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La denominada inscripción de Behistum se halla próxima a la aldea
iraní del mismo nombre, cerca de Kermanshah y en la vía natural
que tradicionalmente comunicaba Hamadán con Babilonia. Se trata de un
monumento de 50 metros de largo y 30 de ancho, esculpido sobre la ladera de
un acantilado y a más de 50 metros de altura sobre el fondo del valle,
lo que lo hace casi inaccesible. En él Darío I aparece representado
en un bajorrelieve con el pie derecho sobre el mago Gaumata, y ante el soberano
figuran atados quienes se rebelaron contra él. A los lados y debajo de
la escena se hallan inscritas catorce columnas de texto redactado en escritura
cuneiforme que en tres lenguas -persa antiguo, acadio y elamita- que explica
el ascenso de Darío al trono persa y celebra las victorias y la pacificación
conseguida finalmente por el rey tal como él mismo ordenó registrarlas
y grabarlas en septiembre del año 520 a.C.
La narración coincide básicamente con el relato de Heródoto,
pero la historiografía actual considera que la rebelión contra
Cambises fue dirigida por el propio Bardiya, y que Darío inventó
la historia del mago Gaumata y, por ello, la versión oficial de los hechos
tal como figura en Behistum y en el autor de Halicarnaso, para justificar su
ascensión al trono tras eliminar a Bardiya.
El texto fue transcrito a partir de 1837 por Henry Creswicke
Rawlinson con enormes dificultades dada su ubicación, y este oficial
inglés presentó nueve años más tarde ante la Royal
Asiatic Society de Londres no sólo la primera copia exacta del
texto sino también su traducción completa a partir del desciframiento
del cuneiforme persa, al que había llegado independientemente de los
trabajos del alemán Georg Friedrich Grotefend. (Pilar Rivero-Julián
Pelegrín).
Yo soy Darío, el Gran Rey, Rey de Reyes, Rey de Persia, Rey de los
países, hijo de Vishtaspa, nieto de Arshama, un Aqueménida.
Habla Darío el Rey: mi padre era Histaspes (Vishtaspa); el padre de
Histaspes fue Arsames (Arshama), el padre de Arsames fue Ariaramnes
(Ariyaramna), el padre de Ariaramnes fue Teíspes (Cispis), el padre
de Teíspes fue Aquémenes (Haxamanais).
Habla Darío el Rey: por esta razón somos llamados
Aqueménidas. Desde hace mucho tiempo hemos sido nobles. Desde hace
mucho tiempo nuestra familia ha ostentado la realeza. Habla Darío el
Rey: ocho de nuestra familia fueron reyes con anterioridad. Yo soy el
noveno. Nueve reyes hemos gobernado sucesivamente.
Habla Darío el Rey: por voluntad de Ahuramazda soy rey. Ahuramazda
me entregó la realeza.
Habla Darío el Rey: estas son las regiones que se sometieron a
mí. Yo me convertí en su rey por voluntad de Ahuramazda:
Persia, Elam, Babilonia, Asiria, Arabia, Egipto, las que están junto
al mar, Sardes, Jonia, Media, Urartu, Capadocia, Partia, Drangiana, Aria,
Jorasmia, Bactriana, Sogdiana, Gandhara, Escitia, Sattagidia, Aracosia,
Maka, un total de veintitrés regiones.
Habla Darío el Rey: éstas son las regiones que se sometieron
a mí. Por voluntad de Ahuramazda se convirtieron en mis dominios. Me
entregan un tributo. Lo que ordeno para ellas, de noche o de día, lo
hacen.
Habla Darío el Rey: en estas regiones al hombre que era leal lo
apoyé: a quienquiera que fuese malvado lo castigué. Por
voluntad de Ahuramazda estos países respetan mis leyes. Lo que
ordeno para ellas, lo hacen.
Habla Darío el Rey: Ahuramazda me entregó la realeza.
Ahuramazda me ayudó y así pude sostener la realeza. Por
voluntad de Ahuramanzda yo ostento la realeza.
Habla Darío el Rey: esto es lo que hice, por voluntad de Ahuramazda,
tras convertirme en rey. Un cierto Cambises, hijo de Ciro, Rey de Persia,
Rey de las Tierras, de nuestra familia, reinó aquí. Este
Cambises tenía un hermano llamado Bardiya, de la misma madre y del
mismo padre. Entonces Cambises asesinó a este Bardiya.
Después de que Cambises asesinase a Bardiya, el pueblo no supo que
Bardiya había sido asesinado. Este Cambises marchó a Egipto
con un ejército. Cuando Cambises llegó a Egipto el pueblo se
dio a la maldad. Después las mentiras crecieron grandemente sobre la
tierra en Persia, Media y otras regiones.
Habla Darío el Rey: entonces hubo un hombre, un Mago, un medo, de
nombre Gaumata. Procedía de Paishiyauvada, de una montaña
llamada Arakadri, cartorce días del mes Viyakna habían pasado
cuando se levantó. Mintió al pueblo del siguiente modo: "Yo
soy Bardiya, hjijo de Ciro, hermano menor de Cambises". Después
todas los pueblos se rebelaron contra Cambises y se volvieron contra
él, Persia, Media, Babilonia, Elam y otras regiones. Se hizo con la
realeza; habían pasado nueve días del mes de Garmapada cuando
se hizo con la realeza. Entonces Cambises murió por su propia
mano.
Habla Darío el Rey: la realeza que este Gaumata arrebató a
Cambises, esta realeza había pertenecido a nuestra familia desde
hacía mucho tiempo. Entonces Gaumata el Mago arrebató la
realeza a Cambises. Hizo suyas Persia, Media, Babilonia y otras regiones.
Se convirtió en rey.
Habla Darío el Rey: no hubo hombre, ni persa, ni medo, ni babilonio
ni cualquier otro, ni ninguno de nuestra familia, que pudiera arrebatar la
realeza a Gaumata el Mago. El pueblo le temía enormemente, de modo
que él podría matar en gran número a quienes con
anterioridad habían conocido a Bardiya. Por esta razón quiso
matar a la gente, "no fuese que ellos me conociesen, que yo no soy Bardiya,
hijo de Ciro". Nadie osó decir nada sobre Gaumata el Mago hasta que
llegué yo. Entonces yo rogué a Ahuramazda: Ahuramazda me
proporcionó ayuda. Pasaron diez días del mes de Bagayadi;
entonces, con unos pocos hombres nobles yo maté a ese Gautama el
Mago. En una fortaleza denominada Sikayauvati, en el distrito de nombre
Nisaya, en Media, allí lo maté. Le arrebaté la
realeza. Por voluntad de Ahuramazda me convertí en rey. Ahuramazda
me entregó la realeza.
Habla Darío el Rey: restauré la realeza que él
arrebató a nuestra familia y la devolví a su anterior
ubicación. Restauré como antes los templos de los dioses que
Gaumata el Mago había destruido. Devolví al pueblo los
bienes, los rebaños, los sirvientes y las haciendas que Gaumata el
Mago les había arrebatado. Devolví al populacho a su lugar.
Restablecí la situación anterior en Persia, Media y otras
regiones que habían sido arrebatadas. Lo hice por voluntad de
Ahuramazda. Me esforcé hasta que devolví a nuestra casa real
su anterior posición. Me esforcé por voluntad de Ahuramazda,
de manera que Gaumata el Mago no se apoderase de nuestra casa real.
Habla Darío el Rey: esto es lo que hice tras convertirme en rey (...)
(sigue el relato pormenorizado de las sucesivas victorias de Darío
sobre los rebeldes hasta alcanzar la pacificación definitiva de los
dominios persas)
Habla Darío el Rey: esto es lo que hice. Por voluntad de Ahuramazda
lo hice en un año. Tú que en el futuro leas esta
inscripción, deja que lo que afirmo te convenza. No lo consideres
una mentira.
Habla Darío el Rey: juro por Ahuramazda que esto de lo que he
hablado es cierto y no falso (...)
Habla Darío el Rey: por voluntad de Ahuramazda, muchos más
hechos llevé a cabo que no han sido recogidos en esta
inscripción. No figuran por esta razón, no sea que a quienes
en el futuro lean la inscripción de mis hechos éstos les
parezcan excesivos, no les convenzan y los juzguen falsos (...)
Habla Darío el Rey: éstos son los hombres que estaban conmigo
cuando maté a Gaumata el Mago que se llamaba a sí mismo
Bardiya. En esa época estos hombres cooperaron como seguidores
míos: Vindafarna, hijo de Vayaspara, un persa; Utana, hijo de
Thukhra, un persa; Gaubaruva, hijo de Marduniya, un persa; Vidarna, hijo de
Bagabigna, un persa; Bagabukhsha, hijo de Datuvahya, un persa; Ardimanish
(?), hijo de Vahauka, un persa.
Habla Darío el Rey: tú que serás rey en adelante,
protege bien a estos hombres y a los descendientes de estos hombres.
Habla Darío el Rey: ésta es la inscripción que yo he
hecho por voluntad de Ahuramazda. Además figura en ario y ha sido
redactada en tablillas de arcilla y en pergamino. Además hice una
figura esculpida de mí mismo. Además hice figurar mi linaje.
Y fue inscrita y leída ante mí. Después envié
este texto a todos los lugares entre las regiones (...)
Traducción propia a partir de la versión inglesa publicada
en Richard Nelson Frye, The History of Ancient Iran,
Beck, Munich, 1984, pp. 363-368.
Heródoto narra aquí el debate que, tras ser derrotado el mago
usurpador (521 a.C.), habría tenido lugar entre Darío, el futuro
rey, y dos de sus colaboradores en la consecución de la victoria, Otanes
y Megabizo, acerca de la mejor forma de gobierno que debe ser establecido sobre
Persia. Y aunque Otanes se muestra partidario de un sistema democrático
y Megabizo de uno aristocrático, Darío termina convenciendo a
ambos con su defensa de la monarquía. Evidentemente se trata de una ficción
elaborada por el propio Heródoto con la finalidad de exponer las únicas
formas políticas que él mismo concibe, el gobierno ejercido por
muchos y el ejercido por unos pocos -las dos existentes entre los griegos-,
frente a los cuales contrapone el gobierno ejercido por uno solo -régimen
político típicamente asiático-, el cual sale triunfante
en el supuesto debate por haber ocurrido así realmente ochenta años
antes de que Heródoto redactase su obra.
Denominado tradicionalmente el «padre de la Historia», Heródoto (ca.
485-425 a.C.) nació en Halicarnaso, en la costa suroccidental de Asia
Menor, viajó a Egipto, Fenicia, Mesopotamia y Escitia, y residió
en la Atenas de Pericles, donde formó parte en 444/443 a.C. de la expedición
destinada a fundar la colonia panhelénica de Thurios en Magna Grecia.
Dedicando cada uno de los nueve libros que la componen a una de las Musas redactó
su Historia, una obra inacabada que alcanza desde la época mítica
hasta la Segunda Guerra Médica (479 a.C.), centrada en el enfrentamiento
entre Europa y Asia, y salpicada de excursos de carácter etnográfico
referidos a las tierras por las que viajó su autor. (Pilar Rivero-Julián
Pelegrín).
Una vez apaciguado el tumulto, y al cabo de cinco días, los que se
habían sublevado contra los magos mantuvieron un cambio de
impresiones acerca de todo lo ocurrido, y se pronunciaron unos discursos
que para ciertos griegos resultan increíbles, pero que realmente se
pronunciaron.
Otanes solicitaba, en los siguientes términos, que la dirección
del Estado se pusiera en manos de todos los persas conjuntamente: «Soy partidario
de que un solo hombre no llegue a contar en lo sucesivo con un poder absoluto
sobre nosotros, pues ello ni es grato ni correcto. Habéis visto a qué
extremo llegó el desenfreno de Cambises y habéis sido partícipes
de la insolencia del mago. De hecho, ¿cómo podría ser algo acertado
la monarquía, cuando, sin tener que rendir cuentas, le está permitido
hacer lo que quiere? Es más, si accediera a ese poder, hasta lograría
desviar de sus habituales principios al mejor hombre del mundo, ya que, debido
a la prosperidad de que goza, en su corazón cobra aliento la soberbia;
y la envidia es connatural al hombre desde su origen. Con estos dos defectos,
el monarca tiene toda suerte de lacras; en efecto, ahíto como está
de todo, comete numerosos e insensatos desafueros, unos por soberbia y otros
por envidia. Y voy a decir ahora lo más grave: altera las costumbres
ancestrales, fuerza a las mujeres y mata a la gente sin someterla a juicio.
En cambio, el gobierno del pueblo, tiene, de entrada, el nombre más hermoso
del mundo: 'isonomía'; y, por otra parte, no incurre en ninguno de los
desafueros que comete el monarca: las magistraturas se desempeñan por
sorteo, cada uno rinde cuentas de su cargo y todas las deliberaciones se someten
a la comunidad. Por consiguiente, soy de la opinión de que por nuestra
parte, renunciemos a la monarquía exaltando al pueblo al poder, pues
en la colectividad reside todo».
Esta fue, en suma, la tesis que propuso Otanes. En cambio, Megabizo
solicitó que se confiara el poder a una oligarquía en los
siguientes términos: «Hago mías las palabras de Otanes sobre
abolir la tiranía; ahora bien, sus pretensiones de conceder el poder
al pueblo no han dado con la solución más idónea, pues
no hay nada más necio e insolente que una muchedumbre inepta. Y a fe
que es del todo punto intolerable que, quienes han escapado a la insolencia
de un tirano, vayan a caer en la insolencia de un vulgo desenfrenado. Pues
mientras que aquél, si hace algo, lo hace con conocimiento de causa,
el vulgo ni siquiera posee capacidad de comprensión. En efecto,
¿cómo podría comprender las cosas quien no ha recibido
instrucción, quien, de suyo, no ha visto nada bueno y quien,
análogamente a un río torrencial, desbarata sin sentido las
empresas que acomete? Por lo tanto, elijamos a un grupo de personas de la
mayor valía y otorguémosles el poder; pues, sin lugar a
dudas, entre ellos también nos contaremos nosotros y, además,
cabe suponer que de las personas de más valía partan las
más valiosas decisiones». Esta fue, en suma, la tesis que propuso
Megabizo.
En tercer lugar fue Darío quien expuso su opinión en los
siguientes términos: «A mi juicio, lo que ha dicho Megabizo con
respecto al régimen popular responde a la realidad; pero no
así lo concerniente a la oligarquía. Pues de los tres
regímenes sujetos a debate, y suponiendo que cada uno de ellos fuera
el mejor en su género (es decir, que se tratara de la mejor
democracia, de la mejor oligarquía y del mejor monarca), afirmo que
este último régimen es netamente superior. En efecto,
evidentemente no habría nada mejor que un gobernante único,
si se trata del hombre de más valía; pues, con semejantes
dotes, sabría regir impecablemente al pueblo y se mantendrían
en el mayor de los secretos las decisiones relativas a los enemigos. En una
oligarquía, en cambio, al ser muchos los que empeñan su
valía al servicio de la comunidad, suelen suscitarse profundas
enemistades personales, pues, como cada uno quiere ser por su cuenta el
jefe e imponer sus opiniones, llegan a odiarse sumamente unos a otros; de
los odios surgen disensiones, de las disensiones asesinatos, y de los
asesinatos se viene a parar a la monarquía; y en ello queda bien
patente hasta qué punto es éste el mejor régimen.
Por el contrario, cuando es el pueblo quien gobierna, no hay medio de
evitar que brote el libertinaje; pues bien, cuando en el Estado brota el
libertinaje, entre los malvados no surgen odios, sino profundas amistades,
pues los que lesionan los intereses del Estado actúan en mutuo
contubernio. Y en este estado de cosas se mantiene así hasta que
alguien se erige en defensor del pueblo y pone fin a semejantes manejos. En
razón de ello, ese individuo, como es natural, es admirado por el
pueblo; y, en virtud de la admiración que despierta, suele ser
proclamado monarca; por lo que, en este asunto, su caso también
demuestra que la monarquía es lo mejor. Y, en resumen, ¿cómo
obtuvimos la libertad? ¿Quién nos la dio? ¿Acaso fue un
régimen democrático? ¿Una oligarquía, quizá? ¿O
bien fue un monarca? En definitiva, como nosotros conseguimos la libertad
gracias a un solo hombre, soy de la opinión de que mantengamos dicho
régimen e, independientemente de ello, que, dado su acierto, no
deroguemos las normas de nuestros antepasados; pues no redundaría en
nuestro provecho».
Estas fueron, en suma, las tres tesis que se propusieron; y a esta
última se adhirieron los otros cuatro miembros del grupo.
Heródoto, Historia, III 80-83, traducción de Carlos
Schrader, Biblioteca Clásica Gredos, Madrid, 1979.
Desde mediados del siglo II a.C., cuando Arsaces I arrebata los territorios
de Partia e Hircania del dominio de Seleuco II, el reino parto se extiende en
perjuicio de sus vecinos occidentales seléucidas y orientales grecobactrianos
hasta convertirse, desde finales del siglo I a.C., en una auténtica potencia,
capaz de situarse en pie de igualdad con la Roma imperial.
Nacido en el sur de la Galia, Pompeyo Trogo escribió a finales del siglo
I d.C. sus Historias Filípicas en cuarenta y cuatro libros.
Se trata de la primera historia universal redactada en latín, y en ella,
frente al nacionalismo tradicional de los historiadores romanos, este autor
contrapone cierto ecumenismo y describe sucesivamente y por igual los imperios
surgidos en Oriente y Asia Menor, Macedonia, Partia y, en último lugar
y de manera ciertamente concisa, Roma. Esta obra se conoce únicamente
gracias a un resumen elaborado entre los siglos III y IV por Justino. (Pilar
Rivero-Julián Pelegrín).
Los partos, en cuyo poder está ahora el dominio de Oriente, como si
se hubiese hecho una distribución del mundo con los romanos, fueron exiliados
escitas. Esto se manifiesta incluso en su propio nombre, pues en lengua escita
«exiliados» se dice parthi. En tiempos de asirios y medos ellos fueron
los más desconocidos entre los pueblos de Oriente. Después, cuando
el imperio de Oriente pasó de los medos a los persas, también
fueron presa de los vencedores como una masa anónima. Finalmente, estuvieron
sometidos a los macedonios después del triunfo de éstos sobre
el Oriente; de manera que a cualquiera parece extraordinario que hayan llegado,
por su valor, a tal grado de prosperidad, que manden sobre los pueblos bajo
cuyo dominio estuvieron como una masa de siervos. Atacados también por
los romanos en tres guerras por medio de los más grandes generales en
los tiempos de mayor florecimiento, ellos solos de entre todos los pueblos no
sólo fueron sus iguales, sino también sus vencedores. Sin embargo,
haber podido emerger entre los reinos un día famosos de Asiria, Media
y Persia y aquel riquísimo imperio de las mil ciudades de Bactria es
más digno de gloria que haber vencido en guerras con pueblos lejanos,
sobre todo cuando eran importunados continuamente por las duras guerras con
los escitas y con sus vecinos y acosados por luchas y peligros diversos (...)
Después de la muerte de Alejandro Magno, cuando se dividían los
reinos de Oriente entre sus sucesores, el dominio de los partos, ya que ninguno
de los macedonios lo consideraba digno de sí, es entregado a Estaganor,
un aliado extranjero. Luego, cuando los macedonios se dividieron enfrentándose
en una guerra civil, los partos con los demás pueblos del Asia Superior
siguieron a Eumenes; vencido éste, pasaron a Antígono. Después
de éste, estuvieron bajo el dominio de Seleuco Nicátor y a continuación,
de Antíoco y de sus sucesores, contra cuyo biznieto, Seleuco, se rebelaron
por primera vez en tiempos de la primera guerra púnica, durante el consulado
de Lucio Manlio Vulsón y Marco Atilio Régulo. La impunidad de
su rebelión se la proporcionó la discordia entre los dos hermanos
reyes, Seleuco y Antíoco, quienes, mientras quieren arrebatarse el trono
uno a otro, dejaron de perseguir a los rebeldes. También en aquel tiempo,
Teódoto, prefecto de las mil ciudades de Bactria, se rebeló y
se hizo llamar rey, ejemplo que siguieron todos los pueblos de Oriente, rebelándose
contra los macedonios. En aquel tiempo vivía Arsaces, hombre de origen
incierto, pero de valor reconocido. Éste, acostumbrado a vivir del saqueo
y del robo, había oído decir que los galos habían vencido
a Seleuco en Asia; libre del temor al rey, cayó sobre el territorio pártico
con un ejército de ladrones, derrotó a su prefecto, Andrágoras,
y tras haberlo quitado de en medio, se hizo con el dominio de aquel pueblo.
No mucho tiempo después se apoderó también del reino de
los hircanos y así, investido con el poder de las dos naciones, prepara
un gran ejército por temor a Seleuco y a Teódoto, rey de los bactrianos.
Pero pronto libre de temor por la muerte de Teódoto, concluye un tratado
de paz con su hijo, también llamado Teódoto, y no mucho después
luchó con el rey Seleuco, llegado para perseguir a los rebeldes, y resultó
vencedor. Los partos desde entonces festejan este día como el principio
de su libertad (...)
Casi en el mismo tiempo, empiezan su reinado Mitridates entre los partos y Eucrátides
entre los bactrianos, grandes hombres los dos. Pero la fortuna de los partos,
más próspera, los llevó, guiados por aquél, a la
más alta cima del poder. Los bactrianos, por su parte metidos en varias
guerras, perdieron no sólo su reino sino también su libertad,
puesto que, deshechos por las guerras de sogdianos, aracotos, drancas, areos
e indios, finalmente, como sin fuerzas, fueron destrozados por los partos, bastante
más débiles. Con todo, Eucrátides hizo numerosas guerras
con gran valor; aun desgastado por éstas, cuando sufría el asedio
de Demetrio, rey de los indios, con trescientos soldados de infantería
venció con sus continuas salidas a sesenta mil de los enemigos. Y así,
libre del asedio después de cuatro meses, sometió a la India a
su poder. Cuando se retiraba de allí, en el camino lo mata su hijo, a
quien había asociado a su poder y quien, sin ocultar el parricidio, como
si hubiese matado a un enemigo y no a su padre, hizo pasar el carro sobre su
sangre y ordenó dejar el cuerpo sin sepultura. Mientras estas cosas suceden
entre los bactrianos, surge la guerra entre partos y medos. Después de
vicisitudes varias de uno y otro pueblo, finalmente los partos se hicieron con
la victoria. Fortalecido con este aumento de poder, Mitridates pone a Bacasis
al frente de Media y él se dirige a Hircania. Al volver de allí,
hizo la guerra con el rey de los elimeos y, tras haberlo vencido, añadió
también este pueblo a su reino y, después de haber sometido a
su poder a muchos pueblos, extendió el imperio de los partos desde el
monte Cáucaso hasta el río Eufrates. Y así, atacado de
una enfermedad, murió en una vejez gloriosa, igualando a su bisabuelo
Arsaces.
Justino, Epítome de las Historias Filípicas de Pompeyo
Trogo, XLI 1 y 4-5, traducción de José Castro, Biblioteca
Clásica Gredos, Madrid, 1995.
Durante su segunda guerra contra Roma (258-260), el soberano sasánida
Sapor I (240-271 d.C.), hijo y sucesor de Ardashir, invadió Siria, conquistó
sus ciudades más importantes y derrotó y capturó a Valeriano,
el único de los emperadores romanos que murió cautivo en poder
del enemigo (posiblemente ca. 266).
El texto que sigue figura en una inscripción de Naqsh-i-Rustam (Irán),
grabada por orden de Sapor en el muro oriental del edificio conocido como la
Ka'aba de Zoroastro -posiblemente un antiguo templo del fuego-, y fue descubierto
en 1936 por una expedición del Oriental Institute of
Chicago. Se trata de una inscripción trilingüe redactada
en pehlevi parto, en pehlevi sasánida y en griego, conocida entre los
autores modernos como Res Gestae Divi Saporis,
por su semejanza con las Res Gestae Divi Augusti del primer emperador
romano, pues ambas son textos oficiales de propaganda en los que cada soberano
proclama en primera persona sus logros y victorias. (Pilar Rivero-Julián
Pelegrín).
Yo, el Señor Shapor, adorador de Mazda, rey de reyes de Irán
y de las demás tierras, cuyo linaje procede de dioses, hijo de
Ardashir, adorador de la divinidad de Mazda, rey de reyes de Irán,
cuyo linaje procede de dioses, nieto del rey Papak, soy gobernante de
Iranshahr (y domino (?)) las tierras de Persia, Partia, Khuzistán,
Mesene, Asiria, Adiabene, Arabia, Azerbayán, Armenia, Georgia,
Segán, Albania, Balasakán, hasta las montañas del
Cáucaso y las Puertas de Albania, y todas las de la cordillera de
Pareshwar, Media, Gurgan, Merv, Herat y todas las de Aparshahr, Carmania,
Sistán, Turán, Makurán, Paradene, la India, el
Kushanshahr hasta Peshawar y hasta Kashgar, Sogdiana y hasta las
montañas de Tashkent, y sobre el otro lado del mar, Omán.
(...) Y a estas muchas tierras, y a señores y a gobernadores, a
todos los hemos convertido en tributarios y en súbditos
nuestros.
Cuando nos establecimos sobre el imperio, el César Gordiano
levantó en todo el Imperio Romano una fuerza desde los reinos godos
y germanos y marchó sobre Babilonia contra el Imperio de Irán
y contra nosotros. Al lado de Babilonia en Misikhe tuvo lugar una gran
batalla frontal. El César Gordiano fue muerto y la fuerza romana fue
destruida. Y los romanos hicieron César a Filipo. Entonces el
César Filipo llegó a un acuerdo con nosotros, y para rescatar
sus vidas nos entregó 500.000 denars, y se convirtió en
tributario nuestro. Y por esta razón hemos renombrado Mishike como
Peroz-Shapur.
Y César mintió de nuevo y perjudicó a Armenia.
Entonces atacamos el Imperio Romano y aniquilamos en Barbalissos una fuerza
romana de 60.000, y Siria y las regiones en torno a Siria fueron todas
incendiadas, arruinadas y saqueadas. En esta campaña conquistamos
fortalezas y ciudades del Imperio Romano: (...) Hierápolis, Alepo,
(...) Apamea, (...) Seleucia, Antioquía, Hama, Dura, (...) y en
Capadocia (...) un total de 37 ciudades con sus alrededores.
En la tercera campaña, cuando atacamos Carras y Edesa y estuvimos asediando
Carras y Edesa, el César Valeriano marchó contra nosotros. Llevaba
consigo una fuerza de 70.000 procedentes de Germania, Retia, Nórico,
Dacia, Panonia, Moesia, Istria, Hispania, África (?), Tracia, Bitinia,
Asia, Pamfilia, Isauria, Licaonia, Galacia, Licia, Cilicia, Capadocia, Frigia,
Siria, Fenicia, Judea, Arabia, Mauritania, Germania, Rodas, Lidia, Osroene,
Mesopotamia.
Y más allá de Carras y de Edesa entablamos una gran batalla
con el César Valeriano. Hicimos prisionero con nuestras propias
manos al César Valeriano y a los otros, comandantes de ese
ejército, prefecto del pretorio, senadores; los hicimos prisioneros
a todos y los deportamos a Persia.
Y Siria, Cilicia y Capadocia fueron incendiadas, arruinadas y saqueadas.
En esta campaña conquistamos del Imperio Romano las ciudades de
Samosata y sus alrededores, Alejandría sobre el Isso, (...)
Mopsuestia, Adana, Tarso, (...) Antioquía, Seleucia, (...) Tiana,
Cesarea, (...) Iconium, (...)
Y deportamos hombres del Imperio Romano, de tierras no iranias. Los
asentamos en el Imperio de Irán en Persia, Partia, Khuzistán,
Babilonia y otras tierras donde existieron dominios de nuestro padre,
abuelos y nuestros ancestros. Descubrimos para la conquista muchas otras
tierras, y ganamos fama de héroes, que no hemos inscrito
aquí, salvo por lo ya señalado. Ordenamos escribirlo para que
cualquiera que venga después de nosotros pueda conocer nuestra fama,
nuestro heroísmo y nuestro poder (...)
Res Gestae Divi Saporis, traducción
propia a partir de la versión inglesa publicada por Richard Nelson
Frye, The History of Ancient Iran, Beck, Munich, 1984, pp.
371-373.
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