprum, que es una villa imperial, y fue de la liga, porque de tres entradas que hay para entrar en el ducado de Vitemberg por la banda donde su majestad estaba; la de aquella villa es la más llana y más abierta para llevar campo y artillería. Llegado el Emperador a Hailprum, el duque de Vitemberg comenzó a apretar más en sus negocios, porque el duque de Alba de camino había rendido algunas villas del estado. Entrado más adelante, había reducido a la obediencia de su majestad casi todos las villas del, excepto algunas fortalezas, para las cuales eran menester muchos años de sitio, así por ser fortísimas como por estar bien proveídas. Mas el duque de Vitemberg, tomando el consejo más saludable, vino en todo lo que el Emperador mandaba, dándole tres fuerzas del Estado, las que su majestad quiso escoger. Estas eran Ahsperg, un castillo muy grande, muy lleno de artillería y municiones, puesto en un sitio muy importante, y Kirhanderg, lugar fortísimo; la tercera en otra villa llamada Schorendorf, y esta es la más fuerte, y por eso estaba la más bien proveída, porque había en ella vitualla para dos mil hombres muchos años, y artillería y municiones conforme a esto. En todas estes fuerzas se halló artillería del duque de Sajonia y de Lantgrave, de la que por ir con más diligencia habían dejado, especialmente en esta villa, por ser señora de una entrada muy importante para aquel estado; y entregado esto que tengo dicho, dio a su majestad docentos mil ducados, y prometió de hacer todo lo que él mandase, sin exceptuar ninguna cosa.

     Habiendo el Emperador en tan breve tiempo sujetado, al duque de Vitemberg y asegurado aquel estado un tener estas fuerzas en su poder, le vino aviso de mosiur de Bura cómo Francfort se había rendido a la voluntad de su majestad, y que él estaba dentro con doce banderas. Dos días después de las nuevas vinieron los burgomaestres de la dicha villa, y su majestad los recibió con las condiciones que a los otros, reservando en si lo que para el bien de la Germania convenía que se hiciese. Luego otro día vinieron juntas siete ciudades, todas de la liga, entre las cuales eran Meminguen y Hempten, de las cuales ya tengo hecho memoria. De manera que antes que su majestad de Hailprum partiese, ya todos las ciudades de Suevia, excepto Augusta, estaban rendidas a su obediencia; porque, como tengo dicho, ya la victoria del Emperador peleaba por él en todas las partes de Alemania. Partiendo el Emperador de Nailprum, tomó su camino para Ulma, pasando por el ducado de Vitemberg, y en seis jornadas llegó a ella. Mas los de la ciudad habían enviado a los confines de su señorío sus embajadores a recebir a su majestad, muy acompañados; los cuales le hablaron en español, hincados de rodillas allí en el campo, adonde habían salido a esperar al Emperador, que venía de camino. La causa de hablalle en español dicen que fue, parecelles que era más acatamiento hablalle en lengua que más natural es suya y más tratable, que no en la propia dellos, La habla fue ofreciéndole la ciudad, y particularmente las personas y haciendas, que unos hombres muy determinados de servir a su príncipe pueden ofrecer. Su majestad les respondió en español, dándoles una respuesta muy buena y graciosa, como ellos dicen; de la cual quedaron tan contentos cuanto era razón, y mostraron bien la voluntad que el hacia tienen, la cual en toda Alemania generalmente se la tienen muy buena; tanto, que la gente de guerra ordinariamente le llaman unser fater; que quiere decir nuestro padre. Este nombre quiso usar un prisionero de los enemigos que unos tudescos nuestros trajeron un día a su majestad. Preguntándole su majestad si le conocía, dijo: «Sí, conozco que sois nuestro padre.» Al cual su majestad dijo: «Vosotros, que sois bellacos, no sois mis hijos. Estos que están aquí a la redonda, que son hombres de bien, estos son mis hijos, y yo soy su padre.» Fueron estas palabras oídas del prisionero con gran confusión, y con grandísima alegría de todos los tudescos quo al derredor estaban. Y demás desto, con todas las otras ironías esté a bien visto; porque aun los que han andado contra él en esta guerra, los más dellos se ofrecen a probar que han sido engañados y no haber sabido que era contra él, y en su arrepentimiento se ve bien, y entre ellos un conde muy principal se dio de puñaladas, por ver la falta en que había caído. Y nadie se había maravillado desto, porque la fuerza de la virtud es tanta, que aun a los malos convida a querella bien; y así, agora todos estiman más el volver en gracia de su majestad por volver a su amistad, que no por salvar las haciendas que sin ella podían perder. Yo escribo lo que he visto y conocido.

     Estando su majestad en una villa de las de Ulma, vinieron a ella embajadores de los de Augusta, porque ya les daba el aire de nuestro campo; y aunque se enviaban a rendir a su majestad; era con condiciones que su majestad no las aceptaba en ninguna manera, porque le suplicaban que perdonase a Sebastián Xertel; y si desto no fuese servido, que a lo menos sus castillejos los dejase a sus hijos. Mas no queriendo su majestad conceder ninguna cosa destas ellos dijeron que Xertel estaba dentro de Augusta, y que tenía dos mil hombres y mucha parte en Augusta, y que estas eran fuerzas tan grandes, que ellos no bastarían a echalle, su majestad respondió que no se fatigasen por esto; que él iría muy presto allá y le echaría. Vueltos ellos a su ciudad con esta última resolución a su majestad, fue tanto el temor del pueblo, que acordaron de rendirse. Y estando los del Senado en la casa de la villa, entró Xertel y díjoles: «Señores, yo sé lo que tratáis que es concertaros con él hacía; mas que por mí no lo dejéis de hacer yo determino de irme. Por ventura, este servicio que hago a su majestad en irme, y otros que les pienso hacer será causa que me perdone.» Dichas estas palabras se fue a su casa; de allí, lo más encubiertamente que pudo, dicen que fue camino de Suiza. Los de Augusta vinieron a Ulma donde ya su majestad estaba y el día y la hora que les fue señalado vinieron a palacio. Su majestad los recibió sentado en una silla con todas las ceremonias imperiales acostumbradas, y ellos hincados de rodillas con toda la humildad que convenía a hombres que tanto le iba en mostrallas, el uno dellos hablé en suma desta manera diciendo primero los títulos que ordinariamente suelen decir a los emperadores.

     «Tenemos entendido los de Augusta la grandeza de nuestro pecado, y también el castigo que por él merecemos; mas conociendo por experiencia que vuestra clemencia es tanta que todos aquellos que os han ofendido y después, arrepentidos de sus yerros, os piden misericordia, la hallan en vos; os osamos suplicar que, nosotros arrepentidos de los nuestro, y con ánimo de serviros mejor que todos, venimos a socorrernos de vuestra clemencia, seáis servidos que la que no os ha faltado para con ello, no os falte para con nosotros. Y pues nos entregamos a vuestra voluntad, suplicamos que sea de manera que la desgracia que merecemos se torne en gracia, que de tan piadosos príncipe se espera.» Su majestad les respondió conforme a los de Ulma, pocas palabras más o menos; y después mandándolos levantar; le vinieron a tocar la mano, como los de las otras ciudades también habían hecho.

     Después de rendida Augusta y Ulma y Francfort, no faltaba sino Argentina para que todas las cuatro cabezas principales de todas las ciudades estuviesen a la obediencia del Emperador. Mas viendo ella que Ulma, Augusta y Francfort habían alcanzado el ser admitidos de su majestad, envió a él a Ulma a pedir salvoconducto para sus burgomaestres, los cuales vinieron a poner su ciudad debajo del amparo y obediencia de su majestad; porque se sabe que hasta agora puede más la clementísima victoria del Emperador que los inducimientos y promesas de algunos que por sus respetos particulares trataban con ellos otras cosas.

     Las condiciones con que general mente su majestad ha recibido al conde Palatino al duque de Vitemberg, y a todos los otros caballeros y a todas las ciudades, sin las que particularmente yo no sé son:

     Liga perpetúa con los de Austria.

     Dan por ningunas todas las otras ligas que hasta aquí han hecho con otros.

     Decláranse por enemigos del duque de Sajonia y de Felipe de Hésen, Lantgrave.

     Castigan a todos los soldados que salieron o hubieren salidos de sus tierras a servir a ningún príncipe contra el Emperador.

     Reciben gente de guerra en los lugares que su majestad quiere poner, así como Xamburg con su coronelía en Augusta, el conde Juan de Nasau con la suya en Ulma, y las doce banderas que mosiur de Bura metió en Francfort; y sin esto otras condiciones que su majestad ha puesto y otras que ha reservado en sí para ponellas a tiempo conveniente.

     Esta guerra se ha tratado seis meses con esta ferozísima nación. En todo este tiempo a su majestad no ha faltado el cuidado y el trabajo, peligro y vigilancia que para acabar tan gran empresa era menester pasar y tener; en la cual oso decir que, aunque se ha hecho felicemente, nunca la fortuna del hacia fue mayor que su industria; porque quien considerare desde el día que se puso en campo y a la vista de los enemigos, verá que siempre les fue ganando tierra y retirándoles. Y así los desalojó de Ingolstat forzosamente, y después de Donavert y de Norling con gran industria, y después últimamente de sobre Guinguen por fuerza y razón de guerra, de donde fueron tan roto de los enemigos; que no les quedó otra fuerza sino la gente que duque Juan de Sajonia pudo llevar, para ir contra el duque Mauricio y Lantgrave, retirado en su tierra. Su majestad reserva para tiempo más conveniente lo que contra estos dos se ha de hacer entre tanto, para estas cosas y otras tales quiso descansar en Ulma algunos días, y purgarse allí con el palo de las Indias, que para su gota suele ser muy provechoso. El duque de Vitemberg venía a besar las manos a su majestad y ofrecerle esencialmente lo que ya tiene en su poder, y a cuatro leguas de Ulma se detuvo, porque allí le apretó la gota, de que él es muy apasionado.

     Quien considerare bien el progreso de esta jornada, verá cuan importantes efectos fueron las cuatro veces que los enemigos fueron desalojados y cuánto más fue el seguillo su majestad contra el tiempo y contra todos los otros estorbos que se le ponían delante. Porque a mi parecer en esto sólo consistió el cumplimiento de la victoria que Dios le ha dado; de la cual no han faltado en este tiempo personas que, envidiosas de su grandeza, procuran estorbar el progreso della; mas Dios que la ha permitido permitirá que vaya adelante. Y así, su majestad con la industria, ánimo y felicidad con que ha adquirido este imperio, con ellas mismas también le conservará, porque con las artes que se gana un imperio, con aquellas es cosa fácil sostenelle.



     LIBRO SEGUNDO

     Todo el tiempo que el Emperador estuvo en Ulma, que no fue mucho, entendía en los negocios que tocaban a las ciudades que ya se le habían rendido y a las que entendían en venirse a rendir, y en otras cosas que tocan al imperio, y juntamente con esto, no dejaba de preveer lo necesario para los negocios de Sajonia; porque las cosas estaban en ella en términos, que no sólo el duque Juan Federico de Sajonia había cobrado lo que habían tomado el rey de Romanos y el duque Mauricio, mas aun de sus estados les había tomado parte; y habla extendido tanto sus inteligencias, que en Bohemia tenía amistades harto bastarles para poner aquel reino en peligro, y había tomado a Jaquimistal, que es un valle muy principal en aquel reino, y donde son todas las maneras que hay en él. Y esta empresa fue hecha más con voluntad de los bohemios, los cuales con sus disimulaciones fingían el rendirse, que por fuerza de los capitanes del Duque, de los cuales el principal se llamaba Tumeshierne, que como general andaba en aquella empresa; la cual, como digo, al principio fue disimulada por los bohemios; mas después se declararon en ella tan por del duque de Sajonia, que del todo vinieron a perder la vergüenza al Rey, como adelante se dirá.

     Pues siendo la cosa de tanta importancia y habiendo el Emperador sido informado dello, no sólo por cartas bien continuas del Rey, mas también por las de los ministros que su majestad había enviado a saber particularmente lo que pasaba, el no tuvo lugar de tomar el palo en Ulma, del cual por los trabajos pasados tenía harta necesidad. Y así, de nuevo comenzó a poner orden en la empresa, paro la cual era ya tan necesaria su persona como para la península, porque el duque Juan Federico con la gente que entonces tenía, que eran cuatro mil infantes, se había dado tan buena maña, que no tenía por cobrar de todo su estado sino solamente Zuibica, ni había dejado al duque Mauricio otra cosa sino a Trésen y a Lipsia, y a la Zuibica, que todavía la guardaba el duque Mauricio con buena infantería. De manera que se podía decir que tenía toda la Sajonia y Bohemia puesta en tales términos, quo muy abiertamente le confesaban por amigo, y en esto ninguna memoria hacían del Rey, para no hacer por el Duque todo lo que le convenía. Y había llegado la desvergüenza de los bohemios a tanto, que con una honesta disimulación tenían detenidas las hijas del Rey en el castillo de Praga.

     Había el Emperador proveído antes que partiese de Ulma algunas cosas que parecían tan bastantes, que con ellas pudiera excusar el nuevo trabajo de su persona, porque envió ocho banderas de infantería y ocho cientos caballos, y con ellos el marqués Alberto de Brandemburg, el cual, demás desto, llevó consigo otros mil caballos y otras ocho banderas. También envió algunos dineros, que son el niervo de la guerra. Eran fuerzas estas que, juntas con las del rey y del duque Mauricio, estaban superiores a las del duque de Sajonia, si la manera de tratar la guerra conforme a los aparejos della; mas, como adelante se dirá, puso la cosa algo diferente de lo que al principio se pensó. Y porque más abundantemente fuese proveído lo que al Rey tocaba, el Emperador enviaba a don Álvaro de Sande, maestre de campo, con su tercio de los españoles, y al marqués de Mariñano con ocho banderas de tudescos; mas estas fueron mandados detener porque la relación de las cosas de Sajonia venía tan llena de necesidad que su majestad os hallase personalmente en esta guerra, que él determinó de no perdonar a trabajo suyo ni peligro, viendo en el que estaban las cosas del Rey su hermano y las del duque Mauricio, y junto con esto, el que de allí podía resultar para todo lo de Alemania; porque dejar que fuese más adelante aquel fuego que ya estaba tan encendido, era poner la victoria pasada en los términos que estaba antes que se alcanzase. Así que, consideradas todas estas cosas, el Emperador partió de Ulma, habiendo proveído que la infantería española partiese de sus alojamientos, y enviado alguna artillería, la cual tomó de los de Ulma.

     El duque de Vitemberg por su enfermedad no había podido venir, como por el Emperador le había sido mandado; mas ya a este tiempo estando mejor, vino el mismo día que su majestad partió de Ulma, a dar la obediencia que un príncipe vencido debe a su vencedor y señor; y así, estuvo en la sala esperando que su majestad acabase de comer, sentado en una silla en que le traían cuatro hombres, porque por su enfermedad no podía estar de otra manera. El Emperador salió, y pasó cabe él sin mirarlo, lo cual no dejó de mirar el Duque. El Emperador se sentó con aquellas ceremonias que en tal caso se suelen hacer, estando el marichal del imperio delante con la espada imperial sacada y puesta en el hombro. El chanciller del Duque y todos los de su consejo se hincaron de rodillas, quitados los bonetes. Habiendo dicho los títulos que a su costumbre suelen decir al Emperador, dijeron en nombre de su amo estas palabras:

     «Yo, con toda la humildad que puedo, y debo, me presento delante de vuestra majestad, y públicamente confieso que le he ofendido gravísimamente en la guerra posada y merecido toda la indignación que contra mí tuviere, por lo cual yo tengo el arrepentimiento que debo, el cual es igual a la razón que para tenelle hay. Y así, yo vengo humilmente a suplicar a vuestra majestad, por la misericordia de Dios y por vuestra natural clemencia, que vuestra majestad por su bondad me perdone y río nuevo reciba en su gracia; porque a él solo, y río a otro ninguno, conozco por supremo príncipe y natural señor mío; el cual prometo que en cualquier parte que esté, le servirá, con todos los míos, como humilísimo príncipe, vasallo y súbdito suyo, con toda aquella obediencia y sujeción y agradecimiento que debo, para merecer la grandísima gracia que agora recibo. Demás desto, me ofrezco de cumplir fidelísimamente todo lo que en los capítulos que por vuestra majestad me han dado se contiene.»

     El chanciller del Emperador, por su mandado, respondió: «La majestad cesárea, nuestro señor clementísimo, atendido lo que el duque Udalrico de Vitemberg humilmente ha propuesto, suplicado y ofrecido, viendo su arrepentimiento, y que públicamente confisa que gravemente ha ofendido a su majestad, y cuán dignamente merece su indignación; teniendo respeto que ha implorado y pedido por la misericordia de Dios perdón de todas estas cosas, su majestad cesárea, por la honra de Dios y por su natural clemencia, especialmente porque el pobre pueblo que no pecó no padezca, tenía por bien de olvidar la ira y indignación que contra el duque tenía. Y perdonalle clementísimamente, con condición que el Duque observe y guarde todas las (?)sas a que se ofreció y está obligado.» El duque de Vitemberg dio grandes gracias a su majestad por ello; y así, prometió de ser siempre fidelísimo. A todo esto estaban de rodillas su chanciller y los del Consejo. El Duque estaba sentado en una silla, quitado el bonete, bajo de todo el estrado, porque antes por sus embajadores había enviado a suplicar a su majestad le dejase estar de la manera que su dolencia lo permitía, porque en pie ni de rodillas, aunque era pedir perdón, era imposible poder estar. Fue para los de Ulma esta vista harto admirable, porque, como no tienen otro vecino más poderoso, parecíales este poderosísimo.

     Pasado esto su majestad se puso a caballo y prosiguió su camino. De Ulma vino el Emperador a Guinguen, a donde en la guerra pasada los enemigos habían estado alojados, y en el alojamiento tan extendido, se vio bien el número dello. Allí se vio la fortificación que tenían por la parte que se les pensó dar la encamisada, como está escrito; la cual ellos tenían por fortificada y entendida, que cualquier cosa que por allí se emprendiera fuera muy a su ventaja de allí vino el Emperador a Norling, donde el tiempo y el no haberse purgado se juntaron con la gota, y túvola tan recia, que le puso en tanta flaqueza, que a todos quitaba la esperanza, de poder verle convalecido tan presto; mas él se dio tanta priesa a curarse con todo lo que al presente se podía curar, que comenzó a mejorar y a poderse levantar de la cama.

     En este tiempo Juan Federico, duque de Sajonia, acrecentándosele siempre su campo, prosiguió en hacerse señor de toda ella, y había deshecho al marqués Alberto y prendídole, lo cual fue de esta manera. El marqués Alberto estaba en lugar que se llama Roqueliz, porque los que gobernaban la guerra contra el duque de Sajonia tenían repartida toda su gente en frontera contra él; y así, el rey de romanos estaba con su gente en Trésen, y el duque Mauricio en Frayberg con la suya, el marqués Alberto con diez banderas y mil y ochocientos caballos en este lugar que digo. Demás de esto, tenían proveída a Zuibica y a Lipsia, la cual algunos días antes había sido combatida por el duque de Sajonia, mas fue muy bien defendida por los que en ella estaba. Era esta villa de Roqueliz, donde el marqués Alberto tenía su frontera, de una señora viuda hermana del Lantgrave, la cual entretenía al marqués Alberto con danzas y banquetes, que son fiestas acostumbradas en Alemania, y mostrábale tanta amistad, que le hacía estar más descuidado de lo que un capitán conviene estar en la marca; y por otra parte avisaba al duque de Sajonia el cual estaba en Garte, tres leguas pequeñas, con muy buena gente de caballo y treinta y seis banderas de infantería, y usando de buena diligencia amaneció otro día sobre el marqués Alberto; el cual, por lo que a él le pareció, acordó de combatir en la campaña; finalmente fue roto, y él preso, habiendo peleado más como valiente caballero que como cuerdo capitán. Hay muchas opiniones: unos dicen que el lugar no se podía defender; otros dicen que si se detuviera en él, llegaran presto caballos del duque Mauricio a socorrelle; otros dicen que quiso guardar cuatro banderas que alojaban en el burgo, no fuesen rotas y que por eso se puso en campaña con las otras que estaban dentro della. En fin, todas estas opiniones se resumieron en que él perdió cuatrocientos o quinientos caballos, muertos y presos, y mucha parte de los otros se recogieron al rey de romanos. Otros dicen que quedaron alguna parte dellos en servicio del duque de Sajonia, el cual ganó todas las banderas de la infantería, de la cual vieron pocos, porque muchos se recogieron al Rey, y otros que fueron presos juraron de no servir contra él; como se acostumbra a hacer en Alemania cuando los vencedores dan libertad a los vencidos. El marqués Alberto fue llevado a Gota, un lugar fortísimo del Duque.

     Habida esta victoria por él, no procedió por aquel camino que todos pensaron, que era ir contra el duque Mauricio, el cual estaba más cerca del; mas dejándole estar en Frayberg, comenzó luego a entender en las cosas de Bohemia; y así, envió a Tumeshierme con seiscientos caballos y doce banderas, el cual se señoreó del valle de Jaquimistal con muy buena voluntad de los Bohemios, aunque muy disimulad. Este era el fundamento de todo lo que ellos y el Duque pensaban hacer. Sabida esta nueva por el Emperador, y viendo que el Rey y el duque Mauricio sostenían esta guerra, guardando las fuerzas principales, y no sacaban la gente dellas para tentar otra vez la fortuna, él se dio priesa a partir de Norling, adonde, pocos días antes que partiese, vinieron los burgomaestres de Argentina, cuidad fortísima y poderosísima, como está dicho, y allí se pusieron debajo de la obediencia de su majestad, con las condiciones que a él le pareció que se les debían poner; entre las cuales fue jurarle por emperador; lo cual no habían hecho con ningún emperador pasado. Renunciaron todas las ligas que tuviesen hechas, y juraron de no entrar en ninguna donde la casa de Austria no entrase primero. Castigan a todos los soldados de su tierra que hubieren sido contra su majestad. Ponen gravísimas penas a los que de aquí adelante saliesen contra él. Echan de su ciudad a todo los rebeldes y deservidores de su majestad, y entre ellos fue uno que era capitán general dellos, llamado el conde Guillaome de Fustamberg, el cual negocia su perdón con todas sus diligencias y justificaciones que él puede. Dieron lo que le fue impuesto por su majestad, y el artillería y municiones que les mandó dar, como las otras ciudades lo habían hecho, y sin esto otras cosas que yo dejo de decir, porque no quiero dejar de proseguir con la brevedad que he comenzado. Otros lo podrán escribir más particularmente, pues el Emperador les ha abierto en sí un campo tan ancho, que pondrán bien extender en él sus ingenios y estilos, que por grandes que sean, yo les aseguro que quedarán inferiores a la materia.

     Partido el Emperador de Norling, tomó el camino Nuremberga, llevando consigo los dos regimientos de alemanes de los viejos, el uno del marqués de Mariñano y el otro de Aliprando Madrucho, el cual, poco antes que el Emperador partiese de Ulma, murió de calenturas. Perdió el Emperador en él un muy buen servidor, y un soldado de quien se tenía esperanza que valdría mucho en Alemania. Sin estos dos regimientos mandó hacer otros de nuevo. Este hizo un caballero de Suevia, llamado Hanzbalter. Llevaba también toda la infantería española y los hombres de armas de Nápoles y seiscientos caballos ligeros, mil caballos tudescos del Taychemaestre y del marqués Juan y del archiduque de Austria. Había el Emperador enviado delante al duque de Alba, el cual había alojado en torno de Nuremberg a este campo, excepto algunas banderas que quedaban para la compañía del Emperador; y él estaba ya en Nuremberg, donde había hecho el aposento pera su majestad, y metido ocho banderas, que era el regimiento del marqués de Mariñanno, porque la autoridad del Emperador así lo requería y era necesario; porque, aunque allí los nobles son muy imperiales, el pueblo, que es grandísimo, suele algunas veces tener furias dignas del freno que entonces se les puso. El Emperador fue recibido en aquella ciudad con mucha demostración de placer de todos los della, y fue a alojar al castillo, que es su acostumbrado alojamiento. Allí estuvo cinco a seis días entendiendo en recoger el campo, y en su salud, porque aun sus indisposiciones no eran acabadas.

     Quien considerare esta guerra, parecerle ha una toda, por ser esta presente un ramo que salió de la pasada, y en alguna manera tendría razón. Mas a mi juicio no ha sido una guerra, sino dos, porque la primera ya el Emperador la había acabado deshaciendo el poderosísimo campo de la liga, y rindiendo las ciudades della y algunos de los príncipes que más podían; y cuanto a esto, ya la guerra de la liga estaba acabada. Esta otra de Sajonia, aunque el Duque se había hallarlo en la otra, no se podía contar por miembro della, sino por cabeza de otra tan principal y tan peligroso, que fue bien necesario para ella el consejo del Emperador, acompañado de su determinación y osadía. Yo no quiero encarecer sus cosas; porque, demás de ser ellas grandes de sí mismas, sería muy mal que yo pagase el haberme criado en su casa con ninguna manera de lisonja; aunque deste trabajo me quita ser ellas tan valorosas, que consigo se traen la admiración que todos deben tener dellas. Ni tampoco quiero encarecer las de los enemigos porque las del Emperador que las venció parezcan mayores; mas diré la verdad como testigo della, pues no pasó cosa ninguna ora que yo no pasó casa ninguna en que yo no me hallase cerca dél.

     Desde Nuremberga, quo era el camino que el Emperador había de tomar para juntarse con el Rey y el duque Mauricio, fue derecho a la villa de Eguer, donde, por la oportunidad del lugar, estaba concertado que allí se hiciese la masa de la guerra. Allí se habían de juntar el Rey con sus caballos y algunas banderas de infantería, y el duque Mauricio con los suyos; y así, habían concertado, a término señalado, que fuesen en esta villa. El Rey partió de Trésen, que es lugar del duque Mauricio y el duque de Frayberg, y dejando a mano derecha las fuerzas de su enemigo, por Laytemeriz entraron en Bohemia para tornar a travesar los montes de que ella está rodeada, y juntarse en Eguer con el Emperador. Mas los de Bohemia mostraron entonces abiertamente su intención, y declararon como no eran vanas las esperanzas que el duque Juan de Sajonia tenía en ellos; los cuales se extendían a tanto, que fue causa de decirse muchas opiniones, las cuales no escribió porque no las sé tan averiguadamente cuanto es razón para ponellas aquí.

     Ya el Emperador había andado tres jornadas después que partió de Nuremberga, donde vino un gentilhombre del rey de romanos haciéndole saber cómo, después de haber entrado él y el duque Mauricio con la caballería y alguna infantería en Bohemia, un caballero bohemio había juntado mucha gente, y cortado los bosques y atajado los pasos por donde el Rey había de pasar, por dos o tres partes, por las cuales había probado hacello para venir a Eguer, y éste siempre las había embarazado; que le sería forzado rodear algunas jornadas, y pasar por las montañas por unos castillos de ciertos caballeros bohemios que con él venían; y juntamente con esto quería algunos arcabuceros españoles, para que más fácilmente pudiese pasar y ser señor de aquellos borques. El Emperador proveyó todo lo que convenía, aunque después no fue necesario que los españoles llegasen al paso; porque aquellos caballeros que con el Rey venían le sirvieron tan bien, que le tuvieron desembarazado, y aquel caballero bohemio, que era enemigo, no llegó con su gente allí. Este se llama Gaspar Flue, hombre muy principal en aquel reino, a quien ya ni otras veces méritamente el Rey le había quitado su hacienda, y después muy liberalmente hechole merced della; mas él parece que tuvo más memoria del habérsela quitado que de la merced de habérsela vuelto; porque los ingratos lo primero que olvidan son los beneficios que reciben.

     Cuentan que los caballeros que se juntaron para defender aquellos pasos hicieron un banquete, y que después echaron suertes cual sería capitán general, y ordenárolo de manera que cayese sobre este Gaspar Fluc; no porque hubiese en él más habilidad que en otro para esto cargo, sino porque tenía más aparejo de gente y dinero para sostener aquellos pasos, por ser señor de la mayor parte dellos. Y también podía ser que lo hiciesen porque, si la cosa sucediese después mal, quería cada una ver más el peligro sobre la cabeza ajena que sobre la suya. En fin, sea como fuere, la mayor parte de aquel reino hizo una muy ruin demostración contra su príncipe.

     Ya el rey de romanos había pasado por los castillos que digo, y el Emperador, habiéndolo sabido, estaba a tres leguas de Eguer, la cual es una ciudad de la corona de Bohemia a los confines de Sajonia, mas es fuera de los montes; porque Bohemia es toda rodeada de grandísimos bosques y espesos, y solamente a la parte de Mobrabia tiene entradas llanas; por todas las otras parece que la naturaleza la fortificó, porque la espesura de las selvas y pantanos que hay en ellos hace dificilísimas las entradas. La tierra que se encierra dentro destos borques es llana y fertilísima, y muy poblada de castillos y ciudades. La gente della es valiente naturalmente y de buenas disposiciones. La gente de caballo se arma como la de los alemanes; la de pie diferentemente, porque ni tienen aquella orrden que la infantería alemana, ni tienen aquellas armas; porque unos traen alabardas y otros venablos, otros unos pelos de braza y media de largo, de los cuales cuelgan con una cadena otro de dos palmos herrado, a los cuales llaman pavisas; otros traen escopetas cortas y hachetas anchas, las cuales tiran a veinte pasos diestrísimamente. Solían estos bohemios en tiempos pasados ser soldados muy estimados: al presente no están en tanta reputación. Lo más de Sajonia confina con Bohemia desde Eguer, teniendo las montañas de Bohemia a mano derecha, como van hasta pasado el Albis, que sale de Bohemia y entra en Sajonia por Laitemeriz, ciudad de Bohemia. Esto me parece que ha sido necesario de cir para entenderse mejor lo que pasó.

     Estando el Emperador tres leguas de Eguer, vino allí el rey su hermano y el duque Mauricio y el marqués Juan de Brandemburg, hijo del Elector, que ya su padre se había concertado con el Rey en el servicio del Emperador; y así, envió a su hijo a servirle en esta guerra. La gente de caballo que vino con el Rey serían ochocientos caballos; el duque Mauricio trajo mil, el marqués Juan Jorge cuatrocientos; los unos y los otros bien en orden. Demás desto, trajo el Rey novecientos caballos húngaros, que a mi juicio son de los mejores caballos del mundo, y así lo mostraron en la guerra de Sajonia en el año 46, y agora en esta del 47. Las armas que traen son lanzas largas, huecas y gruesas, y dan grande encuentro con ellas; traen escudos o tablachinas hechos de manera, que abajo son anchos, y así lo son hasta el medio, y del medio arriba por la parte de delante vienen enangostándose hasta que acaban en una punta, que les sube por la cabeza; son acombados como paveses; algunos traen jacos de malla. En estas tablachinas pintan y ponen divisas a su modo, que parecen harto bien; traen cimitarras y estoques juntamente muchos dellos, y unos martillos en unas astas largas, de que se ayudan muy bien. Muestran grande amistad a los españoles, porque, como ellos dicen, los unos y los otros bien de los scitas. Esta fue la caballería que vino con el Rey. Infantería no trajo ninguna, porque en Trésen dejó cuatro banderas, y las otras entrando en Bohemia se fueron a sus casas. Sola una bandera quedó con él, que después mandaron quedar en Eguer. Tampoco el duque Mauricio trajo infantería, porque Lipsia y Zuidica habían de quedar proveídas, pues el duque de Sajonia estaba cerca con ocho o nueve mil tudescos muy buenos, y otros tantos hechos en la tierra, que no eran malos, y tres mil caballos armados muy escogidos. Las otras doce banderas y el resto de la caballería estaban con Tumeshierne, como está dicho, y repartido por otras partes.

     El Emperador partió para Eguer, la cual ciudad es cristiana, que no es poca maravilla, estando cercada de bohemios y sajones; porque en los unos hay muy pocos cristianos, y en los otros no hay ningunos. Luego otro día de como el Emperador allí llegó, vino el Rey, y el Emperador se detuvo la Semana Santa y pascua de Resurrección en esta villa; y pasada la fiesta, luego se partió, habiendo enviado al duque de Alba delante con toda la infantería, y parte de los caballos; el cual envió cuatro bandera de infantería y tres compañías de caballos ligeros con don Antonio de Toledo a una villa donde estaban dos banderas del duque de Sajonia; y habiendo una pequeña escaramuza, la villa se rindió y los soldados dejaron las banderas y las armas. Toda aquella tierra de Sajonia, que es confín de Eguer, la tierra se comienza a abrir y extender en muy hermosas campañas y praderías, muy llenas de castillos y lugares. Toda esta provincia estaba tan puesta en armas, y el Duque la tenía tan llena de gente de guerra, que muy pocos lugares había donde no estuviesen banderas de infantería, y juntamente con esto él andaba conquistando algunos lugares que hasta entonces no había ganado.

     En este tiempo él hacía con toda la diligencia posible caminó la vuelta de su enemigo, porque no había cosa que más desease que hallar de con todas sus fuerzas en la campaña, y que no se metiese en cuatro tierras fortísimas, las cuales son Vitemberg, Gota, Sonovalte y Heldrum, que había ganado del conde de Mansfelt pocos días había. Y cada una destas era tan fuerte, que bastaba dilatar la guerra muchos años. Así que, el Emperador, usando suma diligencia, caminó la vuelta a Maisen, villa del duque Mauricio, la cual había tomado en este tiempo el duque de Sajonia, y estaba en ella su campo; porque el lugar era oportuno para cualquier designio que quisiese tomar, por tener puentes sobre el río Albis y ser cerca de Bohemia, de donde él esperaba gran socorro de infantería y caballos, y también para irse a Vitemberg si conviniese. Así que, estando en este lugar, el Emperador prosiguió su camino, viniéndosele a rendir algunas villas que estaban cerca del, y también deshaciendo la infantería que el duque de Sajonia tenía repartida, porque un día deshizo el príncipe de Salmona tres banderas, y otra deshizo un capitán de arcabuceros a caballo españoles, llamado Aldana, y algunos húngaros con él; y luego otro día un capitán de su majestad, llamado Jorge Espech, con siete banderas de tudescos y algunos caballos, deshizo ocho banderas de infantería que el Duque tenía en un lugar llamado Xeneiberg, y todas las trajo al Emperador. Así que, nuestro camino siempre fue haciendo faciones, que cada una dellas se podía escribir más largamente que yo la escribo.

     Desta manera llegó el Emperador a tres leguas de Maisen con su campo, y queriéndose alojar, le vino nueva que Tumeshierne estaba con su gente a legua y media de allí; lo cual fue tomado con tanta alteración del duque Mauricio que trujo la nueva y del Rey de romanos que lo creyeron como si vieran los enemigos al ojo; y conforme a esto les parecía que era bien proveer algunas cosas bien diferentes a lo que convenía, llegando nuestra gente bien cansada y con grandísimo calor: no sabiendo la nueva tan cierta como era menester, era dar más trabajo al campo. Mas el Emperador, que era el que había de proveer lo que había de hacerse, proveyó que docientos húngaros por una parte y docientos caballos ligeros por otra, descubriesen la campaña y entre tanto todo el campo reposase; lo cual a mi juicio fue mejor consejo que no fatigar la gente con empresa tan incierta. Los descubridores llegaron al lugar donde decían que estaban los enemigos, y no solamente no los hallaron, mas no tuvieron nueva que aquel día hubiese parecido caballo ni soldado, sino unos que aquella mañana habían prendido ciertos caballos ligeros españoles, de los cuales se supo que el duque de Sajonia estaba en Maisen, de la otra parte del río Albis, y había fortificado su alojamiento. El Emperador estuvo en el suyo aquel día y otro, porque habiendo diez días que la infantería caminaba desde que partió de Eguer, estaban los soldados muy fatigados. Habiendo reposado un día, estando con determinación de ir a Maisen y hacer allí puentes y barcas, porque el Duque había quemado las de la villa, y procurar pasar y combatir de la otra banda con su enemigo, le vino nueva como se había levantado de allí y caminaba la vuelta de Vitemberg.

     Yo he visto muchas veces muy bien acertados los designios del Emperador, más nunca he visto ninguno que tan particularmente se acercase como este; porque dende que partió deste alojamiento hasta que volvió (acabada la jornada del río, donde partió para hacerla), ninguna cosa dejó de ejecutarse como él lo había ordenado, ni de suceder como él había pensado. Y así, sabida esta nueva, consideró que yendo a Maisen con el campo, que era ir el río arriba, se perdería tanto tiempo, que ya el duque de Sajonia por la otra parte estaría con el suyo no muy lejos de Vitemberg, que era el río abajo; y pareciole que habiendo vado por allí, podía pasar a tiempo que alcanzase a su enemigo; y informándose de algunos de la tierra, le dijeron que tres leguas el río abajo había dos vados, mas que ambos eran hondos y aparejados a ser defendidos por los que de la otra parte estuviesen. En esto vinieron algunos arcabuceros a caballo españoles, con un capitán llamado Aldana, que por mandado del Emperador había ido a descubrir los enemigos, y deste capitán se supo cómo aquella noche se alojaban en Milburg, que es un lugar de la otra banda de la ribera tres leguas de nuestro campo, y que por allí decían que había vado, mas que sus caballos habían pasado a nado. Al Emperador le pareció que no era tiempo de dilatar la jornada, y envió luego a llamar al duque de Alba, para que se proveyese lo que convenía porque él determinaba de pasar el río por vado o por puente, y combatir los enemigos. Y fundado sobre esta determinación, ordenó las cosas conforme a ella; lo cual a muchos pareció imposible, por estar los enemigos de la otra banda del río, y el camino ser largo, y otras cosas que había que parecían ser estorbo a la presteza que era necesario tener. Mas el Emperador quiso que su consejo se pusiese en efecto; y así, mandó que el artillería y las barcas del puente luego aquel día, antes que anocheciese, caminasen, y la infantería española a media noche, y luego los tres regimientos tudescos y toda la caballería en la orden acostumbrada de los otros días. Hizo aquella mañana una niebla tan oscura, que ninguna parte deste ejército veía por dónde iba la otra, y desto vi quejarse el Emperador diciendo: «Estas nieblas nos han de perseguir siempre estando cerca de nuestros enemigos.» Mas ya que llegamos cerca del río, se fue alzando la oscuridad, y comenzamos a descubrir el Albis y a los enemigos alojados de la otra banda. Esto es el Albis tantas veces nombrado por los romanos, y tan pocas visto por ellos.

     Estaba el duque de Sajonia alojado de la otra banda, en esta villa que se llama Milburg, con seis mil infantes soldados viejos y cerca de tres mil caballos, porque los demás tenía con Tumeshierne, y los otros habíanse desecho con las catorce banderas que de camino el Emperador había tomado, y juntamente tenía veinte y una piezas de artillería, y estaba bien asegurado, porque sabía que si íbamos a pasar por Maisen, él nos tenía gran ventaja para esperar o irse donde quisiese; y por donde él estaba era difícil cosa pasar, por el anchura y profundidad del río, y por ser la ribera que él tenía ocupada muy superior a la nuestra, y guardada de una villa cercada y un castillo, que aunque no era tan fuerte que bastase guardarse a sí, eralo para defender el río. Ya el alojamiento de nuestro campo estaba señalado, y repartidos los cuarteles, cuando el Emperador llegó, que serían ocho horas de la mañana, por cual mandó quo estuviese la gente de caballo en el mismo orden que estaba sin alojarse. El sitio de nuestro campo era cerca del río, mas había en medio del de los enemigos y el nuestro unas praderías y unos bosques grandes que llegaban cerca de la ribera. A la hora que tengo dicho, el Emperador y el rey de romanos tomaron algunos caballos, y adelantáronse a topar al duque de Alba, que había ido adelante y había bien reconocido los enemigos; y considerando que el río defendido dellos mostraba no haber medio de poder pasar, el Emperador y el Rey, hablando con el Duque, ordenó que se buscasen algunos de la tierra, que más particularmente mostrasen el vado de lo que se sabía por la relación que hasta allí se tenía, pues no se había de emprender cosa tan grande temerariamente y sin saber como se emprendía. En esto se puso mucha diligencia, y entre tanto el Emperador y el Rey, y el duque Mauricio con ellos, se entraron en una casa a comer un poco, y estando poco tiempo allí; se salieron para ir a la parte donde estaban los enemigos; y yendo allá el duque de Alba, vino el Emperador, y le dijo que le traía una buena nueva, que tenía relación del vado, y hombre de la tierra que lo sabía bien. Llamábase este lugar de donde el Emperador salió, Schermecer, que en español quiere decir navaja, el cual estaba no muy lejos del vado; al cual, después que el Emperador llegó con el Rey y el duque de Alba y el duque Mauricio, vio que los enemigos estaban a la otra parte del, y tenían repartida su artillería y arcabucería por la ribera, y estaban puestos a la defensa del paso y del puente que traían hecho de barcas, el cual estaba repartido en tres piezas, para llevarle consigo el río abajo con más facilidad. Era la disposición del paso desta manera: la ribera que los enemigos tenían era muy superior a la nuestra, porque de aquella parte era muy alta y sobre ella un reparo como los que hacen para cercar heredades que en muchas partes podían cubrir sus arcabuceros; nuestra parte era tan descubierta y llana, que todas las crecientes del río corrían por allí. Ellos tenían la villa y el castillo que tengo dicho; de nuestra banda todo estaba raso, sino eran algunos árboles pequeños y espesos, que estaban bien apartados del agua, la cual por aquella parte do se pensaba que era vado tenía trecientos pasos de ancho. La corriente, aunque parecía mansa traía tan gran ímpetu, que no ayudaba poco a la fortaleza del paso; el cual, por todas estas cosas que tengo dicho, estaba tan dificultoso, que era bien menester acompañar la determinación del Emperador con arte y fuerza. Ordenó que en aquellos árboles espesos que estaban apartados del agua se pusiesen algunas piezas de artillería, y no metiesen ochocientos o mil arcabuceros españoles, y que estos, juntamente con el artillería, disparasen y arremetiesen, porque por el artillería los enemigos se apartasen y no fuesen tan señores de la ribera, y nuestros arcabuceros viniesen a ser señores de la nuestra, y llegar al agua, aunque la parte era descubierta; lo cual, aunque se hacía con dificultad y peligro, era menester hacerse así.

     Mas en este tiempo los enemigos, poniendo arcabuceros en sus barcas, las llevaban por el río abajo; y así fue necesario que nuestros arcabuceros saliesen a la ribera abierta, lo cual hicieron con tanto ímpetu, que entraron por el río muchos dellos hasta los pechos, y comenzaron a dar tanta priesa de arcabuzazos a los de la ribera y a los de las barcas, que matando muchos dellos, se las hicieron desamparar; y así quedaron sin ir por el río más adelante. Esta arremetida de nuestros arcabuceros fue estando el Emperador con ellos; y así, juntamente arremetió hasta el río. Allí se comenzó la escaramuza dende la una ribera a la otra: toda la arcabucería de los enemigos tiraba a la nuestra y su artillería; mas la nuestra y nuestros arcabuceros, aunque estaban en sitio desigual, les daban grandísima priesa; tanto, que se conocía ya la ventaja de nuestra parte, por parecer que los enemigos tiraban más flojamente. Por esto el hacia mandó que viniesen otros mil arcabuceros españoles con Arce, maestre de campo de los de Lombardía, para que más vivamente los enemigos fuesen apretados; y así, anduvo la escaramuza tan caliente, que de una parte y de otra parecían salvar las arcabucerías cuando dejaron los enemigos las barca, quedando en ellas muchos muertos, y habían dejado puesto fuego en las más dellas, y también muchos soldados dellos no osaron salir por nuestra arcabucería, porque les parecía que levantándose tenían más peligro, y se quedaron tendidos en ellas.

     En este tiempo nuestra puente había llegado a la ribera, mas la anchura del río era tan grande, que se vio que no bastaban nuestras barcas para ella; y así, era necesario que ganásemos las de nuestros enemigos; y como para la virtud y fortaleza no hay ningún camino difícil, tampoco lo fue este del Albis, con todas sus dificultades.

     Ya en este tiempo los enemigos comenzaban a desamparar la ribera, no pudiendo sufrir la fuerza de los nuestros; mas no tanto que no hubiese muchos a la defensa. Pues viendo Emperador que era necesario ganalles su puente, mandó que el arcabucería usase toda diligencia; y así súbitamente se desnudaron diez arcabuceros españoles, y estos, nadando con las espadas atravesadas en las bocas, llegaron a los dos tercios de puente que los enemigos llevaban el río abajo, porque el otro tercio quedaba el río arriba muy desamparados dellos. Estos arcabuceros llegaron a las barcas, tirándoles los enemigos tirándoles los enemigos muchos arcabuzazos de la ribera, y las ganaron, matando a los que habían quedado dentro, y así las trujeron: también entraron tres soldados españoles a caballo y armados, de los cuales uno se ahogó. Ganadas estas barcas, y estando ya toda nuestra arcabucería tendida por la ribera y señora della, los enemigos comenzaron del todo a perder el ánimo.

     En este tiempo el duque de Alba tornó a decir a su majestad certificadamente cómo el vado era descubierto y se podía pasar; y así el Emperador quiso proseguir su determinación y pasar el río, porque en todo caso determinaban de pasar aquel día, y no dar tiempo a que el duque de Sajonia ocupase aquellas fuerzas que tengo dichas, que eran bastantes a dilatar la guerra muchos años; el cual, cuando el Emperador llegó al vado, dicen que estaba oyendo el sermón, como es la costumbre de luteranos; mas pienso yo que después de sabida nuestra llegada; no debió de ser mucho el tiempo que en oír su predicador gastó; y así comenzó a proveer todas las cosas necesarias a la defensa; las cuales aprovecharon poco contra la virtud del que venía contra él y de los soldados que traía. Ya en la ribera de nuestros enemigos parecía desamparada y así, el hacia con una presteza increíble mandó que la caballería comenzase a pasar el vado, y juntamente que el puente de los enemigos y del nuestros se hiciese uno, y pasase la infantería española y luego los tres regimientos de alemanes. Había puesto tanta diligencia el duque de Alba en descubrir el vado, que por todas partes había hecho buscar guías y pláticos del río, entre los cuales se halló un villano my mancebo, al cual habían los enemigos tomados el día antes dos caballos, y como en venganza de su pérdida, se vino a ofrecer que él mostraría el vado, y decía: «Yo me vengaré destos traidores que me han robado con ser causa que hoy sean degollados.» Parecía que tenía ánimo digno de otra fortuna mayor que la suya, pues no se acordaba de su pérdida, sino de la venganza que había de tomar, la cual ya aparecía que se le representaba.

     Venida toda la caballería a la ribera del río, el Emperador mandó quedar a la guarda del campo nueve banderas de alemanes, de cada regimiento tres, y quinientos caballos tudescos, docientos y cincuenta de los del marqués Alberto, que de la rota de su señor se recogieron al Rey, y otros tantos de los del marqués Juan; y luego mandó que comenzasen a pasar los caballos húngaros de los cuales y de los ligeros que el hacia tenía, ya habían comenzado a pasar antes que los enemigos hubiesen acabado de salir de la villa que tengo dicha, y habían habido algunas cargas sobre ellos. Mas nuestros arcabuceros, entrando en el río hasta los pechos, defendían tan vivamente y tiraban tan a menudo, que nuestros caballos estaban tan seguros en la otra ribera como en la nuestra, mas ya que los enemigos se comenzaron a alargar, dejaron del todo la esperanza de sostener el vado y viendo que el Emperador se le había combatido y ganado hicieron su designio de ir a una villa que se llama Torgao, sino pudiesen ganar tanta ventaja, que llegasen a Vitemberg, o combatir en el camino, si para una destas dos cosas no tuviesen tiempo.

     El duque de Alba por orden del Emperador, mandó que toda la caballería húgara y el príncipe de Salmona con sus caballos ligeros pasasen el río, llevando cada uno un arcabucero a las ancas del caballo, y luego pasó con la gente de armas de Nápoles, llevando consigo al duque Mauricio y a los suyos, porque esta caballería era la vanguardia. Luego el Emperador y el rey de romanos con sus escuadrones llegaron a la ribera. Iba el Emperador en un caballo español castaño oscuro el cual le había presentado mosiur de Rin, caballero del orden del Tusón, y su primer camarero, llevaba un caparazón de pelo carmesí con franjas de oro, y unas armas blancas y doradas y no llevaba sobre ella otra cosa sino la banda muy ancha de tafetán carmesí listada de or, y un morrión tudesco, y una media asta, casi venablo, en las manos. Fue como la que escriben de Julio César cuando pasó el rubicón, y dijo aquellas palabras tan señaladas; y sin duda ninguna cosa más al propio no se podía representar a los ojos de los que allí estábamos porque allí vimos a César que pasaba un río, él armado y con ejército armado, y que de la otra parte no había que tratar sino de vencer, y que el pasar del río había de ser con esta determinación y con este esperanza; y así, con la una y con la otra el Emperador se metió al agua, siguiendo el villano que tengo dicho, que era nuestra guía; el cual tomó el vado más a la mano derecha el río arriba de lo que los otros habían ido. El suelo era bueno, mas la profundidad en tanta, que cubría las rodillas de los caballeros, por grandes caballos que llevasen; en algunas partes nadaban los caballos; mas era poco trecho. Desta manera salimos a la otra ribera, adonde, por ser el río más extendido, tenía más de trecientos pasos en ancho. El Emperador hizo dar a su guía dos caballos y cien escudos.

     Ya le puente se comenzaba a hacer de nuestras barcas y de las que ganamos a nuestros enemigos, y la infantería española estaba junto della para pasar en siendo acabada, y luego seguía la alemana para pasar como dicho es, porque esta orden había dado el Emperador; y ya los húngaros y caballos ligeros, dejando los arcabuceros que habían pasado a las ancas, se adelantaron y iban escaramuzando y entreteniendo el enemigo, que caminaba con la mayor orden, y priesa que podía, sin dejar en la villa de Milburg ningún soldado; lo cual al principio se pensó que hiciera, y este fue uno de los respetos que se tuvo para hacer que pasasen arcabuceros con los caballos ligeros; mas él con todo su campo ganaba siempre la ventaja de la tierra que podía, repartida su infantería en dos escuadrones, uno pequeño y otro grueso, y nueve estandartes de caballería, repartidos de manera que cuando nuestros caballos ligeros y húngaros los apretaban, ellos volvían y les cargaban de manera, que daban lugar a que su infantería en este tiempo pudiese caminar. El Emperador, con mayor trote que podía sufrir gente de armas, seguía el camino que los enemigos llevaban, en el cual halló un crucifijo puesto, como suelen poner en los caminos, con un arcabuzazo por medio de los pechos. Esta fue una vista para el Emperador tan aborrecible, que no pudo disimular la ira que de una cosa tan fea se debía recebir, y mirando el cielo dijo: «Señor, si vos queréis, poderoso sois para vengar vuestras injurias»; y dichas estas palabras, prosiguió su camino por aquella campaña tan ancha y tan rasa: y porque el polvo que nuestra vanguardia hacía era muy grande, y el aire la traía a darnos en los ojos, el Emperador se puso sobre la mano derecha della, y así hizo dos cosas: la una tener la vista libre para lo que fuese necesario, y la otra proveer al peligro que en nuestros tiempos habemos visto suceder de no ir los escuadrones en la orden que conviene, porque tenemos por experiencia que viniendo rompida una vanguardia, suele romper a la batalla, por no ir colocada en aquel lugar que debe. Así, el Emperador proveyó a este inconveniente con ponerse en parte él y el Rey con sus dos escuadrones, que siendo nuestra vanguardia puesta en peligro, él estaba a punto para socorrer cargando en los enemigos; los cuales iban tan fuertes, que era necesario hacer esta provisión. Ya el duque de Alba con la gente de la vanguardia, yendo escaramuzando siempre, estaba tan cerca, que los enemigos hicieron alto y comenzaron a tirar toda su artillería; lo cual los alemanes saben siempre hacer muy bien, y por esto el Emperador dio más priesa a igualar con la vanguardia. Nuestra infantería aún no parecía, ni seis piezas de artillería que con ella habían de venir; y no era maravilla, porque el puente no se había podido hacer con tanta presteza. Esto era ya tres leguas tudescas del Albis, y el Emperador se había dado gran priesa con la caballería, porque con ella emprendió deshacer a su enemigo; el cual, si esperara más a nuestra infantería, tuviera lugar de llegar al cabo su designio; donde se ve claramente cuanto pueden en las cosas grandes los consejos determinados. Eran los caballos de nuestra vanguardia los que aquí diré. Cuatrocientos caballos ligeros con el príncipe de Salmona y con don Antonio de Toledo, y cuatrocientos y cincuenta húngaros, porque trecientos habían sido enviados aquella mañana a reconocer a Torgao; cien arcabuceros a caballo españoles, seiscientas lanzas del duque Mauricio, y docientos arcabuceros a caballo suyos; docientos y veinte hombres de armas de los de Nápoles con el duque de Castrovilla; nuestra batalla, que era dos escuadrones; el del Emperador sería de cuatrocientas lanzas y trecientos arcabuceros tudescos de caballo; el del Rey era de seiscientas lanzas y trecientos arcabuceros de caballo. Toda nuestra caballería era esta, de la cual yo afirmo que no bajo ni hago menor el número de lo que era. Iban nuestros escuadrones ordenados diferentemente de los tudescos, porque ellos hacen la frente de los escuadrones de su caballería muy angosta, y los lados muy largos. El Emperador ordenó los suyos que tuviesen diez y siete hileras de largo; y así venía a ser la frente dellos muy ancha, y mostraba más número de gente, y representaba una vista muy hermosa. Y a mi juicio esta es la mejor orden y más segura, cuando la disposición de la tierra lo sufre, porque la frente de un escuadrón de caballos muy ancho, no da tanto lugar que sea rodeado por los lados; lo cual se puede hacer muy fácilmente en un escuadrón que trae la orden angosta, y bastan diez y siete hileras de espeso para el golpe, y un escuadrón puede dar en otro. Desto se ha visto el ejemplo manifiesto en la batalla que la gente de armas de Flandes ganó a la gente de armas de Cléves, cabe la villa de Citar, el año de 1543.

     Los enemigos iban en la orden que tengo dicho, que eran seis mil infantes en dos escuadrones, y nueve estandartes de caballería en que había dos mil y seiscientos caballos, y un guión que andaba acompañado de ochenta o noventa caballos. Éste era el duque de Sajonia, que andaba proveyendo por sus escuadrones lo que convenía; el cual al principio, no habiendo descubierto sino nuestra vanguardia, porque los polvos le quitaban la vista de la batalla, parecíale que facilísimamente podía resistir aquella caballería; mas un mariscal de su campo, llamado Wolf Krayz, que nos había mejor reconocido, le dijo que se apartase un poco a un lado, y vería lo que contra sí tenía; y así, descubrió la batalla, donde el Emperador y el Rey iban; la cual iba de la manera que tengo dicho. La persona del Rey iba junto con la del Emperador, y en este escuadrón, con su majestad, iba el príncipe de Piamonte. Los dos archiduques de Austria, hijos del Rey, llevaban el escuadrón del Rey.

     Descubriendo el duque de Sajonia del todo nuestra caballería, y viendo claramente en la orden y en caminar nuestra determinación, se envolvió entre sus escuadrones y determinó con la mejor orden que pudo de ganar un bosque que estaba en su camino, porque le pareció que con su infantería podía estar allí tan fuerte, que venida la noche podía irse a Vitemberg, porque era lo que deseaba. Torgao no le había parecido lugar seguro para irse a ella, porque según él después dijo, había oído aquella mañana golpes de artillería, los cuales tiraba a los reconocedores que allí habían ido, y él había pensado viéndose seguido de parte de nuestro campo, que la mitad del con el duque de Alba le ejecutaba, y que la otra mitad le llevaba al Emperador a ponerse sobre Torgao, y que no siendo fuerte el lugar, aunque estaba sobre el Albis no era cosa segura dejarse encerrar; o sea esto, o lo que dicen, que dejó de irse a Togao, porque no se le acordó, ni en aquel tiempo tuvo hombre de su consejo que se le diese en ninguna cosa de las que le convenía; sea como fuere, en fin, él acordó de procurar ganar el bosque para Vitemberg y si le conviniese combatir, hacerlo con más ventaja suya. Y para conseguir uno de estos dos efectos ganando aquel bosque, que es lleno de pantanos y caminos estrechos, mandó a toda su arcabucería de pie y a toda la de caballo a hacer una carga en toda nuestra caballería ligera, porque más cómodamente la infantería ganase el sitio que él quería, la cual hicieron harto vivamente, ya en este tiempo, como está dicho, el Emperador se había igualado con el avanguardia y había hablado al duque Mauricio muy alegremente, y a la gente de armas de Nápoles, diciéndoles las palabras como en un día que aquel un capitán debe de decir a sus soldados, y dándoles el nombre que era Sant Jorge, Imperio Sant Iago, España. Así caminaron la vuelta de los enemigos al paso que convenía. Llendo así igualados todos los escuadrones; la batalla halló a su mano derecha un arroyo y un pantano grande, donde cayeron algunos caballos; y porque no cayesen todos, fue necesario que la batalla se estrechase tanto, que la vanguardia pudiese pasar sin que se mezclase el un escuadrón con el otro, y se desordenasen ambos. Y desta cusa sucedió que, yendo al lado, vino a pasar la vanguardia delante, al tiempo que los enemigos querían comenzar la carga que tengo dicha; la cual hicieron en nuestros caballos ligeros con muy buena orden.

     A este tiempo el duque de Alba, conociendo tan buena ocasión, envió a decir al Emperador que él cargaba, y así lo hizo por una parte con la gente de armas de Nápoles, y el duque Mauricio con sus arcabuceros por la otra. Y luego su gente de armas y nuestra batalla, que ya había tornado a ganar la mano derecha, vinieron contra los enemigos con tanto ímpetu, que súbito comenzaron a dar la vuelta a los enemigos, y apretaron los nuestros de manera, que a ninguna otra cosa les dieron lugar sino de huir; y comenzaron a dejar su infantería, la cual al principio hizo un poco de resistencia para recogerse al bosque. Mas ya toda su caballería andaba tan dentro de la suya y de sus infantes, que en un momento fueron todos rotos. Los húngaros y los caballos ligeros, tomaron un lado, acometieron por un costado, y con una presteza maravillosa comenzaron a ejecutar la victoria, para lo cual estos húngaros tienen grandísima industria, los cuales arremetieron diciendo, España porque a la verdad el nombre del Imperio, por la antigua enemistad, no les era muy agradable.

     Desta manera se llegó al bosque por el cual eran tantas las armas derramadas por el suelo, que daban grandísimo estorbo a los que ejecutaban la victoria; los muertos y heridos eran muchos; unos muertos de encuentro, otros de cuchilladas grandísimas, otros de arcabuzazos; de manera que era una la muerte, y los géneros della muy diversos. Eran tantos los prisioneros, que había muchos de los nuestros que traían quince y veinte soldados rodeados de sí. Había muchos hombres, que parecían ser de más arte que los otros, muertos en el campo, otros que aún no acababan de morir, gimiendo y revolviendose en su misma sangre; otros se veía que se les ofrecía su fortuna como era la voluntad del vencedor, porque a unos mataban y a otros prendían, sin haber para ello más elección que la voluntad del que los seuía. Estaban los muertos en muchas partes amontonados, y en otras esparcidos, y esto era como les tomaba la muerte, huyendo o resistiendo. El Emperador siguió el alcanze una gran legua. Toda la caballería ligera, y mucha parte de la tudesca y de los hombres de armas del reino le siguieron tres leguas. Ya estábamos en medio del bosque cuando el Emperador, que allí estaba, paró y mandó recoger alguna gente de armas, porque toda andaba ya tan esparcida, que tan sin orden andaba los vencedores como los vencidos; lo cual fue asegurar la victoria, y si algún inconveniente sucediera a los que iban adelante proveello, porque es cosa muy sabida que un capitán lo ha de pensar todo, y no decir después: No lo pensé.»

     Habiendo parado allí el Emperador y el Rey, el cual en todo esto mostró ánimo verdaderamente de rey, vino el duque de Alba, que había llegado más adelante siguiendo el alcance, armado de unas armas doradas y blancas, con su banda colorada, en un caballo bayo, sin otra guarnición alguna más de la sangre de que venía lleno de las heridas que traía en él. El Emperador le recibió muy alegremente y con mucha razón. Estando así, vinieron a decir al Emperador como el duque de Sajonia era preso. En su prisión pretendían ser los principales dos hombres de armas españoles y italianos, y un húngaro, y un capitán español. El Emperador mandó al duque de Alba que le trujese; y así, fue traído delante dél. Venía en un caballo frisón, con una gran cota de malla vestida, y encima un peto negro con unas correas que se ceñía por las espaldas, todo lleno de sangre de una cuchillada que traía en el rostro en el lado izquierdo. El duque de Alba venía a su mano derecha, y así lo presentó a su majestad. El duque de Sajonia se quiso apear, y queríase quitar el guante para tocar la mano, según costumbre de los alemanes, al Emperador; mas él no lo consintió ni lo uno ni lo otro, porque a la verdad, del trabajo y de la sed y de la herida venía tan fatigado, y él es tan pesado, que pienso que el Emperador tuvo más respeto a esto que a lo que él merecía. Él se quitó el chapeo dijo al Emperador, según costumbre de Alemania: «Poderosísimo y gradosísimo Emperador, yo soy vuestro prisionero.» A esto el Emperador respondió: «Agora me llamáis hacía; diferente nombre es este del que me solíades llamar»; y esto dijo porque cuando el duque de Sajonia y Lantgrave traían el campo de la liga, en sus escritos llamaban al Emperador «Carlos de Gante, el que piensa que es Emperador». Y así, nuestros alemanes cuando esto oían decían: «Deja hacer a Carlos de Gante; que él os mostrará si es hacía»; y por esta causa el Emperador respondió a sí; y después le dijo que sus méritos le habían traído en los términos en que estaba a estas palabras el duque de Sajonia no respondió nada, sino alzando los hombros abajó la cabeza, suspirando con semblante digno de haberle lástima, si la mereciera un bárbaro tan bravo y tan soberbio como él había sido. El Duque tornó a decir al Emperador le suplicaba que le tratase como a su prisionero; el Emperador le dijo que él sería tratado según que merecía; y mandó al duque de Alba que con buena guardia le hiciese llevar al alojamiento del río, que era el que se tomó aquel día mismo cuando ganamos el vado. La alegría de la victoria fue general en todos, porque se entendió entonces cuán importante era, y cada día se entendía más. El duque Mauricio aquel día yendo ejecutando la victoria, uno de los enemigos llegó por detrás y púsole un arcabuz en parte, que si acertara a dar fuego, lo matara; el cual fue luego hecho pedazos él y su caballo por los que con el Duque iban.

     Fueron muertos de la infantería de los enemigos hasta dos mil hombres, y heridos muchos, que dejándolos allí, se salieron y salvaron en aquella noche, y otro día fueron presos ochocientos infantes. De los de caballo fueron muertos, según se puede estimar, más de quinientos; el número de los presos fue muy mayor, porque entre nuestros alemanes, como la nación era una, pudiéronse encubrir mejor, y los que se saben, fueron tantos, que los húngaros y caballos ligeros y la otra gente de armas ganaron muchos; de manera que se sabe que no se recogieron en Vitemberg, de los de pie y de los de caballo, cuatrocientos hombres. Ganáronse quince piezas de artillería, dos culebrinas largas, cuatro medias culebrinas, cuatro medios cañones, cinco falconetes y grandísima copia de municiones, y otro día se ganaron otras seis piezas, que por haber caminado con mucha diligencia más que las otras, se habían entrado en un lugar pequeño. Ganose todo el carruaje, en lo cual nuestra gente de caballo hubo grandísima copia de ropa y dinero. Fueron ganadas diez y siete banderas de infantería y nueve estandartes de caballo, y el guión del duque de Sajonia. Fue preso el duque Ernesto de Brunsvic, el cual en la guerra pasada era el que traía todas las escaramuzas que los enemigos hacían, y otros muchos principales, y el hijo mayor del duque de Sajonia fue herido en la mano derecha y en la cabeza, y derribado del caballo; él dice que mató con un arcabuz pequeño que traía al que le hirió, y así pudo ser puesto a caballo por los suyos, el cual se salvó y entró en Vitemberg. De los nuestros murieron hasta cincuenta de caballo, con los que después murieron de las heridas que allí recibieron.

     Esta batalla ganó el Emperador a 24 de abril de 1547 años, un día después de San Jorge y víspera de San Marco, habiendo doce días que partió de Eguer. Comenzose sobre el río Albis a las once horas del día; acabose a las siete de la tarde, habiendo combatido sobre el vado y ganándole al enemigo, y seguídole tres leguas, como está dicho, combatiéndole siempre hasta llegar donde con sola su caballería le prendió, rompiendo su infantería y caballería con tanto ánimo y buena industria, que se puede decir por él, como se dijo por Scipión Emiliano:

Ille sapit solus, volitant alii velut umbros.

     Esta victoria tan grande el Emperador la atribuyó a Dios, como cosa dada por su mano; y así, dijo aquella tres palabras de César, trocando la tercera como un príncipe cristiano debe hacer, reconociendo el bien que Dios le hace: «Vine y vi, y Dios venció.»

     Pareció bien a todos la moderación de ánimo que el Emperador usó con el duque de Sajonia, porque otro vencedor pudiera ser que; contra quien le hubiera ofendido como éste le ofendió, no templara su ira como el Emperador lo hizo, la cual es más dificultosa de vencer algunas veces que el enemigo. Siendo ya tarde, su majestad, recogiendo la gente que allí estaba, se volvió a su alojamiento, donde llegó a la una de la noche. Otro día se recogió el artillería y municiones ganadas el día antes, y grandísimo número de armas, y las otras seis piezas que tengo dicho; y de nuevo muchos húngaros y caballos ligeros trujeron muchos prisioneros, porque tras leguas mes adelante de donde llegó nuestro alcance siguieron la victoria. El duque de Sajonia fue dado por el duque de Alba en guardia a Alonso Vivas, maestro de campo de los españoles del reino de Nápoles, y juntamente el duque Ernesto de Brunsvic, como es dicho, fue preso en la batalla por un tudesco, vasallo del rey de romanos y criado del duque Mauricio. En este lugar estuvo el Emperador dos días.

     En este tiempo Torgao se rindió, y el Emperador con todo el ejército determinó de ir sobre Vitemberg, cabeza del estado del duque Juan, y principal villa de las de la elección, y así, como tierra importantísima la tenía el Duque fortificada, habiendo comenzado su fortificación veinte y cinco años antes, fortificando siempre con grandísima diligencia y con grandísimo número de artillería. El camino fue por Torgao, donde estaba un castillo, que es una de las más hermosas casas que hay en Alemania. Allí era donde el duque Juan tomaba más ordinariamente pasatiempo. En este camino se supo de los prisioneros cómo el Duque esperaba a Tumeshierne con la gente que había llevado a Bohemia y veinte banderas de infantería que los de aquel reino le enviaban, y mucha gente de caballo con ellas; mas la presteza del Emperador, la cual en este negocio tiene muy más natural que en todos los otros, atajó todas estas ligas y socorros.

     Pasó el Emperador el río Albis media legua más abajo de Vitemberg, por puente hecha de sus barcas, y de las ganadas de sus enemigos. Paréceme que es cosa de memoria lo que deste río se supo en este tiempo; y es que por la parta que el Emperador le pasó a vado, aunque hondo, otro día después de la batalla no se podía pasar sino a nado y con grandísimo trabajo, Paréceme que nuestro Señor facilita las cosas cuando son en su servicio Otras dos cosas pasaron, que por haber mirado en ellas todos, las escribo, y es que pasando la infantería española anduvo una águila volando mansamente, Torneando sobre ella muy gran tiempo; y andando ansí, salió un lobo muy grande de un bosque, el cual fue muerto por los soldados a cuchilladas en medio de un campo raso. Son acaecimientos estos, que, o permitidos de nuestro Señor, o ofreciéndolos el caso así, miraron mucho en ellos los que los vieron.

     Aquel día fue de harto calor, y el sol tenía un color que claramente parecía sangriento; y a los que lo miramos nos parecía verdaderamente que no estaba tan bajo como había de estar según la hora que era. Fue tan notablemente mirado esto, y queda por opinión tan verdadera entre todos, que yo no lo osaría contradecir. Esto mismo fue notado aquel día en Nuremberga y en Francia, según el rey lo contó y en Piamonte, porque del mismo color lo vieron. Fueron todas estas cosas tan notadas y tratadas, que por esto he querido hacer memoria dellas.

     Pasado el Emperador el río Albis se alojó entre unos bosques a vista de Vitemberg, cuyo sitio y fortificación es desta manera. Esta villa de Vitemberg es harto grande fortificación, y de hechura es cuadrada, mas es cuadro es muy prolongado; por la parte donde ella está más extendida, tiene el río Albis a cuatrocientos pasos lejos della. Está asentada en un llano muy raso y muy igual, el cual se descubre della sin que haya donde se pueda encubrir ninguna gente: tienen todo a la redonda un foso de agua muy ancho y muy hondo, y un reparo de sesenta pies de grueso de tierra tan firme, que todo él está lleno de yerba crecida en él dende lo alto hasta el foso, el cual tiene al pie del reparo todo a la redonda un rebellín de ladrillo y cal, que está hecho para arcabucería y tan encubierto del foso que es imposible batirse. Tiene cinco baluartes harto grandes y harto buenos, y el castillo que sirve de caballero descubriendo toda la campaña. Por esta parte del castillo viene el cuadro de la tierra a tener la frente más angosta, y por aquí estaba determinado que se batiese, y para esto el Emperador mandó que se trujesen los gastadores que el duque Mauricio había prometido, que eran quince mil, y que viniese artillería de Trésen, de la cual había tanto número en aquella villa, que bastaba, quedando ella proveída, a dar la que para batir a Vitemberg era necesaria. Mas estos ofrecimientos pararon en que, aunque se dio la artillería, los gastadores fueron tan mal proveídos que de quince mil vinieron trescientos, y estos traídos con grandísima dificultad, según decía el duque Mauricio.

     Mas en este tiempo el Emperador había comenzado a oír los ruegos del marqués de Brandemburg, elector, que había venido allí, el cual intercedía por el duque Juan de Sajonia por los mejores medios que él podía, y su majestad había considerado algunas cosas, entre las cuales tuvo muy gran consideración al duque de Cléves, yerno del rey de romanos y cuñado del duque Juan, que con grandísima instancia había procurado lo que tocaba salvar la vida del duque Juan, su cuñado, con aquella parte de su estado que fuese posible; por donde comenzó a inclinarse más a la misericordia que se debía tener de un príncipe tan grande puesto en tan miserable fortuna, que no a poner en efecto la primera determinación, que era cortarle la cabeza. Y así, se comenzó a tratar lo que convenía para que el duque Juan quedase castigado, y junto con esto no se dejase de ejecutar la clemencia del Emperador, que en un príncipe es tan alabada virtud y tan provechosa, como del primero César se dice: que más ganó con la clemencia que con las armas.

     Hubo diversas opiniones en lo que tocaba a la vida del duque Juan, porque unos tenían consideración a sólo el castigo, otros consideraban la manera del castigar con otras ciudades que fuesen tan importantes que tuviesen la victoria del hacia viva para siempre, y consideraban cuánto importaba que no fuesen reducidos a última desesperación los que tenían su confianza en la clemencia del Emperador, de la cual aguardaban a tomar ejemplo en lo que con el duque de Sajonia se hacía. Y así, tratando lo uno y lo otro, el Emperador se resolvió conforme a su natural condición que fue dando la vida al duque Juan con las condiciones que fueron bastantes para que fueren recompensa de la muerte, de que muchos le juzgaban que era digno.

     Estaban dentro de Vitemberg la mujer del Duque y su hermano y los hijos menores dentro en Gota, estaba el mayor que había escapado herido de la batalla. Todos estos esperaban el suceso de lo que al Duque tocaba, al cual ya el Emperador había perdonado la vida por intercesión de los que esto trataba.

     Fuele quitada primeramente la elección y las villas que suelen andar con ellas, de las cuales la principal es Vitemberg y Torgao, y otras muchas. Entregó toda la artillería y municiones, que es un número grandísimo, porque sólo de Vitemberg se sacaron ciento y veinte piezas de artillería, sin las piezas menudas. Su majestad le dejó en Turingia ciertos castillos y tierras. Gota que es fortaleza inexpugnable mandó que fuese derribada por el suelo y halláronse con ella cien piezas de artillería sin la menuda, y cien mil pelotas, y las otras municiones conforme a esto. Él queda preso en la corte del Emperador, o en cualquier otra parte que él mandare, por todo el tiempo que su voluntad fuere. Entregó luego las banderas o estandartes o artillería que había ganado al marqués Alberto; y al Marqués, que estaba en Gota, mandó el Emperador que viniese luego a su corte. En lo que toca a la religión, al principio estuvo muy duro; después respondió tan blando, que por entonces a su majestad le pareció que no era menester tratar dello. Su hermano perdió una villa, la cual su majestad dio al marqués Alberto. El duque entregó todos los castillos que tenía usurpados a los condes de Mansfelt y de Sulma. Lo de la iglesia y monasterios de Sajonia con lo usurpado a particulares, queda a la disposición del Emperador; el cual viendo que lo principal que él pretendía; que era lo que tocaba la Religión, comenzaba a llevar buen camino, tuvo por bien todas estas condiciones, y no quiso que una casa tan noble y tan antigua, y que tantos servicios había hecho a la suya en los tiempos pasados, quedase tan extinta y tan del todo deshecha; y quiso más en esto seguir la equidad y mansedumbre, que no la ira y justa indignación a que méritamente le había incitado la guerra del año pasado cuando deshizo el campo de la Liga.

     Compuestas las cosas desta manera, quedó el duque Juan vivo y castigado, con un castigo tan grande que de uno de los más poderosos príncipes de Alemania viene a ser de un caballero privado della y que sus hijos lo serán más porque han de repartir entre ellos lo que él solo posee ahora. De manera que aquella casa que tantas fuerzas hasta aquí ha tenido, vendrá a tener tan pocas cuanto su soberbia merecía.

     Entre todas estas cosas, que tanto podían abajar el ánimo de un hombre, por grande que fuese, no se sabe que este Duque haya dicho palabra baja ni mostrado semblante conforme a su fortuna, sino siempre una constancia digna de habella tenido en nuestra verdadera religión. Así que, concertado lo que tocaba al duque Juan con otras condiciones que yo no pongo aquí (porque no escribo sino las generales), y rendida Vitemberg, de la cual salieron tres mil hombres de guerra, el Emperador mandó entrar cuatro banderas en ella, y al cabo de dos días la Duquesa salió a ver a su majestad y hacerle reverencia, y vino a la tienda donde estaba, y con ella el hermano del duque Juan y su mujer, hermana, del duque Ernesto de Brunsvic, y un hijo del duque Juan, porque el otro quedaba malo en Vitemberg, y el otro quedaba en Gota. Veníanla acompañando los hijos del rey de romanos, y el marqués de Brandemburg y otros señoree alemanes. Ella llegó al Emperador con toda la humildad que pudo, y no era menester procurar mostralla, porque una mujer que tenía a su marido en tan trabajosos términos, y ella se veía desposeída y puesta en estado tan mísero, su ventura le mostraba el semblante que había de tener; y así, se hincó de rodillas delante del Emperador, mas él la levantó, recibiéndola con tanta cortesía, que ninguna cosa le quitó de lo que hiciera con ella cuando estaba en su primera fortuna. Fue cosa que a todos movió a piedad, y no bastó para no habella la memoria tan fresca de los deservicios de su marido. Suplicó el Emperador algunas cosas que tocaban al Duque, y a todo fue respondido clementísimamente; y así, se volvió por donde su marido estaba, que era el cuartel del duque de Alba, entre la infantería española, y le visitó, habiendo primero pedido licencia al Emperador, y de allí se volvió al castillo de Vitemberg. Otro día el Emperador fue a ver la tierra y entró en el castillo, y visitó a la Duquesa, la cual pereció a todos visitación muy semejante a la que Alejandro hizo a la madre y mujer de Darío; y es así, que tanto mayor es la victoria de un príncipe, cuanto más moderadamente usa della.

     En este tiempo vinieron de los confines de Tartaria y Moscovia, cerca del río Boristenes, que ahora se llama Néper, tres capitanes ofreciendo al Emperador su servicio con cuatro mil caballos. Él respondió agradeciéndoselo mucho, mas ya la guerra estaba en términos que no eran menester; y así, se fueron. También vino un embajador del rey de Túnez a ciertas cosas que su señor le enviaba para tratar con el Emperador, y entre ellas le ofreció otros tantos alárabes. De manera que de la Scitia, podemos decir, y de la Libia venían las gentes, atraídas de la grandeza del Emperador, a survirle.

     Ya el Emperador había enviado un caballero de su casa, llamado Lázaro Evendi, para que tuviese a Gota con dos banderas, y diese libertad al marqués Alberto, y estuviese en ella hasta que fuese derribada por el suelo. Las otras plazas fuertes se rendían por sus términos, y todo se ordenaba de la manera que convenía, sin que en Sajonia quedase nada por hacer; sólo lo de Bohemia, que era vecina, estaba muy de mala manera contra el Rey; mas los de aquel reino enviaron embajadores al Emperador con las más blandas palabras y mayores ofrecimientos que ellos supieron enviar. El Emperador los oyó y los detuvo hasta despachallos a su tiempo.

     En estos días el duque Enrique de Brunsvic, el mancebo, que estaba sobre Brema con dos mil caballos y cuatro mil infantes (al cual el Emperador le había ayudado para aquella empresa, por ser enemigo de los duques de Luneburque, luteranos y de la liga, como más particularmente escribirán los que tienen cargo de escribir estas cosos), fue desbaratado de un conde de Mansfelt, rebelde y luterano, y de Tumeshierne, capitán del duque Juan de Sajonia, el cual; con la gente que tenía en Bohemia, por unos grandísimos rodeos se juntó con el ronde de Mansfelt, y juntos estos dos, tenían cuatro mil caballos y doce o trece mil infantes.

     El duque Enrique de Brunsvic se quejó después al Emperador de otro capitán que también con comisión de su majestad hacía la guerra a aquellas ciudades que no se habían juntado con él a tiempo. Pleito fue tratado entre los dos: después sucedió que el Emperador mandó prender a los otros capitanes. Esta es una historia larga, y que la han de escribir los que la del Emperador escribieren más particularmente; sólo diré que las fuerzas del duque Juan de Sajonia eran tan grandes, que, como él decía después, si el Emperador tardara doce días, él pudiera salirle a recibir con treinta mil infantes y siete mil caballos. Fuerzas eran bastantes para poder pelear con cuatro o cinco mil caballos que llevábamos, y diez y seis mil infantes, si el que los llevara no valiera tanto, que supliera bien el número de la gente que faltaba para igualar con la de nuestro enemigo; y viose claro que tenía estas fuerzas, pues sin las que él tenía cuando fue preso, y con las banderas que deshicimos antes que él ganase la batalla, quedaban enteros cuatro mil caballos y doce o quince mil infantes, sin los que esperaba de Bohemia. Y así, tenía determinado que ya que no se ofreciese de combatir con la ventaja que él quería, de repartir toda su gente metiéndose él en Madeburque, y un hijo suyo en Gota, y otro en Vitemberg, un capitán en Heldrum, y otro en Sonebalt, y desta manera rodear al Emperador y hacelle la guerra quitándole las vituallas; mas todas estas dificultades se vencieron; porque la victoria del Emperador fue de tanta fuerza, que los que desbarataron al duque de Brunsvic, se comenzaron a deshacer, y no sólo estos, mas el Lantgrave, que en estos días no dejaba de intentar todas las cosas que él pensaba que le podían valer, las dejó caer, y perdió la esperanza de sus tramas y socorros forasteros, para los cuales ya tenía algunos dineros dados por aquellos que tenían tanta gana como él que las cosas del Emperador no fuesen por aquel camino que iban. Y en esto se verá cuánto importaba en Alemania la persona del duque Juan de Sajonia y su poder, porque después que él fue deshecho y preso, no tuvo fuerza ninguna el que pensaba que gobernaba todas las de Alemania. Mas esta victoria fue tan importante, que luego el Lantgrave comenzó por intercesión del duque Mauricio, ya elector, a tratar su perdón, y al principio propuso condiciones harto grandes, mas no tan bastantes, que no quedasen algunas; de manera que se podía decir que negociaba bien.

     Entendía en ello, junto con el duque Mauricio, el elector de Brademburg, a los cuales el Emperador tuvo grandísimo respeto; y por su contemplación oyó lo que le proponían de parte de Lantgrave; mas por tanto no dejó de hacer lo que convenía; y así, les respondió lo que él quería que hiciese, y el Lantgrave replicó añadiendo algo; mas dejaba siempre algunas cosas que le convenían, a lo cual el Emperador respondió resolutamente que él no quería tratar con Lantgrave; que hiciese lo que le pareciese. Esta respuesta se dio a Lantgrave, el cual estaba ocho leguas de nuestro campo en una villa de Mauricio que se llama Lipsia, y luego se partió con grandísima desesperación; y tanta, que ninguna esperanza le quedó de remedio, sino el que más temía, y el que decía que por ninguna cosa deste mundo él haría, que era ponerse a los pies del Emperador y socorrerse de su misericordia, entregándosele a su voluntad. Y con esta determinación escribió al duque Mauricio que procurase su venida y la concertase; y de su mano escribió las capitulaciones con que se entregaba, que eran las mismas que el Emperador quería; y así se concertó.

     La conclusión de todo esto tomó al Emperador en Hala de Sajonia, camino de las tierras de Lantgrave, para donde el Emperador con su camino caminaba; y el mismo día que entró en Hal llegó el marqués Alberto de Brandemburg, a quien su majestad, como está dicho, había dado libertad, y hecho volver los estandartes y banderas de artillería que había perdido, porque no le faltase ninguna cosa que de las que con la libertad se le podían volver. Holgó el Emperador tanto con él, que una de las más agradables cosas que en estas dos guerras le han sucedido fue la recuperación deste príncipe, el cual, llegado al Emperador, le dijo: «Señor, yo doy muchas gracias a Dios y a vos»; y no dijo más: paréceme que bastaba esto.

     Dos días antes que el Emperador partiese de Vitemberg, partió el rey de romanos para Praga con dos o tres mil caballos suyos y de Mauricio, y cinco o seis mil infantes tudescos, con los que después el Emperador le envió, que eran el regimiento del marqués Mariñano; y el Emperador partió de Vitemberg para ir contra Lantgrave, por ser una raíz de donde nacían los males de Alemania, y era tan necesario arrancalla que dejándolo de hacer por ir personalmente a Bohemia, aunque aquel reino se sojuzgase, no por eso Lantgrave quedaba en términos que no fuese menester de nuevo ir contra él; y sojuzgado él, lo de Bohemia quedaba más fácil, porque aquel reino y todos los rebeldes de Alemania tenían puestos los ojos en la sustentación de Lantgrave, como en la cabeza de quien despedían, después del duque Juan. Y desta causa el Emperador ordenó que el rey partiese luego porque la calor de la victoria tan grande acrecentaba las fuerzas del Rey, para que aquel reino, que ya tenía tanto las de su majestad pudiese con más facilidad ser traído por fuerza o por voluntad a la del Rey, y ser reducido a su obediencia.

     Un día antes que el Rey partiese, los capitanes húngaros vinieron a besar las manos al Emperador y a suplicarle se acordase de socorrer a Hungría. Hiciéronlo una habla acomodada al tiempo y a su fortuna; y al Emperador les respondió consolándoles, y escribió a los estados de aquel reino con aquellas esperanzas dignas de su persona, y mandó dar a cada uno de los capitanes una cadena de oro de trescientos escudos y una paga a toda la otra gente suya, lo cual ellos tuvieron en mucho, siéndoles dada de gracia. También dio allí su majestad al duque Mauricio la envestidura de la elección, con las villas que con ella suelen andar. Y porque entre las cosas grandes se viese que también tenían memoria de las pequeñas, mandó dar a los soldados que entraron a nado y ganaron las barcas, un vestido de terciopelo carmesí a su modo, y trinta escudos a cada uno, y sus ventajas en sus banderas.

     Llegado el Emperador en Hala de Sajonia, que es una villa muy grande del obispado de Madeburque, aunque el duque Juan la había hecho suya, su majestad se fue a alojar en las casas que habían sido del Obispo, y allí determinó de esperar la venida de Lantgrave para que se pusiese en efecto lo que, por intercesión de los otros electores, el Emperador había tenido por bien de concederle. Las condiciones generales de que yo me acuerdo:

     Que el Lantgrave se puso en las manos del hacia, él y toda su tierra, la cual juró fidelidad a su majestad, y dio las cuatro villas principales que tiene, y derriba las que el Emperador mandare. Dio ciento y cincuenta mil florines de oro. Entregó toda la artillería, que son más de docientas piezas encarretadas que él tenía. Entregó al Emperador al duque Enrique de Brunsvic, el cual tenía preso desde el año de 1545. Restituye su estado al dicho duque. Todas las cosas que tiene usurpadas quedan a la determinación de la cámara imperial y este es un punto en que a él le va tanto, que por no venir a estos términos ha sostenido la opinión que tiene y tramado todas las ligas que ha hecho. Juró fidelidad al Emperador, y su tierra y la nobleza della torna a jurar que cuando Lantgrave dejare de seguir el camino que debe al servicio del Emperador, ellos son obligados a prendelle y a traelle a su majestad, el cual le hace merced de la vida y de alzar el bando imperial que contra él estaba dado. También le hace merced de no tenelle preso perpetuamente.

     Estas son en general las condiciones con que el Emperador le recibió y él vino a ponerse en sus manos. Antes que allí viniese sucedió en Hala una cuestión entre los españoles y tudescos; fue cosa que iba tan adelante, que el hacia salió y púsose en medio de los unos y de los otros. Fue remedio muy necesario, porque la cosa estaba tan encendida, que sólo el hacia, y no otro, bastaba para remedialla; y así lo hizo, aunque el remedio no dejaba de tener el peligro que podía resultar de meterse entre dos partes que ya de furiosas comenzaban a estar ciegas.

     Estando allí el Emperador dio licencia a los embajadores de Bohemia, diciéndoles en suma que intercedería con el Rey para que si aquel reino estuviese agraviado en algo, le desagraviase; mas aquesto se entendía viniendo ellos primero a la obediencia del Rey, haciendo lo que eran obligados, y cuando no lo hiciesen, su majestad no podía hacer menos de tener las cosas de su hermano por propias suyas. Esto fue en suma lo que el Emperador les mandó responder, aunque por sus cartas y en la misma respuesta fue mejor y más largamente respondido.

     Venido el día que Lantgrave había de ser en Hala de Sajonia, llegó a ella con cien caballos, y fuese a la posada del duque Mauricio, su yerno, ya elector, y otro día, después de comer, a la hora que el Emperador mandó, vino a palacio, acompañandole los dos electores. El Emperador estaba en una sala con aquellas ceremonias acostumbradas en estos casos. Había muchos señores alemanes y caballeros que venían a ver lo que ellos nunca creyeron ni Lantgrave decía que había de ser. Llegado delante del Emperador, quitado el bonete, se hincó de rodillas, y su chanciller también, el cual en nombre de su señor dijo estas palabras:

     «Serenísimo, muy alto y muy poderoso, muy victorioso e invencible Príncipe, Emperador y gracioso Señor: Habiendo Felipe, Lantgrave de Hésen, ofendido en esta guerra gravísimamente a vuestra majestad, y dándole causa de toda justa indignación, e inducido a otras personas a que cayesen en la misma falta, por lo cual vuestra majestad podía usar de todo rigor en el castigo que él merece, él confiesa humilísimamente que con razón le pesa de todo lo hecho; y siguiendo los ofrecimientos que él ha hecho para venir delante de vuestra majestad, él se rinde a vuestra majestad de todo punto y francamente a su voluntad, suplicando muy humilmente que por el amor de Dios y por su misericordia, vuestra majestad sea contento, usando de su bondad y clemencia, perdonar y olvidar la dicha ofensa, y levantar el bando del imperio, que tan justamente vuestra majestad había declarado contra él; permitiendo que pueda poseer sus tierras y gobernar sus vasallos, los cuales suplica a vuestra majestad sea servido de perdonar y recibillos en su gracia; y él se ofrece para siempre jamás reconocer a vuestra majestad y acatalle por su solo derechamente ordenado de Dios, soberano señor y emperador, y obedecerle y hacer en servicio de vuestra majestad y del santo imperio todo aquello que un príncipe y vasallo es obligado a hacer, y para siempre perseverar en esto; y que no hará ni tratará jamás cosa contra vuestra majestad; mas será toda su vida muy humilde y muy obediente servidor, y reconocerá su gran clemencia del perdón que de vuestra majestad ha alcanzado; para lo cual desea y deseará toda su vida poder para servirlo con aquel agradecimiento que es obligado; de manera que vuestra majestad conozca por efecto que el Langrave y los suyos guardarán y obedecerán lo que son obligados por los artículos que vuestra majestad fue servido de otorgalles.» Estas fueron las palabras que el Lantgrave dijo al pie de la letra. El Emperador mandó a uno de su consejo alemán, que estaba allí para responder en su nombre, que dijese estas palabras: «Su majestad, clementísimo Señor, ha entendido lo que Lantgrave de Hésen ha dicho, que aunque el Lantgrave confiesa que le ha ofendido tan gravemente, y de suerte que merece todo castigo, aunque fuese el más grande que se pudiese dar, lo cual a todo el mundo es notorio, mas no obstante esto, teniendo su majestad respeto a que se viene a echar a sus pies, por su acostumbrada clemencia, y también por intercesión de los príncipes que por él han rogado, es contento de levantarle el bando que justamente había declarado contra él, y de no le castigar cortándole la cabeza, lo cual él merecía por la rebelión cometida contra su majestad ni le quiere castigar por prisión perpetúa, ni menos por confiscación de sus bienes ni privación dellos, ni más adelante de lo que se contiene en los artículos que clementemente su majestad le concede, y que recibe en su gracia y merced a sus súbditos y criados de su casa; entendiéndose que cumpla todo lo contenido en su capítulos, y que no vaya directa ni indirectamente en ninguna cosa contra ellos. Y su majestad quiere: creer y esperar que el Lantgrave con sus súbditos servirá, y reconocerá de aquí adelante la gran clemencia que con ellos ha usado.» Estas fueron las palabras al pie de la letra que sé respondieron a Lantgrave.

     En todo este tiempo el Lantgrave estuvo de rodillas, y después se levantó. Su majestad no le tocó la mano ni le hizo ninguna señal de cortesía. Era cosa digna de considerar, por donde se conoce la variedad de los sucesos humanos, ver al Lantgrave hincado de rodillas y preso, y junto con él el duque Henrique de Brunsvic, a quien él había tenido preso, con libertad y en pie. Acabado esto, el duque de Alba es llegó a él, y le dijo que se viniese con él, y a los dos electores les rogó que se viniesen con él a cenar, y así sacó del palacio a Lantgrave, y le llevó el castillo donde el Duque posaba, y después de cenar el Duque dio un aposento al Lantgrave en el castillo, y mandó a don Juan de Guevara, capitán del Emperador, del tercio de Lombardía, que le guardase.

     Al principio tomó Lantgrave su prisión impacientísimamente, porque a la verdad él pensó que, no atando la prisión perpetua, la temporal había de ser tan liviana y disimulada, que pudiera irse a caza a las florestas de Hésen; mas parece que nuestro Señor permitió que en lo que este pensaba exceder a todos los de Alemania, que es en entender negocios, que en aquello mismo viniese a capitular contra sí, escribiéndolo de su mano; y así, no entendió que no tratando sino de la prisión perpetua, la temporal quedaba a discreción de aquel en cuyas manos se metía. Después vino a conocer que su boca habló contra él, y comenzó a quietarse y tomar su fortuna con más paciencia. Así que, este, que se preciaba tanto de negocios, se vino a perder por los negocios; y el duque de Sajonia, que se preciaba de hombre de guerra y de fuerza, vino a perderse en la guerra.

     Estas dos cabezas de luteranos, que tanto han hecho en desasosiego de la cristiandad, los ha traído Dios a poder del Emperador, con medios tan honrados para él, cuanto el mundo sabe y sabrá hasta que es acabe. Y pues hablo destos dos príncipes, no me parece que será fuera de propósito decir lo que de cada uno dellos se juzga. El duque de Sajonia es hombre de muy grande ánimo, muy afable y discreto, y a su modo, de muy buena gracia en todo lo que dice, liberal; y por estas buenas partes es tan bienquisto en toda Alemania, que en ninguna parte della deja de tener buenos amigos. Es más sosegado que el Lantgrave, por cuyo consejo dicen que él comenzó la guerra del año pasado. Es muy diferente condición desta la de Lantgrave, porque es muy desasosegado en extremo, muy amigo de tratos; no tiene aquella afabilidad que el otro en su conversación, ni en su plática se conoce mucha discreción; antes se ve que tiene ingenio levantado. Cuanto a lo del ánimo, no tiene aquella opinión entre las gentes que el duque de Sajonia; mas como ha sido el que ha andado más diligente en las tramas pasadas era ya capitán general de Liga, ha dado ocasión que se hablase más que del otro, siendo muy mayor autoridad la del duque de Sajonia que la suya.

     Allí en Hala vino a su majestad una gran congratulación de la victoria de parte del Papa, y en el breve que le escribió le puso el renombre de máximo y fortísimo, renombres tan merecidos cuanto bien ganados. Acabadas estas cosas el Emperador partió de Hala, habiendo proveído como se derribase Gota y se trajese el artillería della a Francfort y también proveyó como se derribasen todas las fuerzas de Lantgrave, excepto una que su majestad le deja, y el artillería y municiones se llevase de la una parte y de la otra a Francfort, porque allí hace juntar toda el artillería y municiones ganadas en estas dos guerras, si no son las cien piezas de Vitemberg que envía cincuenta a Milán y cincuenta a Nápoles. Las docientas que se tomaron a Lantgrave y las cien de Gota, y ciento que dan las ciudades que el Emperador rindió cuando deshizo el campo de la Liga, se juntan allí para las llevar a Flandes. Destas cuatrocientas el Emperador envía a España ciento, con otras ciento y cuarenta que él tenía para enviar allí. En Flandes quedan trecientas, porque es muy justo que en todas las partes de sus estados donde se sabe la fama desta victoria se vean las insignias della. Proveyendo cómo todas estas cosas se pusiesen luego en efecto, y cumpliendose todos los capítulos que se dieron al Duque y a Lantgrave, el Emperador se partió para Nuremberga llevando el camino de Bamberga, porque esto era no apartarse de Bohemia sino irla siempre costeando, por dar todavía calor a las cosas del rey de romanos, del cual su majestad tuvo nueva cómo había sujetado a Bohemia. Tanto vale la reputación de un príncipe valeroso que con ella da calor a cualquier empresa, por difícil que sea.

     El Emperador fue por Turingia, tierra muy fértil, aunque llena de pasos harto ásperos los cuales los de la tierra tenían tan fortificados, que parecía bien que tenían esperanza muy diferente de lo que después sucedió, y que estaban tan confiados de las fuerzas de su señor, que no esperaban por allí al Emperador victoriosos, porque los pasos eran tales que si no fueran así, era imposible pasar; mas por todo se pasó muy bien, porque al vencedor nada le es difícil.

     Muchas veces dejo de escribir como es la guerra de Lantgrave con el duque de Brunsvic, la del duque Erico, su hijo, mosiur de Cruyningue y Frisberger con los de Brema, y otras particularidades; porque no quiero alargar este mi Comentario, ni quitallas a los que tienen cargo de escribir éstas y las otras. Las que yo aquí pongo servirán algo de ayudar a su memoria, y también a que por mi parte no se pierda la que se ha de tener de hechos tan valerosos y tan de caballero como son los del Emperador.

     En este camino de Turingia vino a hacer su humillación al Emperador el hijo mayor del duque de Sajonia, que estaba en Gota, y ratificó todo lo que por su padre se había otorgado. Su majestad le oyó y recibió muy bien, y después de haber tratado de los negocios le llamo, y le preguntó cómo estaba la herida de la cabeza y de la mano; del cual favor el mancebo mostró gran contentamiento. Son éstas afabilidades que en un príncipe y vencedor parecen muy bien.

     Venido el Emperador a Bamberga, recibió allí el legado del Papa. De allí vino a Nuremberga, adonde se detuvo algunos días, esperando tomar resolución de la ciudad donde tenía la dieta; porque en Ulma, donde pensaba tenella, no había la salud que convenía para juntarse toda Alemania allí, pues habían de venir todos los príncipes y de todas las ciudades della.

     En este tiempo ya Lubec, ciudad poderosísima, se había venido a presentar a su majestad, y mostrar cómo nunca le había deservido; y así es verdad, que nunca hizo cosa contra su majestad. Brema, tomando al rey de Dinamarca por intercesor, trata su perdón; los duque de Pomerania y Lunemburg negocian con disculpas y ruegos y justificaciones sus negocios; Brunsvic y Hildesheim y Brema vienen aquí a Augusta, a ponerse en la misericordia de su majestad, porque saben cuán ha la mano tiene el castigo dellas, porque no solamente su persona, mas ninguna parte de su ejército es menester para castigarlas, sino mandar a los señores vecinos dellas que les hagan la guerra; lo cual ellos desean como cosa de que les vendrá gran provecho y que harán con gran facilidad, porque ya la liga que hacía tan poderosas a las ciudades, el Emperador la deshizo el año pasado. Hamburgo se vino a rendir, estando ya el Emperador en Nuremberga; y así, la cabeza de las ciudades marítimas ha sido la primera de las que se han venido a rendir, haciendo un gran servicio de dinero y poniéndose debajo de la obediencia imperial, la cual no reconocía hasta ahora, y haciendo otras cosas que al Emperador le parecía que se le debían mandar.

     Otros muchos lugares se han venido a rendir, de que no hago memoria, porque sería larga historia, solamente escribo esto porque habiendo hecho al principio memoria de estas ciudades, no parecíes ahora que las olvidaba, las cuales, si su fortuna no las olvida para que su majestad las reciba en su gracia, antes que la dieta se acabe, pienso que en ellas se determinará el castigo dellas más duramente de lo que piensan po mucho que ellas teman su parte.

     Desta manera ha compuesto el Emperador las cosas de Alemania que estaba en la cumbre de la soberbia y con tanto poder, que los que eran cabezas dellas no les parecía su soberbia presunción sino razón. Y sin duda ninguna su poder era tan grande, que, cuanto a lo humano, no parecía que había fuerzas en el resto de la cristiandad toda junta para contrastar con las destos; mas Dios, que todo lo puede, ha permitido lo mejor. Y así, el Emperador ha ganado estas victorias, de las cuales quedará su nombre más claro que el de los emperadores romanos, pues en los efectos muy grandes ninguno le hizo ventaja, y en la causa dellos él la ha hecho a todos; y así, tiene obligados a todos estos príncipes que estén por la determinación de la Iglesia, así como al conde Palatino y duque Mauricio y marqués de Brandemburg, electores, y a todos los de su nombre y al duque de Vitemberg, y lo que más imposible parecía en Alemania, al mismo Lantgrave y otros príncipes, y juntamente todas las ciudades imperiales; de lo cual desde Augusta, donde se tiene la dieta, su majestad envió con el cardenal de Trento larga relación a su santidad.

     La grandeza desta guerra merece muy más larga relación que esta mía; mas yo con esta breve ayudo a la memoria de los que la han de hacer de toda ella más particularmente. Sólo esto diré, que César, de cuyos comentarios el mundo está lleno, tardó en sojuzgar a Francia diez años, y con sólo haber pasado el Rin y estado diez y ocho días en Alemania, Roma hacía suplicaciones a los dioses, y le pareció que bastaba aquello para la autoridad y dignidad del pueblo que señoreaba el mundo. El Emperador en menos de un año sojuzgó esta provincia, bravísima por testimonio de los romanos y de los de nuestros tiempos. También Carlo-Magno en treinta años sojuzgó a Sajonia; y el Emperador en menos de tres meses fue señor de toda ella. Así que la grandeza desta guerra merece otros estilos más altos que el mío, porque yo no la sé escribir sino poniendo la verdad libre y desnuda de toda afición apasionada; porque la memoria della, en cuanto en mí es, pues lo vi todo, sea tan perpetua cuanto merece la grandeza de la empresa, la cual y la del año pasado han sido gobernadas por el Emperador tan acertadamente, que si de otra manera se hubiera guiado, no se hubiera conseguido el fin que todos hemos visto. Porque todas las veces que ha sido menester el gobierno y arte, se ha observado la orden para aquel efecto necesaria; y cuando ha sido conveniente la fuerza y la determinación, se ha ejecutado con aquel ánimo y esfuerzo que es menester para que la fama de su majestad quede tan superior a la de los capitanes pasados, cuanto en la virtud y valor él lo es a todos ellos.




1.       N. de E. El texto que para esta reimpresión hemos adoptado es el de la de Madrid de 1767, hecha por Francisco Javier García, y a falta de la edición príncipe, que no hemos podido adquirir, y que debió ser defectuosísima, hemos tenido presente la segunda, impresa en Venecia por Francisco Marcolini, en el año 1552. El cotejo de una con otra nos ha servido para aumentar los infinitos yerros de ambas, y sólo en el principio de la obra hemos hallado inconciliables sus variantes, consistiendo, como consisten, en una edición que respecto a la impresión de Madrid tiene la de Venecia. Es un exordio o introducción, que puede ser muy bien suplemento del editor; mas como en él se retienen algunos preliminares que no carecen de importancia, juzgamos conveniente reproducirlo en su mayor parte para no privar a los lectores de una ilustración que ignoramos por qué causa se omite posteriormente. El trozo, copiado a la letra, después de unos cuantos periodos en que el autor encarece la importancia de su empresa, dice así:

     «...Escribiré pues yo esta guerra brevemente, como conviene a un comentario, y fielmente de la manera que la vi, hallándome presente a toda ella cerca del Emperador, mi señor, adonde podía mas particularmente saber y ver la verdad de lo que allí pasaba. Alemania, provincia grandísima, es hoy toda ella divisa en dos partes por el río dicho Asimongo. La que va y acaba en la ribera del mar Océano llaman comúnmente la baja; y la otra, que va hacia Italia, se llama alta. En ambas hay un gran numero de ciudades, de villas y castillos, parte de los cuales llaman imperiales, por ser como son, patrimonio del imperio; otra parte es de tierras francas., que viven libres a modo de república; hay también otra sujeta a duques, marqueses, condes, barones y señores, ansí eclesiásticos como seglares. Mas de todas ellas y ellos es cabeza y superior el Emperador, elegido de siete príncipes, llamados por elección electores, tres de los cuales son eclesiásticos: arzobispo de Maguncia, arzobispo de Colonia y arzobispo de Treveres; los otro cuatro son conde Palatino duque de Sajonia y el marqués de Brandamburque; los cuales, siendo iguales en votos tienen por séptimo el serenísimo rey de Bohemia, para poder juzgar mejor en la elección. Promete con juramento toda Alemania al nuevo Emperador elegido obediencia y fidelidad contra los inobedientes a su majestad, y promete el Emperador a aquella provincia de conservarle su libertad y leyes. La manera de administrar justicia es por vía dietas, de las cuales la cabeza y autor el Emperador cada vez que se ofrece necesidad de convocar estas cortes por servicio del imperio y beneficio de la provincia. Entre otras muchas y buenas leyes de Alemania, y que hacen a propósito deste comentario, una es que ningún príncipe, señor, ciudad o villa puede mover guerra ni hacer fuerza, con pretexto de religión o de otras cusas, a otro, sin expresa licencia del Emperador o de la dieta, con condición que el tal no hubiese sido declarado rebelde del imperio, y dándole como ellos dicen, el bando imperial; lo cual no quiere decir otra cosa que dar licencia para que cualquiera le pueda matar o prender, y ansímismo ocuparle los bienes en el año de 28 del Imperio de Carlo V Máximo, Juan Federico duque de Sajonia, elector, y Filipo, el Lantgrave de Asia, aquel hombre de gran casta y gran estado y este de gran séquito y astucia por ventura no contentos de su fortuna aspirando a mayores cosas llevaron tras si algunos años antes diversos pueblos y señores con color de una nueva secta luterana, que había tenido principio de un fralle agustino llamado Martin Lutero que permite gran libertad y licencia de vida y propio celo para llevar tras sí pueblos; y ansí es que, hallándose los dichos por esto con mucha potencia y sobervia, y con poca obediencia al emperador y a sus dietas, siendo llamados por él y por ellas, o no venian o vivniendo, no tenían el respeto que convenia y eran tenidos a su superior; y eran ya llegados a terminos que hecha entre si la liga (dicha por el lugar donde se concluyó, Smacaldica), celebraban a parte entre sí dietas, y hacian ayuntamientos, en depresion de la magestad del Emperador; habiéndolo él disimulado con algunos justos respetos y por impedimentos de otros grandes negocios y guerras, ansí de Africa y Hungria como de otras partes; en fin, viendo la soltura de estos, y que la llama se iba abibando de manera que aquella provincia tan antigua de tanta religion y justicia por falta de lo uno y de lo otro, se venía a peder, si no fuese puesto el remedio oportuno, y viendo que estos dos príncipes con ayuda de las ciudades y de los demás de su liga, iban a dannificar por su autoridad a quien ellos les venía a cuenta, si bien fuesen sujetos al imperio, el Emperador, movido de tan justas causas, se dispuso al remedio de males tan importantes, como se veian y esperaban.»

     Hasta aquí la impresión Veneciana de 1552, pues aunque después difiere todavía unas cuantas líneas d ela de Madrid que nos sirve de guía, es tan sólo las palabras, yendo las dos seguidas en la sustancia y cuando más adelante ocurre lo contrario, como sucede algunas veces, preferimos y copiamos la más exacta.

     Si no es el Danubio o Danue, como se le llaman a los alemanes, ignoramos a que otro río puede atribuirse nombre tan peregrino, que no se halla en ninguna geografía antigua ni moderna. Es evidente una errata, pero indescifrable.



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