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Política y religión

Política

1545

     56. El Emperador tenía, que ir en ese tiempo a Germania para procurar su remedio, porque es de saber que, como ya se dijo, desde el año 1529, que fue la primera vez que pasó a Italia y se vio con el papa Clemente, nunca dejó (todas las veces que se vio, así con el mismo papa Clemente como con el papa Paulo, y en todos sus caminos y Dietas que había hecho en la dicha Germania, y en todos los otros tiempos y ocasiones) de solicitar continuamente, ora en persona, ora por medio de sus Ministros, el Concilio general para remedio de la dicha Germania y de los yerros que se iban multiplicando en la Cristiandad. Pero, cuanto al papa Clemente, por algunos inconvenientes que había en su persona, a pesar de la promesa que había hecho a Su Majestad de convocar dentro de un año el dicho Concilio, jamás fue posible acabar con él que lo quisiese ejecutar. Después de su muerte, sucediéndole el papa Paulo, aunque al principio de su pontificado anunciase que había prometido publicar luego y convocar el Concilio y [aunque] mostrase grandes deseos de remediar la Cristiandad y los abusos de la Iglesia, con todo, aquellas muestras y ardor primeros se fueron enfriando después con el tiempo, y siguiendo los pasos y el ejemplo del papa Clemente, con buenas palabras prolongó y entretuvo siempre la convocatoria y reunión del Concilio hasta que, como queda dicho, cuando el rey de Francia comenzó la guerra en el año de 1542, mandó a Monzón de Bula de Convocatoria del dicho Concilio en Trento. La época y la oportunidad del tiempo muestran bien con qué intención era esto; Dios lo sabe, y por lo que entonces pasó y Su Majestad respondió se puede claramente entender. Con todo, por las mudanzas que en los negocios sobrevinieron, bien diferentes de lo que algunos agudos ingenios habían discurrido, las cosas se ordenaron y cambiaron de suerte que la dicha convocatoria tuvo efecto y el Concilio se comenzó y continuó por mucho tiempo en Trento, hasta que el dicho papa Paulo, por consideraciones que le movieron (las cuales quiera Dios que fuesen buenas) trató de llamarlo y de transferirlo a Bolonia(1). Y teniendo Su Santidad con el Emperador la intención que se mostró antes, y tomando ocasión de la plática que Su Majestad hizo en la Dieta de Spira, le escribió un Breve bien distinto de la profesión de fe que Su Majestad había hecho toda su vida(2); al que Su Majestad no quiso responder, por cuanto no se podía hacer guardando bien el decoro y autoridad de las dos cabezas de la Cristiandad, y le pesó mucho de la ocasión que tomaron los protestantes para responderle, con grande audacia, en nombre de Su Majestad(3); quien continuando con lo que se había resuelto en la Dieta de Spira, conviene a saber, tener otra en Worms, y estando ya convocada no pudiendo ir el día asignado por indisposición, pidió al Rey su hermano que se quisiese hallar en ella, adonde mandó también para asistirle a monseñor de Granvela; y yendo ganando tiempo encaminaron y ordenaron las cosas, tomando el expediente más breve y mejor que pudo ser.

     57. Para el efecto arriba dicho el Emperador salió de Bruselas camino de Anveres, aunque débil por la gota y dieta pasada, donde el señor de Orleáns le vino a visitar. Y dejando la cuarta vez a la reina de Hungría, su hermana, por Gobernadora de los dichos Estados, se fue por el Rin a Worms, que fue la séptima vez que Su Majestad hizo este camino y entró en Germania con intención y grandes deseos de encontrarle algún remedio, lo que esperaba hacer más fácilmente por medio de algún buen acuerdo, visto que estaba en paz con el rey de Francia y que no había señales de que el Turco tratara por entonces de acometer a Germania. Pero como Su Majestad tenía entendido y vista la gran soberbia y obstinación de los protestantes, dudaba que de buen ánimo hiciesen cosa alguna que fuese conveniente. Y por cuanto Su Majestad había tenido siempre (y muchos otros tenían para sí) que era imposible dominar por medio de la fuerza un tan obstinado y grande poder cual era el que los protestantes tenían, se hallaba perplejo acerca de lo que podría hacer para remediar cosa que tanto convenía e importaba. Pero Dios, que jamás desampara a los que a El recurren, aunque no lo merezcan, no se contentó de hacer al Emperador la merced que le hizo de darle Güeldres en tan poco tiempo, mas con la experiencia de lo que pasaba le abrió los ojos y le alumbró el entendimiento de suerte que de allí en adelante no sólo no le pareció imposible poder por vía de fuerza dominar tan grande soberbia, sino que lo tuvo por muy fácil, emprendiéndolo en tiempo y modo conveniente. Y por ser el negocio de importancia y peso, no queriendo fiar de sí solo su resolución, la comunicó con algunos pocos de sus más fieles Ministros (a causa del secreto que convenía se tuviese) que tenían experiencia de lo pasado; por cuya causa a éstos se les representó lo mismo, y así el parecer de Su Majestad con el de los suyos se correspondió y anduvo conforme. Y Su Majestad dejó la ejecución para cuando y conforme a lo que se pudiese resolver en la Dieta de Worms; porque no pudiendo por buenos medios y modos reducir pacíficamente Alemania, entonces se vendría a las armas y a la fuerza, según el tiempo y la oportunidad que se ofreciese(4).

     58. Su Majestad, como se ha dicho, continuó su camino hasta llegar a Worms, donde halló pocos Príncipes del Imperio, pero muchos Procuradores o Comisarios, con los cuales comenzó a tratar, siguiendo y continuando con lo que se había tratado en el coloquio que antes se había convocado y tenido en dicho lugar; pero se seguía tan floja y fría negociación que se veía claramente con qué intención y ánimo se trataba de tales negocios. Viendo lo cual Su Majestad y habiendo venido en este tiempo a la Dieta su hermano, el rey de Romanos, como a hermano y a quien tocaba el negocio grandemente, comunicó su parecer y discurso arriba dicho. El cual, con el fervor que tiene en las cosas que son del servicio de Dios y gran deseo del remedio de tan grandes males, viendo la obstinación de los protestantes y el poco o ningún efecto que se seguía de proceder con ellos por modos y términos blandos, halló el dicho discurso del Emperador fundado en razón y posible, y se conformó con él. Y considerando que el tiempo y la oportunidad eran muy propicios y acomodados para ejecutar el dicho proyecto y que para este efecto convenía y era necesario que el Papa concurriese y ayudase con sus fuerzas espirituales y temporales, como aquel que estaba más obligado a dar orden y procurar el remedio de tales males, Sus Majestades asentaron ambos entre sí (con juramento de secreto y condición de que, si éste no se guardase, ellos no estarían obligados a nada de lo que dijesen y ofreciesen) de comunicar su determinación con el cardenal Farnesio, nieto y legado entonces del papa Paulo, que en este tiempo llegó al mismo lugar de Worms. Y así después que declaró a Sus Majestades lo que traía a su cargo, bien diferente y no en consonancia con lo que después le fue propuesto, Sus Majestades, con el juramento y condición antes dicha, le propusieron y ofrecieron que,si Su Santidad quisiese ayudar, como dicho está, con sus fuerzas espirituales y temporales (en vista de que los modos y medios suaves y de concordia no tenían lugar y la obstinación e insolencia de los protestantes iba creciendo cada día, de suerte que ya no se podía sufrir) Sus Majestades emprenderían por la vía de la fuerza el remediar y obviar las tales obstinaciones e insolencias. De cuyo ofrecimiento el dicho Cardenal quedó tan espantado, que habiendo dicho antes que traía plenos poderes para tratar de todo lo que tocase al remedio de los males presentes, no quiso pasar más adelante en la conclusión de este negocio. Y diciéndole Sus Majestades que ya que no pasaba más adelante, no queriendo por sí concluir nada, lo mejor sería consultar con toda diligencia a Su Santidad por un propio que le trajese la respuesta, de ningún modo lo quiso hacer, sino él mismo quiso ser el mensajero, diciendo que tendría buena diligencia, la cual fue tal cual a un personaje de su autoridad convenía, pero no como lo que la calidad del negocio requería. Porque, en cuanto que llegó a Roma, la primera cosa que hizo fue ir en todo contra el juramento y condición que Su Majestad había puesto, porque luego Su Santidad llamó a Consistorio, donde siempre se acostumbran a tener opiniones y bandos contrarios, al que comunicó el ofrecimiento y en él nombró por Legado al mismo cardenal Farnesio y por gonfaloniero o general de la Iglesia al duque Octavio, su hermano(5), y luego se nombraron la mayor parte de los capitanes y se tocaron los atambores para juntar gente de guerra, publicando que iban a esta santa empresa y a tomar venganza del saco de Roma(6).

     59. Viendo Su Majestad Imperial que cuando propuso lo arriba dicho al cardenal Farnesio era por San Juan y que, conforme a la diligencia que el dicho Cardenal podía hacer, la respuesta vendría ya fuera de tiempo y con la estación muy avanzada para comenzar a tratar de poner en orden el ejército y aprestar las cosas convenientes a tal negocio; presumiendo también que el secreto no se guardaría, despachó un propio a Su Santidad advirtiendo que por este año la dicha determinación no se podía ejecutar y que, por tanto, se guardase bien el secreto, porque de otra manera no se tendría por obligado a los ofrecimientos que había hecho. Y aunque el secreto se rompió y los protestantes fueron advertidos, con todo se procedió de tal modo que la fama que corría no fue por ellos creída. Y así, viendo Su Majestad que en la dicha Dieta no se hacía más que perder el tiempo (la cual con todo quiso entretener hasta ver la resolución del Papa), le hizo una breve y seca plática, remitiendo lo que se había de tratar para el año siguiente, en otra Dieta que se había convocado en Ratisbona; y, entretanto, en el mismo lugar se hizo un coloquio acerca de los modos que podría haber para remedio de estas diferencias. Durante esta Dieta el Emperador tuvo nuevas de que la princesa de España, su nuera, había parido un hijo, que después se llamó el infante don Carlos(7), y de allí a cuatro o cinco días tuvo otras bien distintas de la muerte de la misma Princesa, de lo cual tuvo el sentimiento que era razón. Y al mismo tiempo el rey de Romanos tuvo también nuevas de la muerte de su hija primogénita(8), lo cual sintió como padre(9).

     60. Acabadas todas estas cosas, Su Majestad se partió de Worms y tomando el camino del Rin la octava vez se volvió la séptima a los Países Bajos, donde halló a la reina de Hungría, su hermana, en Lovaina, y de allí se fue a Bruselas, donde, nueve días antes del plazo dado en la paz de Crépy (una de cuyas condiciones era que el ducado de Milán se daría al duque de Orleáns), vinieron nuevas de que el dicho Duque había muerto, la cual muerte vino a tiempo que, siendo natural, pudo parecer que fue ordenada por Dios por sus secretos juicios(10). El Emperador se fue luego a Brujas, donde así de la parte de Francia como de la de Inglaterra, vinieron algunas personas principales para, a causa de esta mudanza, innovar, mudar y hacer de nuevo los conciertos hechos entre sus tres Majestades. Pero no hallando modo de se poder concertar y concordar, se tomaron los expedientes que más convenían. Desde entonces se continuaron los conciertos y paz hecha entre Sus Majestades, tanto disimulando algunas diferencias como tolerando otras. Hecho esto, Su Majestad Imperial se partió para Bois-le-Duc, a tener el capítulo de la Orden del Toisón de Oro en Utrecht; mas en Bois-le-Duc le dio la gota de suerte que fue forzado a detenerse y dejar el capítulo para otra vez; sintiéndose después mejor, lo tuvo en Utrecht, donde le volvió la gota. Acabado dicho capítulo, hallándose un poco mejor, se partió de Utrecht para ir a visitar las tierras del Estado de Güeldres, de nuevo vueltas a Su Majestad por el antiguo derecho que sobre ellas tenía, lo que, por la necesidad que tuvo de ir contra sus enemigos, no pudo hacer cuando le fueron restituidas.

     61. Hecha esta visita, continuó su camino hasta Maestricht, aún muy débil por la gota pasada, que fue la duodécima vez que la tuvo. Y estando en el dicho lugar vinieron a Su Majestad Comisarios de algunos de los Electores y Príncipes del Imperio, diciendo que habían sido advertidos que Su Majestad venía a mano armada a Germania, cosa nueva y que mucho escandalizaba a la mayor parte de ella; fundando su embajada sobre algún rumor que corría procedente de aquel que el año pasado se había oído en Roma, a causa de la ida del cardenal Farnesio, y de algunos Ministros que Su Santidad había mandado al Emperador, a los Países Bajos y a Utrecht, los cuales instaban y solicitaban con grandes muestras de buena voluntad la ejecución del ofrecimiento que Su Majestad había hecho, y, por esta causa, usaban de más vehemencia y de menos secreto de lo que a la ejecución del negocio convenía. Por cuya razón, y por asegurar más aún a los que no creían en dicho rumor, el Emperador no quiso entonces concluir cosa alguna con los Ministros de Su Santidad, remitiéndolo y dejándolo para Ratisbona. Y así incluso respondió a los Comisarios de los Príncipes que ellos mismos podían ver y ser testigos de que no llevaba consigo mayor compañía de la que siempre acostumbraba a llevar, y que más deseaba dar remedio a las cosas de la Germanía por medio de paz y concordia que por fuerza y discordia; y esto era cosa cierta, conforme a su intención y deseo, porque jamás quiso usar de las armas sino después de haber desesperado de todos los otros medios y de verse forzado y constreñido a usarlas(11).

     62. Y por cuanto en este mismo tiempo Su Majestad fue advertido de que el coloquio que estaba reunido en Ratisbona se debía deshacer y romper por parte de los dichos protestantes, hizo instancia con los mismos Comisarios para que quisiesen continuar en dicho coloquio hasta hallarse en la Dieta de la misma ciudad de Ratisbona, de lo que ellos dieron alguna esperanza de hacerlo así y propusieron que para mejor continuar y hallar algún modo de concordia, el conde palatino Federico, entonces Elector(12), vendría a estar con Su Majestad en Spira y allí traería al landgrave de Hesse(13), dándole Su Majestad salvoconducto, lo que el Emperador concedió de buena voluntad, siéndole, a su parecer, más necesario obtenerlo de los protestantes que darlo a ellos, porque no tenía por menos peligroso, supuesto el poco secreto que se había guardado, hacer este camino con tan pequeña compañía que emprender la guerra públicamente. Y se halló más perplejo e irresoluto en tomar esta determinación de lo que estuvo para resolverse a pasar por Francia en el año 1539(14). Con todo, porque convenía intentar por medios blandos y suaves la reducción de Alemania o tomar las armas por necesidad, Su Majestad se determinó en la forma dicha, para el buen efecto y ejecución de la una o de la otra cosa.

     63. Habiendo pasado lo arriba dicho, Su Majestad se partió de Maestricht dejando a la reina de Hungría, su hermana, gobernando la quinta vez los Países Bajos, y, pasando la segunda vez por Luxemburgo, continuó su camino hasta Spira, que fue la octava vez que Su Majestad entró en Alemania, donde el dicho Elector palatino y el dicho Landgrave vinieron, conforme a lo que se había tratado. Después el mismo Landgrave declaró que si los de la Liga de Schmalkalden le hubieran dado la gente de a caballo que había pedido, habría acompañado y llevado al Emperador, aunque no quisiera, hasta Trento; lo cual hubiera sido asaz fácil de hacer, vista la gente que pedía y la poca que por las razones arriba dichas Su Majestad había querido llevar consigo. Pero Dios que gobierna y ordena todas las cosas, lo dispuso de otra manera. Y no fue ésta la sola falta o yerro que, cegándolos, permitió que hiciesen en sus negocios, si bien fue la primera de muchas que después cometieron contra su Dios y su Emperador, de las cuales procedió su total ruina(15). En las propuestas y pláticas que el dicho Landgrave tuvo con Su Majestad en Spira mostró tan grande insolencia que Su Majestad, con pocas palabras, le despidió. Porque aunque él aparentase no conocer si los suyos habían sido llamados de nuevo y si se habían ido del dicho coloquio (aunque lo sabía) y diese esperanza de que siendo partidos trabajaría por hacerlos volver a Ratisbona donde estaba convocada la Dieta, sin embargo, no hizo nada, antes el coloquio quedó roto y deshecho. Y así Su Majestad continuando su camino hasta Ratisbona y llegado allí no halló sino a los Comisarios de los Estados del Imperio, sin Príncipe alguno, salvo el elector de Maguncia(16), que llegó después de estar él allí algunos días, tanto para acudir a la convocatoria de la Dieta como por lo que le atañía, porque poco antes había sido elegido por muerte del cardenal y elector de Maguncia(17), y así Su Majestad fue constreñido a comenzar la Dieta y hacer la propuesta a los que halló entonces allí, la cual fue tan fríamente tomada, y los negocios con tanta negligencia tratados, persistiendo los protestantes en una tan grande arrogancia, que Su Majestad juzgaba y veía claramente que los remedios blandos servirían de poco y que, aunque muy contra su voluntad, se vería forzado a usar de otros más fuertes.

     64. En este tiempo los ministros del Papa y algunos eclesiásticos no cesaban de solicitar del Emperador, que quisiese concluir los conciertos con su señor y comenzar a tomar las armas contra los protestantes; lo cual todavía dilataba Su Majestad, así por la grandeza y dificultad de la empresa como por resolverse con el Rey, su hermano, al que estaba aguardando hacía unos días y esperaba aún. Porque, como dicho está, el secreto se había guardado mal y los protestantes andaban sobre aviso y comenzaban a proveerse y a armarse, como aquellos que no solamente no querían ser tomados inadvertidos, mas aún trataban de coger a los otros descuidados; lo que Su Majestad no había hecho por alterar menos a Germania, hasta que todos vieron que no podía seguir así y que por haber esperado tanto había perdido mucho de la ventaja que había podido tener. En cuanto vio al Rey, su hermano, le comunicó el Emperador el estado y los términos de los negocios. Y visto cómo mucho tiempo antes el duque Guillermo de Baviera(18) se había ofrecido, incitando e induciendo a Sus Majestades a tomar las armas, como único remedio a tantas insolencias, Sus Majestades trataron con él a fin de que quisiese también entrar en el concierto o Liga que los del Papa solicitaban y ofrecían; mas mostrándose al principio tan solícito y deseoso del negocio, se enfrió de suerte que por su causa se dilató la conclusión más de lo que convenía; y, en fin, se hizo con él la Liga, de la que poco provecho se siguió, excepto que el ejército Imperial se aprovisionó de vituallas en sus tierras. También se habló a los eclesiásticos para que quisieren por su parte contribuir y entrar en la dicha Liga, los cuales de igual manera, antes de venir a la obra, se habían mostrado muy deseosos, mas cuando se llegó a cooperar y concluir, o por recelo que tuviesen de los protestantes, o por miedo de entrar en una tan grande cosa, o por otros respectos, no se aventuraron ni atrevieron a entrar en la Liga. Todavía acudieron con alguna contribución de dinero, en virtud de un acuerdo hecho en las Dietas pasadas, del cual los protestantes no sólo no hicieron caso, para contribuir, sino incluso se opusieron, yendo a la mano a algunos por pagar su parte.



1548

     65. Así, aunque por los aparejos antedichos, los protestantes habían ganado y tomado ventaja sobre el Emperador (la que él había podido tomar sobre ellos, si el secreto no se hubiera roto), y por todas estas cosas el negocio se hacía más dificultoso y arriesgado; con todo, viendo Sus Majestades que ya mal se podía excusar la ejecución de lo que estaba tratado y que el tiempo se iba pasando y que cuanto más se tardaba tanto más se publicaba, se dificultaba y se hacía más peligroso; y viendo también, como dicho está, que Francia estaba en paz y el rey Francisco muy gastado, a causa de la guerra que tuvo con el rey de Inglaterra, y se suponía que el Turco quería ir contra el Sofí(19) (donde verosímilmente se podía creer que de esta parte no habría peligro, lo que para asegurar más mandaron al mismo tiempo el Emperador y el rey de Romanos algunas personas principales al propio Turco para entretenerlo y hacer, si les pareciese que a este efecto convenía, treguas, las cuales hicieron después(20)); y considerando últimamente que los protestantes habían ya perdido del todo la vergüenza y que a toda prisa hacían gente y ponían por obra sus designios, se determinaron Sus Majestades a concluir con el Papa y a poner en ejecución lo que la necesidad les obligaba y estaba tratado hacía tanto tiempo, porque las cosas estaban ya tan adelante, que si el Emperador no diera principio a la empresa los protestantes estaban en tal orden que podrían poner en ejecución el consejo que antes se dijo que el Landgrave les había dado.

     66. Inmediatamente después de la llegada del Rey a Ratisbona, llegó también allí la Reina, su mujer, con sus hijos y vinieron otrosí los duques de Baviera y Guillermo de Clèves, con sus mujeres e hijos, y algunos otros Príncipes del Imperio. Entre los dos duques, Alberto de Baviera(21) y Guillermo de Clèves, y dos hijas de los dichos Reyes(22), se celebraron las bodas en el mismo lugar; acabadas las cuales, la Reina y sus hijas, los Duques y los nuevos matrimonios se fueron. El Rey y el duque Mauricio(23) se partieron después para atacar por su parte, las tierras de Juan Federico de Sajonia(24), lo que hicieron de tal suerte que después de ocasionar una gran derrota a su gente, le tomaron buena parte de las dichas tierras. El Emperador comenzó a poner en orden su ejército, tratando para este efecto con algunos Príncipes, Capitanes y gentes de guerra, de suerte que en pocos días se le juntaron algunos soldados alemanes y también vinieron los españoles que estaban en Hungría(25). En este tiempo los diputados de las principales ciudades de Suabia, que eran de la Liga de Schmalkalden, sobre una carta que el Emperador había escrito diciéndoles cómo había sido avisado de que hacían gente de guerra, por alguna fama que corría de que les quería hacer guerra a causa de la religión, asegurándoles que tal fama era falsa y que él no tenía pensamiento de hacer tal cosa, principalmente contra aquellos que le fuesen obedientes y que no hiciesen nada contra la autoridad Imperial, y que, por tanto, si ellos eran de éstos, deshiciesen el ejército y se mostrasen obedientes, fueron a estar con Su Majestad y con grande obstinación en su insolencia respondieron muy soberbiamente, lo que visto por el Emperador los despidió como merecían. También los Comisarios de los protestantes que estaban en la dicha Dieta, fueron un día a estar con Su Majestad y tratando de la fama que corría de la guerra, pidieron que les asegurase sobre sus intenciones. A lo que Su Majestad respondió que él no quería hacer guerra si no era forzado a conservar su autoridad, contra la cual veía que cada día se atentaba y trabajaba por abatirla y disminuirla. Y teniendo esta respuesta, todos los protestantes se fueron sin despedirse.

     67. Y viendo Su Majestad que la dicha Dieta se podía ya tener por rota y deshecha, hizo una breve y seca plática a los que habían quedado. Entonces la gente de guerra que las dichas ciudades habían levantado, fue llevada a Füssen(26), so color de querer impedir que los soldados extranjeros a la nación germánica pudiesen entrar en Alemania. Los cuales tomaron la dicha Füssen y, además, otra fortaleza llamada Exclusa, que era del rey de Romanos, de modo que ellos fueron los primeros que comenzaron a hostigar, iniciando la guerra. Y no erraron poco, por seguir su mala intención y malos principios, en tomar antes este camino que el de Ratisbona (y fue éste el segundo yerro que ellos hicieron, permitiéndolo Dios que los cegó), porque Su Majestad en aquel tiempo no estaba aún bien preparado para resistirles como convenía. Sabiendo el Emperador que los italianos que el Papa había de mandar, conducidos y guiados por el cardenal Farneso, como legado suyo, y por el duque Octavio, como su Gonfaloniero, venían de camino y también los soldados españoles que tenían que llegar de Lombardía, y la dificultad que podía haber en que se juntasen con Su Majestad, visto cómo ya Juan Federico de Sajonia y el Landgrave estaban ya reunidos con todo el ejército en Donauwörth y, si se metían entre Su Majestad y su gente quedarían sus fuerzas divididas y, por consiguiente, cada una de ellas menor, aunque algunos ponían escrúpulos respecto a la reputación del Emperador si se marchaba de Ratisbona, con todo Su Majestad, no haciendo caso de estas vanidades y estando determinado, cuando se propuso seguir esta empresa (vista la causa fundamental por la que la emprendía), a llegar hasta el fin, pese a cualquier cosa que hubiese de acontecer, porque se había propuesto y asentado dentro de sí el quedar emperador de Alemania vivo o muerto(27); y así determinó de irse a Landshut (tierra del duque de Baviera), dejando a Ratisbona bastante proveída de gente de guerra. En donde, habiendo llegado con la poca gente que llevaba y viendo la gran multitud de enemigos que estaban tan cerca, comenzó a considerar con el duque de Alba(28), a quien había hecho su Capitán General, y con los otros capitantes, cómo se podría situar mejor y fortificar más, así para resistir a los enemigos como para esperar a los suyos, los cuales por ser el camino largo y dificultoso no venían tan de prisa romo todos deseaban.

     68. En ese tiempo los protestantes que habían tomado Rain, tierra del duque de Baviera, y caminaban hacia Ingolstadt. ciudad del mismo Duque, en laque el Emperador había metido alguna de su gente, le mandaron por un trompeta y un paje, conforme su costumbre, una carta muy larga y no menos desvergonzada, de la cual Su Majestad no hizo caso ni se preocupó en responder. Mejor hubiera sido para ellos, ya que estaban puestos en tal camino, seguir con la poca vergüenza de su carta de desafío, y ejecutar las amenazas que en ella usaban, pues después de haberse mostrado tan bravos e insolentes quedaron como quedaron. Dios los cegó y permitió que ésta fuese la tercera falta que cometieran, para que no llegaran al fin de su perversa intención. Y así, habiendo dado esta comodidad y pausa al Emperador, él hizo caminar con toda diligencia, tanto a la gente del Papa y de los otros príncipes de Italia como a los españoles que venían de Lombardía y algunos tudescos, que por los impedimentos y estorbos hechos en el camino por los protestantes, no pudieron llegar más de prisa. Todos ellos alcanzaron Landshut(29) y luego Su Majestad, con toda la gente que había juntado se puso en camino hacia Neustadt(30), ciudad del duque de Baviera, con intención y deseo de irse poco a poco acercando a los enemigos, situándose y fortificándose bien; lo que no pudo hacer por falta de vituallas, porque, como era aún al principio de la guerra, no estaba dada tan buena orden para que el ejército fuese provisto con la abundancia que convenía. Y así Su Majestad salió de Neustadt para Ratisbona, donde se dio tal orden que nunca después hubo falta de bastimentos, al menos manifiesta y notable. También llegaron al mismo lugar los españoles que venían de Nápoles por el mar Adriático y también los marqueses Juan(31) y Alberto de Brandenburgo(32) y el maestre de Prusia(33), con la gente de caballo tudesca que entonces pudieron juntar, de la que Su Majestad tenía buena necesidad.

     69. Entretanto, imaginando los protestantes por su soberbia que el Emperador se retiraba y desviaba de ellos, tomaron el camino de la otra orilla del Danubio hacia las montañas que están en aquella parte sobre Ratibosna, para desde allí poner en juego a la artillería (de la que hacían gran caso) contra el ejército del Emperador que estaba acampado junto al río, por no tener otra parte donde situarse. Pero habiendo dado el Emperador la orden que se ha dicho sobre las vituallas y no queriendo perder tiempo ni estar lelos de sus adversarios, se marchó de Ratisbona e hizo sus jornadas hasta Neustadt, de suerte que en el tiempo que hizo este camino los enemigos hacían lo antedicho. Los cuales, habiendo llegado ya a tres leguas de Ratisbona, viendo que su designio era inútil y que habían caminado por tierras ásperas y por montañas, temiendo que Su Majestad quedando a sus espaldas les impidiese las vituallas, hicieron grande y extrema diligencia para volver atrás y ganar un paso estrecho y dificultoso de pasar, junto a un lugar llamado Beilngriess, el cual estaba a dos leguas alemanas de Neustadt, donde como queda dicho, Su Majestad había llegado ya con su ejército: y por culpa de no ser advertido por aquellos que sabían, podían y debían advertirle, de la ventaja con que estaba sobre sus enemigos, tomándolos en un lugar tan desacomodado para ellos, se perdió esta buena ocasión, aunque no por su culpa(34).

     70. Hecho esto, pasando Su Majestad el Danubio, asentó su real en una buena y fuerte posición frente a Neustadt. Habiendo los enemigos pasado el lugar arriba dicho, caminaron y se alojaron junto al Danubio dos leguas más cerca de Neuburg que de Ingolstadt. El Emperador deseaba acercarse a ellos, aunque era muy inferior en fuerzas, así por ir ganando tierra cada día como también para dar más lugar y mejor ocasión a mosiur de Buren, al que había encargado enrolar un buen número de tudescos de a pie y de a caballo, lo que había hecho trayendo también consigo otros tudescos de a caballo que los Príncipes antes citados y el duque Enrique de Brunswick y otros capitantes que estaban al servicio del Emperador, le mandaban. La cual gente de caballo, a causa de los protestantes, no pudieron pasar, y por este motivo se fueron a reunir con el dicho señor de Buren, para hacer al tiempo su camino e ir todos a juntarse con Su Majestad. que siguiendo su intención y designio dicho, se marchó del citado campamento junto a Neustadt para irse a situar a Ingolstadt, de cara al campo enemigo, teniendo el Danubio a mano izquierda, la dicha ciudad a la espalda y la campiña descubierta a mano derecha. Mas por cuanto el acampamiento era dificultoso de realizar había reservado Su Majestad otro bueno y fuerte entre las dichas Neustadt e Ingolstadt. Y, habiendo Su Majestad visto el que pretendía ocupar ante Ingolstadt, se comenzó una escaramuza por algunos caballos ligeros hasta el campamento enemigo, de modo que éste se movió de suerte que se tuvo por cierto que marchaba derechamente para irse a situar junto al campamento que Su Majestad determinaba ocupar; y lo hubieran podido hacer muy bien, porque estaban más cerca de dicho lugar y tenían mayores fuerzas; lo que fue causa de que se detuviese Su Majestad y se pusiera en el campamento que, como se dijo, había guardado hasta conocer de cierto lo que haría el enemigo. Y sabiendo que se habían vuelto a la posición de donde habían partido, al punto marchó con su campo para aquel que pretendía ocupar ante Ingolstadt, e hizo tal diligencia que, aunque tarde, llegó allí en el mismo día. Y luego en toda aquella noche (la cual se pasó con alguna confusión, porque como llegaron de noche a dicho campo, la multitud de soldados que le seguía no atinaba con sus cuarteles) hizo hacer las trincheras a que el tiempo dio lugar, y lo que de noche no se pudo hacer se remedió por la mañana(35).

     71. En los días en que los reales estuvieron tan cerca y a la vista el uno del otro, hubo algunas escaramuzas en las que, con ayuda de Dios, los enemigos llevaron siempre la peor parte. Sin embargo, se aproximaron, acampando una legra más cerca de Su Majestad. A la noche siguiente se preparó una buena encamisada, de la que recibieron gran daño(36). Al otro día hubo una buena escaramuza, y al día siguiente, muy de mañana, se fueron a poner con todo su ejército y artillería en buen orden y a tiro de la misma artillería del ejército Imperial. De lo que siendo luego advertido Su Majestad por el Duque, su General, se armó, subió a caballo y mandó al mismo Duque que al momento, sin estruendos y sin dar la alarma, pusiese todo el ejército en orden. Su Majestad no nudo salir en público tan de prisa ni se pudo ejecutar la orden que estaba dada, antes de que los enemigos, que ya tenían puesta parte de su artillería sobre un otero, que para este efecto les venía muy a propósito, comenzaran con ella (y con otras infinitas piezas que en diferentes lugares tenían puestas) a batir el campo y la gente del Emperador, de tal modo que desde las ocho de la mañana hasta las cuatro de la tarde arrolaron de ochocientos a novecientos tiros de artillería gruesa, cosa hasta aquel tiempo nunca vista; pues, hasta entonces, ninguna gente de guerra había sufrido ser de tal modo batida en tierra llana, sin que las trincheras la protegiesen: lo que, sin embargo, los soldados del Emperador aguantaron y sufrieron tan bien que ninguno se atemorizó y, por la gracia de Dios, la dicha artillería no hizo gran daño; mayor recibieron los enemigos con la que se les respondió desde el ejército Imperial. Se dice que determinaron cesar con la artillería y acometer el real del Emperador; puede ser que les saliera mejor no hacerlo, al menos no se deben reprochar a sí mismos porque no lo hicieran(37).

     72. Así por este día pasó aquella fiesta y los enemigos se volvieron a su campamento que entretanto habían hecho preparar y el Emperador mandó que todos fuesen a dormir aquella noche en las trincheras y que si sobreviniese algún rebato, que la gente de caballo se fuese a pie a las trincheras y que todos se pusiesen en orden de fortificarlas; lo que hicieron de buena voluntad de modo que en toda aquella noche y en el día siguiente, en que los enemigos no tiraron con artillería, se pusieron las dichas trincheras en tal orden que los que estaban en ellas se hallaban bien seguros. En este mismo tiempo se alargó una trinchera hacia el campamento enemigo(38), de lo que ellos no quedaron muy contentos porque, por impedir o por ver lo que se hacía, mandaron algunos de sus arcabuceros, y también salieron del campo imperial cerca de ochocientos soldados, asimismo arcabuceros, entre los cuales se comenzó a escaramuzar. Y viendo los enemigos que los arcabuceros imperiales estaban en tierra llana, lanzaron fuera tres escuadrones de gente de a caballo para cargar sobre ellos y apretarlos más; pero los arcabuceros no sólo no retrocedieron, sino que cargaron sobre los enemigos de suerte que éstos, rompiéndose y desbaratándose, volvieron las espaldas con gran daño suyo, y los dichos arcabuceros se volvieron a la trinchera y así se pasó el segundo día. Al tercer día, a la misma hora del primero, comenzaron a tirar con la artillería y no hicieron ni más ni menos que el día primero. Los que iban y venían por el campamento recibieron más daño que la gente de guerra que estaba en las trincheras. Se supone que la artillería del Emperador les hizo más daño este día que el primero. De noche se les daban rebatos falsos, por lo que tenían poco reposo. Y así se pasó este día. En el cuarto descansaron como habían hecho en el segundo, y se pasó con algunos tiros y escaramuzas. Al quinto, tristes y cansados de la fatiga, pérdidas y trabajo que se les había ocasionado y, además, molestos a causa de la trinchera antes citada, que siempre se iba continuando y extendiendo más, y conociendo que de este modo no podían dejar de recibir gran daño, habiendo de noche mandado por delante la artillería gruesa, se marcharon al sexto día a la misma hora que habían llegado el primero, llevando los escuadrones en buen orden; y así caminaron hasta el campamento situado a dos leguas de Ingolstadt, en el que antes se habían puesto. De allí se fueron a emplazar dos leguas más allá de Neuburg, donde estuvieron algunos días. El Emperador, entretanto, no se movió de su real, esperando nuevas del conde de Buren y de la gente que traía, para conforme a ella gobernarse, porque le parecía que había hecho asaz, pues, existiendo tan grande diferencia de su campamento y gente al de sus enemigos (que le habían venido a acometer con tanta furia), les hizo dejar su posición y retirarse.

     73. Casi al mismo tiempo el Emperador y los protestantes tuvieron nuevas de la leva que el señor de Buren había hecho, según la orden que Su Majestad le dio, y que desde el lugar en donde había tenido la parada y revista general de su gente, estaba marchando hacia el Rin, para pasarlo e irse a reunir con Su Majestad. Los protestantes, que sabían más detalladamente y cada día lo que el dicho señor de Buren hacía., habían puesto sobre la parte de Frankfort mucha gente de guerra, que habían dejado atrás para defender e impedir el paso del río al dicho conde de Buren; el cual, sin embargo, mostró tanto esfuerzo y puso tanta diligencia que, a pesar de ellos y por fuerza, lo pasó. Siendo advertidos de esto los protestantes, se marcharon de Neuburg donde tenían el real, y se fueron a Wemding, tierra del duque de Baviera, que estaba bien emplazada y en lugar adecuado para desde allí pasar adelante y atajar al Conde en el camino por el que podía venir a juntarse con el Emperador; mas por cuanto para efectuar esto era necesario que los dichos protestantes se apartasen de las principales ciudades de Suabia, las cuales, como es de considerar, temían y les parecía que quedaban poco seguras teniendo tan vecino al Emperador con su ejército, mudaron de parecer y se volvieron a asentar en Donauwört, de donde habían salido al principio. Les hubiera sido mucho mejor, para el buen suceso de lo que pretendían, haberse vuelto a Neuburg, donde hubieran estado más a propósito para contrastar y resistir al Emperador, que no a Donauwört, que fue el cuarto y no menor error que cometieron. En este tiempo el Emperador tuvo nuevas del paso del río por el conde de Buren y cómo iba marchando y acercándose cada vez más a Su Majestad. También entendió y fue avisado de la intención antes dicha de los protestantes, cuando tomaron el camino de Wemding; lo que le daba gran cuidado, por la importancia de que el dicho Conde llegase con toda seguridad. Para ello tenía determinado el Emperador, yendo por detrás de los protestantes, hacer jornadas tan adecuadas y ocupar siempre posiciones tan ventajosas que los protestantes no pudiesen pelear con el Conde sin que súbito no tuviesen también que venir a las manos con Su Majestad, o, si virasen sobre Su Majestad, que el Conde quedase con el camino libre y desembarazado para reunirse con Su Majestad.

     74. El Conde tuvo tanta diligencia que llegó con toda su gente sana y salva al campo que el Emperador tenía delante de Ingolstadt, quien habiendo hecho reconocer y reconociendo él mismo la dicha ciudad de Neuburg, volvió a pasar con todo el ejército el Danubio por junto a su campamento, y marchó y caminó hasta la dicha Neuburg la cual, con cuatro banderas de infantería que dentro estaban, yendo Su Majestad de camino, se le entregó; y después de llegar allí y dejar presidio y dar le orden que convenía, Su Majestad se marchó y fue a situar sobre el Danubio en un lugar que se llama Marxheim, una legua buena de Donauwört, donde los enemigos -como queda dicho- tenían el campamento tan bien fortificado y reforzado con la gente que quedó atrás para impedir el paso al señor de Buren (la cual había regresado) que, aunque los dos campamentos estuviesen tan cerca el uno del otro, en los pocos días que allí estuvieron nunca se pudieron atacar. Viendo esto el Emperador, determinó usar otro ardid y así se marchó del dicho lugar de Marxheim y apartándose del Danubio, sobre el cual había tenido siempre el campamento, y dejando los enemigos a mano izquierda, se fue a situar en un lugar del término de Neuburg que se llama Monheim. Al día siguiente, víspera de San Francisco, marchando de aquel lugar acampó junto a una pequeña montaña que está próxima a Ottingen y a Nördlingen, sobre la cual hizo poner parte de la artillería, asentando alrededor su real; y hecho esto, cuando anochecía, fue advertido Su Majestad que se oían los atambores de los enemigos; y por cuanto iba oscureciendo cada vez más y el sonido de los atambores venía de un bosque que quedaba entre Su Majestad y los enemigos, al tiempo que se comenzaba a levantar también la niebla, por todas esas causas no se pudo saber lo que hacían los enemigos. Este sonido de los atambores duró toda la noche y toda la mañana, que fue el día de San Francisco. Y toda la noche hubo gente [alerta] en el campamento, y el mismo Capitán General lo estuvo para saber la disposición e intento de los adversarios. El Emperador mismo, al cual, dos días antes le había dado la gota en un pie, se pasó velando la mayor parte de la noche para saber las novedades que ocurrían y dar las órdenes convenientes y así, no obstante, que estaba trabajado por la gota, se levantó antes de amanecer y habiéndose confesado y oído misa, por tener por cierto que en el mismo día se daría la batalla, pese a la mucha niebla que hacía y a los muchos dolores que padecía, se puso a caballo y saliéndose del real subió al monte en que estaba la artillería, por saber antes lo que pasaba. Mas la gota le atormentaba de tal manera, que fue forzado a poner un lienzo sobre el arzón de la silla en que reposase el pie, y así lo tuvo todo el día(39).

     75. En todo ese tiempo no se pudo saber nada de los enemigos, a causa de la niebla que se levantó la noche anterior, la cual fue siempre creciendo y engrosando de manera que no se podía ver a diez pasos, hasta que desapareció, que fue a las diez horas antes de mediodía; y entonces se descubrió que los enemigos habían pasado el bosque antedicho y ocupadas, las montañas que iban hasta Nördlingen, sobre las cuales habían puesto todos sus escuadrones en orden. Verdad es que sobre los últimos de la retaguardia y algunos otros que estaban aún abajo entre el bosque y la montaña les fue hecha una carga tal por los caballos ligeros imperiales que se retiraron más que a paso a las montañas, donde estaba la mayor parte de su gente. En este intervalo el Emperador había sacado del campamento a todo su ejército y, en cuanto la niebla cayó, mandó poner los escuadrones en orden, y en cuanto fue avisado que el ejército enemigo había sido descubierto, haciendo marchar el suyo en orden a un mismo paso contra los enemigos, se adelantó y se fue a una montaña pequeña que estaba cerca del río para ver mejor desde allí y comprobar lo que se debía hacer; donde estaban reunidos su general y muchos otros capitanes y grandes personajes disputando y diciendo cada uno lo que le parecía apropiado. Y llegando el Emperador, que por su indisposición no había podido ir antes ni ocuparse como acostumbraba hacer, y hallando a la mayor parte de sus capitanes de parecer que se debía pasar un río que estaba de aquella parte y pelear, o por lo menos hacer pasar un buen número de gente de a caballo, sustentada por algunos arcabuceros, para cargar sobre la retaguardia y ver en qué punto se ponían los enemigos, y tener presto el ejército, como estaba, para conforme lo que fuese necesario hacerlo marchar, no habiendo visto bien Su Majestad la disposición del lugar y oyendo tantos pareceres y votos, todos conformes en que se había de pelear, se conformó también con ello y mandó luego a la dicha gente de caballo pasar el río. Mas volviéndose a sus escuadrones a fin de hacerlos marchar para pelear, le fue dado otro parecer mejor por un Grande de su casa(40), el cual le declaró la disposición del lugar y la imposibilidad de pasar el río para dar batalla sin meterse en evidente y casi cierto peligro de ser roto y desbaratado por los enemigos, por la gran ventaja que tenían; y así habiendo Su Majestad entendido bien y conocido estas razones, volvió luego a mandar llamar la dicha gente de caballo (la cual, habiendo ya pasado el río con gran trabajo, lo tornó a pasar con mucho mayor, por ser el pasaje muy dificultoso) y con todo el ejército se volvió al real. Los enemigos continuaron su camino hasta alojarse sobre las montañas que están junto a Nördlingen.

     76. Sobre el pasar este río y sobre dar batalla hubo entonces y ha habido después y se cree que todavía hay ahora grandes disputas y diversas opiniones(41). El Emperador quiso después tornar a ver bien el lugar y andarlo sin tener quien se lo pudiese impedir; y así Su Majestad, como todos los que entonces habían sido de opinión de no pasar el río ni pelear, se confirmaron en su primer parecer, no como cosa dudosa mas tan imposible de hacer que mejor podían los enemigos venir y acometer y dar la batalla, que Su Majestad a ellos. Los que en aquel día habían sido de opinión que se pelease y después vieron el lugar confesaron que su opinión no había sido buena. Y los que, por lo que habían oído habían Juzgado que se había hecho mal en no pelear, viendo después el lugar también confesaron su error. Los que no vieron y sustentaron que se debía de pelear, debían verlo, y, si aún fuesen de la misma opinión, harían bien imaginándose al ejército enemigo que estaba en la orilla opuesta, porque puede ser que mudaran su parecer. El Emperador, como dicho está, se volvió esta noche a asentar en el campamento de donde había partido. Y viendo que estaba más alejado de los enemigos de lo que hubiera querido, se partió al día siguiente y asentó el campamento en la orilla del río en que el día anterior hubo la disputa dicha, y entonces se vio bien quién había tenido mejor parecer. Abrazaban el real dos montañas pequeñas muy próximas y acomodadas. Habiendo tomado el Emperador este alojamiento, algunos de los de a caballo de los protestantes descendieron de las montañas a la campiña y también algunos de los imperiales pasaron el río, donde hubo una buena escaramuza y muchos tiros de arcabuz y algunos muertos de una y otra parte, aunque más de los protestantes y gente más principal, entre ellos un duque de Brunswick(42). Y porque ya era tarde y Su Majestad no podía socorrer a los suyos, como hacían los enemigos, por cuanto era necesario pasar el río y Su Magestad quería asentar su campamento, hizo cesar la escaramuza. Y habiendo visto y hecho ver muchas veces algunos lugares por ver si había modo de hacer daño a los protestantes, y no hallando ninguno, cuidó y platicó en secreto lo que se podría hacer y, en fin determinó mandar el número de gente necesaria para atacar la ciudad imperial de Donauödrt, de donde los enemigos se habían ido cuando vinieron junto a Nördlingen y donde dejaron un presidio de gente que la defendiese. Y así al anochecer hizo salir a la dicha gente de guerra, la cual llegó allí por la mañana y al primer asalto tomó los arrabales y luego después la ciudad se entregó.

     77. Hecho esto Su Majestad salió de su campamento y se fue a Donauwört para, desde allí, ir caminando a lo largo del Danubio hacia Ulm, para ver si por esta vía podía impedir que se aprovisionase el enemigo y ponerle en necesidad y apretarlo de manera, a ellos o a la dicha ciudad de Ulm, que fueran obligados a dejar las montañas e irse a lugar donde más fácilmente se les pudiese dar batalla. Se ha de saber que para ir a Donauwdrt el Emperador con su ejército había de pasar forzosamente el río y ponerse en orden en la llanura, muy cerca del campamento protestante, y aunque los puentes de barcas estaban puestos para pasar el río y también se conocían mejor los vados que cuando se llegó allí la primera vez, con todo el pasaje era tal, habiendo todavía del otro lado otras riberas que pasar, que si el enemigo hubiera tenido gran deseo de pelear, lo habría podido hacer en este día con gran ventaja suya; por lo que se puede juzgar, sin saber las causas que a esto le movieron, se puede contar ésta por la quinta falta o yerro que cometieron. Viendo el Emperador que los protestantes no se movían, fue marchando en buen orden hasta la región que estaba sobre el Danubio, entre Donauwört y Höchstädt, lugar éste desamparado por sus defensores, cuyos habitantes llevaron las llaves al Emperador; el cual, al día siguiente, pasando por Dillingen (que también hizo lo mismo) se alojó junto a Lauingen, tierra que era del duque Otón-Enrique de Baviera, donde había cuatro banderas de tudescos que aquella tarde mostraron quererse defender. Siendo Su Majestad advertido que los enemigos querían ir a socorrerla y ponerse sobre algunas pequeñas montañas que estaban a la salida de un bosque, aunque no muy cerca del lugar, ordenó que al otro día en rompiendo el alba, todo el ejército estuviese dispuesto para ir a donde y cuando se le mandase. Y así con el duque de Alba, su General, y algunos de su Consejo, se marchó primero por ver qué lugar podría ocupar para pelear con más ventaja con los enemigos cuando saliesen del bosque. Y haciendo esta jornada salieron algunos naturales de la ciudad y se vinieron a entregar a Su Majestad y lo mismo hicieron luego los de Gundelfingen.

     78. Y avisando los de Lauingen que las dichas cuatro banderas habían salido y pasado el puente del Danubio antes del amanecer con uno de los capitales de la Liga y algunas piezas de artillería, el cual había llegado la noche anterior e impedido que entonces se entregasen (los de la ciudad), e iban caminando con esas cuatro banderas y artillería hacia Ausburgo, habiendo entendido esto Su Majestad y viendo que no había ninguna nueva de que el campo protestante se moviese, se volvió a su ejército y pasando ante Lauingen y dejando en ella, presidio conveniente, hizo pasar por dicho puente algunos caballos ligeros detrás de las cuatro banderas, a las cuales alcanzaron, y después de tener una escaramuza, las apretaron de manera que dejaron la artillería, que fue llevada a Su Majestad; y, por el gran deseo que tenía de ganar la delantera, anduvo tanto con su ejército que en ese mismo día se asentó sobre un río llamado Brenz, en un lugar de la orilla del río donde está Ulm, llamado Sontheim. Llegando allí Su Majestad se le avisó que estaba cerca alguna caballería enemiga en una pequeña ciudad imperial llamada Giengen, sobre el mismo río Brenz. Su Majestad mandó allí a su General, acompañado como convenía, a la vista del cual se retiró aquella caballería. Y habiendo en dicho lugar alguna gente de guerra de los enemigos, y esperando o sabiendo que al otro día había de venir allí todo su ejército, aunque fueron invitados a entregarse, disimularon por ser ya tarde, y dando palabra de que al otro día se entregarían, pasaron aquella noche con este disimulo. Esta misma noche, habiendo el Emperador llegado a su campamento, mandó espías por dos o tres partes por saber de los enemigos. Los que fueron donde no estaban no trajeron nuevas. Los que fueron donde estaban tropezaron con sus centinelas y algunos de ellos quedaron prisioneros y otros se volvieron sin saber nada. Y así, Su Majestad se halló aquella mañana suspenso e irresoluto sobre si debía caminar hacia Ulm para irles ganando siempre la delantera, o si se quedaría allí, porque también si se apresuraban mucho los enemigos se podrían poner en lugar que le impidiesen las vituallas.

     79. Estando Su Majestad en esta duda, tuvo nuevas de que los protestantes se marchaban, pero no se sabía bien todavía dónde querían acampar; por lo que Su Majestad y su General y otras muchas personas principales fueron a ver bien la disposición y modo del enemigo, el cual marchaba en buen orden para asentarse en Giengen. Y viendo Su Majestad que no tenía puesto en orden su ejército para pelear, antes estaba preparado para caminar hacia Ulm y en la orilla opuesta a la ocupada por el enemigo, volviéndose al campamento hizo acampar y los enemigos hicieron lo mismo. En este día, habiendo visto Su Majestad el sitio y la disposición dei enemigo, se acordó hacerle al siguiente una buena emboscada que, porque no se pudo rematar, no fue ejecutada como convenía; se puede presumir que si se hubiera ordenado bien se habría obtenido algún grande resultado, porque incluso con toda la irresolución que hubo, los enemigos sufrieron tanto daño de los arcabuceros imperiales que después siempre se acordaron de aquel día; tanto, que poco después, queriendo Su Majestad disponer la emboscada en la forma debida, teniéndola dispuesta y mandando caballería ligera(43) delante para atraer a los enemigos, jamás fue posible hacerlos salir en gran número y lejos de su campamento. Esto podía también ser porque el lugar de Giengen está en un bajo y los protestantes tenían su real a la otra orilla del río, frente al de Su Majestad, y en la orilla del real de Su Majestad había un alto que quedaba sobre Giengen y sobre parte del real de los protestantes, y por esta causa hicieron pasar y acampar sobre este alto mucha de su gente; la cual, porque se podían socorrer mal un campamento al otro, se fortificó muy bien, y desde este campamento se descubría parte de la emboscada que estaba puesta. Por ello, su Majestad mandó que se volviesen al real; y para probar todas estas vías y modos de hacerles daño, pareció bien ordenarles una encamisada, como se hizo, mas fueron advertidos y concertaron sus cosas de manera que fue buen consejo no seguirla(44).

     Así como los protestantes tenían el alto arriba dicho sobre Giengen, en la orilla del río donde estaba el campamento imperial, del mismo modo tenía Su Majestad otro alto en la misma orilla en que acampaban los protestantes desde que llegaron a Giengen; y por todos los respectos se comenzó a fortificar este alto que estaba frente al campamento imperial, para poner en él los italianos que aún quedaban; mas habiendo partido muchos por las ruines pagas y malos tratos, como ellos decían, los que restaban se hallaban de tan mala voluntad, viendo marchar al legado del Papa (que le habían mandado llamar) y la ocasión que tenían para volverse, y porque vino de nuevo a los protestantes mucha gente de Würtemberg, cuando se debía procurar de acrecentar el ejército de Su Majestad para meter en el fuerte que se estaba haciendo en este mismo tiempo, de la dicha gente de Su Santidad se fueron una mañana de tres mil a cuatro mil. Así quedó frustrado el proyecto del Emperador, porque no tuvo gente bastante para poner en este fuerte que había mandado comenzar y que se dejó sin terminar por dicha causa(45).

     80. Y por cuanto en ese tiempo estaba muy avanzada la estación, estando muy próximo ya el día de Todos los Santos y comenzaba a llover, y no veía Su Majestad que de su campo se pudiese hacer daño al enemigo, por ello, después de hacer algunas otras pequeñas escaramuzas, determinó volver a pasar el río e irse a acampar junto a Lauingen, y así se marchó y caminó en buen orden, esperando y mirando si los enemigos querían tentar la fortuna, como algunos de ellos consideraban que podían y debían hacer; todavía por los motivos que les pareció, no se movieron en aquel día y el Emperador continuó su camino hasta el lugar donde debía acampar. La lluvia y el mal tiempo continuó también de tal modo que juntándose además con ser el terreno bajo y fangoso, el campamento estaba lleno de lodo; y aunque el del enemigo estaba sobre la montaña, con todo, como después se entendió, no se hallaba en mejores condiciones: lo que fue causa de que mientras el Emperador estuvo en este campamento no se hiciese cosa de importancia. Antes bien fue en este mismo tiempo cuando los protestantes quisieron tratar de paz, mas viendo Su Magestad que no se avenían a partidos convenientes, rompió la plática. Estando Su Majestad en este campamento, tuvo nuevas de la derrota de la gente de Juan Federico por el ejército del Rey y el duque Mauricio. Por causa del mal tiempo, y por otras razones que expusieron algunos, hubo muchos pareceres sobre si Su Majestad debía poner los soldados en guarniciones para por esta vía obligar más y apretar a los protestantes y principalmente a las ciudades que estaban a su favor, quitándoles los bastimentos y vituallas con estas guarniciones y haciéndoles una guerra de hostigamientos. Mas considerando Su Majestad que todo el buen resultado de su empresa consistía en romper el ejército y dividir las fuerzas de los protestantes, pareciole que poner el suyo en guarniciones seria dividirlo, disminuirlo y romperlo; por lo que después de haber hecho reconocer bien y por muchas veces un alojamiento que parecía acomodado y conveniente para invernar y resistir al enemigo hasta ver cuál de los dos ejércitos se abandonaría primero o sería forzado a deshacerse, salió del lugar arriba dicho, que por ser húmedo y tener muchos lodazales era poco grato y acomodado para la gente de guerra, y se fue a otro enjuto, fuerte, bien asentado y a gusto y satisfacción de los soldados; en cuyo día también se dijo que los protestantes habían podido luchar con ventaja. Si así fue y si cometieron un error, lo podrá decir quien lo sepa(46). Su Majestad determinó seguir su empresa hasta el fin y persistir hasta que uno de los dos ejércitos fuese obligado a deshacerse por la fuerza, por el mal tiempo, por hambre o por cualquier otra necesidad. Siendo Su Majestad advertido que existía todavía otro lugar bueno y bien situado y dispuesto para acercarse más al enemigo y quedarle tan próximo y con tanta ventaja, que sin ninguna duda se podría tener por cierto que a la fuerza los tendría debajo y los haría romper y dividir, se acordó poner en pocos días en ejecución esta empresa. Mas porque la cosa era de gran importancia y no carecía de dificultad, y porque los negocios arduos y peligrosos no se deben emprender si no están hechos los preparativos necesarios, Su Majestad dilató la ejecución de éste para el momento oportuno; y también porque en este mismo tiempo la ciudad de Nördlingen trataba de entregarse y en cuanto lo hiciese le parecía a Su Majestad tener otro modo de hostigar al enemigo, y entonces podría escoger y tomar el mejor de los dos caminos.

     81. Habiendo después visto Su Majestad la disposición y comodidad de aquel lugar y considerado cómo se podría tomar, siendo de tanta conveniencia para poder romper al enemigo, se juzgó por Su Majestad (y por otros que después también lo vieron) que era cosa factible y conveniente, ejecutándola de modo adecuado. Cuando los protestantes vieron volver al Emperador a su campamento, habiendo pensado que su ida a Lauingen procedía de alguna necesidad o desfallecimiento, perdieron aquella esperanza, notando que Su Majestad comenzaba de nuevo a acercarse a ellos, mostraron luego mucho menos espíritu y coraje del que antes tenían, y así, por más escaramuzas que movió el Emperador y por más ocasiones que se les dio para salir de su campo, no hubo forma de atraerlos. Y habiendo ya pasado entre ellos algunas contrariedades y disputas, y quejándose las ciudades imperiales de los grandes gastos que tenían y no pudiendo los demás de la Liga suplirlos, después de haber mandado delante a la artillería gruesa y estar bien cansados y trabajados por el mal tiempo y por otras muchas causas que les afligían y aun por otras cosas que ellos sabrían mejor, el 22 de noviembre, antes de amanecer, levantaron el campo y se fueron todos a situar a la otra orilla del río Brenz, sobre una montaña y bajo el favor y abrigo de un castillo del término de Wurtemberg, que se llama Heidenheim. Siendo avisado el Emperador por un espía la noche anterior de cómo había partido la artillería gruesa, recelándose de lo que después ocurrió, volvió a mandar el mismo espía al campo enemigo con el encargo de que a cualquier hora que fuese viniese a decir lo que hacían. Y así, este espía refirió que se había marchado a medianoche para avisar que a la misma hora comenzaban a partir, pero que por encontrar gentes por el camino se vio obligado a desviarse y que a causa de la noche y de la niebla de la mañana se perdió y no llegó al campo del Emperador sino después de que Su Majestad había ya partido; de suerte que, ya fuese verdad o mentira lo que decía, regresó muy tarde y fuera de tiempo(47). Porque sobre las diez de la mañana fue Su Majestad avisado de que los protestantes habían partido, y luego envió a su General con alguna caballería y arcabuceros esparcidos para que comprobasen la verdad, y Su Majestad, con otra parte de la caballería, los siguió, dejando ordenado que el resto de la caballería le siguiese con presteza y que toda la infantería se pusiese en orden para hacer lo que se les mandase. Así, después de haber atravesado el campamento protestante, se les siguió hasta ver uno de los escuadrones de su retaguardia, con el cual se entabló una escaramuza tal que todo su ejército se puso en orden y comenzó a caminar para estar a mano y sustentar la escaramuza. Y después de discutir acerca de lo que se debería hacer, el Emperador mandó a toda la caballería que se parase en el lugar donde estaba, que quedaba a la vista del enemigo, y a toda prisa, porque ya era tarde, se volvió a su campamento para hacer marchar a la infantería y a la artillería; porque su intención era que aquella misma noche acampase todo el ejército tan cerca del enemigo que pudiesen por la mañana cargar sobre él. La infantería y artillería marchó luego siguiendo a Su Majestad, que servía de guía, y llegaron una hora después de medianoche, donde el grueso de la gente se había detenido y acampado; y reposaron como mejor pudieron, conforme lo que el tiempo y la comodidad les permitió, quedando cada cual casi todo el resto de la noche en su escuadrón.

     82. Su Majestad se acercó al enemigo, siguiendo adelante hasta donde estaba su General; y habiendo comenzado el día en que trataba de seguir y poner por obra lo que había acordado, sobrevino tanta y tan gruesa nieve que (con el gran frío que había hecho la noche pasada) viendo que los soldados no tenían otro refugio contra el hambre y el frío que sus armas, determinó volver al campamento de donde había partido el día anterior(48); lo que no estuvo muy fuera de razón, porque los protestantes estaban acampados de suerte que, aunque hubiera hecho el mejor tiempo del mundo, no se hubiera podido intentar nada de provecho contra ellos. Habiendo el Emperador llegado a su campamento, se detuvo poco en él, porque luego se puso en camino para adelantarse a los protestantes e impedir que volviesen a tierra buena y rica, porque ellos, por ayudarse de la fuerza del terreno, se habían metido entre montañas y tierras fragosas. Por lo que los de Nördlingen y otras ciudades y castillos donde habían dejado gente, viéndose desamparados y sin esperanza de socorro, se entregaron a Su Majestad, el cual, siendo su intención acabar de romper y de dividir a los protestantes, más que tomar venganza de tales lugares, pactó con ellos y se puso en camino hacia Nördlingen. Y porque estaban ya en el rigor del invierno y los soldados se encontraban muy cansados y trabajados, casi todos fueron de parecer que sería bien que el Emperador se contentase con lo hecho y que pusiese su gente en guarniciones en las fronteras y que dejase descansar al ejército, lo que el Emperador hubiera hecho de buen grado, así por aliviarles como por no seguir casi sólo su opinión. Pero viendo el inconveniente que se podría seguir y que se perdía todo el fruto del buen éxito pasado (porque entre los protestantes estaba concluido irse a asentar con todo el ejército a las tierras de Franconia, donde se podrían rehacer de dinero, gente y mantenimientos, lo que hubiera sido comenzar de nuevo y con una resistencia mayor que la primera), se determinó, aunque bien contra su voluntad, a seguir su opinión, considerando principalmente que no carecía de fundamento el que haciendo los dos ejércitos el camino que hacían, yendo siempre el uno a las espaldas del otro a distancia de cuatro, cinco o seis leguas, podría haber tal oportunidad que, siendo las noches largas y llegándose lo más cerca posible, caminando, una noche se diese sobre el enemigo al romper el alba(49). Y así, S. M. fue caminando, como quien va recto y por buena tierra, hacia Dinkelsbühl, que también había entrado en la Liga, y aunque de buena gana hubiera resistido más tiempo antes de cumplir su deber, sin embargo, se entregó a Su Majestad, que se dirigió a Rotemburg, la cual, porque estaba fuera de la Liga, salió a recibir a Su Majestad(50). Los protestantes caminaban por tierras de montaña, rodeando y dando siempre vueltas y revueltas, de suerte que lo pasaban mucho peor en fatigas y trabajos que los del ejército imperial. Y, para probar que hacían alguna cosa de camino, batieron y tomaron Gmund, ciudad imperial que, con todo, fue fiel, conservándose en la antigua religión, lo que después Su Majestad le hizo recompensar bien por los mismos que le habían causado daño.



1546

     83. Viendo los protestantes que a causa del camino que tomaba Su Majestad quedaban frustrados sus intentos y constreñidos a romperse o a dividirse, no acercándose al ejército del Emperador más de lo que queda dicho, comenzaron a separarse y a romperse de tal modo que, dejando cada día atrás algo de artillería y bagajes, en poco tiempo todo su ejército se dividió y deshizo, de suerte que no quedaron más que unos pocos con Juan Federico de Sajonia: el cual, pasando el río Main por tierras de bosques y montañas, se recogió en Gotha, castillo fuerte de sus tierras. Y con todo, el Emperador, por asegurarse más, expidió desde Rotemburg al conde de Buren, con el resto de la gente que había traído, el cual no encontró las dificultades al volver que tuvo al venir. Antes, por él se rindió al Emperador Francfort, ciudad imperial, dejando en ella presidio; de donde mandaron después sus Procuradores para darle obediencia(51). Habiendo hecho esto el Emperador, y viendo que no había nadie más que se le resistiese, antes comenzando algunas de las ciudades que le habían sido contrarias a tratar de querer reducirse, se detuvo algunos días en Rotemburg. alojando los soldados bajo techado y dejándoles descansar; en donde le dio la gota y después que se sintió un poco mejor y que el ejército se rehízo y también descansó, caminó hacia Halle en Suabia (la cual, habiendo sido de la Liga, reconoció su culpa), donde volvió a recaer de nuevo con la gota. El Elector palatino vino allí a reverenciarle, bien pesaroso de no haberse portado mejor(52).

     También los de Ulm volvieron a la obediencia, reconociendo su culpa, a los cuales les fue puesto presidio. Estando Su Majestad un poco mejor de la gota y dirigiéndose a Heilbronn (lugar que también había sido de la Liga y había hecho lo que la mayoría), mandó delante a su General al Estado de Württemberg, en el cual entró y en pocos días casi todos los lugares de la tierra llana se le entregaron. El Duque de esta tierra(53) mandó a tratar con él, y después de hacerse algunas propuestas y contrapropuestas, se llegó a un acuerdo, y volviendo a la obediencia, Su Majestad le recibió. La gota tornó a atacar a Su Majestad en Heilbronn y le duró tanto que cuando se partió de allí para Ulm, adonde llegó a principios del año 1547, todavía no iba bien curado; y porque desde aquella que tuvo por el día de San Francisco no había hecho sino recaer de una en otra, hasta llegar a la decimotercera, determinó ponerse en cura y a dieta para mejorar. Entretanto, los de Augsburgo, reconociendo también su culpa, se presentaron a Su Majestad y le rindieron obediencia y les fue puesto presidio. Lo mismo hicieron después los de Estrasburgo y en el mismo tiempo vinieron también nuevas a Su Majestad de la muerte del rey de Inglaterra(54).



1547

     84. Estando el Emperador en Ulm, como queda dicho, esperando el momento oportuno para ponerse a régimen y en cura para el efecto y fin que se dijo, le venían cada día nuevas y más nuevas sobre lo que Juan Federico de Sajonia (el cual, como se dijo, de tan grande ejército como ellos tenían, quedó solamente con unos pocos soldados, con los que se retiró a Gotha) se estaba reforzando y que cada día crecía su gente, y no sólo intentaba recuperar lo que el rey de Romanos y el duque Mauricio le habían tomado, más aún trabajaba y procuraba tomarles lo suyo y de concitar y alterar sus súbditos y, en fin, de hacerles el mayor daño que pudiese. De lo que los dichos Rey y Duque avisaban a Su Majestad, y se platicó mandar parte del ejército que había quedado al Emperador, que a causa de los trabajos pasados había disminuido mucho; y para reducirlo más concurrió que en este tiempo, aparte de todos los oficios que el papa Paulo había hecho, como en parte antes se refirió, y los que hizo después escribiendo a los suizos alguna cosa que esperaba fuese de gran perjuicio, hizo advertir a Su Majestad por su Nuncio que mandaba volver a los soldados italianos que hasta entonces había pagado. Y por más que el Emperador le instó a que no hiciese tal y que quisiese tener parte en la hora de la victoria, no le quiso oír, y así, los dichos italianos se fueron(55). Y hallándose Su Majestad confuso, por ver por una parte que mal podía dividir sus fuerzas, y por la otra que su salud pedía cura, dudaba a dónde debía acudir. Todavía viendo el éxito de Juan Federico y el desbaratamiento y prisión del marqués Alberto de Brandeburgo, que ocurrió después, el cual había sido mandado antes por el Emperador con alguna gente de a pie y de a caballo en socorro del Rey su hermano y del duque Mauricio, habiendo sabido también en este tiempo la muerte de la reina de Romanos, su cuñada. considerando el pesar y sentimiento que el Rey su marido tendría, así por consolarle en un caso como por ayudarle en el otro, determinó posponer la dieta y cura que para su convalecencia había decidido hacer y dejando en Augsburgo, Ulm y Francfort los presidios que en ellas había puesto, partió luego con el resto de su ejército. Y porque no sólo no convenía dividirlo, antes era necesario acrecentarlo, le añadió además un nuevo regimiento de tudescos. Lo cual hecho, se partió de Ulm y llegando a Nördlingen se encontró tan mal, con tantas indisposiciones que le sobrevinieron a causa de los trabajos que había pasado, que fue constreñido a detenerse allí algunos días. Mas viendo el inconveniente que podía resultar de la excesiva tardanza, de esa forma indispuesto, en litera y como pudo, se puso en camino y continuó hasta Nüremberg, donde fue recibido como por quienes no habían entrado en la Liga ni le habían sido contrarios. Allí recayó de suerte que fue forzado a detenerse más de lo que hubiera querido. Con todo se esforzó e hizo tanto, que ora en litera, como se ha dicho: ora de modo distinto, caminó hasta Eger. En este camino encontró al Rey su hermano y al duque Mauricio y al hijo del elector de Brandeburgo(56), el cual, siguiendo la devoción que su Casa había tenido siempre a la de Austria, dejando a un lado todas las diferencias, se había concertado con el rey de Romanos para darle gente y ayudarle en esta guerra; que, como se ha dicho, no era solamente con el duque Juan Federico, pues los de Bohemia habían sido concitados por él de tal modo que se habían querido meter en ella más de lo que les convenía.



1548

     85. Habiendo Su Majestad llegado a Eger vinieron nuevas de la muerte del rey de Francia(57). De allí a pocos días Sus Majestades ordenaron de tal modo sus negocios que se partieron con toda su gente de guerra. Y habiendo mandado el Emperador un día antes al duque de Alba, su General, y a otros capitanes, para quitar algunos impedimentos que se podían atravesar en el camino (los cuales hicieron tan bien su deber que todos los lugares y plazas que se encontraron a los dos lados del camino se entregaron y los presidios que dentro estaban fueron desbaratados, y sus banderas tomadas), Sus Majestades se partieron al día siguiente, y tal arte se dieron que al cabo de nueve días llegaron a una casa del duque Mauricio, llamada Somhof, y en cuanto que llegaron fueron luego el duque Mauricio y su dicho General a reconocer el vado del río para ver lo que se podía hacer, y después de volverse y tener algunas nuevas y falsas alarmas, supieron de cierto que el duque Juan Federico tenía su real en Meissen, a la otra orilla del río Elba, a tres grandes leguas del campamento donde estaban asentadas Sus Majestades; y, por cuanto los soldados habían caminado todos aquellos nueve días casi sin descansar, le pareció bien al Emperador que descansasen al día siguiente de su llegada, porque tenía para sí que podría haber oportunidad de hacer algún buen negocio, como después aconteció. Y así, en aquel día en que el ejército descansó, por no estar ocioso y saber nuevas del enemigo, lo mandó reconocer por dos grupos. Unos fueron derechos a Meissen, donde no encontraron el campamento de los adversarios, porque, según se les certificó, habían partido aquella misma noche. Y aquel lugar volvió a la obediencia y los enviados encontraron la puente quemada y destrozada. Los que fueron río arriba vieron caminar al ejército enemigo de la otra parte del río, y hacia las tres del mismo día vieron acampar la vanguardia en un lugar que también estaba en la otra orilla, llamado Mühlberg, otras tres grandes leguas del campamento de Sus Majestades, y juzgaron, conforme a la impedimenta que llevaban, que la retaguardia no podría acampar sino cerca de la medianoche. Estos avisos vinieron casi al mismo tiempo al Emperador, que fue hacia las cinco de la tarde, y bien sabe Dios si se arrepintió de haberse detenido aquel día, por parecerle que no habría tiempo al día siguiente para poder alcanzar al enemigo, lo que, sin embargo, Dios, por su bondad, remedió. Porque considerando que su ejército había caminado casi veinticuatro horas y que era imposible levantar luego el campamento y hacer una gran jornada, y siendo también advertido en el mismo día que llegó a Somhof que existían uno o dos vados cerca o de frente a Mühlberg, que aunque profundos y largos, se pasaban algunas veces, llamó luego al Rey su hermano y al duque Mauricio, a los que, y también a su General, comunicó lo que tenía en el pensamiento y voluntad de hacer, y aunque encontró alguna oposición, principalmente por tenerse por cierto que no existía vado alguno, todavía (aprobando otros su parecer) persistió en él(58).

     86. Y por recuperar y remediar la falta que consideraba haber hecho al no caminar aquel día, de buena voluntad se hubiera partido en aquel mismo momento con toda su gente de guerra, dejando atrás a los inútiles y a la impedimenta; pero fue disuadido por cuanto el asiento del campamento estaba cercado por un arroyo y tenía dificultosa la salida, y como era ya de noche, no podía dejar de haber gran confusión y desorden al salir. Y conformándose Su Majestad con esta opinión, viendo que era razonable, determina dejar la marcha para la madrugada. Y porque ninguna cosa de la que pudiese tener necesidad le faltase, mandó a su General que fuese luego sacando fuera del campamento algunas piezas de artillería ligera y todos los carros con las barcas y puentes porque determinaba ayudarse del puente de barcas para pasar de prisa la infantería necesaria con que sustentar y favorecer a la caballería que hubiese pasado por el vado; y, si faltase, tentar y probar (fuese pasando el río o de otra manera) por todos los modos y vías, de hacer todo el daño y mal posible a los protestantes. Tomada esta conclusión y puesto en obra lo que por aquella noche había ordenado, se fue a reposar hasta la medianoche, en que se levantó y luego hizo dar la señal de ensillar y de poner todo en orden para partir en rompiendo el alba. Antes que fuese de día hizo adelantarse a su General con algunos caballos ligeros y arcabuceros a caballo para reconocer la disposición y estado de los enemigos. Y Su Majestad, acabando de oír misa con el Rey su hermano y con el duque Mauricio, le siguió con la vanguardia. Y habiendo puesto en marcha a la mayor parte de la gente, como convenía, en rompiendo el alba -que en este tiempo era a las tres de la mañana- se partió y llegó sobre las ocho con todo el ejército a ponerse de frente al campamento enemigo. Y por cuanto toda aquella mañana había hecho una gran niebla, la cual fue de gran impedimento al marchar y desagradable para el Emperador, por la incomodidad y enfado que en tal tiempo le daban las nieblas, cuando llegó frente al campamento enemigo duraba, de suerte que no se le podía descubrir; sin embargo, habiendo puesto el Emperador todo en las manos de Dios para que se hiciese su voluntad, tanto si les quisiese conservar como arruinar, le concedió por su misericordia tanto acierto que se vio que había sucedido conforme a lo que Su Majestad había previsto el día anterior. Porque los enemigos no sólo no habían partido ni daban muestras de marcharse, pero ni sabían nada de la llegada de Su Majestad con el ejército; y, además, la niebla, que al caminar había sido perjudicial a Sus Majestades, se les volvió favorable, porque la que había aún era bastante para impedir que los enemigos descubriesen antes de tiempo al ejército imperial; el cual, a pesar de la niebla, había marchado en tan buen orden que cada uno guardó el que se le había dado.

     87. Sus Majestades y el duque Mauricio se adelantaron para ver desde más cerca la oportunidad y disposición del lugar, y el General del Emperador les vino a dar nuevas de lo que había visto, dudando todavía del vado. Y así, Sus Majestades se fueron a una pequeña aldea, la más cercana, para buscar alguna persona que les diese noticia del vado. Y tuvieron tanta suerte que encontraron un mancebo del campo sobre un jumento, en el que lo había pasado la noche antes, que se ofreció a mostrarlo. Sus Majestades lo mandaron a su General(59), y entretanto que ellos y el duque Mauricio comían un bocado, hicieron marchar delante un buen número de arcabuceros para que, en cuanto la niebla cayese, comenzase la fiesta; la cual cayó en aquel mismo momento, descubriendo el enemigo lo que hasta entonces no había visto (porque creía que la gente que había llegado a la orilla del río era como la que había visto el día anterior y no le hizo caso). Pero cuando vieron lo que no esperaban, luego cambiaron de parecer y comenzaron a plegar las tiendas y pabellones, a subir a caballo y a ponerse en orden de caminar. Y además de esto, los fragmentos de puente(60) que tenían los hicieron ir por el río abajo hacia Torgau y Wittemberg, ciudades que eran del dicho Juan Federico, pareciéndoles salvarlos de este modo. En este tiempo Sus Majestades, que habían ya partido de la aldea donde habían almorzado, para ordenar lo demás que se debía hacer, mandaron algunos húngaros y caballos ligeros y arcabuceros a caballo que se corrieran hasta frente de Torgau, los que sostuvieron una escaramuza en cuanto llegaron, disparándose desde Torgau algunos tiros de artillería. En el camino tuvieron nuevas Sus Majestades de lo que arriba se dijo, y de cómo las barcas iban caminando. Entonces el Emperador mandó a su General que hiciese adelantar los arcabuceros susodichos, que él encontró; los cuales luego volvieron al río, donde muchos entraron bien dentro, y se dieron tanta mano en disparar, que los adversarios, pese a la resistencia que hicieron con su arcabucería y artillería, fueron constreñidos a dejar los puentes, que algunos arcabuceros españoles, lanzándose a nado con las espadas en las bocas, trajeron a la orilla donde estaban Sus Majestades(61). Entretanto se empezó a apartar un poco del río parte del ejército contrario, por lo que el mancebo citado tuvo tiempo de mostrar el vado. En cuanto lo vio Su Majestad, ordenó que los húngaros y algunos caballos ligeros y arcabuceros a caballo lo pasasen, lo que hicieron gallardamente. Y por fin, habiendo disparado dos o tres veces los unos contra los otros, los enemigos tuvieron a bien desamparar el río. Esta se pudo contar y tener sin duda por su sexta falta y error; porque, ciertamente, si ellos hubieran querido guardar y defender el río, en aquel día no se hubiera podido reconocer el vado ni desalojarlos y habrían tenido ocasión de noche para ponerse a salvo. Ellos deben saber lo que les movió a hacer esto.

     88. Habiendo desamparado el río el enemigo, se hizo grande instancia al Emperador para que pasara luego la gente de caballo con que perseguir al enemigo. Mas, considerando que por su determinación y parecer había llevado allí el ejército, respondió que no había hecho esto para recibir afrenta, antes con el favor de Dios intentaba alcanzar la honra de la victoria. Esto dijo porque los enemigos estaban tan fuertes en gente de caballo como él, y, además tenían de cinco a seis mil de infantería y la artillería, lo que Su Majestad no podía tener tan pronto, porque era necesario tiempo para lanzar el puente; el cual era corto para río tan ancho, mas ayudándose de los fragmentos que habían cogido, fue lanzado el susodicho puente; y así el Emperador determinó, mientras se lanzaba, mandar alguna persona principal a la otra orilla del río con cargo expreso de avisar en cuanto viese apartado del río al enemigo como espacio de una media legua. Porque tenía para sí que esta distancia no era tan grande que, en habiendo pasado el río, con el estorbo que los húngaros y los caballos ligeros dieran al enemigo, no los pudiese bien alcanzar. Y si ellos querían volver contra Su Majestad, el puente estaría ya tan adelante, por darse tanta diligencia, que habría gente de a pie y artillería para poder pelear. Cuando le vino el aviso que esperaba, luego hizo pasar todos los húngaros y caballos ligeros, y, además, también toda la vanguardia, la cual llevaba su General, donde iba el duque Mauricio; y habiendo dejado bastante número de gente para la guarda del campamento, luego después Sus Majestades les siguieron con el grueso del ejército(62) y se dieron tan buena diligencia que después de unas tres leguas de Alemania los alcanzaron. Y aunque algunos hicieron resistencia al acometerlos, sólo con la gente de caballo, sin la de a pie y la artillería, porque, como dicho está, estaban bien fortificados y preparados junto a una laguna, viendo con todo el Emperador que era ya tarde y que era imposible, conforme al caminar que traía, que la gente de a pie y la artillería le siguiesen, considerando también cuánto le importaba dar fin a esta empresa y que, si escapaban esta vez, podía ser que durase más de lo que convenía; además de esto, conociéndose en el enemigo un cierto pavor y viéndose en el modo de hacer cualquier cosa que andaban como atónitos y pasmados, determinó con la gente de caballo que le acompañaba hacer lo que debía. Por lo que ordenó a su General que fuese delante y reconociese la disposición y postura de los adversarios; la cual halló que estaba como a la entrada de un bosque (donde estaba preparada su infantería en buen orden, con alguna artillería). Y juntamente con el duque Mauricio y la vanguardia, cargaron Sus Majestades sobre la caballería adversaria, de suerte que los rompieron y éstos rompieron a los de a pie, y los que escaparon se pusieron en fuga. Y porque a causa de la laguna, Sus Majestades no pudieron hacer guardar el orden al grueso del ejército, como lo habían dispuesto antes, a campo raso, fueron constreñidos a seguir a la vanguardia, lo que hicieron para mantener el orden acostumbrado y para fortalecer más y sustentar lo que fuese necesario.

     89. El enemigo fue perseguido durante una buena legua alemana, donde parando Sus Majestades supieron cómo el duque Juan Federico había caído prisionero, y volviendo su General de la persecución de esta gente derrotada y desbaratada, la cual duró la noche y parte del día siguiente, le mandaron buscarlo y fue por él traído y presentado. El cual (el duque de Alba), habiéndole sido encomendada por el Emperador la buena guarda del dicho Duque, tomó la gente necesaria para llevarlo con seguridad. El duque Ernesto de Brunswick fue también llevado preso a Su Majestad y entregado a la misma custodia. Después de esto, Sus Majestades, con la gente que pudieron reunir, la cual volvía de la misma persecución, se pusieron en camino para volverse al campamento, que estaba a la otra orilla del río; en cuyo camino encontraron a la infantería y a la artillería ligera que les seguían lo más de prisa que podían. Se les encargó de los carros e impedimenta que habían quedado en el camino. Y después de haber caminado otras tres grandes leguas de Alemania, pasando el puente, llegaron al campamento la misma noche, que fue a los 24 de abril. Deteniéndose allí Sus Majestades, se partieron al tercero a la vuelta de Torgau, que se rindió luego al Emperador, y en el camino le fueron presentadas todas las banderas y estandartes que se habían tomado el día de la batalla. Y continuaron Sus Majestades su camino hasta asentar el campamento delante de Wittemberg, donde le vinieron nuevas de la derrota que había tenido junto a Brema el duque Enrique de Brunswick; y habiendo pasado en aquel cerco todo lo que en casos semejantes es de costumbre, el Elector marqués de Brandemburgo vino allí a presentarse, por el cual se comenzó, así de parte del dicho prisionero(63) como de su mujer y dos hijos suyos que estaban en aquella ciudad, a platicar y tratar de conciertos, y de tal modo continuó la plática, que la dicha ciudad se entregó al Emperador, y así también fueron entregadas otras plazas y otras destruidas, todo según lo que estaba concertado; y conforme a esto, de allí en adelante el duque Juan Federico quedó con guardia en la Corte de Su Majestad, que dio el título de Elector y las plazas que le pertenecían, al duque Mauricio, por los buenos servicios que le había hecho y la buena voluntad y afición que le tenía y mostraba(64). También fueron soltados el marqués Alberto de Brandemburgo y el duque Enrique de Brunswick(65) y otros que antes habían sido presos. El rey de Romanos y el duque Mauricio Elector y la gente que habían traído consigo, se partieron de Wittemberg dos días antes de que se partiese el Emperador; el Rey, para remediar las alteraciones de Bohemia, y el Duque, para asegurar sus cosas, conforme a lo que entre todos estaba concertado(66).



1550

     90. Considerando el Emperador el mucho tiempo que hacía que sustentaba estas dos guerras y que al fin no había ninguna cabeza principal que se pudiese levantar contra él, determinó suspender la acción de fuera y quiso que lo que aún estaba por hacer se hiciese por medios suaves y con general conocimiento del Imperio, a través de una Dieta, para cuyo efecto se marchó para Halle de Sajonia, la cual le recibió con toda obediencia. En este camino recibió una embajada de los de Bohemia, que le había venido, y proveyó al Rey su hermano de gente y fuerzas necesarias para reducir aquel reino, como luego después lo hizo(67). Habiendo sido hechos algunos partidos antes de su marcha de Wittemberg, digo(68) ofrecimientos de reconciliación y arrepentimiento por parte del Langrave de Hesse y por los electores de Sajonia y de Brandemburgo, los cuales rechazó el Emperador por ser muy vagos, poco serios e inseguros, de nuevo le fue presentado por ellos un documento, el que siendo después por los mismos Electores y Landgrave aprobado, y bien visto y considerado por Su Majestad para contentarlos a todos, lo quiso aceptar; y, en su virtud, siendo por todos ratificado, el dicho Landgrave se vino a presentar a Su Majestad en la ciudad de Halle, donde, después de reconocer su culpa y prestarle la obediencia que debía, el Emperador ordenó a su General que le custodiase según el dicho documento se podía y debía hacer. Y aunque entonces y después el dicho Landgrave y los Electores hubieran querido que el Emperador obrara de otra suerte, interpretando el escrito conforme a sus deseos, con todo no se puede negar que el Emperador pudo hacer lo que hizo y que lo que hizo fue conforme al documento(69). Muchos Príncipes y ciudades del Norte que habían entrado en la Liga de Schmalkalden y contribuido a las dichas guerras, conociendo su error, volvieron a la obediencia del Emperador. Y otras, que no habían sido de la dicha Liga y que no habían contribuido, mandaron sus diputados para hacerle y darle la debida y acostumbrada obediencia y reconocimiento. Como es cosa ordinaria entre soldados que, cuando están ociosos, buscan en qué emplearse, no teniendo el Emperador otra con qué ocuparlos, se amotinaron entre sí mismos y unas naciones contra otras y comenzó a haber algunas diferencias de no muy buena solución. Con todo, Su Majestad acudió y dio tal orden que, teniendo tiempo y modo de poderlos apartar, los mandó alojar de suerte que todas las dificultades e inconvenientes cesaron. Hecho esto, su Majestad tomó el camino de Nüremberg y, según el intento antes dicho, convocó Dieta en Augsburgo.

     91. Alcanzadas estas dos tan grandes victorias, que Dios por su inmensa bondad se sirvió conceder al Emperador, le vinieron muchas embajadas de diversas partes, y algunos que estaban bien pesarosos, le mandaron dar los parabienes; porque por las pláticas que en aquel tiempo, un poco antes y después, se descubrieron, así del desorden que hubo en Nápoles como del que hizo el conde de Fiesco en Génova(70) y de otras pasiones particulares que quizá se movieron entre los de Siena por instigación de algunos, y otras de que se ha hecho mención, se pudo juzgar bien sobre la intención y voluntad que había para perturbar e impedir tan buena obra, así como las cosas del Emperador. Los tales dejaron de meterse más en estos negocios, quizá desconfiando del buen éxito; después, su arrepentimiento fue tal que, queriéndolo remediar, perdieron lo que habían hecho y puesto de su parte y las cosas se trocaron de manera que fueron forzados a mudar sus designios y a disimular sus voluntades; las cuales, si no son como deben ser, Dios lo quiera remediar, como hizo por lo pasado, al ordenar las cosas de manera que sus deseos no tuvieran efecto. Hecho todo esto, Su Majestad se partió de Nüremberg, donde le dio la ictericia; después casi le dejó, mas, continuando el camino de Augsburgo, le volvió y apretó, de suerte que en cuanto llegó allí estuvo muy enfermo. Antes que convaleciese del todo hizo su propuesta en la Dieta para que se tratase del remedio de las cosas en ella incluidas, las cuales estaban todas encaminadas al servicio de Dios, bien, tranquilidad y unión de Germania y defensa contra los que la quisiesen ofender. Comenzada aquella Dieta vino el rey de Romanos, que había acabado de reducir a los bohemios a su obediencia. También vino después a la misma ciudad de Augsburgo la reina viuda de Hungría, por algunas cosas que tenía allí que resolver. En este tiempo el Emperador tuvo, después de la ictericia, la gota, que aunque no fue tan general como otras pasadas, la tuvo algunas veces en tantas partes que le duró hasta la primavera del año 1548, y fue la decimocuarta vez que la tuvo; y aquella primavera, por mejorar, tomó el agua de palo de la China. Durando la dicha Dieta imperial, hubo algunas pláticas, todas contrarias y para impedir el buen efecto de lo que arriba se trató. Por lo que hace al Concilio, que, como dicho está, siempre había procurado el Emperador que se reuniese, desde el año 1529, y por el que tanto hizo, que en la dicha Dieta se aceptó por los Estados del Imperio el que estaba convocado en Trento; al mismo tiempo, cuando se había de dar mayor calor, el papa Paulo, por un «motu proprio», trató de trasladarlo a Bolonia y llamarlo consigo. Con qué intención fuese esto, Dios lo sabe. Viendo el Emperador el gran mal que de esto podía resultar, se opuso a ello y lo impidió siempre, y de tal modo persistió, que el dicho Concilio continúa en Trento(71).

     92. Habiendo salido Su Majestad en este tiempo de la ictericia y yendo de caza por se rehacer, tuvo nuevas de cómo algunas gentes de Piacenza, por el rigor y malos tratamientos, según ellos decían, que el duque Pedro Luis, hijo del dicho papa Paulo(72) les hacía, se levantaron contra él y, matándolo, se hicieron señores de la dicha ciudad, prometiendo darla a quien les asegurase mejor partido; de lo que siendo avisado el gobernador del Estado de Milán, de parte de Su Majestad, antes que otros entrasen, aceptó el partido que le ofrecían. Después Su Majestad, por las causas dichas y también por conservar y guardar el derecho del Imperio, aceptó y confirmó el dicho tratado(73). No obstante esto y las pláticas antedichas, se trató en la Dieta lo que convenía para el efecto y fin para el que se había reunido y en cuanto a la religión, un «modus vivendi» hasta que el Concilio se celebrase en Trento. En el mismo tiempo los soldados tudescos que el Emperador tenía para su guarda se amotinaron, que fue causa de mayor escándalo que peligro, porque inquiriéndose la causa del motín, se halló que había sido más por interés de algunos particulares que por mala voluntad de los soldados(74). Y habiéndose concluido en ella lo que entonces se pudo concluir, haciendo ya mucho tiempo que duraba, con el parecer del Rey su hermano y de los dichos Estados, hizo una buena plática, y así, la dicha Dieta se acabó y cada uno se fue a su casa. Antes de que se partiese el Rey su hermano, se concluyó entre Sus Majestades el casamiento de la hija primogénita del Emperador con el hijo, también primogénito, del Rey, su hermano, que al presente se llama rey de Bohemia(75). Y por cuanto el Emperador tenía intención y deseo de mandar buscar al príncipe de España, su hijo, para que viese aquellas tierras y fuese conocido por su vasallos, rogó a los dichos Reyes su hermano y yerno que quisiesen tener por bien que el dicho su yerno fuese a España a se casar y estar allí, gobernando aquellos reinos, en nombre del Emperador y durante la ausencia del Príncipe su hijo; en lo que vinieron ellos y luego el dicho rey de Bohemia se partió de Augsburgo y pasando por Italia se embarcó en Génova, desembarcó en Barcelona y fue por la posta a Valladolid, donde se celebraron las bodas(76). El rey de Romanos se partió poco después para atender sus negocios y el Emperador aún quedó allí algunos días para acabar de dar orden a lo que faltaba por hacer. Acabadas todas estas cosas se partió Su Majestad imperial de Augsburgo, dejando en tres fortalezas del Estado de Wüttemberg 2.000 españoles de presidio, y sacando el que había puesto en Augsburgo, y dejando la república bien provista y ordenada, tomó el camino de Ulm, donde sacando también el presidio, llevó parte consigo en la jornada que hizo por Spira y por el Rin hasta Colonia, que fue la novena vez que caminó por aquella parte y la octava que volvió a los Países Bajos, donde, encontrando a la Reina su hermana en Lovaina, se fue a Bruselas, para entender en los negocios así suyos como de aquellos Estados.




1.       Es muy característico de Carlos V este volver la vista a muy atrás; en este caso, a la primera entrevista con Clemente VII, de 1529, de donde arranca para hacer un resumen de sus forcejeos con Roma. De nuevo alude a la convocatoria de Paulo III de 1542 -que tan mal recuerdo le había dejado, por verse equiparado a Francisco I-. Se refiere después a la primera época de Trento y -adelantando los sucesos- habla también de la transferencia del Concilio a Bolonia, causa de su suspensión; proceder del Papa que no podía apartar del pensamiento, y que comenta con sus significativas palabras: «... hasta que el dicho papa Paulo, por consideraciones que le movieron (las cuales quiera Dios que fuesen buenas)...».

     Es de señalar el interés que pone Carlos V por dejar bien sentada esta cuestión: sus leales esfuerzos en pro del Concilio para remedio de los males de la Cristiandad.

2.       Carlos V no sigue aquí un orden cronológico. La plática imperial en la Dieta de Spira de 1544, y más aún, el escrito imperial de 10 de junio de aquel año, motivó el Breve pontificio de Paulo III, de 24 de agosto, al que alude Carlos V. El César, en su escrito, hacía grandes concesiones a los Príncipes protestantes, obligado por la necesidad, pues le era preciso obtener el apoyo del Imperio en la guerra contra Francia, todavía en curso. Dando por muy dudoso el Concilio general, dejaba el remedio de la situación religiosa en Alemania a lo que determinase la próxima Dieta o un Concilio nacional germano; lo que suponía dar de lado al Pontífice en materia tan de su incumbencia, postura que es la que motiva la condena de Paulo III en su Breve citado de 24 de agosto (Pastor, XII, págs. 153, 158 y sigs.; cf. Brandi, op. cit., 424).

3.       Carlos V se duele en este pasaje de que Paulo III no comprendiera cuán forzado se había visto por las circunstancias; de su hondo catolicismo es prueba esa repugnancia con que recuerda que fueran las cabezas protestantes -Lutero y Calvino- quienes tomaran su defensa. También Sleidanus (véase en Pastor el extracto de estos ataques a Roma, XII, págs. 173 y sigs.).

4.       La parte secreta del tratado de Crépy indica que ya entonces Carlos V piensa en la fuerza como única posibilidad de reducir a los protestantes alemanes. Es la renuncia a los medios conciliatorios hasta entonces empleados. Sin duda, la sombra de Erasmo había dejado de influir sobre el ánimo de Carlos V. Sin embargo, y conforme a lo que había prometido en la Dieta de Spira, lo condiciona todo a lo que saliese de la Dieta siguiente de Worms. Así lo reconoce Pastor (op. cit., XII, 166 y 167).

5.       Octavio Farnesio (1520-86). Duque de Parma. Hijo de Pedro Luis Farnesio y nieto de Paulo III. Casado con Margarita de Parma, hija natural de Carlos V, viuda de Alejandro Farnesio.

6.       Es éste uno de los puntos más interesantes tocados por las Memorias de Carlos V. De ellas se deduce el firme deseo del Emperador por no contemporizar más con los protestantes. Para Brandi, el Emperador se engaña en su recuerdo, considerando que la idea de la guerra abierta con los protestantes arranca de la misión de Farnesio (op. cit., 437), para quienes tal guerra les permitiría libertad de acción frente al Concilio y ruanos libres en Italia para crear el feudo de Parma y Piacenza a favor de Pedro Luis Farnesio, como se proponía Paulo III. Sin embargo, el examen de las fuentes italianas realizado por Pastor pone de manifiesto la veracidad de las Memorias de Carlos V. La correspondencia del cardenal Farnesio con Paulo III demuestra sus dudas iniciales ante lo propuesto por Carlos V, para convencerse más tarde, pero sin comprometerse, alegando falta de poderes, lo que motiva su apresurado regreso a Roma, con una carta de puño y letra del César para el Papa sobre tales extremos (Pastor, XII, 180 y 181).

7.       Carlos, príncipe don (1545-68). Hijo de Felipe II y de María Manuela de Portugal.

8.       Isabel de Austria (m. 1545). Hija de Fernando I, princesa de Polonia.

9.       En Olona (op. cit., pág. 78), uno de sus tantos errores, por traducir directarnente de Kervyn de Lettenhove, para quien el que siente la muerte de la hija del rey de Romanos como si fuera su padre, es Carlos V (op. cit., págs. 109 y 110). Sin embargo, el texto portugués no deja lugar a dudas: «E no mesmo tempo el rey dos Romanos teve tamben novas da morte de sua filha primogénita, a qual sentio como pai» (Morel-Fatio, op. cit., pág. 264).

10.       El alivio que manifiesta Carlos V por la muerte del duque de Orleáns -lo que le permitía ya conservar Milán- está en consonancia con la documentación del tiempo. En la dura alternativa entre ceder los Países Bajos o Milán, Carlos V se decidió por Milán como mal menor, siguiendo el parecer del cardenal de Toledo, Tavera, pero en contra de la opinión de Alba. «No hay dubda -escribía el César a Felipe II el 29 de abril de 1545- syno que la determinación que tomamos de dar a Milán ha sido de menores inconvenientes» (véase el notable estudio de F. Chabod: «¿Milán o los Países Bajos? Las discusiones en España sobre la alternativa de 1544»; publicado en el tomo de homenaje de la Universidad de Granada a Carlos V; Granada, 1958, pág. 336).

11.       En esos términos se despidió de su hermana María al dejar los Países Bajos: «Que estaba dispuesto a llegar hasta el último extremo para evitar el camino de la violencia». Sin embargo, Brandi cree que no era del todo sincero con los representantes de los Príncipes alemanes, pues en su fuero interno estaba ya decidido a la guerra, como lo escribía a Felipe II (Brandi, op. cit., págs. 447 y sigs.). Juzgo que aquí existe un matiz que conviene considerar: Carlos V pensaba en la guerra porque suponía que los Príncipes protestantes no se avendrían a negociaciones, y, con una elemental prudencia política, no dejó traslucir sus pensamientos; lo que no quiere decir que si en Ratisbona hubiera visto mayor sumisión en los confederados de Schmalkalda siguiese pensando en la guerra. No cabe hablar de la historia que no fue, pero, en todo caso, sí recordar que Carlos V fue a la guerra después de más de un cuarto de siglo de negociaciones, lo que deja fuera de duda su buena voluntad respecto a la paz.

12.       Federico II sucedió a su hermano Luis en el Palatinado en 1544 (Rotts, Friedrich II. von der Pfalz und die Reformation, Heidelberg, 1904). Es el mismo que en 1519 lleva a Carlos V el mensaje de los Electores de haber sido elegido Emperador.

13.       Felipe de Hesse (1504-1567). Landgrave de Hesse desde 1509. Casado con Cristina de Sajonia y, al tiempo (de 1540 a 1549), con Margarita de Saale. Uno de los principales caudillos de la Liga de Schmalkalden. Prisionero de Carlos V (1547-1552).

14.       Recuérdese lo dicho en la nota 99. Se quiso acompañar sólo de su Corte y de su escolta ordinaria, de 500 caballos (Luis de Avila y Zúñiga, Comentario de la guerra de Alemania, B. A. E., XXI, pág. 411).

15.       Aquí parece que Carlos V rectifica a Luis de Avila, quien en los Comentarios también se refiere a los diversos yerros de los Príncipes protestantes, poniendo como primero el no atacar a Carlos V en Ratisbona (op. cit., B. A. E., XXI, pág. 413).

16.       Heusennstam, Sebastián de. Arzobispo de Maguncia en 1545.

17.       Alberto de Brandemburgo (1490-1545), arzobispo y príncipe elector de Maguncia desde 1514 a 1545.

18.       Guillermo IV de Baviera (1493-1550). Duque de Baviera desde 1508. Aliado de Carlos V en la guerra contra la Liga de Schmalkalden.

19.       Temasp. Sha de Persia desde 1524 (m. 1576).

20.       En las Instrucciones de 1548 señala también esa renuncia a la Cruzada contra el Turco, que sólo serviría para dar ocasión a Francia de remover la guerra:

     «Porque mi hermano y yo, para desahogar la Germania de las guerras pasadas y poner en orden las cosas de la religión della, hemos hecho tregua de cinco años con el Turco, miraréis que se observe enteramente de vuestra parte, porque es razón que en lo que he tratado y tratareis, se guarde la palabra y buena fe con todos, sean infieles o otros, que demás de que esto es lo que conuiene a los que reynan y a todos los buenos, importará para no dar ocasión a franceses de turbar e inquietar la Christiandad, como lo han hecho en lo pasado» (sigo el texto recogido por SANDOVAL, que las investigaciones del profesor Beinert han probado que es más exacto que el publicado por Laiglesia; Beinert, «El testamento político de Carlos V, de 1548. Estudio critico», en el libro Carlos V (1500-1558). Homenaje de la Universidad de Granada, Granada, 1958, págs. 401 y sigs.; cf. Laiglesia, Estudios históricos, opúsculo citado, pág. 98, y mi estudio «Pensamiento y acción en la política imperial de Carlos V», R. A. B. M., LIV, 2, 1958, pág. 410; cf. Corpus, II, pág. 574.

21.       Alberto V de Baviera (1528-79). Duque de Baviera desde 1550. Casado con Ana de Austria, hija de Fernando I, rey de Romanos, alianza matrimonial negociada por Carlos V en 1545 para asegurarse el concurso de Baviera en su pugna con la Reforma.

22.       Las archiduquesas Ana y María. Se advierte un error, bien de Carlos V, bien del traductor portugués, no señalado por Morel-Fatio; ya que pone al duque Guillermo de Clèves yendo con su mujer e hijos, el cual estaba soltero y siendo el mismo que casó con la archiduquesa María.

23.       Mauricio de Sajonia (1521-53). Duque de Sajonia. Príncipe elector desde 1548. Casado con Inés, hija de Felipe de Hesse. Uno de los principales jefes del Ejército imperial en la guerra contra la Liga de Schmalkalden, pese a su religión protestante (1546-47). En 1552, aliado con Enrique II de Francia, combate al Emperador.

24.       Juan Federico de Sajonia (1503-54). Duque de Sajonia. Príncipe elector de 1532 a 1547. Uno de los caudillos de la Liga de Schmalkalden. Prisionero de Carlos V en la batalla de Mühlberg (1547) y desposeído de su Ducado.

25.       Es interesante fijar el contingente español dentro del ejército de Carlos V. Lo constituyeron, principalmente, los tercios viejos situados en Hungría (3.000) y Milanesado (2.800), mandados por don Álvaro de Sande y Arce, amén de los de Nápoles (2.200), a los que se unieron después cuatro banderas que habían servido con Enrique VIII en la campaña de Boulogne, recogidas por el conde de Buren. En total, unos 10.000 soldados de infantería vieja, de unos 51.000 que juntó el Emperador. Las cifras del contingente imperial, como se deducen de Ávila y Zúñiga, son aproximadamente las siguientes:

Infantería:

     Alemanes      30.000

     Italianos      11.000

     Españoles      10.000

     TOTAL      51.000

Caballería:

     Alemana      3.000

     Flamenca      7.000

     Italiana       200

     TOTAL      10.200

Artillería:

     48 piezas.

     El ejército enemigo era superior: de 70.000 a 80.000 infantes, 10.000 caballos y 100 piezas de artillería (Ávila y Zúñiga: Comentarios de la guerra de Alemania, B. A. E., XXI, págs. 412 y sigs.).

     Estas cifras podrían dar una idea engañosa en cuanto a la participación española; si al principio constituía menos de la sexta parte del total, su importancia era mucho mayor por su calidad y lealtad al Emperador. Proporción que aumentaría más tarde. Brandi da cifras inferiores para el ejército imperial: 40.000 de infantería. y 10.000 de caballería (Opúsculo cit., pág. 457). Para Merriman pasaban de los 60.000 después de la incorporación del conde de Buren, con sus 20.000 hombres aproximadamente (Carlos V el Emperador y el Imperio español en el Viejo y Nuevo Mundo. Buenos Aires, 1940, pág. 253).

     Apenas un mes contó Carlos V, como veremos, con ese ejército. A mediados de octubre comienza la deserción de los italianos, y a lo largo del invierno, de no pocos alemanes y flamencos. En abril de 1547, en la campaña decisiva del Elba, Carlos V no cuenta con más de 27.000 hombres. Ahora la proporción española supone casi más de la tercera parte, y el nervio indiscutible del ejército imperial; eran los únicos que se habían mantenido leales en bloque al Emperador. Con razón, Ranke resalta lo exiguo del número y la trascendencia de los acontecimientos: «Niemals vielleicht waren Heere, deren Kampf über ein grosses Weltinteresse entscheiden sollte, an Kräften so ungleich. Der Kaiser hatte 17.000 Mann zu Fuss, 10.000 Mann zu Pferde» (Ranke: Dewtsche Geschichte im Zeitalter der Reformation, op. cit., IV, pág. 409).

     Compárase con los otros grandes ejércitos que mandó Carlos V. El que organizó para entrar en 1536 en Provenza era de 67.020 combatientes, «más la gente de Corte de cavallo y de pie»; de ellos, 9.850 eran de infantería española (A. G. Sim., E., 34, fols. 16-18, min.). Mayor era el que cercó a Metz en el invierno de 1552: 64.500 de infantería y 14.000 de caballería; con menor participación española, que sólo llegaba a 6.700, entre soldados de los tercios viejos y la caballería (R. Ac. Hist., Fondo Salazar, A-48, 156-7, or.).

     Por lo que hace a la artillería, las 70 piezas reunidas en 1536 (20 cañones, cuatro culebrinas, 18 medios cañones, 24 medias culebrinas y cuatro cuartos de cañón) precisaban la siguiente dotación: 9.900 pelotas de hierro y 600 de piedra, 3.087 quintales de pólvora, 300 carros y 2.588 caballos (A. G. Simancas, E., 35, fol. 269, min.).

26.       También Ávila y Zúñiga hace hincapié en el error de los Príncipes protestantes por no atacar a Carlos V en Ratisbona, cuando aún estaba tan desprovisto de soldados (Op. cit., págs. 413 y sigs.). Hay que considerar, sin embargo, que aquélla fue ante todo una campaña de operaciones, que recuerda -como justamente observa Brandi- una partida de ajedrez. Para evitar que el César recibiese los abundantes refuerzos que esperaba de Italia, parte de las fuerzas protestantes ocuparon Füssen, en el alto valle del Lech, dirigidas por Schertlin; ocuparon el puerto de Fern -que une el Lech con el Inn- amenazando Innsbruck. Si hubiera ocupado la famosa ciudad imperial habría puesto en grave aprieto a Carlos V, por dominar los pasos alpinos que de Maloggia a Brenner unen la Valtelina y el Trentino con el Tirol. Quedaban aún otros pasos, como el Splügen -que comunica, más al Oeste, Chiavenna con el Alto Rin- o el Tarvis, probablemente el utilizado por los tercios viejos procedentes de Nápoles, que desembarcando en Fiume habían atravesado la Carintia y la Estiria, hasta llegar a Salzburgo, pasando de allí a Baviera; pero tanto uno como otro suponían un largo rodeo para los tercios del Milanesado, que dirigía Arce -y en cuanto al paso primero, el del Splügen, sería mucho más utilizado en el siglo XVII, llevando por Coira y el Alto Rin a una zona más dominada por los protestantes y alejada del campamento del Emperador sito en Ratisbona-, y aun para las tropas mandadas por Farnesio. Estaba, pues, la guerra en una fase inicial operativa. Brandi se pregunta si el plan inicial de Carlos V fue llevar la guerra inmediatamente al territorio enemigo de Sajonia y Hesse; pero para ello Carlos V precisaba, ante todo, juntar su gente que había de llegarle del Este (Hungría; será la primera que recibe), Oeste (Países Bajos; la última que se le incorpora) y Sur (Italia: Milanesado, Estados Pontificios y Nápoles). La de Hungría -el tercio de don Álvaro de Sande- se le incorporó sin dificultad alguna. La de los Países Bajos estaba aún reuniéndose por el conde de Buren, y su llegada era más dificultosa, por tener que atravesar territorios enemigos y poderosos. Así, la primera fase de la guerra se centró alrededor, por tanto, de esos refuerzos españoles e italianos que afluían a Innsbruck. La ocupación de Füssen por Schertlin les obligó a descender por el Inn abajo hacia Kufstein, y a Carlos V, como veremos, a salir de Ratisbona para ponerse en Landshut.

27.       El texto de Ávila y Zúñiga parece servir aquí de guía al del Emperador. Se refiere a la amenaza enemiga de cerrar el paso a los refuerzos del Sur, cosa que conseguirían si ocupaban Landshut; que para evitarlo llegó Carlos V a Landshut en dos jornadas, y añade: «...porque esto era lo que tenía determinado de hacer, pues no lo haciendo, se les había de dejar a Alemania en su poder pacíficamente, lo cual Su Majestad determinaba que no fuese así, porque, como yo muchas veces le oí decir hablando en esta terrible guerra, muerto o vivo él había de quedar en Alemania» (op. cit., pág. 414). Para Le Mang, la expresión fue dada por el Emperador a Ávila y Zúñiga, lo que Morel-Fatio no cree probable (op. cit., pág. 347). Parece evidente que Zúñiza se la oyó al César y que éste la recordaba, o bien le refrescó la memoria el libro del Comendador Mayor de Alcántaca (primera edición, en Venecia, 1548). Ya Ranke observó la extrema similitud entre muchos de los párrafos de Carlos V con los del Comendador Mayor de Alcántara, y no sólo en ese aspecto, sino también en lo que omiten (Ranke : Bemerkung über die autobiographischen Awfzeichnungen Kaisers Karls V, op. cit., 82 y siguientes).

28.       Álvarez de Toledo, Fernando, III duque de Alba (1507-82). Una de las principales figuras del Ejército imperial, y su general durante la guerra contra la Liga de Schmalkalden.

29.       Aunque no numeroso, ya tenía Carlos V un aguerrido ejército. He aquí cómo lo describe Ávila y Zúñiga: «La infantería italiana llegó a Lanzuet casi en este tiempo; la cual era una de las hermosas bandas que yo he visto salir de Italia.... También llegaron en estos días los españoles de Lombardía, muy excelentes soldados, y poco después los de Nápoles, soldados viejos muy buenos; de manera que todos estos tres tercios -alude también al de Hungría, de don Álvaro de Sande- eran la flor de soldados viejos españoles... Ya había en nuestro campo forma de ejército, porque tenía Su Majestad entonces, con los que estaban en Ratisbona, dieciséis mil alemanes altos, que aún eran veinte mil de paga, y por las cuentas que suele haber entre la infantería, se hallaban cerca de ocho mil españoles y diez mil italianos... Su Majestad tendría dos mil caballos armados y mil caballos ligeros, harto buena caballería la una y la otra; mas la infantería no la he visto tal, a mi parecer...» (Opúsculo cit., págs. 414 y 415).

30.       Error de Carlos V. De Landshut se volvió sobre Ratisbona, donde puso en orden la artillería, pasando después a Neustadt (Ávila y Zúñiga, ibidem). Le Mang trató de buscar secretas razones al yerro de Carlos V; con mejor criterio, Morel-Fatio lo atribuye a simple fallo de la memoria (op. cit., pág. 347).

31.       Brandenburgo-Kustrin, Hans de. Uno de los señores protestantes al servicio imperial en la guerra contra la Liga de Schmalkalden.

32.       Alberto Alcibíades de Brandenburgo-Kulmbach (1522-1557), margrave de Kulmbach-Bayreuth desde 1541. Uno de los príncipes protestantes que militaron en el Ejército imperial en la guerra contra la Liga de Schmalkalden. En la crisis de 1552 se alza contra Carlos V.

33.       Schutzbar, Wolfgang. Maestre de Prusia.

34.       El pasaje hace pensar a Ranke en una corrección de Carlos V al texto de Ávila y Zúñiga, para dejar bien sentado que no fue culpa suya el no haber aprovechado aquella oportunidad. En cuanto a la queja del César, parece que va dirigida, en primer término, contra el duque de Alba, a quien había nombrado Capitán General del Ejército (Ranke, opúsculo cit., pág. 82). Para Le Mang no se trata de Beilngries, sino de Kösching (I, 43; cf. Morel-Fatio, pág. 348).

35.       Todas las medidas que recoge Carlos V, para Avila y Zúñiga fueron dictadas por el duque de Alba (op. cit., pág. 416), y así lo cree Le Mang (ibídem, 49). Mas es muy posible que el Emperador se las ordenase a su General.

36.       Encamisada que corrió a cargo de los soldados españoles. He aquí cómo la refiere Ávila y Zúñiga: «Aquella noche que los enemigos se alojaron allí, el duque de Alba, habiéndolo consultado con su Majestad, envió a don Álvaro de Sande y a Arce con mil arcabuceros, y dándoles orden de lo que habían de hacer y guías que sabían bien la tierra, ellos se partieron, y atravesando por unos bosques dieron en el alojamiento de los enemigos a la una o a las dos después de medianoche, y degollando sus centinelas, dieron en el cuerpo de su guardia, donde hicieron muy gran daño a los enemigos, matando muchos dellos, hasta que todo su campo se puso en orden; y así se volvieron, habiendo hecho este daño y dándoles una bravísima arma, sin perder sino dos o tres soldados...» (op. cit., pág. 416).

37.       Análogo razonamiento en Ávila y Zúñiga, quien recoge un diálogo entre el landgrave de Hesse y Schertlin en la noche que siguió al duelo artillero, según el cual Schertlin era de opinión que se debía de haber atacado el campamento imperial (op. cit., 418). La gráfica descripción de aquel combate artillero por el Comendador Mayor de Alcántara da la impresión de que una nueva táctica se abría camino, en la que la artillería -en concentración máxima para el tiempo- juega ya un papel principal.

38.       Abierta por gastadores bohemios y por orden del duque de Alba; dichos gastadores tenían fama de ser los mejores del mundo (Ávila y Zúñiga, op. cit., pág. 419).

39.       «Su Majestad cabalgó luego, y por tener la pierna derecha muy mala de su gota, llevaba por estribo una toca de camino; y desta manera anduvo todo el día...» (Ávila y Zúñiga, op. cit., pág. 423).

40.       Acaso el duque de Alba; la confrontación con Ávila y Zúñiga no permite aclararlo.

41.       Aquí, más que en ningún otro momento, sale a superficie el estratega.

42.       «Otro día Su Majestad acordó de partir con su campo y acercarse a los enemigos; y así, con la misma orden que se había tenido el día antes, caminó la vuelta dellos, y tomó su alojamiento a una milla y media de su campo, donde aquel mismo día hubo una escaramuza de caballos, la cual fuera grande si el tiempo diera lugar; mas era tan tarde, que aun para alojar el campo no se veía; y así, de ambas partes fue retirada. En esta escaramuza el marqués Juan de Brandemburg, con treinta caballos, peleó muy bien; y uno de los duques de Brunzvic, el cual venía con el campo de los enemigos, fue allí herido, y de las heridas murió después en Norling, y otros algunos que eran hombres de cuenta entre los contrarios, fueron muertos y heridos aquel día, y de los nuestros, pocos» (Ávila y Zúñiga, op. cit., pág. 424).

43.       Traduzco el término portugués os corredores por caballería ligera, que fue la utilizada, según el testimonio de Avila y Zúñiga (op. cit., pág. 427).

44.       «... el cual (el Emperador) ordenó que, pues de día no se había podido poner en efecto lo que se había ordenado que se probase de noche; y así se ordenó una encamisada, en la cual iba toda la infantería española y el regimiento de Madrucho, y el gran maestre de Prusia, y el marqués Alberto con su caballería. Con esta gente partió el duque de Alba aquella noche de nuestro campo, y en partiendo, el Emperador mandó apercibir la resta dél, y él se fue a esperar en campaña el aviso que el Duque le enviaría para proveer conforme a lo necesario. Y así estuvo con algunos caballeros, a los cuales mandó que le acompañasen, armado de su gola y corazas, y cubierta una lobera; y porque la noche era larga y frigidísima, se puso a dormir en un carro cubierto, al cual llaman en Hungría coche, porque el nombre y la invención es de aquella tierra. Y así estuvo esperando los avisos que ternía, para socorrer a lo que fuese necesario. Ya en este tiempo el duque de Alba, con gran diligencia, había llegado a media milla del campo de los enemigos; mas reconociendo que sus centinelas y guardias estaban reforzadas, sospechando lo que era, mandó hacer alto a la gente; y reconocido mejor lo que los enemigos hacían, se vio claramente cómo estaban avisados... Después se supo que aquella noche los enemigos habían sido avisados cuatro horas antes que nuestra gente llegase, por una espía suya que salió de nuestro campo» (Avila y Zúñiga, op. cit., pág. 427).

45.       En Ávila y Zúñiga, cifras distintas: «De los italianos no había cuatro mil, porque los demás eran muertos y vueltos» (op. cit., pág. 428). El resto de los italianos se marcharían antes de la campaña decisiva del Elba (véase párrafo 84).

46.       En Ávila y Zúñiga se expresa, en términos parecidos, la decisión de Carlos V de invernar en campaña, el cambio de campamento por otro más seco y la alusión a una posible acción enemiga, de tal forma que se echa de ver claramente que el Emperador le replica en ese punto: «... el tiempo era tan recio que los soldados y toda la otra gente de guerra pasaba gran trabajo; y por esto hubo muchos pareceres, y todos conformes, que Su Majestad debería alojar su campo en cubierto, y repartillo por guarniciones convenientemente puestas, y que desde ellas se hiciese la guerra; mas el Emperador fue de muy contraria opinión, y por esto, siguiendo la suya misma, prosiguió la guerra; el cual fue tan saludable consejo, como después se vio por experiencia. Estando, pues, así nuestro alojamiento tan lleno de lodo, que aun los carros de la vitualla no podían llegar a él, Su Majestad determinó de ir al otro que él había reconocido, llevando el campo en dos partes, la infantería y artillería por la una y por la otra, más a la banda de los enemigos, la caballería. Aquel día me parece a mí que los enemigos debieran y aun pudieran venir a combatirnos, porque tenían el camino para venir contra nuestra caballería muy ancho y muy desembarazado, y nosotros nuestra infantería y nuestra artillería lejos. Hasta ahora yo no he entendido por qué lo dejaron, si no fue por no saber con tiempo la orden y el camino que llevábamos... Este alojamiento, al cual después llamaban los soldados alojamiento del Emperador, era muy enjuto y muy diferente del que habíamos dejado» (op. cit., pág. 428).

47.       «A 27 de noviembre el Emperador tuvo aviso cómo los enemigos se levantaban, y esta nueva vino poco antes de mediodía, porque la espía que la trajo, aunque era natural de la tierra, por la niebla que hizo aquel día se desatinó y perdió el camino; y así, hasta que ella se levantó no acertó a venir a nuestro campo...» (Ávila y Zúñiga, op. cit., pág. 429).

48.       «Era ya amanecido y día claro, mas la nieve que había caído desde antes que amaneciese y caía entonces era tan grande, que estaba sobre la tierra de dos pies en alto, y desta causa toda nuestra infantería estaba tan fatigada y tan esparcida, buscando dónde calentarse, por ser el frío terribilísimo, que era gran lástima vella... De manera que el Emperador, forzado de inconveniente tan grande como es el de la hambre..., aquella tarde volvió al alojamiento con todo el campo, lo cual fue bien necesario para toda la gente porque estaba muy trabajada, y allí se remediaron todos con vituallas, y tomaron algún descanso para poder después mejor trabajar en lo que estaba por hacer». (Avila y Zúñiga, opúsculo cit., pág. 431).

49.       Así lo recoge también Avila y Zúñiga: «Mas es necesario entender que cuando Su Majestad llegó a Boffinguen era ya el tiempo tan riguroso por las nieves y por los hielos, que parecía intolerable para la gente de guerra; y así, por esto, la mayor parte de sus capitanes o todos fueron de voto, y así lo aconsejaron a Su Majestad, que alojase su campo en Norling y en las otras tierras que sobre el Danubio se habían conquistado, y cerca de Ulma y Augusta, y para esto daban razones harto bastantes. Mas Su Majestad fue de otro parecer muy diverso del de sus capitanes...» (op. cit., pág. 432). En el discurso de la Corona de 1548, ante las Cortes de Castilla celebradas en Valladolid, se recordó aquella dura campaña del año 1546: «... mandó Su Majestad juntar tan poderoso ejército, como habréis oído, de diversas naciones, y aunque los enemigos le tuvieron tan pujante que en número de gente era mayor, el de Su Majestad fue tan cualificado y experimentado que siempre desde que lo tuvo junto los enemigos no le osaron esperar la batalla, antes siempre anduvieron retrayéndose y encerrándose en sus fuertes, recibiendo daño en las escaramuzas y particulares combates que se trabaron, hasta tanto que sin ninguna pérdida de gente y sin derramamiento de sangre, no pudiendo sostener ni esperar los enemigos las fuerzas de Su Majestad ni la tolerancia de su ejército, que en medio del invierno en Alemania, cosa nunca vista, estuvieron en campaña peleando por la nieve y hielos como si fuera en la primavera, ellos mismos se deshicieron y desbarataron...» (Laiglesia: Estudios históricos, op. cit., I, 423).

50.       Dinkelsbühl se rindió el 29 de noviembre, y Rotemburg, el 3 de diciembre. Nördlingen lo había hecho el 26 de noviembre (Le Mang; cf. Morel-Fatio, 350).

51.       «Estando el Emperador en Rotemburg, y viendo cuánto se habían alejado los enemigos dél, entendiendo que el tiempo i la tierra no daban esperanza de podellos alcanzar, ordenó de dar licencia a mosiur de Bura para que volviese en Flandes con el campo que había traído, y diole orden que fuese por Francfort y procurase, por fuerza o por maña, ganar aquella tierra...» (Avila, 432).

52.       Es notable la breve referencia que Carlos V hace de aquel suceso. He aquí cómo lo refiere Ávila y Zúñiga: «Ya en este tiempo el conde Palatino comenzaba a tratar como hombre bien arrepentido de la demostración que contra Su Majestad había hecho; y estos tratos y ruegos fueron tan adelante, que Su Majestad le admitió a su clemencia... Vino el conde Palatino, allí en Hala, a la Corte del Emperador; un día le fue señalada hora para venir a palacio; y así, entró en la cámara donde su Majestad estaba sentado en una silla por la indisposición de sus pies. Llegó a él el Conde haciendo muchas reverencias y quitada la gorra, y comenzó a dar disculpas, diciendo y mostrando que si alguna culpa tenía, estaba dello arrepentido; y esto tan largamente dicho cuanto le convenía. Su Majestad le respondió: 'Primo, a mí me ha pesado en extremo que en vuestros postrimeros días, siendo yo vuestra sangre y habiéndoos criado en mi casa, hayáis hecho contra mí la demostración que habéis hecho, enviando gente contra mí en favor de mis enemigos, y sosteniéndola muchos días en su campo; mas teniendo yo respeto a la crianza que tuvimos juntos tanto tiempo, y a vuestro arrepentimiento, esperando que de aquí adelante me serviréis como debéis, y os gobernaréis muy al revés de como hasta aquí os habéis gobernado, tengo por bien perdonaros, y olvidar lo que habéis hecho contra mí. Y así espero que con nuevos méritos mereceréis bien el amor con que agora os recibo en mi amistad'. El Conde de nuevo comenzó a dar disculpas, a su parecer muy bastantes; pero las que al mío y al de los que allí estaban más lo eran, fueron las lágrimas y la humildad con que las daba; porque ver un señor de casa tan antigua, primo del Emperador, y tan honrado y principal, aquellas canas descubiertas, las lágrimas en los ojos, verdaderamente era cosa que daba grandísima fuerza a su descargo y gran compasión a quien lo veía. De allí adelante Su Majestad le trató con la familiaridad pasada, aunque entonces le había recibido con la severidad necesarias» (op. cit., págs. 432-433). Esta escena se desarrolló el 20 de diciembre.

53.       Ulrich de Württemberg (1487-1550). Duque de Württemberg desde 1498. Desposeído por la Liga de Suabia en 1519. En 1534 recobra du Ducado -en poder de la Casa de Austria- con la ayuda del landgrave de Hesse. Introdujo la Reforma en sus Estados, formando parte de la Liga de Schmalkalden y luchando contra Carlos V en 1546.

54.       Ulm se rindió el 23 de diciembre. Los diputados del duque Ulrich de Württemberg se presentaron a Carlos V el 8 de enero de 1547; los de Augsburgo, el 27, y los de Estrasburgo, el 5 de marzo. En cuanto a la noticia de la muerte de Enrique VIII -ocurrida el 28 de enero de 1547- tardó quince días en llegarle a Carlos V, que la supo en Ulm, el 11 de febrero (Morel-Fatio, op. cit., pág. 351).

     Digno de referirse es la forma en que se rindió Ulm: para congraciarse más fácilmente con el Emperador, sus enviados le hablaron en español. «La causa de hablalle en español dicen que fue parecelles que era más acatamiento hablalle en lengua que más natural es suya y más tratable, que no en la propia dellos... Su Majestad les respondió en español, dándoles una respuesta muy buena y graciosa...» (Avila y Zúñiga, op. cit., pág. 434).

55.       El Breve de 22 de enero de 1547, por el que se anunciaba a Carlos V la retirada de las tropas pontificias, le fue entregado al Emperador el 2 de febrero por el nuncio Verallo, provocando una tormentosa escena, en la que Carlos V acusó al Papa de dejarse llevar por su inclinación a Francia, y que le había procurado meter en aquella guerra para perderle, si bien otra cosa había dispuesto Dios. El mismo Pastor reconoce que el proceder de Paulo III iba contra los intereses de la Iglesia, favoreciendo a los protestantes (op. cit., XII, págs. 264 y sigs.). Y para Ranke, el Papa actuó entonces como aliado de los Príncipes protestantes alemanes (Deutsche Geschichte im Zeitalter der Reformation, op. cit., IV, págs. 395 y sigs.).

56.       Joaquín II de Brandemburgo (1505-71). Príncipe elector de Brandemburgo desde 1535. Introdujo la Reforma en sus Estados en 1539.

57.       La muerte de Francisco I ocurrió el 31 de marzo de 1547.

58.       ¿Quiénes se mostraron conformes con Carlos V y quiénes en contra? Tampoco Ávila y Zúñiga lo aclara: «... él determinaba de pasar el río por vado o por puente, y combatir los enemigos. Y fundado sobre esta determinación ordenó las cosas conforme a ella; lo cual a muchos pareció imposible.... Mas el Emperador quiso que su consejo se pusiese en efecto...» (op. cit., 439).

59.       Aquí rectifica Carlos V al Comendador Mayor de Alcántara, quien de modo distinto refiere el suceso: «En esto se puso mucha diligencia -en buscar un nativo que indicase un vado-, y entretanto, el Emperador y el Rey y el duque Mauricio con ellos se entraron en una casa a comer un poco, y estando poco tiempo allí, se salieron para ir a la parte donde estaban los enemigos; y yendo allá, el duque de Alba vino al Emperador y le dijo que le traía una buena nueva, que tenía relación del vado, y hombre de la tierra que lo sabía bien...» (op. cit., 440).

60.       En Olona, «sus equipajes de puentes» (op. cit., pág. 136).

61.       «En este tiempo nuestra puente había llegado a la ribera, mas la anchura del río era tan grande, que se vio que no bastaban nuestras barcas para ella; y así, era necesario que ganásemos la de nuestros enemigos; y como para la virtud y fortaleza no hay ningún camino difícil, tampoco lo fue éste del Albis, con todas sus dificultades. Ya en este tiempo los enemigos comenzaban a desamparar la ribera, no pudiendo sufrir la fuerza de los nuestros; mas no tanto que no hubiese muchos a la defensa. Pues viendo el Emperador que era necesario ganalles su puente, mandó que el arcabucería usase toda diligencia; y así, súbitamente se desnudaron diez arcabuceros españoles, y éstos nadando con las espadas atravesadas en las bocas, llegaron a los dos tercios de puente que los enemigos llevaban el río abajo, porque el otro tercio quedaba río arriba muy desamparado dellos. Estos arcabuceros llegaron a las barcas tirándoles los enemigos muchos arcabuzazos de la ribera, y las ganaron, matando a los que habían quedado dentro, y así las trujeron... Ganadas estas barcas, y estando ya toda nuestra arcabucería tendida por la ribera y señora della, los enemigos comenzaron del todo a perder el ánimo» (Ávila y Zúñiga, op. cit., pág. 441).

62.       «Iba el Emperador en un caballo español castaño oscuro, el cual le había prestado mosiur de Ri, caballero del Orden del Tusón y su primer camarero; llevaba un caparazón de terciopelo carmesí con franjas de oro, y unas armas blancas y doradas, y no llevaba sobre ellas otra cosa sino la banda muy ancha de tafetán carmesí listada de oro, y un morrión tudesco, y una media asta, casi venablo, en las manos. Fue como la que escriben de Julio César cuando pasó el Rubicón, y dijo aquellas palabras tan señaladas; y sin duda ninguna cosa más al propio no se podía representar a los ojos de los que allí estábamos, porque allí vimos al César que pasaba un río, él armado y con ejército armado, y que de la otra parte no había que tratar, sino de vencer» (AVILA Y ZÚÑIGA, op. cit., pág. 441). Así le retrataría más tarde Tiziano en Augsburgo.

63.       Juan Federico de Sajonia.

64.       Este tono tan cordial con que Carlos V se refiere al duque Mauricio demuestra que no cumplió su deseo de corregir sus Memorias. Si las tuvo consigo en Yuste, como parece, nunca volvió sobre ellas.

65.       No Enrique, sino Erich de Brunswick-Calemberg (Morel-Fatio, opúsculo cit., pág. 354).

66.       Error en las fechas dadas por Carlos V, como pudo demostrar Le Mang (op. cit., III, 23): Fernando y Mauricio de Sajonia no dejaron Wittenberg dos días antes que el César. Fernando salió el 6 de mayo; Carlos V, el 6 de junio, y Maurici, de Sajonia, el 25 de junio.

67.       Párrafo poco claro. En Avila: «... lo de Bohemia, que era vecina, estaba muy de mala manera contra el Rey; mas los de aquel reino enviaron embajadores al Emperador con las más blandas palabras... El Emperador los oyó y los detuvo hasta despachallos a su tiempo» (op. cit., págs. 445-446).

68.       Uno de los pocos giros personales que se encuentran en las Memorias.

69.       La respuesta imperial prometía solamente al Landgrave que no sería sometido a prisión perpetua. (Brandi, op. cit., pág. 474). Avila y Zúñiga la recoge en su Comentario: «Su Majestad, clementísimo señor, ha entendido lo que El Lantgrave de Hesen ha dicho, que aunque el Lantgrave confiesa que le ha ofendido tan gravemente y de suerte que merece todo castigo, aunque fuese el más grande que se pudiese dar, lo cual a todo el mundo es notorio, mas no obstante esto, teniendo Su Majestad respeto a que se viene a echar a sus pies, por su acostumbrada clemencia, y también por intercesión de los príncipes que por él han rogado es contento de levantarle el bando que justamente había declarado contra él, y de no le castigar cortándole la cabeza, lo cual él merecía por la rebelión cometida contra Su Majestad, ni le quiere castigar por prisión perpetua, ni menos por confiscación de sus bienes ni privación dellos, ni más adelante de lo que se contiene en los artículos que clementemente Su Majestad le concede, y que recibe en su gracia y merced a sus súbditos y criados de su casa; entendiéndose que cumpla todo lo contenido en sus capítulos, y que no vaya directa ni indirectamente en ninguna cosa contra ellos. Y Su Majestad quiere creer y esperar que el Lantgrave con sus súbditos servirá y reconocerá de aquí adelante la gran clemencia que con ellos ha usado». Estas fueron las palabras, al pie de la letra, que se respondieron al Landgrave (Avila, op. cit., pág. 448).

     La prisión del Landgrave pareció a muchos una violación en los artículos estipulados para su entrega. Es lo cierto que los Príncipes Electores intermediarios: Joaquín de Brandemburgo y Mauricio de Sajonia, no la esperaban. «Da fuhren die beidem Vermittler mit heftigen Vorwürfen auf, dass der Kaiser sein Wort gebrochen, den Landgrafen nicht gefangen zu halten; aber bei einer näheren Erörterung der Sachlage musste sie selbst es anerkennen, dass sie den Kaiser nur dazuverpflichtet hatten, den Landgrafen nicht für immer gefangen zu halten» (Maurenbrecher: Karl V, und die deutschen Protestanten. 1545-1555, Düsseldorf, 1865, página 144; donde, por cierto, el historiador alemán no utiliza el testimonio del Emperador, a través de sus Memorias, quizá porque todavía muchos dudaban de su autenticidad).

70.       Fiesco, Juan Luis (m. 1547), conde de Lavagna. Político genovés contrario al predominio de los Dorias y aliado de Francisco I de Francia, de Paulo III y de Pier Luigi Farnesio, duque de Parma. Su conjura, a punto de triunfar, fracasó por la muerte en accidente del propio Fiesco (2 enero 1547); supuso un grave peligro para el Emperador, por la importancia de la alianza genovesa. En la conjura de Fiesco creyó la corte imperial que andaba la mano de los Farnesio; para Pastor no hay pruebas en tal sentido (Historia de los Papas, op. cit., XII, pág. 297), pero Granvela así lo consideraba (Biblioteca de Palacio, «Papeles de Granvela, núm. 2.306, sin folio). «Den Charakter dieses Aufstandes -dice Maurenbrecher- bezeichnet es, dass kurz vorher Fiesko von Pierluigi vier gut gerüstete Galeeren übernommen und mit der französischen Krone direkte Beziehungen und Verbindungen sich angebahnt hatte» (op. cit., pág. 133).

71.       Esta parece la única referencia a sucesos posteriores a 1548. La primera fase del Concilio de Trento, prácticamente liquidada con el llamamiento de Paulo III, en marzo de 1547, a Bolonia, se había terminado en septiembre de 1549. El 14 de noviembre de 1550 el nuevo Papa, Julio III, convocaba la reapertura del Concilio en Trento para mayo de 1551. A este triunfo imperial alude Carlos V. Por lo tanto, este final de sus Memorias las escribió después de tal fecha, y aun, si se toma en su sentido completo la frase, cuando el Concilio había ya iniciado su segunda fase; por tanto, a partir de mayo de 1551. Esto coincide con la carta del Emperador, inserta al principio del manuscrito portugués de las Memorias, donde dice: «Esta historia es la que yo hice en romance, quando venimos por el Rin, y la acabé en Augusta....». Para Morel-Fatio, hay que pensar en 1550 (op. cit., pág. 163), pero no cayó en la cuenta que el texto de las Memorias hace referencia a esa segunda fase del Concilio.

72.       Pedro Luis Farnesio (1490-1547). Duque de Parma (1545). Hijo natural de Paulo III. Asesinado por la nobleza de Piacenza, conjurada en 1547, siendo uno de los promotores de la conjura Ferrante Gonzaga, Gobernador del Milanesado.

73.       El gobernador de Milán, Ferrante Gonzaga, estaba al tanto de la conjura contra Pier Luigi Farnese, y por él la sabía y aprobaba Carlos V, a condición que se respetase la vida del Duque. «Des Herzogs Leben sollte man schonen, aber die Privatrache jener verschworenen Adeligen war stärker als die Rücksicht auf das Verbot des Kaisers». (Maurenbrecher: Karl V. und die deutschen Protestanten 1545-1555, op. cit., 160; en la misma obra, las pruebas documentales a este respecto, págs. 157 y sigs.) Era la reacción contra la política pontificia de obstrucción del Concilio. La enemiga de los Farnesio contra el Emperador en Italia se manifestó, además, tan vivamente, que Carlos V se vio obligado a enfrentarse con ellos, inducido no sólo por Gonzaga, sino también por Granvela: «Granvella, der intime Freund Gonzaga's, suchte die kaiserliche Politik zu einem feindlerichen Verhalten gegen des Papstes Familienpläne zu bewegen» (Maurenbrecher, 157). Pero la prohibición del Emperador de que se atentase contra la vida del Duque no fue observada, desbordando los acontecimiento a los deseos de la Corte imperial. Años más tarde, Granvela recordaba desde Cateau Cambrésis -donde se hallaba negociando la paz del mismo nombre, como representante de Felipe II- aquellos sucesos de este modo: «Circa la morte del duca Pier Luigi, dichino le cause quelli che la fecero o ch'hebbero parte in essa, ch'io sono certo che mai consentí Soa Maestá Caesarea che si toccassi alla persona soa; é ben vero ch'ebbe resentimento contro di lui per quello che V. S. aponta del conte de Fiesco, et ch'essendo morto il pto. Duca, si rallegró molto Soa Maestá di vedere che li interfettori hauessero ricorso da lei per meter quella Cittá nelle soe maní, et che non havessero pigliato'l partito di Franza; essendo così che per assicurarsi, haueuano fra loro risoluto di darsi o a Soa Maestá Caes., o a Franza, non si trouando altrimente bastanti per contrastar alla forza d'un Papa. Et si aggiongeuo che dal tempo del marchese del Gasto si erano mandate scritture alla Corte di Soa Maestá, per le quali li jureconsulti di Milano concludeuano di raggione esser Parma et Piazenza di quel Stato et dell'Imperio, di modo ch'oltre di non introdurre li francesi in quella parte, ne risultaua a Soa Maestá questo benefitio dell'esecutione delle soe raggioni» (Carta de Granvela -Antonio Perrenot- a Humberto Foglietta, Cateau Cambrésis, 8 de marzo de 1959, Biblioteca de Palacio -Madrid-, Ms. de Granvela, 2.306, s. f., min.).

74.       Como observa Morel-Fatio, no se sigue un orden cronológico en el relato de aquellos sucesos, pues el motín de las tropas alemanas ocurrió en Augsburgo a fines del mes de agosto de 1547, y la cacería a la que aludió Carlos V se desarrolló del 19 al 30 de septiembre; en cuanto al asesinato de Pier Luigi, fue el 10 de septiembre (Morel-Fatio, opúsculo cit., pág. 356).

75.       Maximiliano II (1527-76). Emperador desde 1564, en que sucede a su padre Fernando I. Casado con María de Austria, hija de Carlos V. Gobernador de España (1548-51).

76.       Carlos V tiene presente el nuevo plan, por el que el Imperio pasaría alternativamente a cada una de las ramas de los Habsburgos. En la cúspide de su vida, acaricia la idea de que aquellas tierras alemanas que ha conquistado por la fuerza de las armas, pasen también a su hijo: «Y por cuanto el Emperador tenía intención y deseo de mandar buscar al príncipe de España, su hijo, para que viese aquellas tierras y fuese conocido por sus vasallos....». No es preciso insistir sobre la nula viabilidad que tenía el nuevo proyecto del Emperador. En cuanto a la tesis de Waltz, para quien está ahí la causa de que el César escribiese sus Memorias, creo, con Morel-Fatio, que más hay que buscarla en la vanidad del estratega que quiere dejar constancia de sus hazañas bélicas, rectificando los relatos sobre las mismas escritos, y en particular los Comentarios de Avila y Zúñiga (Morel-Fatio, op. cit., págs. 172 y 173).



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