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Cultura

Notas históricas


Carlos V y la lengua española

Manuel Alvar

«En: Nebrija y estudios sobre la Edad de Oro. Madrid: C.S.I.C., 1997,pp. 169-188»



Antes de las Cortes de Valladolid (1518)

     Perfilar los ideales políticos de Carlos V es encontrarse con la necesidad inesquivable de una cierta lengua. Que no era la suya, pero que las circunstancias se la convirtieron en propia y con ella se unió hipostáticamente. La historia viene de lejos y obliga a meditar. Carlos de Gante no nació como rey de España o Emperador de Alemania (1). Fueron no pocos azares los que llevaron aquellas riendas a su mano, y se encontró con que unas cosas le eran ajenas y otras mal sabidas. Hablaba francés (2), pero no castellano ni alemán. El primero de estos lo dominó, y mucho; el segundo, mal (3). Y, a pesar de haber nacido en Gante, «nunca pudo conversar en flamenco» (4). Pero sus ideales políticos tomaron un sesgo inesperado, y con ellos la lengua en que los ejerció. El Canciller Mercurino Gattinara se quedó en el camino y el testigo de los relevos lo tomaron el doctor Mota y fray Antonio de Guevara. La vida del rey había emprendido un inusitado sendero al que vino a alumbrar la luz de sus abuelos maternos. Esta tesis revolucionaria de Menéndez Pidal la vemos ahora con claridad porque el maestro fue ilustrando todas las hipótesis hasta convertirlas en certeza (5). Estamos en nuestros propósitos de hoy.

     Fernando el Católico discrepaba de la educación flamenca que se daba al niño, como si hubiera una clara pretensión para que no aprendiera la lengua del que había de ser su reino (6). Don Alonso Manrique, obispo de Badajoz escribía en 1516: «El príncipe tiene disposiciones excelentes, pero está siendo educado con reserva. Deberían hacerle frecuentar el trato de españoles. No sabe una palabra de castellano; sólo sabe decir lo que se le dicta» (7). En este año murió Fernando el Católico y Carlos accede al trono de España (8). Los castellanos le apremian al viaje (9) y, a pesar de algunas dilaciones, al año siguiente desembarcó en Tazones (Villaviciosa de Asturias) (10). Han pasado unos meses y la lengua sigue siendo un telón interpuesto: tras ella, administradores flamencos y la codicia francesa del señor de Chièvres. Las cosas tuvieron mal fin: digamos las Comunidades (11).

     En el primer viaje a España, Valladolid centró el interés del joven príncipe. Los encuentros de Castilla con el séquito no fueron demasiado agradables: las protestas contra los extranjeros, y sus excesos, dieron lugar a ciertos libelos que se pegaron en los portales de las iglesias. Lorenzo Vidal ha transcrito cuatro de ellos. Lógicamente estaban escritos en castellano, lo que exacerbaría los ánimos propios, aunque no fueran entendidos por franceses y flamencos. Por eso el cronista señala puntualmente dos veces que los pasquines difamatorios estaban en castellano: eran papeles de subversión contra los extranjeros que han venido a medrar y de devoción hacia don Fernando, el hermano de Carlos, que iba a ser muy pronto obligado a salir de España. La premonición no era para zahoríes. La lengua estaba librando una primera batalla que mantendría encendida hasta su triunfo. Y no habría que silenciar aquel puntillazo contra los castellanos cuando se decía, en el cuarto libelo: «Tendremos que ir en breve a Aragón, en donde, de todas estas cosas y otras felonías esperamos ser vengados» (12).



Las Cortes de Valladolid y las de La Coruña

     La semilla estaba sembrada y había que esperar, simplemente, a que llegaran los días de la granazón. Leer el Ordenamiento de las Cortes de Valladolid (1518) es impresionante. Los procuradores castellanos escriben en ellas una página gloriosa, de independencia, de libertad, de amor a sus instituciones: el monarca «es obligado por contrato callado» a proteger a los súbditos que le sirven y a defender la justicia. Entonces le hacen conocer 88 peticiones a las que el Rey va contestando. Peticiones precisas y llenas de razón. Apunto las que en este trabajo me interesan:

     7. Otro sy, suplican a vuestra Alteza que nos haga merced que en su casa rreal quepan castellanos e españoles dellas entendamos y nos entiendan.

     8. Otro sy, suplican a vuestra Alteza que nos haga merced de hablar cestellano, por que haciéndolo asy muy más presto lo sabrá, y vuestra Alteza podrá mejor entender a sus vasallos e servidores, y ellos a él (13).

     Las Cortes de Valladolid de 1518 fueron decisivas: el pueblo se mostró hostil a los extranjeros y la altivez castellana tuvo la dignidad y el decoro de la vieja estirpe. El Dr. Zumel, representante de Burgos, acaso recordara un romance viejo

(En Santa Gadea de Burgos,
do juran los hijosdalgo,
allí le toma la jura
el Cid al rey castellano.
Las juras eran tan fuertes,
que al buen rey ponen espanto) (14).

     Cuatrocientos años después los varones de Castilla se encaran con su rey y le recuerdan que «nuestro mercenario es, e por esta causa asaz sus súbditos le dan parte de sus frutos e ganancias suyas, e le sirven con sus personas todas las veces que son llamados» (15). En aquel toma y daca hay una exigencia que nos importa ahora, esa que lleva el nº 8: el rey debe aprender castellano para entenderse con sus vasallos. Carlos hace traducir su contestación: «A esto se vos responde que nos place dello, e nos esforzaremos a lo facer, especialmente por que vosotros nos lo suplicáis en nombre del Reyno, e ansy lo avemos ya comenzado a hablar con vosotros e con otros de nuestros Reynos» (16). Pero el rey no sabe la lengua. El Dr. Zumel mantenía las exigencias castellanas: debía jurar que los oficios no se darían a extranjeros. Una y otra vez podó al rey que jurase, hasta que el rey respondió con esto juro. Fray Prudencio de Sandoval ha recogido la historia (I, 351) y dejó el testimonio de la ambigüedad: «Algunos dijeron que Su Alteza había dicho, solamente, Esto juro, que se entendía especialmente lo que antes había jurado, y así quedó esta materia indecisa». Si la respuesta quedó ambigua por inseguridad en el uso del instrumento lingüístico, el rey se vio favorecido por su no saber, pues mucho supondría que Carlos, a sus diecisiete años, con toda la autoridad de su condición y con las tensiones que se estaban viviendo, pudiera responder con unas palabras falsiverdaderas. No era su condición la de ocultar verdades ni la de querer engañar a nadie, cuanto más a sus súbditos. Sí juro, sencillamente, a aquellas porfías. Y así se lo entendieron los nobles que juraron concordes. Detrás de esto había un deseo latente. Los procuradores visitaron al rey para agradecerle que les hubiera «prometido esto que le habían suplicado, y haberles hablado en lengua castellana».

     Había que aprender la lengua de aquellos representantes tan tenaces y de este aprendizaje tenemos testimonios indirectos pero no por ello menos importantes: en 1522 se confesaba con el franciscano Jean Glapion, de nación francesa (17), pero a partir de ese año sus directores de conciencia son españoles: Francisco de Quiñones (1522), García de Loaysa (1522-1530), Juan de Quiñones (1531), y otra vez Loaysa (1532-1535), Domingo de Soto (1535-1541), Pedro de Soto, que durará hasta la muerte del Emperador (18). No hay que elucubrar: Carlos nunca supo bien latín, y mucho se lamentó (19). Cuando se encerró en el Yuste tenía al alcance de la mano (20) un Boecio traducido al francés, otros dos en italiano y español, los Comentarios de César en italiano. Es decir, prefería los textos en lengua vulgar (21). Si sus confesores fueron franceses o españoles es que los pecados se denunciaban mejor en la lengua en que más cómodamente se podían declarar; los tiempos no cambiaron mucho las cosas.

     Desde 1518 han pasado ya dos años y Carlos ha cumplido su promesa. En La Coruña las Cortes no se anunciaban fáciles: Carlos presenta un preámbulo justificativo y lleno de prestigio, los procuradores de Salamanca no fueron admitidos con el poder que traían, se les cambió, pero rechazaron presentarse (22). Carlos estaba «sentado en su silla Real y el obispo de Badajoz en su presencia, leyó el discurso de la Corona. La pieza oratoria que escuchan los procuradores es, sencillamente, espléndida: sacrificios del Rey, halagos a la fidelidad de sus vasallos, certeza de entendimiento tras las Cortes de Valladolid. Tanto fue el entendimiento «que determinó vivir e morir en estos Reynos, en la cual determinación está y estará mientras viviere, e así aprendió nuestra lengua, vestió nuestro hábito tomando nuestros gentiles ejercicios de caballería». No va quedando ningún cabo suelto: vieron los loores de España, el dolor de la partida y la erudición clásica que prestigia. El Emperador tiene veinte años: aquel hombre -apenas mozo salido de la adolescencia- les promete morir en este solar al que dedica el más enamorado requiebro: «el huerto de sus placeres, la fortaleza para defensa, la fuerza para ofender, su tesoro, su espada, su caballo e silla de reposo y asiento» (23). Las palabras de Pero Ruiz de la Mota fueron apoyadas por el rey: «Todo lo quel obispo de Badajoz os ha dicho, os lo ha dicho por mi mandado» (24). Hay aquí algo que es decisivo: Carlos ha hecho profesión de su hispanización (25), pero la ha hecho hablando en castellano. Como en castellano habló en las Cortes de Valladolid de 1523, en un discurso que es modelo de ponderación, de condescendencia y de respecto: «Yo amo e quiero tanto a estos mis reinos y los súbditos e vasallos dellos como a mi mesuro [...] Ayer os hablé pidiéndoos el servicio, y agora quiero pediros consejo» (26). La dignidad lingüística de la pieza oratoria no se empaña, ni siquiera por el empleo de un mijor que pudiera hacer pensar en una interferencia de las hablas vulgares de la Península (27).



Dominio lingüístico del español y las «rodomontadas»

     El rey de España se ha instaurado en su nueva lengua y desde 1525, se hace español. 1525 es el año de Túnez, de Pavía; 1526, el de su boda con Isabel de Portugal, que es «de nuestra nación y de nuestra lengua» (28). La infanta hablaba portugués y alguna anécdota que se nos cuenta de ella, en portugués está escrita. Felipe II nace en 1527 (año del saco de Roma) y su educación es totalmente peninsular: algo debió influir aquella madre solícita que lo vio crecer hasta los trece años. Que nos valga un solo ejemplo. No hay palabra más evocadora para un portugués que saudade «añoranza»; Felipe II empleó soledad con esta acepción en español, es la primera acepción que documenta Corominas y Felipe II sabía portugués. Por lo demás las dos lenguas peninsulares eran comprendidas por alguien más que los cultos: desde Lisboa escribe el rey a sus hijas; ha escuchado predicar a fray Luis de Granada, viejo ya y falto de dientes, pero ¿sólo le atenderían los cortesanos? (29).

     En 1522 podemos fijar el fin del aprendizaje lingüístico de Carlos y vamos teniendo testimonios fehacientes. El 5 de noviembre de 1529, el Emperador entra en Bolonia para ser coronado; Clemente VII (30) esperaba a Carlos V rodeado del Colegio cardenalicio, y el monarca lo saludó en español (31). Este es un acto premonitivo: siete años después ocurre la famosa rodomontada que cuenta Brantôme, pero no es casual ni un accidente fortuito: en Pablo III repitió la misma humillación que en Clemente VII. El Papado, tibio u hostil a la política imperial fue obligado a aceptar aquella lengua a la que el Emperador concedía rango internacional. He aquí la historia. Brantôme fue un noble francés enamorado de España (32): tenía orgullo de hablar «le friend Espaignol» (33) y era atraído por nuestro sentido de la caballería, del honor y de la gloria personal (34). Qué duda cabe que este hombre que exaltaba la caballería medieval y el honor que confieren las damas (35) y que en la caballería ve dos aspectos, el formal (justas, cruzadas) y el ético (caballería mística) se sentirá atraído por Carlos V (desafíos del rey de Francia, Paladín de la Cristiandad). Todo ello consta en los documentos cancillerescos. En la Proposición de las Cortes de Valladolid de 1537, puede leerse la justificación de los motivos que llevaron al Emperador a tomar su decisión y ante las dudas que producía la conducta del rey de Francia,

     Su Majestad, por no dejar de hacer cuanto en sí era ninguna cosa de las que para ello convenían, acordó de hablar públicamente a su Santidad en presencia del Sacro Colegio de los cardenales y de los embajadores del dicho rey de Francia y de otros príncipes y potentados y personas que allí se hallaron [...] para que fueren a todos notorias sus justificaciones y la razón y deber en que siempre se había puesto con el dicho rey de Francia para evitar la guerra y conservar y establecer la paz (36).

     Tras el largo parlamento de la Pascua del 36 (hora y media duró el discurso), en el que Carlos se llena de razones, justifica su conducta y muestra su liberalidad (37), tuvo lugar la «rodomontada» que tantas veces se ha comentado. El papel de las Cortes de Valladolid no hace sino recoger lo que fue la inesperada intervención imperial en Roma.

     Necesito repetirla para que no pierda coherencia el hilo de estas páginas. La anécdota mil veces aducida se produjo el 17 de abril de 1536: ante el Papa, la corte pontificia y los embajadores, el Emperador pasa su largo pliego de cargos a Francisco I y justifica la generosidad de su política cristiana. Al final de la oración, hablada y no leída, el desafío. El obispo de Mâcon, uno de los embajadores de Francia, dice no haber entendido aquel parlamento en español y Carlos replica las archisabidas palabras: «Señor obispo, entiéndame si quiere; y no espere de mí otras palabras que de mi lengua española, la qual es tan noble que merece ser sabida y entendida de toda la gente cristiana (38). Brantôme especula sobre otras lenguas que el Emperador hubiera podido emplear. La explicación es fácil: en aquella lengua se cohonestaba el espíritu caballeresco, la unidad de la cristiandad y la grandeza política. Francia le era hostil, por más que el francés fuera su lengua nativa y siempre lo empleó. El italiano hubiera significado una claudicación ante el Papa (39) y, hemos visto que desde hacía siete años ostentaba su independencia hablando español ante los pontífices. Otras lenguas, sobre innecesarias en aquel momento, le eran insuficientemente conocidas (40).

     Fray Prudencio de Sandoval contó cuidadosamente lo ocurrido y su versión tiene algún matiz que no es despreciable. Al parecer, los embajadores de Francia murmuraban públicamente del Emperador y decían que prometió Milán a Francisco I, para luego no cumplir su palabra. Carlos V consideró estas especies calumniosas y decidió rectificar públicamente a sus detractores y, consigna, «el Emperador habló en lengua castellana, con aquella gravedad que pedía su grandeza y de que naturalmente era dotado, llevando sus palabras tanto peso y magestad, que suspendían los ánimos de todos. El embajador de Francia pidió al Emperador que le diese por escrito lo que allí había dicho, para enviarlo a su rey, porque como no sabía español, no entendió bien lo que había dicho. El Emperador, alegremente, se lo volvió a repetir» (lib. XXIII, cap. 5).

     Desde dentro de la historia lingüística del español, las palabras de Carlos V suscitan unos motivos en los que aún vivimos. El Emperador ha dicho lengua española: instrumento de comunicación universal, proyectado fuera de las fronteras de España y válido para quienes se identifican con algo más que «un pequeño rincón». Su abuela, la Reina Católica, castellana vieja, se sentía necia oyendo hablar castellano a las toledanas (41). Se ha cambiado la perspectiva en la apreciación de la lengua y Carlos V nos da una clave que no es la simple anécdota de Brantôme, sino una realidad que trasciende de cuantas valoraciones ocasionales seamos capaces de interpretar (42). Las Rodomontades espagnoles han venido a ser más que las bravetas de los capitanes que pacientemente recogió Pierre de Bourdeille para ofrecerlas a Margarita de Valois (c. 1590). Carlos V en su gesto bien valía lo que se dice en las propias Rodomontadas: había alcanzado el vigor de su plenitud y aún no había empezado el declive. La decadencia no tardaría, pero el gesto de aquel lunes de Pascua serviría para decorar su nombre y asegurarle, en nuestra historia lingüística, un puesto singular:

     C'est grand dommage quand ces grandz capitaines s'envieillissent et meurent. Et telz je les accompare aux beaux espicz de bledz, lesquelz, quand au beau mois de may ilz sont verdz et vigoureux en leur accroissance, vont orgueilleusement haut, eslevant leur chef et sommet; mais quand ilz viennent á neurir et jaunir, le vont panchant et baissant, comme n'attendantz que la faucille qui leur oste la vie. Ainsi sont ces grandz et braves capitaines, qui, en la fleur et verdeur de leurs ans, haussent la teste, bravent, triumphent; rien ne leur est impossible; mais venantz sur 1'aage, tourmentez de maux et malladies, déclinent et tumbent peu á peu dans leurs fosses, ne leur restans ríen, si-non leurs beaux noms et renoms qu'ilz se sont acquis (IV, 71).

     Carlos V cumplió su palabra y la enriqueció: aprendió español, le dio título de universalidad y lo hizo instrumento de todos sus súbditos. No es pequeña lección. Pero el año de 1536 fue un símbolo de otras cosas y la lengua el instrumento de que se valió: Garcilaso, la voz más pura de nuestro Renacimiento, moría en la campaña de Provenza. Para siempre ya «príncipe de los poetas españoles». La lengua había sido más que un instrumento político y en el fiel soldado se había convertido en el prodigio de una singular creación artística. Extraña conjunción de vida y muerte cumplida en un mismo año y con idéntico marchamo de perennidad (43).

     Para la historia lingüística valen estos hechos y su recuerdo. La historia política siguió muy otros derroteros y, una vez más, sobre el Emperador cayeron los engaños. Con entusiasmo contó a Lope de Soria los días gloriosos de Túnez y los añoraría en sus Memorias (44). El 8 de abril escribió a la Emperatriz y le repite muchos extremos de los que expuso en el discurso de la paz, «en lo qual, por cierto, Su Santidad me respondió en todo muy bien y honestamente, como convenía a su dignidad» y sigue pocas líneas después: «Su Santidad nos persuadió mucho la paz. Ofresciendo que se emplearía en encaminarla todo cuanto pudiese, y que así por lo que debía su dignidad como por hacer mejor oficio en ello, quería ser y quedar neutral» (45). El entusiasmo estaba vivo, pero cuando en 1550 redacta las Memorias escribiría su desengaño: «Pasaron muchas cosas que no fueron mas que palabras sin efecto, de que se siguieron ciertos escritos que Su Magestad no quiso tomarse el cuidado de respondar, como muy poco serios» (pág. 62). Acaso para estos momentos de tristeza valiera otra anécdota consoladora para Carlos, por sabida, no menos oportuna. El español sale en ella dignificado hasta las cimas de la suprema evasión y el Emperador pasó a ser protagonista.



El español lengua para hablar con Dios

     En Les entretiene d'Ariste et d´Eugène (1671), se recoge la historia que luego irá deslizándose en multitud de lenguas hasta llegar a W. Somerset Maugham (46). Por el camino han ido perdiéndose y añadiéndose pareceres, pero nos quedamos con el testimonio del jesuita francés Dominique Bouhours (1628-1702) cuyas palabras son éstas:

     Si Charles Quint revenoit au monde, il ne trouveroit pas bon que vous missiez le François au dessus du Castillan, luy qui disoit que s'il vouloit parler aux Dames, il parleroit Italien; que s'il vouloit parler aux hommes, il parleroit François; que s'il vouloit parler á son cheval, il parleroit Allemand; mais que s'il vouloit parler áDieu, il parleroit Espagnol (47).

     Se había prestigiado a la nación y se había prestigiado a su lengua, una vez más el monarca buscaba la honra de sus súbditos para que, sobre él, repercutiera el prestigio del pueblo. Carlos V no ha inventado nada, pero sí se ha aprovechado de lo que otros han hecho antes que él. Es lo que ocurrió en Francia y que a Brunot le llevó a escribir la Influence favorable de la Royauté (48). La dignidad del castellano se ha conseguido por ese prestigio que deliberadamente le concedió el Emperador y por ese Garcilaso que ha merecido ser considerado, y comentado, como un clásico de la antigüedad (49). 1536, año clave. Parler á Dieu en' Espagnol. Lo que Carlos V no podía saber es que su historia había sido prefigurada seiscientos años antes, cuando en un monasterio riojano las venerables glosas emilianenses se habían escrito en español, y, en aquel documento, la primera oración en nuestra lengua (50).



Las memorias

     Ahora no nos vamos a enfrentar con un problema de política internacional, sino con la propia intimidad del hombre. Estamos en 1550. Carlos navega por el Rhin y dicta las que vienen llamándose sus Memorias (51). Los problemas de crítica textual se enraciman; a nosotros nos afecta uno: ¿en qué lengua se dijeron? Se encontró una traducción portuguesa que decía haber traducido del francés, pero el Emperador escribe a Felipe II y la dice haberlas puesto en romance. Romance, como sinónimo de español es una posibilidad (52); cuestiones de estilo, intimidad, etc. hacen pensar en español. Nada queda resuelto, ni siquiera si el texto castellano sería traducido muy fielmente al portugués y, por Van Male, al francés. La forma actual de las Memorias no nos ayuda en nuestro estudio, pues su moderno editor las ha traducido del portugués.



La literatura borgoñona en español

     Desde aquellos días de 1518 en Valladolid a estos de 1556 en que Carlos se retira al Yuste han pasado 38 años. Son muchos años. En 1555 ha muerto su madre, el 25 de octubre ha abdicado en Bruselas. La ceremonia fue patética y el Emperador lloró; el príncipe Felipe se arrojó a sus rodillas y ambos se hablaron en español, pues Felipe no podía hacerlo en francés. Se había cerrado el caminar oficial de Carlos por la lengua española (53). Quedan otras cosas. Y queda el testimonio de lo bien que el Emperador había aprendido el mal español. Pero estamos ya en el Yuste, cuando todas las renuncias se han cumplido. Carlos está en el monasterio y, oyendo música, escucha una nota falsa. No anda con remilgos: «¡Oh, hideputa bermejo!». Otro día, con los motetes de Guerrero, vocifera: « ¡Oh, hideputa! ¡Qué sutil ladrón es ese Guerrero, que tal paso de Fulano y tal de Fulano quedó!» (54). Todo hace falta en las repúblicas bien organizadas, hasta las palabrotas que ponen orden en los desaguisados. Pero no hemos terminado.

     Carlos V gustó de la literatura caballeresca. El mismo fue un caballero medieval que en más de un gesto reprodujo el ademán de los personajes literarios. Esto también tuvo que ver con su español. En 1508, Jorge Coci, alemán, imprimió en Zaragoza el Amadís que no tardó en ser «une sorte de bible mondaine et galante» (55). Modelo, ciertamente, que vino a configurar muchas vidas como airón literario, y a hacer que la literatura cobrara vida según veremos más adelante. Pero antes de esta caballería española (o hispánica al menos), Carlos V había vivido otra: la de aquel «grand réthoriqueur» que se llamó Olivier de la Marche. Olivier colaboró con Charles de Orléans y estuvo en relación con él desde 1447 ó 1454 (56), y manifestó un claro desvío de la tradición francesa para marcar un tono borgoñón totalmente original (57). Es en este ambiente donde el joven Carlos educó su gusto literario.

     Carlos Clavería dedicó un libro muy importante a conocer la recepción española del Chevalier délibéré (58): sus páginas llenas de saber y de aciertos interpretativos nos ahorran trabajos y nos facilitan información. Leyendo sus páginas nos encaramos con el Emperador encerrado en el Yuste: «los personajes que rodean al autor, que nos relata una figurada aventura de la última etapa de su lucha con los achaques y la muerte, son figuras alegóricas y personajes históricos elevados a la alegoría' o envueltos en ella. Lo mismo que las personas, sus vestidos, armas o atributos, sus caballos y sus jaeces, y los escenarios en que el poema se desarrolla, tienen el valor simbólico y ético entre los literatos contemporáneos suyos» (59). Pero no es por esto, aun siendo importante, por lo que traigo a colación la obra de Olivier de la Marche, sino por algo que nos afecta: en la corte de Borgoña se creó un sentimiento antifrancés y se creó un culto místico de la caballería que llevó a la creación de la Orden del Toisón de Oro (60): proyectar todo ello en la vida de Carlos V es algo que otros han hecho, digamos Huizinga o Brandi, digamos multitud de autores españoles (Viñas, Alcázar, Beneyto, Carande, Jover). Por eso nada extraña que el ideal borgoñón de la caballería durara hasta la renuncia del Yuste, y el libro de Olivier de la Marche le acompañó en los días de su abandono último (61), más aún, allí tenía el original francés y la traducción de Fernando de Acuña (62). Ahora bien, el propio Emperador en sus ratos de ocio tradujo al español el poema y con él colaboró el famoso poeta. En Amberes (1553), apareció la traducción española que alcanzó siete ediciones hasta 1591 (63), y que sirven para dejar constancia de cómo el Emperador mantuvo a lo largo de su vida una ejemplar fidelidad a su estirpe borgoñona. No reñida ciertamente, con su fidelidad española (64). Y esta caballería borgoñona nos trae de la mano a una última cuestión.



América y la literatura fantástica

     Porque aquel hombre que hizo de su vida un ejercicio de nobleza, alcanzó su culminación en un mundo de renuncias. Tal vez no quepa más bello motivo literario. Sin embargo quiso precaver de locuras a sus nuevos súbditos de América y les prohibió -Dios sabe si con mucha convicción- la lectura de aquellos libros mentirosos y disparatados (65). Pero no es de esta literatura fantástica de la que quiero hablar (66), sino de cómo la concepción imperial se proyectó sobre el mundo que nacía para occidente: el lema francés de une foi une loi, un roi (1512) no era otra cosa que lo que el fiel Hernando de Acuña había de escribir:

Ya se acerca, Señor, o es ya llegada la edad gloriosa, en la que promete el cielo vna grey y vn pastor, solo en el suelo, por suerte a vuestros tiempos reseruada.
Ya tan alto principio en tal jornada os muestra el fin de vuestro santo zelo, y anuncia al mundo para más consuelo un Monarca, un Imperio y una Espada (67).

     Era toda una teoría política que explicará muy bien la acción de España en América. Menéndez Pidal señaló motivaciones teóricas (68); Fernández Álvarez de las Leyes Nuevas de Indias (1542) dentro del pensamiento político del Emperador (69). Todo bien cierto. Pero es en un libro capital el Hernán Cortés, de José Luis Martínez (70), donde acertamos a ver cómo tribulaciones, pleitos y -también- persecuciones no eran otra cosa que servir a la vieja ideal del imperio único y del servicio del emperador a la causa de la unidad religiosa (71). No son motivos para introducir en estos comentarios lingüísticos, pero es que evangelización, occidentalización y ensueños utópicos pasaban necesariamente por la hispanización lingüística. Y no se olvide que el admirable lego Pedro de Gante era pariente del Emperador (72), algo sabría de lo que en Flandes habría aprendido su pariente y no poco de lo que sus franciscanos venían a practicar. Carlos V no manifestó una conducta lingüística con respecto a los pueblos americanos, pero autorizó a cautivar en cada descubrimiento una o dos personas «para lenguas» (73); por otra parte, se pretendió la catequización de los indígenas por medio del castellano: 2.000 cartillas llevó fray Alonso de Espinar a la Española en 1512 (74) y, cuando ya se ha conquistado México, fray Juan de Zumárraga imprimió en Alcalá otras 12.000 cartillas para enseñar a leer a los nativos (75). Pero no todo era fácil y sencillo: en 1551, fray Juan de Mansilla, Comisario General de Guatemala, escribe al Emperador: «Somos muy pocos para enseñar la lengua de Castilla a indios. Ellos no quieren hablalla. Mejor sería hacer general la mexicana, que es harto general y le tienen afición, y en ella hay escrito doctrina y sermones y arte y vocabulario» (76). Los avatares de la lengua fueron muchos en América y no es ocasión de estudiarlos. Sí, la de señalar cómo la conducta de las gentes del Emperador era semejante a su concepto de idea imperial y, en un principio, partidarios de la evangelización en castellano, porque así convenía a unos principios unitarios que no tardarían en desintegrarse. Quedó un ademán: la unidad de monarca, la unidad de imperio y la unidad de espada, se salvó (77). La unidad lingüística no se consideró imprescindible y si se logró fue por otras causas y otros caminos. Pero no puede silenciarse cuando hablamos de los quehaceres cumplidos, antes de 1558 (78).



Conclusiones

     Mal había sido educado el joven Carlos y un día se encontró rey de España. Olvidemos por un momento las cuestiones económicas, que fueron muchas y graves; olvidemos los malos consejeros; olvidemos su corte desmesurada. Y nos quedará su condición de extranjero: pronto se cambió de traje y de vida, pero la lengua interponía un muro entre él y sus súbditos. Había sido proclamado rey de Castilla en Bruselas (1507), pero en 1516 no sabía aún «una palabra de castellano». Viene a España en 1517 y se abren las Cortes de Valladolid en 1518: le imponen aprender la lengua de sus vasallos y acepta la exigencia; más aún, promete cumplirla. Dos años después había aprendido la nueva lengua y la usa en las Cortes de La Coruña (79); otros dos más tarde (1522) tiene confesor español y así seguirá hasta morir. El aprendizaje se ha cumplido. El resto es fácil: en 1523 posee recursos retóricos para ganar la benevolencia de sus auditores, en 1525 se casa con Isabel de Portugal y está ya instalado cómodamente en su nueva lengua (80). En 1529, en Bolonia, saluda en español al pontífice, siete años después cumple la glorificación del español. La lengua de Castilla es el instrumento de la política universal de Carlos V (81). Para humillar a Francisco I abandona el francés nativo y hace que el español (ya no castellano) se imponga ante unos atónitos magnates de la Iglesia y embajadores de la cristiandad. Más que lengua universal: lengua de desasimientos terrenos para hablar con Dios.

     El francés seguía siendo válido. No como lengua política, sino como instrumento para la dignificación de su casa borgoñona (82). Había leído muy bien Le chevalier délibéré, de Olivier de la Marche (¿habría leído también el Traité d un tournoi tenu á Gand?) y quiso difundirlo en español. El prestigio del ducado decayó desde aquel día de 1461 en que Felipe el Bueno de Borgoña coronó a Luis XI de Francia: era el final apoteósico de la supremacía de los borgoñones (83). Pero en el español del Emperador y en las quintillas de Hernando de Acuña perduraba -como en los días de Olivier de la Marche o de Georges Chastellain- la alegoría retórica que ensalzaba a los Duques (84). España dio a Carlos la continuidad de un ideal caballeresco en la conducta de sus capitanes (85), en la fidelidad de sus súbditos, en la literatura que nace del Amadís (86) Detrás está la empresa americana: de nuevo un libro de caballerías para que cada hombre, si era capaz, viviera con el gesto ejemplar de los caballeros andantes. La lengua en tiempos de Carlos V empezaba otra andadura en el Nuevo Mundo. Era inimaginable, menos creíble que las disparatadas historias que él trató de prohibir. La lengua, le había servido para su realidad (pobre y mezquina tantas veces) y para su ensueño (inalcanzable y, al fin, sin consuelo), pero, sin querer, con su vida y con su muerte había escrito una «rodomontada española» para Pierre de Bourdeille: «Mort de grand Capitaine, qui cenes mérite d'estre historiée en une tapisserie» (I, 318) (87).



1.       Vid. BRANDI, C. Charles Quint, 1500-1558. BUDÉ PAYOT de, G. (trad.) París: 1939, pp. 11-13, y también el libro de PÉREZ que pongo por extenso en la nota 11 (pp. 115-118). La información antigua consta en MEXÍA, P. Historia del Emperador Carlos V. CARRIAZO. J. M. (ed.) Madrid : 1945, cap. II, V, VI.

2.       RODRÍGUEZ VILLA, A. El Emperador Carlos V y su corte (1522-1539). En Boletín de la Real Academia de la Historia, XLII. Madrid : 1903, p. 471.

3.       FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, M. La España del Emperador Carlos V. Madrid: 1966, Espasa-Calpe, p. 48 y p. 54, nota 18. Citaré esta obra por los apellidos del autor.

4.       Por más que su abuelo Maximiliano recomendó que lo aprendiera (GOSSART, E. Notes pour servir á l'histoire du règne de Charles Quint. Bruselas : 1897, cit. por RODRÍGUEZ VILLA, pág. 471, n. 1). Es otra la información que da fray Prudencio de Sandoval: «El duque Carlos supo bien las lenguas flamenca, francesa, alemana e italiana, y mal la española hasta que fue hombre; entendió algo la latina» (Historia del Emperador Carlos V rey de España. Madrid : 1846, t. 1, págs. 5556).

5.       La idea imperial de Carlos V [1937], citaré por la Colección Austral, nº 172. Madrid: 1940. El trabajo se amplió y peló como Introducción al t. XVIII de la Historia de España, que él mismo dirigió (Madrid, 1966). Menéndez Pidal disiente de Brandi (págs. 86-92). Téngase en cuenta el libro muy valioso de MARAVALL, J. A. Carlos V y el pensamiento político del Renacimiento. Instituto de Estudios Políticos. Madrid : 1960. Peter Rassow había publicado una obra importante sobre esta misma cuestión y sólo al final del prólogo (fechado en Colonia en diciembre de 1941) se hace cargo de los trabajos de Menéndez Pidal, Marcel Bataillon y Américo Castro (Die politische Welt Carls V. Munich, 1942). La visión de un gran especialista consta en el libro de Manuel Fernández Álvarez, Política mundial de Carlos V y Felipe II. C.S.I.C., Madrid, 1966, págs. 75-90, especialmente. En Munich - Viena (1982) se publicó el libro coordinado por H. Lutz, Das römisch-deutsche Reich im politischen System Karls Y., donde hay un trabajo de John M. Headley, Germany, the Empire and Monarchia in the Thought and Policy of Gattinara, págs. 1534).

6.       «Fue constante anhelo de su abuela Da Isabel la Católica en los últimos años de su vida, y de su esposo el rey D. Fernando, hasta que murió, que viniese Carlos a España a educarse a su lado, a conocer nuestro idioma, gobierno y costumbres, pues que había con el tiempo de gobernar estos reinos. Ni D. Felipe, ni Maximiliano, ni Da Margarita consintieron jamás en ello oponiéndose más tenazmente todavía a tan justa pretensión los nobles flamencos más influyentes» (Rodríguez Villa, art. cit., pág. 470). Luis de Vaca fue el maestro que tan poco fruto obtuvo del discípulo (Fernández Álvarez, pág. 48). Mota se lamentaba a Cisneros de que el príncipe no supiera nada de España ni de su lengua (ib., pág. 149, nota 81).

7.       Jean Babelon, Carlos V (1500-1558), traducción de Miguel Hernani, Losada, S.A. Buenos Aires, 1952, pág. 35. Vid., también, Mexía, His¡. Carlos V, edic. cit., pág. 85; Sandoval, t. 1, pág. 54.

8.       Brandi, op. cit., págs. 62-75.

9.       Relación del primer viaje de Carlos V a España (1517-1518), por Lorenzo Vital, traducción de Barnabé Herrero. Madrid, 1918, págs. 15-32.

10.       Vid. mapa en la pág. XXXI de la obra citada en la nota precedente. El encuentro con las primeras gentes españolas fue con unos marinos vizcaínos que le ofrecieron frutas (capítulo XXIX) y ya en tierra (capítulo XXXIV) con las modestas gentes de la región.

11.       Joseph Pérez, La revolución de las Comunidades de Castilla (1520-1521) traducción de J. J. Faci (3ª edic.). Madrid, [s.a.] y Pierre Chaunu, La España de Carlos V, traducción de J. Fornas. Barcelona, 1976, pág. 123. La obra de Pérez tiene una parte introductoria muy importante sobre la formación del príncipe, que es lo que ahora me importa.

12.       Relación de Lorenzo Vital, págs. 327-328.

13.       Cortes de León y Castilla, edic. Real Academia de la Historia, Madrid, 1881, t. II, pág. 263. A mi modo de ver, Pérez subestima las demandas y las respuestas reales: había en ellas más cosas que «los sentimientos de una fracción de la aristocracia castellana» (Comunidades, pág. 119). Las concesiones «puramente formales», al menos en lo que se refiere a la lengua, fueron mucho más que una evasiva y el «votar dócilmente» después de las demandas dejaba las cosas muy en su sitio, aunque la fidelidad al rey estuviera por encima de todo. Que fue algo más grave que cuanto se dice se desprende con la lectura de Sandoval (I, págs. 346-347).

14.       Vid. la nota 36 en mi libro El romancero viejo y tradicional. Editorial Porrúa, S.A. México, 1971, pág. 335. Para los motivos de las Cortes, Sandoval, I, pág. 346.

15.       Los problemas jurídicos, en Fernández Álvarez, pág. 72.

16.       Cortes, ya cit., 11, pág. 263. Fray Prudencio de Sandoval cuenta cómo antes de las Cortes, asistió en Valladolid a «algunos pleitos [...] aunque no entendía bien» (I, pág. 340; también, pág. 342).

17.       Vid. D. Lehnhoff, Die Beichtväter Karls V. Góttingen, 1932, pág. 20. La participación de Glapion en la Dieta de Worms se puede ver en Brandi, op. cit. págs. 126-127.

18.       Babelon, op. cit., pág. 62.

19.       En estos primeros tiempos lo ignoraba (Rodríguez Villa, art. cit., pág. 771), luego, veremos, lo aprendió sumariamente. Vid. esta referencia de fray Prudencio de Sandoval (op. cit., I, pág. 55): «Adriano deseaba que su discípulo se aficionare a las letras, o que por lo menos supiera la lengua latina, pero al duque más se inclinaba a las armas, caballos y cosas de guerra. Así cuando era emperador, dando audiencia a los embajadores, como le hablasen en latín y no los entendiese, ni podía responderles, se dolía de no haber aprendido en su niñez lo que su maestro Adriano quería enseñarle. En esto culpan a Guillermo de Croy, señor de Jeures, su ayo».

20.       Vid. Hacienda de Carlos V al fallecer en Yuste. Instituto Solazar y Castro (C.S.LC.). Madrid, 1985, pág. 22. Ha habido algún yerro en las citas de este inventario.

21.       «De consolación, en pergamino, escrito de mano en lengua francesa, cubierto de terciopelo carmesí», etc.

22.       Vid. la dramática postura de la ciudad en todos los preliminares según expone Pérez, Comunidades, págs. 144-145.

23.       Cortes, ya cit., II, págs. 293-296.

24.       Cortes de León y de Castilla, t. IV, pág. 298. Resumen de las diversas posturas científicas derivadas de estos hechos en Pérez, Comunidades, pág. 150.

25.       Ménez Pidal ve en este momento la primera muestra de la hispanización de Carlos (págs. 14-16), y coincide con la madurez de Emperador: « los años veinte constituyen los de la definitiva fijación de la imagen de Carlos V. Las esperanzas mesiáticas que en torno a su figura se habían depositado se confirman por medio por medio de dos hechos fundamentales: la victoria de Pavía (...) Y el saco de Roma» (CHECA CREMADES, F. Carlos V y la imagen del héroe en el Renacimiento. Madrid : 1987, p. 37).

26.       Cortes de León y de Castilla, IV, p. 358.

27.       La documentación es abundantísima: Juan Ruiz (edic. Ducumin, pág. 107), fray Íñigo de Mendoza (N.B.A.A.E.E., XIX, pág. 21), Torres Navarro (Propalladia, I, pág. 223), Santa Teresa («Bulletin Hispanique», XV, pág. 483), en otros autores de esos y otros siglos: Don Juan Manuel Leomarte, G. Manrique, Sánchez de Badajoz, Tirso Quiñones de Benavente, etc.

28.       Se creía que castellano y portugués eran variedades de una misma lengua; vid. la reseña de Amado Alonso a la edición de Dámaso Alonso de la Tragicomedia de don Duardos («Revista de Filología Hispánica», IV, 1942, págs. 282-284 y 383).

29.       Cartas de Felipe II a sus hijas, edic. Fernando J. Bouza. Madrid, 1988, pág. 63.

30.       Conviene no olvidar que el Emperador, mucho tiempo después (1550) recordaría cómo fue desafiado «en Granada, en virtud de una larga lucha entre el Papa Clemente, [...] y los Reyes de Francia e Inglaterra y la Señoría de Venecia; a cuyo desafío respondió Su Magestad» (Memorias, edic. Fernández Álvarez, 1961, pág. 53).

31.       Fernández Álvarez, pág. 366. La entrada de Carlos V tuvo la grandeza de una apoteosis romana; al encontrarse el Emperador con el Pontífice le dirigió una breve oración, cuyo texto figura en Sandoval (V, pág. 357). Es a partir de la victoria en Túnez cuando se estructura la idea del Miles Christi de Carlos V, y en ella se unen la caballerosidad, el intelectualismo erasmiano y el sentido imperial de Dante (Checa, pág. 26) que, a mi modo de ver, continúa -un motivo más- la presencia de Fernando el Católico en la conducta del Emperador (vid. Ángel Ferrari, Fernando el Católico titán y bienventurado, «Archivo de Filología Aragonesa», II, 1947, págs. 5-58). Bolonia es la mitificación imperial de Carlos V: el retrato alegórico de Parmigianino sería lo más representativo (Checa, págs. 39-41).

32.       Vid. Anne-Marie Cocina-Vailliéres, Brantôme. Amour et gloire au temps des Valois. París, 1986, págs. 196-197.

33.       En las Rodomontades espaignoles (I, pág. 103) dice: «je parlois lors I'espagnol aussi bien que mon francimen». De una entrevista que tuvo con Felipe II, nos dejará estas líneas: «Je fit plus d'estime de moy qu'il n'eust fait quant il m'entendit parler sa langue; comme de vray pour lors je la parlois très bien, et s'en entonna» (Rodomontades, VII, pág. 76).

34.       Roben D. Cottrell, Brantôme. The Writer as Portraitist of this Age. Géneve, 1970, pág. 86.

35.       Ibídem, pág. 106. Sin mayor valoración, Brandi dice que el discurso «chose curieuse, [se dijo] en langue espagnole» (pág. 373).

36.       No figura en Las Cortes de León y de Castilla, publicadas por la Real Academia de la Historia. Tomo mis datos del Discurso leído ante esa Real Academia de la Historia por don Francisco de la Iglesia. Madrid, 1909, págs. 75-76. Una sagaz interpretación de estos hechos se puede leer en José María Jover Zamora, Carlos V y los españoles. Madrid, 1963, págs. 300-306. Merece la pena leer la carta del Emperador a su esposa que este historiador aduce.

37.       Vid. las cartas cruzadas entre Carlos V y Jean Hannart, embajador de Francia en mayo de 1536 (Manuel Fernández Álvarez, Corpus Documental de Carlos V [5 vols.], tomo I, Salamanca, 1973, págs. 493-496.

38.       A. Morel-Fatio, L'espagnol langue universelle («Bulletin Hispanique» XV, 1913, págs. 207225). Vid. también Amado Alonso, Castellano, español, idioma nacional (2.a edic.). Buenos Aires, 1942; Manuel García Blanco, La lengua española en la época de Carlos V. Madrid, 1967.

39.       Aunque lo hablaba bien, no lo dominaba» (Menéndez Pidal, pág. LI).

40.       El latín quiso estudiarlo para leer la Vulgata (vid. antes n. 19).

41.       La anécdota procede de Melchor de Santa Cruz (Floresta, VI, 2) y fue recogida por Gracián (El Criticón, O. C. edit. Aguilar, pág. 502 a). Cfr.: «Isabel de Castilla habla siempre de lengua castellana» (A. Alonso, op. cit., pág. 19).

42.       Cfr. Manuel Alvar, Para la historia de «castellano» (Homenaje a Julio Caro Baroja. Madrid, 1978, págs. 71-82) y Notas para la historia de «español», con la colaboración de M. Alvar Ezquerra («Homenaje a José María Lacarra», Zaragoza, 1982, t. V, págs. 285-294). Anteriormente Ludwig Pfandl, Das span. Wort «romance» («Investigaciones lingüísticas». México, 1934, t. II, págs. 242 y ss.).

43.       No se olvide: en 1535 fue la victoria de Túnez, en la que combatió Garcilaso. La entrada triunfal en Roma (4 de abril de 1536) tuvo la grandeza de los cortejos de la antigüedad clásica (Fernández Álvarez, pág. 481), pero Garcilaso murió el 13 de octubre en Niza, tras haber sido herido en Muy el 19 de septiembre (vid. la cronología que figura en las págs. 70-74 de la obra de Antonio Gallego Moren, Garcilaso de la Vega y sus comentaristas (2ª edic.). edit. Gredos. Madrid, 1972). Sobre la campaña de Provenza, vid. Corpus documental, t. I, págs. 517-518. En Túnez, Carlos V se hizo acompañar del pintor flamenco Vermeyer sobre cuyos cartones se ejecutaron los tapices de Viena (Brandi, pág. 363).

44.       Corpus documental, I, cartas CLXXV, CLXXVI, CLXXVIII, CLXXX; Memorias, pág. 61.

45.       Corpus documental, 1, pág. 487.

46.       Erasmo Buceta, El juicio de Carlos V acerca del español y otras lenguas romances (RFE, XXIX, 1937, págs. 320-342).

47.       Les entretiene d'Ariste et d´Eugène, edic. París 1691, págs. 95-96, cit. por Buceta, art. cit., pág. 11.

48.       Histoire de la langue française des orígenes á nos jours. París, 1966, t. II, págs. 27 y ss.

49.       Manuel Alvar, La lengua y la creación de las nacionalidades modernas (RFE, LXIV, 1984, págs. 218-219).

50.       Dámaso Alonso, El primer vagido de nuestra lengua, en De los siglos oscuros al de oro. Madrid, 1958, págs. 13-16; Manuel Alvar, De las glosas emilianenses a Gonzalo de Berceo (RFE, LXIX, 1989, págs. 16-21).

51.       Edición de Manuel Fernández Álvarez. Ediciones de Cultura Hispánica. Madrid, 1960. En las líneas que siguen me hago cargo de razonamientos de este autor.

52.       Manuel y Carlos Alvar, La palabra «romance» en («Estudios románicos» dedicados al, Prof. Andrés Soria Ortega. Granada, 1985, págs. 17-25).

53.       Esta afirmación se ha divulgado, pero un anónimo que visitó España en 1577 dice textualmente de Felipe II: «Aparte de la lengua española, ha hablado conmigo también la lengua francesa. Comprende el flamenco y el alemán, y hablaría también el italiano, pero no se decide a hacerlo» (J. García Mercadal, Viajes de extranjeros por España y Portugal, t. I. Madrid, 1952, pág. 1250 b). Una nota al calce dice, con referencia al francés: «Lo hablaba, pero no lo escribía. Por eso, al llegar a Luxemburgo el 4 de noviembre de 1576, escribió al Consejo de los Países Bajos en español, excusándose porque no tenía secretario con él». De donde no podemos inferir que hablara esa lengua.

54.       Babelon, pág. 247. ¿Sería Pedro Guerrero, autor de motetes y madrigales- Su hermano Francisco, mucho más conocido, fue su discípulo, y aunque no nació hasta 1528, la referencia no sería imposible.

55.       E. Bourciez, Les moeurs polies et la littérature de cour Bous Henri II. Paris, 1886, pág. 60. Cuando Carlos V estuvo por vez primera en Valladolid, «hubo justas y torneos, con nuevas invenciones representando pasos de los libros de caballerías» (Sandoval, I, pág. 343). Un investigador de hoy ha señalado cómo las representaciones del Emperador (Tiziano en la pintura, Giulio Romano y Tritolo en la escultura) «encuentran su apoyatura ideológica en el tipo de héroe caballeresco que Carlos V quiso encarnar» (Checa, pág. 21).

56.       Daniel Poirion, Le poète et le prince. L'evolution du lyrisme courtois de Guillaume de Machaut á Charles d'Orléans. París, 1965, págs. 179, 295 y 301; Brandi, op. cit., págs. 1723.

57.       Poirion, págs. 445. Vid. también Georges Doutrepon, La litérature á la cour des ducs de Bourgogne. París, 1909. Desde muy otra perspectiva son imprescindibles las páginas de un libro clásico: Ramón Carande, Carlos Y y sus banqueros. Editorial Crítica. Junta de Castilla y León. Barcelona, 1987, t. I, págs. 13-26.

58.       Le chevalier délibéré de Olivier de la Marche y sus versiones españolas del siglo XVI. Institución Fernando el Católico. Zaragoza, 1950.

59.       Ibidem, pág. 15. Vid. Chaunu, op. cit. págs. 51-55, donde se estudia la obsesión de la muerte como un elemento cultural que procede de Borgoña. Por mi parte añadiría que G. Lannoy señaló, en su tratado sobre la educación del príncipe (conocido por Carlos V), el carácter simbólico de las insignias de la caballería (Oeuvres, Lovaina, 1878, pág. 403). Cfr. Checa, El caballero y la Muerte (Aspectos de la imagen de la muerte en el siglo XVI), «Revista de la Universidad Complutense», 1982, págs. 242-257.

60.       Clavería, pág. 36.

61.       A la muerte del Emperador en el Yuste, en un cofre, había unos cuantos libros, y entre ellos «un libro del Caballero determinado, en lengua francesa, cubierto de terciopelo carmesí e iluminadas las imágenes que en él hay» (Hacienda de Callos V al fallecer en Yuste. Instituto Salazar y Castro, C.S.LC., Madrid, 1985, pág. 21); Brandi, op. cit. pág. 651. No deja de ser importante que no llegaran ahí las lecturas juveniles que practicó, digamos El Cortesano, los Discorsi de Maquiavelo, las Historias de Polibio tal y como refiere F. Sansovin en 11 simolacro de Carlo Quinto Imperatore (Venecia, 1576) y recogen Morel-Fatio y Checa: testimonio también de una evolución espiritual.

62.       Añádase a la nota anterior: «Item, otro libro en romance, de mano, del Caballero determinado, que tradujo don Hernando de Acuña, con sus figuras iluminadas y cubiertas de cuero colorado y blanco». (Hacianda, pág. 22).

63.       Clavería, pág. 74.

64.       El caballero deliberado fue traducido poco después por el aragonés Jiménez de Urrea, sin ninguna vinculación con Carlos V.

65.       Sobre los libros de caballería en América y cuestiones de las que ahora trato, vid. Leonardo Olschki, Storia letteraria delle scoperte geographiche. Studi e ricerche. Florencia, 1937; Irving A. Leonard, Los libros del conquistador. México, 1953; Ángel Rosenblat, La primera visión de América y otros estudios (2.a edic.). Caracas, 1969.

66.       M. Alvar, Relatos fantásticos y crónicas de Indias, Sevilla, 1990.

67.       Varias poesías, edic. Elena Catena. C.S.I.C. Madrid, 1954, pág. 342. La idea estaba dentro de unos conceptos de unidad que procedían de años atrás. En 1526, el obispo de Badajoz escribe a Carlos desde Valladolid (12 de diciembre) una carta que me resulta ejemplar: «Beso sus pies e imperiales manos por el sacto propósito e yntençión que tiene en resistir y expeller el grad Turco e ynfieles enemigos de la santa fe catholica de las tierras de los christianos. Todos rogamos a Dios en oraciones [...] le tenga de su mano para que consiga victoria [...], lo cual yo espero en Dios cuya es la causa, segund el catholico propósito de V. Magt. lo hará asy y que en sus bienaventurados días será un ouil y un pastor» (Corpus documental, I, p. 120. El subrayado es mío).

68.       Idea imperial, págs. 33-35.

69.       Manuel Fernández Álvarez, Carlos V. Un hombre para Europa. Cultura Hispánica, Madrid, 1976, pág. 84.

70.       Fondo de Cultura. UNAM. México, 1990.

71.       No se eche en saco roto el ningún caso que Carlos V hizo a Cortés en Argel (1541), Martínez, Hernán Cortés, pág. 736.

72.        Ibídem, pág. 595. Su nombre flamenco era Moor o Van der Moere o de Mura, traslatinizado. Su misión educadora fue gigantesca, conoció bien el nahuatl, que empleó para sus fines religiosos.

73.       Ángel Rosenblat, La hispanización de América. El castellano y las lenguas indígenas desde 1492. («Presente y futuro de la lengua española», t. II. Madrid, 1964, pág. 191).

74.       Ibidem, pág. 194.

75.       Ibidem, pág. 206. Vid. más amplia información en mi Teoría lingüística de las regiones. Barcelona, 1975, págs. 131-136.

76.       Rosenblat, art. cit. pág. 199. Nada útil en Brandi, op. cit., págs. 166-174.

77.       Son importantes los mandatos sobre las Indias que figuran en Instrucciones y consejos del Emperador Carlos V a su hijo Felipe II al salir de España en 1543, edic. Francisco de la Iglesia. Madrid, 1908, págs. 38 y ss.

78.       Nada hay sobre América en el testamento de Carlos V, edic. Fernández Álvarez. Madrid, 1982. Sin embargo, pobre cosa, en el inventario de sus bienes en Yuste, quedaron «tres colchas de plumas de las Indias» (Hacienda, pág. 52).

79.       A comienzos de ese año, aún redactaba alguna nota en francés (Menéndez Pidal, pág. XL). Para el significado de Borgoña, vid. Chaunu, op. cit., II, pág. 89.

80.       Vid. Rassow, op. cit., págs. 66-93, donde se considera también la situación del Nuevo Mundo, y Chaunu, op. cit., t. II, págs. 41-70.

81.       En Worms (1521) escribió una minuta en francés (ib. pág. LIX).

82.       Brandi, op. cit., pág. 18, y alguna repercusión de La Marche en España, pág. 22. En el encierro del Yuste le acompañaron ciertos fieles borgoñones (Un hambre para Europa, pág. 201).

83.       Poirion, op. cit., pág. 45.

84.       Para la transcendencia de Borgoña para la España del siglo XVI, vid. Chaunu, págs. 3357.

85.       Bien merece un recuerdo lo que Brantôme (VI, 411) dice, o silencia, de la infantería de sus tiempos:

«Aujourd'huy que nostre infanterie est si corrompue, depravée et desreiglée, que les maistres de camp (la pluspart) et capitaines se font par douzames, ainsi que la nécessité le porte, et faute de paye, et si pourtant s'estiment autant que les braves et fame en quoy il y a différence; car tel capitaine y a-il qu'un gentil homme de marque se fairoit tort de le combattre, encore qu'il allégast qu'il y a tant de temps qutil porte les anmes; mais comment les portent-ils- en les traisnant et en tenant les champs, cherchant les parroisses, en vivant et rangonnant le bonhomme, et se trouvant peu aux belles factions. Quand ce vient a une boune affaire, ils ont autant de coeur que putains.»

     Sin embargo, las indisciplinas de los famosos infantes españoles no debían ser pocas: en las Cartas de Filibert de Chalou, príncipe de Orange, a Carlos V, continuamente aparecen los soldados amotinados («Boletín de la Real Academia de la Historia», XLI 1902, págs. 5-104). Pero de la calidad de estas tropas no se dudaba. Cuando el Emperador escribe a su mujer el 18 de abril de 1536 para contarle la entrada en Roma, le dice sencillamente: «entramos miércoles cinco del presente acompañado [...] de la ynfanteria española, y gentes darmas que traemos de Nápoles» (Corpus documental, I, pág. 487).

86.       El Emperador hizo de su propia vida un discurso caballeresco: desafíos a Francisco I en el otoño de 1526 y en 1528, discurso de Roma, defensa de la fe, mantenimiento de la unidad religiosa, paz cristiana, etc. A los trabajos que he ido citando a lo largo de estas páginas, añádase la obra primeriza, y entusiasta, de mi malogrado compañero Juan Sánchez Montes, Franceses, protestantes, turcos. Los españoles ante la política internacional de Carlos V. Escuela de Historia Moderna. Madrid, 1951.

87.       Ciertamente Van Orley pasó a tapices la batalla de Pavía y Vermeyen y Pannemaker, la victoria de Túnez.



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