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Los reinos cristianos

Jaime II el Justo
(1267?-1327)

por José Hinojosa Montalvo

Universidad de Alicante
Académico d. de la Real Academia de la Historia

Jaime II de Aragón     Jaime II (Valencia, 1267? Barcelona, 1327/1291-1327). Era hijo de Pedro el Grande y de Constanza de Sicilia. Rey de Sicilia, Aragón, Cataluña y Valencia. Llamado El Justo, calificativo que le fue aplicado tras la rectificación de los límites entre Aragón y Cataluña en las Cortes aragonesas de 1300, por las que se disponía que en el futuro las comarcas de Ribagorza, Sobrarbe y la Litera, hasta la clamor de Almacellas, pertenecían al reino de Aragón. El historiador Zurita explica que se le llamó justiciero por «tanta igualdad y justificación con sus mismos vasallos».

     Desconocemos sus rasgos físicos y sobre su personalidad se han hecho toda clase de elogios, pudiendo resumir tales características en las siguientes: la prudencia, es decir el juicio ponderado y equilibrado a la hora de tomar decisiones, para lo cual contó con excelentes colaboradores; la etiqueta, el protocolo, apareciendo ahora por vez primera el tratamiento de «vestra maiestas regia»; la generosidad, demostrada en forma de abundantes regalos; la caridad cristiana, ayudando a los necesitados; su vida estuvo presidida por un afán moralizador, buscando elevar el nivel moral de sus súbditos. Pero Jaime II fue también una persona con defectos, entre ellos, la rigidez en el trato con sus hijos, la crueldad con sus enemigos públicos, o la ira y el afán de venganza, visible en episodios como la cruel muerte de Alaimo de Lentino o Nicolás Pérez, alcalde del castillo de Alicante, cuyo cuerpo fue echado a los perros tras la conquista de la fortaleza.

     En su vida privada fue un rey cristiano, piadoso, preocupado por la defensa de los Santos Lugares, por las reliquias, que celebraba con devoción las fiestas religiosas y obsequiaba con joyas y ofrendas de todo tipo a los principales centros marianos y monásticos de sus reinos -desde Montserrat a Sijena-. Lo más destacado, sin embargo, fue el franciscanismo que se vivió en la corte, traído desde Sicilia por la reina Constanza y cultivado por reinas y familiares. Elisenda de Moncada hizo construir el monasterio de Pedralbes (1326), donde está enterrada. La devoción de Jaime II hacia los cistercienses tiene sus mejores ejemplos en los cenobios de Poblet y Santes Creus, donde fue enterrado.

     Jaime II fue un monarca respetuoso con la memoria de sus padres, sintiendo veneración por Pedro III, mantuvo auténticas relaciones fraternales con su hermano Federico y se casó tres veces. Fue un monarca prolífico, pues tuvo diez hijos, cinco varones y otras tantas hembras, con su esposa Blanca de Anjou, quedando sin descendencia los matrimonios con María de Lusignan y Elisenda de Montcada. La vida itinerante del rey y sus asuntos de Estado imposibilitaban cualquier proximidad con sus hijos, lo que se tradujo en el distanciamiento en que vivieron los hermanos, dispersos por toda la Corona, huérfanos del cariño paterno, al cuidado de ayos y mayordomos, disponiendo los infantes de «casa» propia a partir de los doce años. Fueron los hijos del rey: don Jaime, el primogénito; doña María; don Alfonso (Alfonso IV); doña Constanza; don Juan; doña Isabel; don Pedro; doña Blanca; don Ramón Berenguer y doña Violante, a los que se añaden tres bastardos: Sancho, Napoleón y Jaime, fruto de fugaces amores durante su estancia en la isla de Sicilia, que nunca fueron favorecidos en el trato ni en el cariño paterno. Acerca de la actitud de Jaime II para con sus hijos puede resumirse en la frase que aparece en los documentos «volumus et mandamus», con la que se dirigía a sus hijos, en un tono, por lo general, distante y frío. Los hijos fueron vistos siempre como piezas de intercambio en la política de Estado, ya que realizar un buen matrimonio era clave en cualquier príncipe. El resultado final de esta actitud de Jaime II fue el fracaso familiar y al final de su vida el propio rey se reconocía culpable de buena parte de las desgracias de sus hijos.

     El rey Justo, como otros monarcas de su época, no tenía residencia fija y se desplazaba con su corte por sus Estados, albergándose en los palacios reales de Zaragoza, Barcelona y Valencia, todos ellos de una sencillez franciscana, en contraste con la afición que sentía por los ropajes y vestidos lujosos, aunque, en conjunto, el lujo de la corte era moderado. Sus diversiones favoritas eran la caza -sobre todo con halcones-, cabalgar, danzar, tirar al arco, jugar al ajedrez o componer versos. Jaime II dispuso en su tarea de gobierno de un excelente equipo de estadistas, diplomáticos y soldados (Roger de Lauria, Bernat de Sarriá, Guillem d'Entença, etc.), desarrollándose en el entorno de la corte la institución de la familiaritas, disfrutando estos familiares de la protección real: Conrado Lança, Arnau de Vilanova, Guerau d'Albalat, etc.

     Jaime II nació en el palacio real de Valencia el 10 de abril de 1267 y hay pocas noticias suyas hasta las Vísperas Sicilianas, que motivaron la conquista de la isla de Sicilia por Pedro III en 1282. Las Vísperas son el momento culminante de la política mediterránea de la Corona de Aragón, a la vez que ponía fin a la idea de una restauración del Imperio latino de Oriente por obra de Carlos de Anjou. Sicilia, en manos del rey de Aragón, era una formidable base contra sus enemigos, y, sobre todo, junto con Túnez permitía el control de las principales rutas del Mediterráneo, era la clave de la ruta de Levante, muy potenciada tras el movimiento cruzado, lo que hizo que el comercio catalán recibiera un gran impulso. La excomunión papal desencadenó la guerra con Francia, mientras en Sicilia la reina Constanza de Suabia asumía el gobierno y el segundogénito, el infante don Jaime, fue jurado sucesor y heredero del reino de Sicilia. Su lugartenencia comenzó el 7 de mayo de 1283 y tuvo que luchar contra los partidarios de los angevinos y las intrigas del papado y de Carlos de Anjou, todo lo cual le proporcionó una amplia experiencia de gobierno.

     Cuando Alfonso III (1285-1291) fue nombrado rey de Aragón, el infante Jaime, heredó Sicilia, decisión que buscaba alejar la presión internacional de la Corona de Aragón y de dar cierta satisfacción al papado, que no deseaba ver una Sicilia fuerte, siendo coronado don Jaime como rey de Sicilia, duque de Pulla y príncipe de Capua (16 de diciembre de 1285), lo que provocó la indignación del papa. Se desató la guerra por Sicilia, hasta que en el Tratado de Tarascón (28 de octubre de 1288) se firmó la paz, comprometiéndose Alfonso III a una política de neutralidad.

     A su muerte (16 de junio de 1291) subió al trono de Aragón a Jaime II (1291.-1326), que dejó en Sicilia a su hermano Federico como lugarteniente, lo que indica que Jaime II pensaba retener para sí el reino de Sicilia, para lo cual buscó el apoyo de Sancho IV de Castilla, con el que firmó el 29 de noviembre de 1291 el Tratado de Monteagudo. Pero esta alianza con Castilla, preferida a la de Francia y el papado, era transitoria y se fue debilitando en las conversaciones de Guadalajara y de Logroño (junio de 1293). Los contactos diplomáticos para resolver la cuestión siciliana siguieron en Tarazona (agosto de 1293) y en La Junquera, hasta que el 20 de junio de 1295 el nuevo papa Bonifacio VIII consiguió que aragoneses, franceses y sicilianos o napolitanos llegaran a unos acuerdos, conocidos como Tratado de Anagni. En él se estableció que Jaime II renunciaba a la isla de Sicilia, reconociendo los derechos sobre ella de la Santa Sede y de la Casa de Anjou, debiendo contraer matrimonio, una vez disueltos sus esponsales con Isabel de Castilla, con la princesa Blanca, hija de Carlos II de Anjou, el Cojo, rey de Nápoles; el rey de Francia renunciaba la investidura de la Corona de Aragón y el papa anulaba la excomunión y el entredicho sobre su reino y su monarca. El rey de Aragón era nombrado gonfaloniero de la Iglesia. Jaime II se obligaba a colaborar militarmente para que los angevinos recobrasen Sicilia. El rey de Aragón devolvía a su homónimo el reino de Mallorca, aunque se reconocía el vasallaje a la Corona de Aragón. El valle de Arán, controlado por Francia, se depositaba en manos del cardenal Guillermo de Ferraris hasta que se decidiera a quién pertenecía. Hubo una cláusula secreta por la que se confiaba la conquista de Córcega y Cerdeña a Jaime II, al que se le daba la investidura pontificia sobre dichas islas como compensación por la pérdida de Sicilia. La boda de Jaime II y Blanca de Anjou se celebró en Vilabertrán el 29 de octubre de 1295.

     Anagni es un hito clave en la cuestión siciliana, pues si Jaime II aseguró la parte continental de la Corona de Aragón, en cambio perdió Sicilia. La paz permitiría también a Jaime II reemprender la tradicional política peninsular, un tanto abandonada, aprovechando la crisis castellana tras la muerte de Sancho IV (abril de 1295), y la lucha antimusulmana, todo con vistas a ampliar los dominios territoriales de la Corona. La decepción en Sicilia y en el gibelinismo italiano fue grande, y los sicilianos manifestaron su rechazo coronando en marzo de 1296 a Federico como rey, tomando el nombre de Federico III, estallando la guerra entre los hermanos. Jaime II atacó la isla en dos ocasiones, destacando la actuación militar de Roger de Lauria -victoria en el cabo Orlando (4-7-1299)-, pero sin intención de ocuparla. La feroz resistencia siciliana y la incapacidad del rey de Nápoles llevaron a la firma de la paz, y el 19 de agosto de 1302 se firmó el tratado de Caltabellota entre Federico III y Carlos de Anjou, por el que se aceptaba la independencia de Sicilia, bajo la soberanía de Federico, con el título de rey de Tinacria, debiendo casarse con Leonor, hija de Carlos II de Nápoles. El título era vitalicio y no transmisible, de forma que al morir Federico la isla volvería a los angevinos, aunque la isla siguió en manos de la dinastía aragonesa.

     Respecto a la política peninsular de Jaime II, el rey de Aragón era consciente de que el eje de su política exterior debía ser la alianza con Castilla y gracias a su habilidad diplomática se convirtió durante un tiempo en árbitro de la política peninsular. En 1291 firmó con Sancho IV el tratado de Monteagudo, que contemplaba el matrimonio de Jaime II con la infanta Isabel, hija de Sancho IV. Pero la muerte del rey de Castilla trajo un cambio radical en la política entre ambos países y Jaime II rompió el compromiso matrimonial, devolviendo la infanta Isabel a Castilla, alegando que el papa no daba la correspondiente dispensa. En Castilla quedaba un niño al frente del trono, Fernando el IV, a quien se lo disputaba el infante Alfonso de la Cerda, cuya candidatura apoyó Jaime II, consiguiendo el apoyo de Francia, Sicilia, Portugal y Granada. A partir de 1296 se inició la conquista del reino de Murcia, prometido por Alfonso de la Cerda, al rey de Aragón a cambio de su ayuda. Alicante fue conquistada en abril, tras dura resistencia del alcaide del castillo, Nicolás Pérez. Con apoyo de la flota tomó Guardamar, negoció con don Juan Manuel, señor de Elche, prosiguiendo hacia Orihuela y Murcia, que capitularon, igual que el resto de la huerta murciana. Alhama no se rindió hasta 1298. La conquista se vio facilitaba por la abundante población de origen catalana-aragonés, aunque contó con la oposición de las guarniciones castellanas de los castillos y del obispo de Cartagena. Una segunda campaña por Murcia tuvo lugar en 1298, ocupando Alhama, y el 21 de diciembre de 1300 capitulaba Lorca. En junio de 1300 Jaime II incorporó el señorío de Albarracín a la Corona de Aragón. Pero tanto Castilla como Aragón necesitaban la paz, firmándose la sentencia arbitral de Torrellas (1304) y posteriormente su modificación en el Tratado de Elche (1305), que modificaba definitivamente las fronteras entre Castilla y Aragón fijadas en el Tratado de Almizrra (1244), incorporando a la Corona de Aragón, en concreto al reino de Valencia, las comarcas al norte del río Segura.

     Respecto a la política desplegada por Jaime II en sus reinos durante estos años entre 1310 y 1323 hay que señalar el triunfo sobre la Unión aragonesa, que en 1301 se rebeló, siendo condenada tras el proceso llevado a cabo en las Cortes de Aragón de 1301. Por entonces la diplomacia aragonesa y castellana trabajó para reemprender la política reconquistadora a costa de Granada, firmando el Tratado de Alcalá de Henares (19 de diciembre de 1308). Para Jaime II el proyecto tenía como objetivo la plaza de Almería, clave para la expansión territorial y comercial aragonesa, así como para detener los ataques granadinos al mediodía valenciano. Pero los resultados fueron magros y se redujeron a la conquista de Gibraltar por los castellanos (1309). Las divisiones internas entre la nobleza castellana obligaron a levantar el sitio de Algeciras, en tanto que Jaime II, tras una campaña militar mal planteada, tuvo que levantar en enero de 1310 el sitio de Almería. El fracaso material y moral de Jaime II en la empresa granadina fue tal, que, a partir de entonces, se retiró de los asuntos de la zona del Estrecho y volcó su atención hacia el Mediterráneo central, en particular la empresa de Cerdeña y los asuntos de Chipre. Las incursiones granadinas por territorio del reino de Valencia siguieron, hasta que en 1323 Jaime II negoció una paz duradera con Granada.

Jaime II de Aragón     Tras el fracaso de Almería Jaime II siguió interviniendo en los asuntos internos castellanos, intentando conciliar a los nobles rebeldes, y lo mismo sucedió durante la minoría de Alfonso XI, siendo su intervención decisiva en el papel de árbitro entre los aspirantes a la tutoría, los infantes Juan y Pedro. El caso más llamativo, por el escándalo que produjo, fue el proyectado matrimonio entre el primogénito, Jaime, con la infanta Leonor de Castilla, al que el infante se negaba. Al final, presionado por su padre, se celebró la boda el 18 de octubre de 1319, pero nada más terminar la misa, el infante huyó a caballo, dejando burlado a Jaime II y produciendo la ira de los castellanos, enrareciéndose las relaciones entre ambos reinos.

     Un suceso destacado de la época fue la supresión de la orden militar del Temple, a causa del proceso incoado por el rey de Francia Felipe IV, deseoso de apoderarse de las riquezas de la orden y de someter al papado a sus designios. El 17 de septiembre de 1307 fueron detenidos los caballeros templarios en Francia y sus bienes confiscados, mientras que el papa el 22 de noviembre por la bula Pastorales praeminentiae ordenaba a los príncipes de la Cristiandad que arrestaran a los templarios de sus estados, confiscando sus bienes. El 22 de marzo de 1312 en el concilio de Vienne Clemente V abolió la orden del Temple por la bula Vox in excelso. En Aragón, donde la orden gozaba de gran prestigio, el rey tuvo que rendir por las armas los más importantes castillos templarios: Monzón, Cantavieja, Castellote, Villel y Libro (1307-1308), mientras que en Cataluña fue la fortaleza de Miravete el foco de la más enconada resistencia. Los bienes de los templarios, para evitar que pasaran a manos de los hospitalarios, se dedicaron a fundar una nueva orden, la de Santa María de Montesa, en tierras del mediodía valenciano, con la misión de defender las fronteras de posibles ataques musulmanes. La bula la dio Juan XXI el 10 de julio de 1317, proclamándose la nueva milicia el 22 de julio de 1319.

     La paciente política desplegada por Jaime II dio sus mejores frutos a partir de la segunda década del siglo XIV, aunque los orígenes se remonten a años atrás. Es lo que sucedió con la recuperación del estratégico valle de Arán, que había sido ocupado por las tropas francesas en 1283.El tema de la reintegración a Aragón quedó pendiente en Anagni y los intentos hechos ante sucesivos papas fracasaron por su tendencia pro-francesa, hasta que, después de diversas embajadas y gestiones diplomáticas, el 26 de abril de 1313 el rey de Francia, en el convenio firmado en Poissy, devolvió a Aragón el valle de Arán, reconociéndole la posesión, ya que la propiedad se dilucidaría en futuras conversaciones, en 1314, a las que no se presentaron los embajadores franceses, lo que fue interpretado como una renuncia.

     Jaime II desplegó una política de sometimiento de los grandes barones, por la vía legal o por las armas, contando para ello con el apoyo de las ciudades. Se trataba de vincular patrimonios y títulos a la familia real, y esta política fue un éxito, contribuyendo a la unificación interna de Cataluña, al incorporar los condados de Ampurias y de Urgell, lo que llevó a cabo por la vía matrimonial en el caso de Urgell (boda de Teresa d'Entença, heredera de Armengol X, muerto en 1314, con el infante Alfonso) y la militar y diplomática en el de Ampurias, que en 1325 pasó a manos del infante Pedro de Ribagorza, séptimo hijo de Jaime II.

     Uno de los episodios militares más sorprendentes en la historia del Mediterráneo medieval es la expedición de la Compañía Catalana a Oriente, cuyas aventuras dieron origen a una de las mejores crónicas medievales, la del catalán Ramón Muntaner, activo protagonista de los sucesos que narra. Acerca de la valoración del asentamiento de la Compañía Catalana en Grecia, desde el punto de vista político y teniendo en cuenta que la instalación catalana se hizo por la fuerza, este asentamiento fue superficial, no penetró en profundidad y fue rechazado por la sociedad griega, siendo escasa la trascendencia económica. El otro problema que se plantea es dónde insertar la empresa de la Compañía catalana, si en el expansionismo aragonés o en el marco de las aspiraciones orientales de Federico III de Sicilia. Todo parece apuntar a que el control del asentamiento de la Compañía en Grecia escapó al control de Jaime II y se movió más en la órbita de Federico III de Sicilia, aunque, como señala Giunta, «si se hace gravitar el reino insular en la órbita política aragonesa aun después de la elección de Federico como rey de Sicilia (1296) entonces, consecuentemente, deben considerarse como parte integrante de la política mediterránea de la Corona de Aragón las intervenciones -políticas, militares y económicas- sicilianas en Levante». Tras la firma de la paz de Caltabellota (19 de agosto de 1302), en la que se resolvía el contencioso siciliano, las tropas almogávares quedaron desocupadas y, dado que su presencia resultaba muy incómoda para Federico III y para los sicilianos, había que buscarles una salida, siendo contratadas por el emperador bizantino Andrónico II para hacer frente a la amenaza de los turcos.

     Las empresas de la Compañía Catalana presentan dos fases. La primera anárquica, en la que los mercenarios catalanes cambian con frecuencia de jefe: Andrónico II, Carlos V de Valois o Gualterio de Brienne. La segunda, a partir de la batalla de Cefiso (1311) corresponde al asentamiento en Grecia, a la sumisión indirecta al rey de Sicilia y a la puesta en funcionamiento de los espacios conquistados. Fue De Flor quien tomó la iniciativa y en el verano de 1303 embarcó con su ejército de 32 naves y 6.500 soldados rumbo a Constantinopla. La procedencia de los almogávares era muy variada, desde gentes de los Estados de la Corona de Aragón, sobre todo catalanes, a sicilianos y calabreses. El emperador Andrónico había aceptado sus exigencias de llevar el título de megaduque del Imperio y la boda con una princesa Paleólogo, ya que cualquier precio parecía bueno para acabar con la amenaza turca. Roger de Flor, siguiendo la ruta de Alejandro el Magno, expulsó a los turcos de la península de Erked (Artaki) en el Mármara, pasando luego a Anatolia y apoderándose sin dificultad de las ciudades de Filadelfia, Magnesia y Éfeso, derrotando a los turcos en agosto de 1304 en las estribaciones del Tauro y regresando luego con Berenguer de Rocafort, otro de los jefes, a la península de Gallípoli, donde acantonaron sus tropas por orden del emperador, temeroso del poder que veía en los almogávares. Sus éxitos atrajeron a la empresa a Berenguer de Entença, que en el otoño de 1304 llegó con 300 caballeros y 1.000 peones. Entença había intentado vincular a Jaime II a la empresa de Oriente, pero no consiguió del rey de Aragón más que vagas promesas. Las victorias contra los turcos alternaron con las correrías de los almogávares, que despertaron un terror general, en tanto que las ambiciones de Roger de Flor y las de Berenguer de Entença, que obligaron al emperador a concederles los títulos de cesar y megaduque, despertaron los recelos del heredero, el príncipe Miguel, cuya guardia, asesinó el 7 de abril de 1305 a De Flor y a cuantos almogávares encontraron en un banquete que les fue ofrecido. Matanzas similares se produjeron en otras ciudades del Imperio. Los restos de la compañía se fortificaron en Gallípoli y se organizaron como un pequeño Estado al mando de Berenguer de Entença, llevando a cabo desde aquí feroces campañas contra Tracia y Macedonia, que fueron asoladas. Comenzaba la «Venganza catalana», nombre con el que la historia conoce tales violencias contra el Imperio y los genoveses, llegando los almogávares hasta las inmediaciones de Constantinopla (mayo de 1305).

     La Compañía se trasladó de Gallípoli a Occidente, asentándose en la región de Casandria (1307-1309), y en 1309 hubo un cambio de rumbo tras el encuentro con Gualterio V de Brienne, nuevo duque de Atenas, quien los contrató a fin de llevar a cabo sus ambiciones de apoderarse de territorios del Imperio. En 1311, tras la derrota de Gualterio en la batalla junto al río Cefiso los almogávares se apoderaron del ducado de Atenas, que retuvieron durante más de setenta años. Luego, en 1318, extendieron su dominio al sur de Tesalia, donde constituyeron el ducado de Neopatria, unido al de Atenas, incorporándose ambos a la Corona de Aragón en tiempos de Pedro IV.

     Entre las cláusulas secretas concertadas en el tratado Anagni figuraba la donación pontificia de Córcega y Cerdeña, lo que representaría para Jaime II una compensación territorial a cambio de su renuncia a Sicilia. A partir de entonces Cerdeña pasó a convertirse en el centro de gravitación de la política aragonesa en el Mediterráneo, en uno de los vértices de la expansión mediterránea. La conquista de la isla, de gran importancia estratégica y menos económica, fue largamente preparada desde el punto de vista diplomático y económico, una vez resueltos los problemas peninsulares, Dada la fragmentación política de la isla: pisanos, Doria genoveses, Bas-Serra, jueces de Arborea, Malaspina, Donoratico, hubo que limas asperezas antes de emprender la acción militar que corrió a cargo del infante Alfonso, a partir de 1323, siendo muy dura la campaña contra sardos y pisanos, firmándose la capitulación de Pisa tras la derrota naval de Lucocisterna (febrero de 1324) y la capitulación de Iglesias y Cagliari. La empresa de Cerdeña, en la que colaboraron los mallorquines con un tercio de la flota, aragoneses, valencianos y catalanes, se hizo a costa de elevados costes en dinero y hombres, diezmados por la epidemia de fiebres, y dejó abiertas las puertas al enfrentamiento de genoveses y catalanes por el control de las rutas del Tirreno y del Mediterráneo occidental. En la isla se instaló un feudalismo de importación, basado en una densa red de feudos concedidos a la nobleza, que tuvo devastadoras consecuencias

     Jaime II, igual que sus predecesores, sintió un gran interés por el norte de África, zona de interés político, pero sobre todo comercial, para los monarcas aragoneses y para los comerciantes de los Estados marítimos de la Corona de Aragón. Las relaciones se mantuvieron con Egipto, Túnez, Bugía, Tremecén y Marruecos, aunque la intervención catalano-aragonesa se dejó sentir con mayor fuerza en el Magreb oriental. Ello era el resultado del tratado de Monteagudo-Calatayud, firmado en el año 1291 entre los reyes Sancho IV de Castilla y Jaime II de Aragón, por el cual se repartían el área de influencia de las respectivas Coronas en el Norte de África, estableciendo como divisoria el río Muluya, dejando para los castellanos la parte oeste, Ceuta, y para los aragoneses la parte este, en dirección a Bugía y Túnez. Jaime II, más que pensar en la conquista territorial consideraba el espacio norteafricano como bases y escalas navales complementarias de las islas Baleares, Sicilia y, más adelante, Cerdeña, como una importante fuente de recursos económicos y humanos, como fuente de tributos, de milicias y de esclavos.En Egipto, las embajadas de Jaime II a Egipto buscaban obtener importantes préstamos para el rey de Aragón, garantizar la seguridad de los peregrinos que iban a Tierra Santa y mantener las ventajas conseguidas por los mercaderes catalanes. En las relaciones con Ifriqiya predominó la actividad de tipo político-diplomático, buscando zonas de influencia y reyes tributarios, para lo cual se firmaron numerosos tratados, como los de 1301 o 1308 con Túnez, o el de 1309 con Bugía., buscando siempre favorecer las relaciones comerciales existentes. En Tremecén y Marruecos, la diplomacia aragonesa trabajó a varias bandas: Marruecos, Granada y Castilla, cuyas rivalidades y diferentes objetivos geoestratégicos las hacían muy fluctuantes, tratando de compaginar los intereses políticos con los mercantiles, y desde 1304 el sultán marroquí se declaró vasallo de Jaime II, que obtenía el pago de 10.000 dinares de oro.

     Otros proyectos mediterráneos fueron la cruzada a Tierra Santa y Chipre, pero siempre estuvieron en segundo plano. La proyección de la Corona de Aragón en el Mediterráneo oriental tenía varias direcciones. La primera era económica y buscaba la penetración mercantil, con o sin el apoyo de la Corona, en los mercados desde Alejandría a Constantinopla. La segunda se dirigía a la inserción de los reyes de Aragón en el movimiento de las cruzadas, aunque no llegó a hacerse realidad, a pesar de la insistencia papal. La empresa de Chipre se planteó tras la muerte de Blanca de Anjou, y en 1311 Jaime II proyectó casarse con una princesa chipriota, María de Lusignan, pensando en las ventajas comerciales de la isla, o en el título de reyes de Jerusalén, que llevaba el de Chipre, pero la boda no se celebró hasta 1315, tras largas negociaciones por la dote. Pero fue un matrimonio con escasa fortuna. La segunda esposa de Jaime II falleció el 10 de septiembre de 1322. De inmediato el rey buscó nueva esposa, esta vez en la catalana Elisenda de Montcada, con la que casó el día de Navidad de 1322. Para entonces, la salud del monarca estaba muy quebrantada, tras la grave enfermedad de 1318, falleciendo en Barcelona. el 2 de noviembre a la edad de 60 años, descansando sus restos en el monasterio de Santes Creu, junto a los de su querido padre Pedro III el Grande.

     En cuanto a la obra institucional de Jaime II lo más destacado en el terreno institucional fue el desarrollo alcanzado por la figura del Justicia Mayor de Aragón, supremo oficial de justicia del reino. Se afianzó la Corona de Aragón como entidad política, conjugando los crecientes sentimientos nacionalistas de cada estado con la necesidad general. Impulsó la articulación del territorio, fijando las fronteras, sobre todo entre Aragón y Cataluña, y ampliando la Corona con parte del reino de Murcia. Jaime II fue un rey respetuoso con los acuerdos firmados con sus súbditos, lo que se refleja en las numerosas celebraciones de Cortes en su reinado, siendo una etapa de consolidación de las Cortes de Aragón, de madurez para las catalanas y de juventud en el reino de Valencia. En las Cortes de Tarragona de 1319, Jaime II promovió el llamado Privilegio de Unión, que consagraba el principio de indivisibilidad de los tres Estados integrantes de la Corona de Aragón. También en su reinado se creó el arzobispado de Zaragoza como sede metropolitana de Aragón (1319), separándolo del de Tarragona, que sería la sede para Cataluña y Valencia.

     Jaime II fue un hombre de gran cultura, buen latinista, notable orador, sobresaliendo entre sus lecturas las obras de carácter religioso y piadoso, aunque también las de carácter profano, como las Décadas de Tito Livio. Figuras señeras de la cultura de la época fueron el catalán Ramón Muntaner, el mallorquín Ramón Llull y el valenciano Arnau de Vilanova. El rey Justo promovió la difusión del saber universitario creando en 1300 el Estudi General de Lérida, para evitar que los estudiantes universitarios marcharan fuera de la Corona de Aragón.


Bibliografía
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Otras obras de interés
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