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Historiografía y recursos en la red

Entrevistas

ENTREVISTA A MANUEL FERNÁNDEZ ÁLVAREZ

De la Real Academia de la Historia de Madrid

Realizada por Ana Carabias Torres y Claudia Möller, el 26 de octubre de 2000.



     En 1998, y concluyendo su Introducción al Felipe II, don Manuel Fernández Álvarez decía que en definitiva, él no era más que un viejo profesor provinciano medio olvidado, que había pasado toda su vida trabajando sobre el siglo XVI. Lo primero es una verdad a medias, lo segundo es totalmente cierto. Don Manuel, como le llamamos sus alumnos, compañeros, colegas... es un maestro, y prueba de esa maestría es la larga e interminable lista de publicaciones que jalonan su carrera, más su gran cantidad de premios y distinciones a la labor de una vida. Para nosotras, es una persona entrañable, no hay más que ver con qué ilusión y alegría celebró nuestra incursión en el mundo de las nuevas tecnologías con una página web dedicada a Carlos V: su apoyo fue permanente, su colaboración inmediata, su disposición absoluta; más si tenemos en cuenta que el teléfono de su casa no deja de sonar para solicitarle entrevistas para la radio, la televisión, para que dicte conferencias, para otorgarle un premio, para homenajearlo. Es que estamos en el año 2000, el año del quinto centenario del nacimiento del emperador Carlos V, y don Manuel es la referencia indiscutible. Así, el maestro nos recibió en su casa tan amablemente, como siempre, y más que una entrevista, nos sumergió en el mundo del emperador, de manera amena, coloquial, casi nos parecía estar frente al mismo don Carlos; sobre todo porque a don Manuel le gusta mucho dejar hablar al emperador. Hoy Fernández Álvarez, sabe que no es un viejo profesor medio olvidado, los lectores de media España y más se han encargado de poner en evidencia lo contrario, al ubicar sus últimos libros Felipe II, Carlos V, y Juana «La Loca» entre los más vendidos, y esto nos exime de pecar de exageradas, al decir lo que decimos sobre nuestro profesor. Aquí presentamos la transcripción de esta nueva clase magistral que el Dr. Fernández Álvarez ha tenido la gentileza de darnos para compartir con todos los lectores de la Biblioteca Virtual Cervantes.



E.: En primer lugar, don Manuel Fernández Álvarez, le agradecemos infinitamente que se haya prestado a ser la persona que introduzca a los lectores y visores, en la página de Carlos V en la Biblioteca Virtual Cervantes, y como tal, yo querría que en primer lugar, Ud. explicara a qué se debe la importancia del tema, porque resulta que es una cuestión que paradójicamente ha traspasado los límites de la historia científica para entrar en el mundo de la sociedad civil. Es decir, que una obra como la de Carlos V, o la de Felipe II, que Ud. ha escrito y que en principio estarían dedicadas a un público restringido, van respectivamente por la séptima y onceava edición. ¿A qué se debe la importancia actual de este tema, qué opina Ud.?

M. F. A.: Si... digamos que es una situación un poco extraña, un poco sorprendente, y yo soy el primer gratamente sorprendido. Claro, como no te va a sorprender, cuando estás acostumbrado a ediciones para los especialistas, que raramente pasan de los mil o dos mil ejemplares, cinco mil como máximo, cuando ya concretamente el Felipe II supera con creces los cincuenta mil ejemplares, el Carlos V debe andar por los treinta y cinco mil o cuarenta, y Juana «La Loca», que acaba de salir hace un par de meses, ya va por veinticinco mil. Yo diría que hay varios factores, en primer lugar, la importancia del tema...



E.: Aparte del autor...

M. F. A.: Si aparte del autor... Ciertamente a Fernández no lo conocía prácticamente nadie, más que los especialistas, los estudiosos, los alumnos. Seamos sinceros, Fernández no le sonaba a nadie. Y esto tiene sentido: es un hombre muy corriente por una parte, y por otra parte, verdaderamente no había ocurrido nada especial. Hombre, para los especialistas sí había una serie de obras de primera fila, que es en realidad lo que ha propiciado este despliegue. Porque el Corpus Documental de Carlos V, que es una labor ingente de tantos años de investigación, está ahí. Yo creo que hay una circunstancia especial, dada por mi vinculación con la literatura, a mis deseos de estar dentro de ese campo, y por creer que la historia también remite en parte a la historia de la literatura; unos textos de historia, unos grandes textos de historia de siempre, constantemente los hemos visto y estudiado dentro de la historia de la literatura. No es casualidad por ejemplo que Momsen fuera Premio Nobel, y era un historiador, ¿Por qué? Porque la gran historia puede ser también una gran pieza que encaja dentro de la literatura. Yo lo único que podría añadir en ese sentido, mis queridas amigas, es que he procurado que a mis textos puedan leerlos el gran público culto, el público medio, el público que esté interesado por esa historia, pues que pueda leer, sin que el libro esté escrito en clave, que esté escrito con un estilo ameno, atractivo a más no poder. Lo cual dicen que he conseguido, no lo sé, quizás en parte quede justificado el comprender por qué ese interés. Pero yo diría que, y de verdad, ha habido muchas páginas que he destruido porque no cumplían con este requisito, es decir que la tercera parte, al menos de lo que se ve, ha sido destruida. Porque cuando un capítulo no me acababa de llenar, lo destruía sin piedad. Se te encoje un poco el corazón porque a fin de cuentas es algo que has creado tú, y es como una hijo que has creado tú ¿Tiene derecho a nacer o hay que matarlo? Entonces, creo que en ese sentido lo he intentado ¿Lo he conseguido? Al menos lo he intentado: no tanto hablar de Carlos V, o de Felipe II, o de Juana «La Loca», personajes que llenan nuestro siglo XVI, como que se les oiga a ellos, su propia voz que yo he osado comentar, pero que en tantas cartas y documentos de ellos mismos, yo he procurado que aparezcan en el texto; aparte de esa manera tradicional de hacer la historia que es que cualquier historiador, sobre los documentos que ha manejado, hace la interpretación, claro es lo suyo, es el oficio del historiador, y luego ponen notas con documentos que apoyan sus tesis. Yo he procurado que sean esas notas, que sean esos documentos, los propios personajes los que nos hablen, porque me parece que es la manera en que el lector se incorpore más de lleno en esa historia, que él mismo tenga su propio juicio más directo respecto de lo que han podido hacer, lo que han logrado hacer, lo que no han conseguido, sus aciertos y sus fallos.



E.: Y es que en su Carlos V, sin ninguna duda Ud. lo logra, me refiero a esto de combinar la literatura con la historia. Esto sin ninguna duda remite a un libro de gran consulta El oficio del historiador. Lo que Ud. hace con su Carlos V, donde cada página invita a leer la siguiente -no es el típico libro que le gusta sólo al que aprecia el tema-, ya desde las primeras páginas cuando va contando cómo es que va armando su trabajo y cómo llega a esto, es impresionante. No es «solamente» su trabajo de media vida sobre Carlos V, escrito por el mayor especialista... -yo hago un pequeño estado de la cuestión, en la página web de Carlos V, y digo que es muy difícil hacer una puesta al día porque cuando se llega a su nombre se puede caer en convertir ese estado de la cuestión sobre Carlos V en un estado de la cuestión sobre don Manuel Fernández Álvarez-.

M. F. A.: Claudia, le agradezco mucho estas palabras tan amistosas...



E.: Es que el Corpus Documental de Carlos V es ya el Corpus documental de don Manuel Fernández Álvarez...

M. F. A.: Le voy a decir una cosa... el Corpus Documental de Carlos V en principio se puede decir que es una obra de un equipo, allí han intervenido otros compañeros míos: Ana Díaz Medina, Pilar Valero, Ignacio Fortea, están esos compañeros que ahora recuerdo, Marcelino Cardalliaguet Quirant,. Pero yo también os digo de verdad -así como he hecho justicia al hablar de estos compañeros- que al menos las cuatro quintas partes las he hecho yo mismo. Por supuesto que todos los documentos los he buscado, los he encontrado, muchos con el equipo con el que íbamos a Simancas, pero en su mayoría, y mucho antes de conocerlos, en Madrid, yo he empezado a trabajar este tema en el año 56, cuando todavía no conocía a ninguno de ellos, y he ido incorporando esos documentos, los he transcrito yo mismo, yo mismo incluso los he pasado a máquina al principio, cosa que después sí conseguí que el Consejo Superior de Investigaciones Científicas me pusiera al menos una mecanógrafa que me ayudara; y por supuesto que todos ellos, los he comentado. Entonces, he practicado una erudición al máximo, eso es lo que me ha permitido luego hacer un poco de juego literario, en el sentido de que cuando uno empieza en las labores de historiador, lo que uno tiene miedo que se le censure, es que trate los temas del pasado un poco a la ligera y sin tener una base documental. Cuando yo ya llevaba 25 años dedicado al Corpus Documental de Carlos V, verdaderamente estaba en condiciones, y si pienso en Felipe II, son muchos más los años... Ya es desde el año 42 hasta ahora, por lo tanto son tantos años como vivió el emperador. Yo empecé en el otoño del 42, hacia octubre-noviembre, hace 58 años, tantos años como vivió el emperador, yo he empezado a trabajar y a meterme en Simancas, a ver documentos, he pasado tantos días y horas en Simancas, no recientemente evidentemente, porque ya he acumulado un gran material...



E.: Por eso tiene Ud. una perspectiva histórica enorme...

M. F. A.: Si, tiene Ud. razón Ana María, pero lo que quiero decir, por terminar un poco mi reflexión... entonces lo que encuentro -que me parece que es importante señalarlo- es que cuando se trabaja y se quiere hacer el perfil de una persona de tanta entidad, creo que es necesario asomarse a su documentación más personal, más directa, como es la que escribe a su mujer. Aquel que no haga eso, está desperdiciando un material increíble, incluso yo diría dos cosas. En primer lugar, que hay que valorar ese trabajo, porque es un trabajo que está hecho para que todo el mundo pueda manejarlo -como acaba de decir Claudia-, y recordar a los que hemos trabajado para que ese público tenga ese material. Yo les puedo contar, si queréis, por un poco de amenidad, para que no se nos canse el auditorio, lo siguiente. En una ocasión, en un congreso carolino, yo estaba presidiendo una de las sesiones, hace unos 6 ó 7 años, y un jovencísimo investigador presentaba una ponencia con un calor impresionante, mostrando en todo momento cómo dominaba la bibliografía, citando para cualquier caso dos o tres autores, y naturalmente todo eso adornándolo con alguna carta de Carlos V, y entonces, a mí me dio un poco de apuro decirle nada. Pero cuando ya estábamos él y yo solos, le dije: por cierto, esas cartas que Ud. ha citado, y a tantos autores citados con generosidad, más antiguos, más jóvenes -él citaba a todos los compañeros, a todos los grandes historiadores- por cierto, le dije un poco así paternalmente, me recuerda Ud. a cuando yo empezaba, con que ilusión quería hacerlo todo y conocerlo todo y además ser justo y acordarme... por cierto ¿esas cartas de Carlos V, dónde las encontró, dónde las leyó Ud.? Y me dijo: Hombre, don Manuel, en su Corpus Documental de Carlos V. Diablos!!! ¿Entonces por qué no me citaba Ud. a mí? Porque con frecuencia parece que el Corpus sale como una manzana del árbol, que es coger la manzana y comer, y detrás de la manzana hay un agricultor, o alguien que se dedica a las frutas... y por lo tanto hay personas en las que pensar que hay detrás de esa fruta. Bueno, un poco lo de las manzanas, es porque ha habido alguien que ha plantado un manzano...



E.: A mí en Argentina me pasó a la inversa. Yo presenté un artículo en un congreso, con lo que trabajamos con Ud. en el Seminario de doctorado de la Real Academia, y una crítica de la persona que hacía los comentarios en la mesa, fue que el emperador había quedado un poco desdibujado en relación a don Manuel Fernández Álvarez.

M. F. A.: Recientemente en un libro sobre Felipe II, se ha manejado de una manera descarada el Corpus Documental de Carlos V, sin citarlo... Quiero decir, y me parece lo más importante, son pequeñas miserias de los hombres, aquel joven investigador me caía muy bien, luego hasta nos fuimos a tomar unos vinos, pero quiero decir que en todo caso, siempre insisto en que la obra de Carlos V que parece que es amena, y que la gente lee con gusto, como la de Felipe II, o Juana la loca, tal vez más, hay detrás de ellas, un esfuerzo tan grande, de tantísimos años, más de medio siglo en torno a ese mundo, que verdaderamente me ha permitido, con una cierta libertad, sin ningún miedo a que se me diga: pero bueno, está haciendo literatura este hombre. Cuando he dedicado tantas horas, tantas miles de horas a trabajar ese mundo y esos fondos documentales y a transcribirlos con todo cuidado, para procurar ser lo más erudito posible. Hay ediciones como las Memorias de Carlos V, por ejemplo, en que se ha dicho que es uno de los trabajos modélicos; en ese sentido, cuando algo está tan marcado, yo no tengo ningún miedo de que se me diga: hombre, usa la literatura porque no puede usar otra cosa. Tengo una base documental tan fuerte que por lo mismo creo que es mi obligación no ser el gran pedante ni el gran erudito, sino el escritor, el historiador que acerca al gran pueblo, a mi pueblo, a mi sociedad a la que yo quiero, a quienes estoy deseando prestar un favor, de manera que ese mundo del siglo XVI, se abra y puedan entrar en él con facilidad, con gusto, con placer.



E.: La verdad es que habla Ud. de la generosidad con que ha hecho todo esto, y habla de la agricultura; es que para hablar de Carlos V hay que saber mucho, hay que saber muchas lenguas, ya que el espacio donde ha transcurrido la investigación traspasa cualquier tema, y a pesar de eso, es curiosísimo que el volumen historiográfico sobre Carlos V sea abrumadoramente enorme: ¿Ud. cree que queda algo por hacer?

M. F. A.: Me has dado una sugerencia que no quiero dejar pasar. No se puede entrar en el mundo carolino a la manera que se pudiera hacer cuando uno estudia un reinado como el de Fernando VI, o personajes de una cierta cercanía, que bastaría al historiador con saber el español: el personaje está ahí, los trabajos en torno al personaje están ahí en español, y poco más, si acaso tener algunas nociones del mundo internacional, francés por ejemplo, y basta. Con Carlos V, aparte del español, hay que dominar el francés, el alemán...



E.: Aparte del latín...

M. F. A.: Claro... con el latín hay que tener en cuenta una cosa, que son precisamente los oficiales de una diplomacia la cobertura de lo que en realidad es, esos que son mandados como enviados al papa por ejemplo, o a cualquier otro rey, son los que dominan la cuestión, y los que verdaderamente están desentrañando con qué espíritu se hacen las cosas... yo diría que el latín por supuesto, además porque hay muchos obras de la época que están en latín. Las obras de Sepúlveda, por ejemplo, que ahora Baltasar Cuart nos está haciendo el gran favor de hacer una edición de esas obras. Yo diría que lo que me parece que es importante, y a eso hemos dedicado tantísimas horas... y de eso creo que sois -no testigos porque sois muy jóvenes- pero sí conscientes. Yo diría que aquel que quiera trabajar a Carlos V debe pensar en todo esto, porque no es fácil para un español saber alemán, o para un alemán saber español, pero entonces si no quiere aplicarse a ese esfuerzo, que se dedique a otro tema. Es decir, se puede hacer un perfil político de Carlos V, sin saber español por ejemplo, que lo haga un francés, un holandés, por supuesto que sí, pero una buena biografía se hace manejando documentación en español, compuesta de miles de páginas, con miles de notas que acompañan. Entonces, si no puedes manejar eso, porque está en español, no se puede seguir adelante. Sí en todo caso se puede hacer un perfil político. Remito por ejemplo a un Carande, que sabía muy bien el alemán, o a un Brandi, que sabía muy bien el español.



E.: Don Manuel, Ud. ya ha concurrido a dos centenarios sobre Carlos V, el de su muerte y el de su nacimiento, con lo cual es una persona privilegiada. En fin, para las personas que puedan seguir trabajando sobre el tema, ¿Qué aspectos destacaría Ud. como posibles para investigar?

M. F. A.: Vamos a ver Ana, efectivamente esto es un privilegio para mí. Recuerdo el IV Centenario lo que fue para mí, un joven historiador ávido -y lo cuento en mi libro-. Yo estaba en Simancas, y allí me acogió don Cayetano Alcázar Molina, que me tenía afecto y yo a él. Fueron años muy duros, porque me habían movilizado en los Pirineos para la Guerra Mundial, y cuando volví ya no tenía mi plaza en Valladolid. Entonces don Cayetano me dijo: Manuel, que está próximo el IV Centenario de la muerte de Carlos V y algo habrá que hacer; a lo que respondí: algo se hará. Y así fue como empecé con el tema carolino. Y de repente aparecen las Memorias de Carlos V, y toda la Europa culta quiere tener esas Memorias. Pero claro, estaban hechas por alguien que no tenía nada que ver con el mundo de la historia, era un traductor... de bodebiles. Pero de una forma casual Kervyn de Lettenhove encontró una versión portuguesa del siglo XVII traduciéndola al francés, pero este investigador belga, conocía mal el portugués y por lo mismo le encargó la tarea a un colaborador que demostró no ser un gran experto y cometió múltiples errores. Por lo tanto, todo lo que hicieron los demás, apoyándose en Lettenhove.... es como el ciego que ayuda a otro ciego... los dos van al abismo! En ese sentido, a mi me pareció importante aprovechar la edición de Morel-Fatio, porque él si que sabía portugués, y además otra cosa muy buena es que publica por un lado, el texto bilingüe y por el otro lo traduce cuidadosamente al francés. Y partir de esto es que me dediqué a este trabajo que ya todos conocen sobre Las Memorias...



E.: Y que va en la página web.

M. F. A.: Por eso podemos hablar de ello con toda propiedad para los lectores e internautas...! De manera que en ese sentido acogí el reto con toda ilusión. Y les voy a decir más: en aquel Congreso de la conmemoración del IV Centenario de la muerte del emperador, presenté aquel trabajo, y allí se tomó una única decisión por unanimidad: la de que el trabajo se publicase. Y finalmente empezaron a llegar algunos apoyos, algunas becas: la Fundación March me becó para prolongar mis estancias en Simancas, y también en el extranjero fui becario en Bruselas, donde trabajé especialmente en los Archivos Generales del Reino; en Paris, en los fondos de la Biblioteca Nacional; obtuve una beca del gobierno para trabajar en Viena, en el Haus- Hof- und Staatsarchiv; estuve en Londres... por lo tanto yo tuve todas estas posibilidades, pero yo solo, para un lado y para otro... Teniendo en cuenta el trabajo de Morel-Fatio, o lo que estaba anunciado Brandi, que contaba con un gran equipo de trabajo y con muchísima documentación, parecía muy osado! A la vez, Carande tenía un gran proyecto: reunir un gran equipo de trabajo: Braudel en Francia, Rasow en Alemania, Verlinden en Bélgica, y él mismo en España... pero ¿Cómo se pondrían de acuerdo aquellas grandes personalidades, siempre tan atareadas...? No sé si se llegaron a reunir, en todo caso fue un trabajo inviable. Por lo tanto, mi trabajo en ese contexto era una osadía... pero yo seguía yendo y viniendo a los archivos, fotocopiando, transcribiendo, etc. Recopilé un millar de cartas del emperador, de este modo fueron saliendo los tomos del Corpus, el primero en 1973, y después uno cada dos años, 1975, 1977, 1979 y 1981. Por supuesto que entremedias siempre salía otra cosa: estaban mis clases, pero como proyecto de investigación continuo, sin cejar y sin cesar, estaba el Corpus.



E.: Puedo certificar que así era. En las clases nos hablaba mucho del Corpus...

M. F. A.: Claro... yo llevaba de vez en cuando los materiales, llevaba cartas del Corpus... y por cierto, que todo ese material, ese volumen de documentación, esa serie de fotocopias, los centenares de cartas, todo eso está depositado en los fondos de la biblioteca de la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad de Salamanca.



E.: He leído muchas entrevistas que le han hecho a lo largo del año, y precisamente Ud. se muestra partidario más que de hablar del emperador, dejarlo hablar a él, Ud. lo dice muchas veces...

M. F. A.: Es verdad, yo insisto mucho en eso.



E.: Y la verdad es que cuando yo leo algún documento del emperador, donde habla el emperador, cuando escucho la voz -y al haberlo escuchado a Ud. tantas veces citarlo- me imagino la voz de él en la suya. Entonces... ¿Podría el emperador hablarnos a través suyo?

M. F. A.: Si. Huy eso es un reto! Es un reto muy grande, y lo único que podría hacer en ese sentido, es leer algún texto del emperador. Claro, por ejemplo podríamos leer... (y echa mano a su Carlos V, que siempre está sobre la mesilla). Yo hablaba hace un momento del talento de Ana María, pero el de Ud. Claudia.... esa colaboración hispano-argentina!

     Yo diría que hay dos aspectos que querría resaltar. Por una parte, la cuestión de la credibilidad, y en segundo lugar, su vida amorosa, aparte de otras veritates. Vamos a ello.

     Primeramente vamos a situar al lector y navegante en Internet. En primer lugar, como hombre de estado el emperador tiene un planteamiento grandioso para la Europa de su tiempo, y por lo tanto, en ese planteamiento grandioso hay recelos. Su problema es ser creíble, porque si no es creíble todos los príncipes poderosos de la época, los del alto poder están siempre maquinando cosas para disminuir ese poder y para que ese peligro, que ellos ven como latente, desaparezca o al menos poder frenarlo frente a un rey con un gran poder. Carlos V nunca quiso ser más que nadie, él tiene un problema de credibilidad en las Cortes de Castilla...



E.: Las Cortes de Castilla también pueden consultarse en esta web.

M. F. A.: Qué bien! Allí en esas Cortes él no tenía crédito, no le podían creer, porque era tan poderoso...era como un Julio César... pero para defender a la Cristiandad, no para dominar a otros reinos afines. Esto lo digo por la siguiente razón: la misma reina Isabel, también dudaba de él. Naturalmente, Isabel la emperatriz, sabía que mientras ella viviese, como gran embajadora que era de Portugal y estando casada con un emperador que tanto la amaba, sabía muy bien que Carlos V no le iba a producir el tremendo desengaño de ir con sus tropas contra Portugal, que era su Portugal, porque al fin de cuentas Isabel es la emperatriz, pero es la princesa portuguesa. Y vemos como la emperatriz duda, y también vemos el lamento del propio Carlos V cuando se da cuenta de que ni siquiera su propia esposa le daba crédito en sus afanes de paz en la cristiandad. La emperatriz lo llama a su propio lecho de muerte, y le escribe a su propio embajador en Portugal. Él mismo -el emperador- parece que no es capaz de convencerla ¿Cómo es posible que la emperatriz creyera que a su muerte, él iría contra Portugal? Vamos a ver lo que le transmite al embajador donde dice: «La Emperatriz, dos días antes de que fallesciese, me dixo y encomendó mucho lo que tocase al dicho serenísimo rey de Portugal, y que siempre le tuviese el amor que hasta aquí, y sus cosas por tan propias como nuestro deubdo y hermandad lo requerían...» En el lecho del muerte, se veía la tensión y la angustia de la emperatriz: me estoy muriendo, entonces ¿Qué va a pasar con mi Portugal? ¿Qué va a hacer este emperador que tiene tanto amor a las armas y que es tan poderoso? Y entonces Carlos V, dando la impresión de una cierta amargura, tiene que justificarse cuando creía que no hacía falta, y entonces así se lo transmite al embajador en Lisboa: «Nuestro Señor sabe que ésta paz ha sido y es nuestra voluntad y que así lo cumpliremos, y que si hasta aquí éramos cuñados, de aquí adelante habemos de ser verdaderos hermanos y ambos una cosa, como es razón». Éste es Carlos V, un hombre de estado honesto que nunca pensó en invadir Portugal, y que se encuentra verdaderamente sorprendido cuando en el lecho de muerte, tiene que prometer a su esposa esto ¿Cómo podía ella pensar esto?

     El otro caso es cuando Carlos V vuelve de Túnez. Esto como me lo sé de memoria, voy a hacer hablar a Carlos V, sin necesidad de leerlo. Pongámonos en situación: es el año 1535, después de la campaña de Túnez, ha terminado su conflicto con Barbarroja...



E.: También en la página está el texto de Illescas sobre Túnez...

M. F. A.: Pues muy bien! Pues en esas jornadas, que es cuando se convierte en el gran miles, en el gran soldado de la cristiandad, y va a aparecer ya como Carolus Africanus, mismo Roma que lo había ejemplificado como el que la había destruido... ahora lo ve como el defensor de esa Roma, de esa cristiandad... Entonces, Carlos V había prometido a la emperatriz volver cuando eso acabase. Naturalmente la emperatriz estaba suspirando por verle en España. Pero ¿Qué ocurre? Es que todo se revuelve, toda la cristiandad se revuelve, otra vez la cristiandad está en peligro con Barbarroja, Saboya es atacada... Y entonces Carlos V comprende que no puede volver a España, y le manda una carta a la emperatriz, y esa carta, que está en Simancas, es una preciosidad: hay un apunte de la carta escrita por Carlos V, que luego naturalmente el escribano o el secretario ha pulido para darle más bien aspectos formularios de la cortesanía del tiempo; pero es cuando Carlos V dice: «No es tiempo ni es hora de soledades ni de resquiebros, ensanche pues Majestad su corazón para recibir lo que Dios nos mande». Es decir, como no podía cumplir su promesa de volver.... Es un texto entre poético y amoroso ¿Qué pasa con esto de las soledades y los resquiebros? Esto está en todos los poetas españoles de nuestro Quinientos, ahí está Garcilaso, con las soledades del amado que se encuentra sin su amada y viceversa. Entonces, no era momento de los resquiebros, porque no se podía llegar al acercamiento, pero tampoco había que dolerse demasiado, había que superar esa situación de soledad. Esto tiene como un toque lírico, al decirle a la emperatriz que esa novela de amor está ahí, pero su puesto le exige estar donde está.



E.: Don Manuel, le agradecemos infinitamente su colaboración y su apoyo, y desde luego, estoy segura de que no nos queda más remedio, que esperar juntos al próximo centenario...

M. F. A.: Vamos a ver, no hay que ponerle límites a la bondad divina...



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