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manera quedó asentada esta diferencia y cuanto a lo que toca al arzobispo, por ser extranjero, de las calidades ya dichas que fuese en el lugar que quisiese post ducem y así se hizo aunque no se aguardaba esto por camino porque unas veces venía él en aquel lugar y otras el obispo de Cartagena; concluída ya esta contienda todo el mundo se aparejó para el recibimiento y así salieron todos los del día pasado y llegaron a la puente de Alcaya que es un río pequeño que divide a Portugal y Castilla estando allí esperando la princesa aconteció que un judío natural de Alburquerque a la sazón estaba huido en aquel reino por la inquisición de Castilla cuya estaba habían quemado en Llerena nueve años había, por hereje, y confiscándole los bienes se quiso atrever a pasar la raya a vueltas de otros muchos portugueses y acémilas de repuesto que pasaban y vino hasta un molino que está cerca del camino donde se habían apeado para esperar el duque y el obispo, llegado allí paróselos a mirar muy despacio y estando allí no faltó quien avisó y aun requirió al alcalde Castillo con un mandamiento de los inquisidores que lo prendiese y así el alcalde mandó al alguacil que lo prendiese el cual lo hizo y echados un par de grillos lo puso encima de una acémila y lo entregó a dos clérigos para que lo llevasen a Badajoz y lo pusiesen en recado

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y llevándole ellos solos por su camino adelante salieron cinco portugueses embozados a caballo con sus lanzas y quitáronles el preso y tornaron a pasar el río con él y escondiéronse en su término. Después de esto ya la gente comenzaba a pasar la puente y fueron los primeros de los que traían la recámara de la princesa y luego pasaron sesenta y cinco acémilas con el repuesto del arzobispo de Lisboa con sus reposteros de lana con las armas reales de Portugal con unas bandas muy delgadas que las atravesaban de parte a parte que es señal de bastardía la postrera de ellas traía un repostero todo de seda cercadas las armas en él de lo mismo con doce escuderos de a pie que las guardaban con sus partesanas desde a poco los nuestros, que estaban detenidos junto a la puente, comenzaron a pasar en aquella orden que cada uno había guardado en la entrada de Badajoz y a la princesa era llegada con todos los que la acompañaron que fueron los siguientes: el duque de Braganza, el arzobispo de Lisboa, el camarero mayor del Rey, don Rodrigo Lobovaran Dalvito, don Gaspar Caravallo desembargador de pazo y embajador de Portugal, el tesorero mayor del Rey, el merino mayor de la corte con veinte hombres de pie con sus partesanas, el hijo de Hernán de Álvarez, don Diego

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Deza, el tesorero del príncipe, nuestro señor, por Francisco Persoa y otros muchos que no inde eran tanto hidalgos; traía el duque de Berganza grande estruendo que espantaba los niños. Con el repuesto venían muchos hidalgos destuvera doradas a los cuales el duque daba un tostón cada día y a los que no eran inda tan hidalgos, dos veintenas serían entre todos hasta ochocientos de a caballo y traía setenta hombres de guarda en calzas y jubón de paño amarillo y azul golpeados a la forma alemana con sus gorras de grana; traía doce menestriles altos y dieciséis trompetas con una librea amarilla y dos fajas de paño azul, traían en los pechos unas grandes pechinas de plata travadas al cuello con unas cadenas gruesas de plata; traía así mismo un mayordomo con un tavardo muyto cumplido que llegaba al suelo y las mangas muy anchas todas cortadas y llenas de puntas y una media gorra con sus puntas con un gran collar de oro que parecía al Cid cuando vino a Toledo; traía tres pajes uno de lanza otro de maleta otro de recaedos vestidos de terciopelo y con collares de oro muy ricos, estos por ser hidalgos decían que tenían licencia para traer seda y ninguno otro de su familia la traía en Portugal no usan pajes en mayor número que éste porque en su lugar

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tienen mozos de cámara y estos sirven a la mesa y hacen todo lo que en Castilla los pajes excepto llevar y traer recaudos de una persona a otra y así el duque traía XX mozos de cámara bien aderezados conformes a su prematica; traían, así mismo, una capilla de cantores razonables y muchos menestriles altos y bajos, traía también dos reyes de armas de los cuales también se servía a la mesa por especial privilegio; trajo buen aparato de casa de plata y tapicería con sus camas devisas de plata al modo de las de acá, servíase con mucha autoridad y estruendo a la mesa y está en bien espléndida fores a muchos de los nuestros estando en Elvas a que comiesen con él y regalolos mucho; es hombre muy leído y bien criado y de buena conversación, trata bien sus vasallos y es tenido en Portugal en mayor estima que todos los otros señores, no traía seda ninguna más de su frisado al uso común. El arzobispo de Lisboa de más del repuesto que tengo arriba dicho traía hasta cien cabalgaduras entre pajes y otros servidores y venían con el tres prevendados de su iglesia y su librea de terciopelo negro sin otra guarnición; todos los demás asi de los que pasaron con la princesa como de los que se volvieron por no ser tan de cuenta ni venir tan señalados no particularizo más lo que traían porque los que volvieron no vestían seda

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ninguna más de cadenas de oro y muchos cabos y birretes y botones de oro y buenos caballos y los que pasaron la raya aunque tenían especial licencia del Rey para traer terciopelo pero no hicieron gastos extraordinarios más de sus sayos de terciopelo llanos y chapeos de raso y tafetán negro con cabos de oro.

     Traía la princesa, nuestra señora, catorce lacayos vestidos de carmesí con unos chapeos de seda verde que son sus colores y otros ocho monteros con capotines verdes y sus jaquetas coloradas de paño, debajo traía cuatro meninos muy pequeños cada uno con su librea porque era a costa de sus padres a la usanza de Castilla.

     Venían con ella catorce damas, las diez portuguesas y las cuatro castellanas, la una, hija de don Juan de Mendoza, Señor de Morón, llámase doña María de Velasco y muy privada de la princesa que sea criada con ella desde niña tiene buena gracia y es muy desenvuelta y al dicho de muchos la más hermosa. La otra es doña Mencia de Figueroa, hija de doña María de Figueroa, natural de Madrid. La otra es hija de Luis Sarmiento, caballerizo mayor y la otra, hija de Lope Hurtado de Mendoza. Las otras portuguesas no las conozco de nombres ni por hermosas, venían todas bien aderezadas porque no las

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comprehende la maldición de la prematica por ser damas de la reina; traía así mismo menestriles altos y bajos y acompañáronla hasta acá por mandado del rey cuyos son.

     Venía con su Alteza un enano de una estatura monstruosamente breve y con una cara horrida y grande vestido un capirote magistral de terciopelo negro aforrado de raso carmesí con un bonete romano en la cabeza muy grande y una bola amarilla que cubría toda la copa; de él dicen que es médico del Rey de Portugal y muy privado suyo. No se le parecían los pies porque el capirote le cubría todo y le sobraba mucho; venía para servir a la princesa todo este camino y después acordose que no pasase por su indisposición y así se sustituyó otro que ahora sirve en su lugar. Llegada pues su Alteza al puesto salió de la litera en que venía de brocado y tomó una mula guarnecida de lo mismo de tres altos con una gualdrapa de lo mismo. Traía vestida una ropa de raso blanco toda recamada de oro las mangas muy anchas y aforradas de raso carmesí recamadas como lo de fuera con muchos golpes tomados con putas de oro y encima traía una capa castellana de terciopelo morado con unas tiras de oro tirado y una crespina o red de oro tocada y encima de ella un bonete portugués

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de terciopelo blanco con unos botones pequeños de oro en las cortaduras, traía unas arracadas muy pequeñas en cada una tres perlas pequeñas, traía una gorguera de red de oro agorjalada y parecióme que traía por el gorjal unas tiras de oro de martillo tenía en la mano un pedazo de terciopelo blanco hecho como aventalle con que algunas veces se hacía aire y se ataba el rostro. Paresció a todos muy hermosa y no nada empachada. Luego que llegó al principio del palenque paró el cual estaba hecho de los de la guarda atravesadas las alabardas una con otra a manera de aspa, fue gran remedio para detener la gente y a este tiempo Francisco Persoa y otro caballero de la compaña del duque y otro de la compaña del obispo estaban en el parco a pie y tras ellos iban los otros criados del duque y obispo y así llegaron a besar las manos a su Alteza y tras estos llegaron todos cuantos caballeros venían de la parte de Castilla; a los clérigos su Alteza no les quiso dar la mano, esto hecho llegaron el duque y el obispo al parco a caballo y dentro de él se apearon y fueron a besar las manos a la princesa; llegó primero el obispo y no se las quiso dar y llegó el duque y estuvo cuatro o cinco veces porfiando en tomalle la mano, en fin no se la quiso dar; hecho esto tornaron atrás a do se habían apeado y cabalgaron y tornaron allegarse a la princesa y paráronse

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como a seis pasos de ella esto hecho el duque de Berganza habló de esta manera.

     El Rey, mi señor, me mandó venir en compañía de la princesa, mi señora, para la entregar a quien trajere poderes del emperador para la recibir y esto dijo sin descubrir la cabeza. El duque de Medina así mismo sin se descubrir y bien demudado dijo el obispo de Cartagena y yo traemos los poderes para ello y pidislos a uno que allí junto a él venía a pie y diéronlos a un tabelín de escribano por ju[z]gues que los leyese y acabados de leer dijo el duque de Berganza bien están y luego el duque de Medina quitó su gorra y hizo una grande humillación a la princesa y dijo al duque de Berganza es ésta la muy alta y serenísima princesa, doña María, hija del muy alto y esclarecido Rey Don Juan y de la muy alta y esclarecida Reina Doña Catalina, su mujer. El duque de Berganza dijo sí es; el duque de Medina dijo pues aquí estamos prestos de la recibir y luego el duque de Berganza se volvió a la princesa y le dijo vuestra Alteza quiere ir a Castilla con el duque de Medina y con el obispo de Cartagena que traen los poderes del emperador para vos llevar; ella dijo sí quiero. Entonces el duque de Berganza tomó

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la rienda de la mula de la princesa y diola al duque de Medina y él la tomó y se puso a la mano izquierda do el duque de Berganza estaba y el obispo se puso a la derecha y esto hecho el duque de Berganza pidió por testimonio lo que había hecho conforme a lo que el Rey, su señor, le había mandado y luego el testimonio se firmó y pidió, así mismo, un conocimiento del duque y obispo y de cómo la recibieron y el conocimiento y lo demás iba hecho y lo firmaron el duque y obispo y el testimonio firmaron muchos hidalgos portugueses y esto hecho los portugueses que se habían de volver se apearon y besaron las manos a la princesa y se despidieron de ella. En esta sazón quién podría decir los lloros de las damas y el sollozar debajo de los paños de narices y el alimpiarse las lágrimas y el llorar de los galanes y suspiros puestos en el cielo ya que esto fue acabado, el duque de Berganza llegó a caballo a se despedir de la princesa y le pidió la mano muy ahincadamente y ella nunca se la quiso dar y así la princesa partió para ir a entrar por la puente del río que parte los reinos y el duque de Berganza y los demás se volvieron, los ballesteros de maza y reyes de armas del Rey pasaron hasta Badajoz al pasar de la puente

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el duque fue adelante de su Alteza y el obispo atrás y ella en medio y pasada; estaba el correjidor y regimiento de la ciudad con unas ropas rozagantes de raso carmesí aforradas en terciopelo azul y allí le besaron las manos y le fueron apriesa a la puerta de la ciudad do tenían un palio de brocado rico, las goteras de lo mismo aforrado en raso carmesí y como allí llegó su Alteza, se metió debajo de él llevándole los regidores y así entró en la ciudad y se fue derecha a la iglesia do la estaba esperando la clerecía a la puerta con su luz y candelas y como allí llegaron no quiso la princesa apear porque era tarde que era más de un hora de noche y así se fue a palacio; la orden que aquellos señores traían desde la puente a la ciudad fue el duque se puso a la mano izquierda de la princesa y así fueron todo el camino salvo cuando entró en el palio que entonces el duque se adelantó un poco el obispo de Cartagena fue en medio del embajador Luis Sarmiento y del mayordomo mayor de la princesa, el arzobispo de Lisboa venía detrás de la princesa, hablando con la camarera mayor, el conde Niebla

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y el conde de Olivares y otros caballeros venían con las damas. No es razón de pasar sin decir el descuído que tuvo don Rodrigo Manrique, hijo del arzobispo de Sevilla, y fue que llegó a besar las manos a la princesa sus guantes calzados y un caballero castellano que cerca estaba, doliéndose de la honra de Castilla, le dijo al señor don Rodrigo y hízole señas de los guantes y el cayó en su descuído y embermejeció un poco y paso su cavera. Olvidóseme decir lo que hizo un galante portugués con una dama al pasar de la puente y fue que él viendo pasar a la dama de quien debía ser servidor, llegose a ella y quitose su bevete [?] y hízole una muy gran cortesía y ella se levantó sobre la mula en que venía y le hizo la suya y comenzó de llorar y el portugués dio un gran suspiro y echó mano a la barba y miró al cielo y otro hidalgo le dijo: «señor pase vos a merce alleynde or rio en castela a se despedir de las damas»; él respondió: «no praga Deus que en pase a terra que tanto mal me faz», y de allí se volvió muy triste. Jueves siguiente, le acaeció al duque de Medina una muy grande desgracia y fue que estando en palacio con la princesa y hablando con la camarera mayor, una portuguesa, mujer de servicio, salió a la puerta de la cuadra do su Alteza

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estaba y por entre los paños llamó a don Lope Zapata paje del príncipe y díjole no sé qué cosa que fuese a decir a la camarera mayor; el paje no entendió lo que le dijeron y peseso que le decían que dijese al duque que se fuese y sin más pensar se va al duque y dícele vayase Vuestra Excelencia; el duque se cortó y quedó el más afrentado hombre del mundo y se levanta y se va. La princesa como vió ir al duque y vio que el paje le había hablado llamole para saber lo que había dicho al duque; el paje dijo lo que pasaba y la princesa tuvo mucha pena de lo que le había al duque acaecido y llamó a un hidalgo que fue hablar al duque y le dijese el yerro del paje.

     El duque de Medina comenzó desde la noche que la princesa entró en Badajoz a hacer plato a las damas muy espléndido con mucha multitud de pajes y maestresalas y grande estruendo de plata llevaban el manjar desde su casa hasta palacio y allí servían a las damas sus oficiales y esto continuó hasta Salamanca. Esa misma noche soltaron muchos presos por mandado de la princesa, pagó docientos ducados para ello, soltaron a vueltas de ellos un portugués que había hecho un delito grave por que su Alteza lo quiso por ser portugués. El jueves siguiente, salió a misa a la iglesia mayor en el hábito mismo que había entrado

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y vuelta a la posada no hubo otra cosa de fiesta. El viernes siguiente, hizo el arzobispo de Lisboa banquete al duque y al obispo y jugaron delante de su posada ciertos caballeros a las cañas a la usanza de Jerez cara a cara.

     Este día yendo don Luis Manrique con el obispo comenzó a poner un caballo que lleva estremadismo por una calle abajo y al cabo de ella estaba una carreta atravesada y como el caballo iba haciendo mill gentilezas, dio un gran apretón hacia la carreta y da tan gran golpe en ella que la volvió alrededor y echó de sí a su señor gran trecho hacia delante y luego cayó tras él el caballo y dio de manos tan junto adonde estaba que le tornó a echar para adelante casi otro tanto, cuantos allí nos hallamos tubimos por cierto que él estaba muerto porque el caballo no se podía levantar y estuvo tan en sí el caballero que no se contentó con ponerse luego en pie sino que tornó a subir en el caballo y con mucha dificultad se pudo acabar con él que se fuese a curar a su posada fue tan venturoso que en pocos días cobró salud él y su caballo.

     El sábado siguiente, la princesa salió de Badajoz y fue Alburquerque esa noche bien

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tarde por ser la jornada larga estuvo allí el domingo siguiente, hiciéronle fiesta con sus folias y ciertos toros que le corrieron delante de su posada.

     Luego, el jueves partió de Alburquerque y vino a dormir a Herreruela donde tuvo harto estrecho el aposento tuvo por remedio un ito [?] la gente hacía muchos fuegos en un encinar que estaba alrededor del lugar y fue tanta la multitud de las lumbres y grita y estruendo de los que no tenían cama que no parecía sino que tenían sitiado alguna gran fuerza cuyos también parte de la estrechura a las damas porque durmieron todas en muy pequeño espacio y no de sala sino de establo. Esa noche mando repartir la princesa ciertos venados que el comendador de Piedrabuena le había enviado entre la gente cortesana y el obispo hizo a su Alteza presente de dos gamos muy lindos. El martes siguiente, partió de aquí y fue a dormir a Alcántara hízosele recibimiento al modo y posibilidad de la tierra con mucha gente de acaballo en buena cantidad y gran estruendo de mozos que cantaban y folias que es lo que más por allí se usa por ser raya de Portugal y lo que entonces más agradaba a su Alteza y regocijaba a las damas por parecerles que aun no habían salido de su tierra. Ño pongo aquí las antiguallas de la puente porque ya las dice al por sí.

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Miércoles siguiente, partió de aquí y fue a dormir a la Garza, donde estuvo los todos santos; no salió misa porque venía cansada. Hizo este día el obispo banquete solemnísimo al duque y arzobispo de Lisboa y a todos los que con ellos venían, fue muy regocijado de toda la corte porque no faltó hombre que de fación fuese de toda ella; andubieron muy buenos los locos, salvo Secretillo que quedó hecho una mona de corrido y atajado como lo suele hacer cuando no tiene ventaja al que con él burla. Aquí hizo un presente el obispo a su Alteza de muy buenos pavos. Otro día, partió de aquí y a la salida de la iglesia junto con su Alteza cortó un mulato una bolsa a una mujer y los alguaciles le sacaron y lo llevaron a Coria donde el Alcalde castillo le mandó ahorcar. Este día dio el obispo a su Alteza dos machos de litera rucios muy estremados que él traía y que los suyos no la podían traer; el duque dio en este lugar su litera para que viniese en ella doña María de Velasco y trájola casi hasta Salamanca.

     El viernes siguiente, partió de aquí y fue a dormir a Coria donde estuvo el sábado y domingo siguientes, no hubo recibimiento más de ciertos toros que corrieron, detúvose aquí sábado y domingo; a suplicación

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del obispo salió a misa a la iglesia mayor, oyó sermón del licenciado San Martín. Esa noche hubo sarao y fue el primero que su Alteza permitió después que paso la raya, envió el obispo a su Alteza este día un gran presente de diversas cosas especialmente de frutas verdes y de sartén. Esta misma noche pasó un chiste con un portugués y fue que en la posada del obispo ya que era algo noche estaban puestas las mesas para cenar y a casa entró un portugués y no de los que menos presumían y preguntó a un caballero que a la sazón estaba asentado junto a la mesa y díjole señor cenan ynde en issa mesa multos hidalgos; respondióle el otro, sí que vienen muchos porque en esta casa abren la puerta para todos los que quieren; el portugués comenzó de alabar mucho la manificencia del obispo y saliose; dende a poco tornó y preguntó al mismo que antes y dijole señor e los que nao ynde son tanto hidalgos possose sentar aquí; el otro dijole luego, sí, porque para todos hay en esta mesa; el portugués muy contento de esta respuesta salióse ydende a poco volvió y preguntó al que de antes y dijole señor en posso me sentar ynde; el castellano dijo vos no creo yo sino os sentais al cabo y con todo esto tuvo por buena la condición a trueque de cenar.

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Lunes siguiente, partió de aquí y fue a dormir al campo, salió al camino a besarle la mano Alonso Enríquez vecino de Salamanca con XX de caballo con sus lanzas. Otro día de mañana, llegó a visitar de parte del príncipe a su Alteza don Antonio de Toledo y de parte del cardenal de Toledo, don Antonio de Ulloa; fue esa noche al quijo de Granada a donde tuvo nueva como el príncipe estaba en la granja y a esta causa no quiso ir allá.

     Pero salió muy en orden aquel día y a hora de las tres llegó a un lugar del duque de Alba una legua de Aldeanueva del Campo donde ya el príncipe, nuestro señor, estaba muy disimulado y metido en una casa acompañado del duque de Alba y del marqués de Villena y conde de Benavente y del almirante de Castilla y del príncipe de Asculi y de don Álvaro de Córdoba, su caballerizo mayor y de don Antonio de Rojas, su camarero y de don Manrique de Silva, de don Pedro de Córdoba, de don Juan de Luna, del correo mayor, de Ortega, mozo de cámara, don Alonso, don Antonio de Toledo, conde de Alba los cuales iban muy embozados con cada sendos pajes solamente.

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Llegada pues la princesa aqueste lugar que digo, siendo avisada como el Albadía estaba de allí no más que media legua donde el príncipe había dormido esa noche y que probablemente no estaría muy lejos, parose a merendar en medio de la calle del lugar a donde su Alteza la pudo ver muy desembarazadamente porque estaba la media litera quitada y muy apartada la gente como suele siempre que se para a tomar algo de los cestones; iba este día su Alteza muy linda dama vestida de carmesí con una capa castellana de lo mismo y un chapeo blanco con una pluma.

     Habíase adelantado por la mañana el obispo porque el príncipe le había enviado a mandar que viniese solo al Abadía y herrolo en el camino y hubo de volver a este lugar que digo, no habló al príncipe porque ya él estaba impedido mirando a su mujer a la cual acompañó hasta cerca del lugar y esa noche se volvió a la Abadía y el obispo con él.

     Tenía el duque de Alba muy aderezada aquella su casa con mucha tapicería de oro y seda y grande provisión de todo lo necesario. Trabajose con los portugueses

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que consintiesen que diese lugar por una puerta de un corredor para que el príncipe viese cenar a la princesa y no se acabó con ellos ni con el huésped.

     Esta misma noche, en el Abadía, murió súbitamente Alonso de Henao, corregidor de aquella tierra por el duque de Alba, había corrido este día de un cabo a otro con su Alteza y con estos caballeros que digo y había andado muy sin pensamiento de morirse.

     Otro día de mañana, madrugó el príncipe, nuestro señor, con sus adalides y vino Aldeanueva y metióse en un mesón que estaba en la calle por donde la princesa había de pasar, la cual salió este día en una mula y con el vestido del día pasado y así como llegó donde él estaba encubierto detrás de unas mantas y sábanas que estaban colgadas en un corredor. Don Antonio de Rojas alzó las mantas con entrambas manos y quedó el príncipe tan exento que todos cuantos por la calle iban le vieron; alzó entonces la voz una dama portuguesa y dijo: «o Deus que bello menino». Pasada la princesa, su Alteza iba siempre en el recazo dando todos los alcances que podía hasta la posada del puerto de donde se tornó esa noche

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al Abadía y la princesa quedó en la calcada; repartiose la gente por los lugares comarcanos. Hizo esa noche don Antonio de Sotomayor un banquete solemnísimo a los condes de Niebla y Bailén y a otros muchos caballeros que con el fueron a Béjar que dista de allí sola una legua; esta misma noche fue a casa su Alteza en el Abadía y mató una puerca y vino a amanecer junto a la calzada, de donde partió la princesa ese día y vino a dormir a Frades y el príncipe se quedó en un lugar cerca de allí porque lo más del día había venido tras de la princesa encubierto como solía.

     Viernes siguiente, la princesa fue a dormir a Aldeatejada y esta misma noche envió el príncipe por el obispo de Cartagena y confesose con él y lo mismo hizo la princesa. Estuvo en este lugar hasta el lunes que se le hizo el recibimiento en Salamanca de la manera siguiente, venido el lunes que se contaron trece de nobiembre a la una después de mediodía, salió la princesa de este lugar acompañada de gran número de gentes así de los que con ella venían como de los cortesanos que de Salamanca salieron embozados avueltas del príncipe que también la acompañó encubierto hasta la entrada

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de la ciudad. Salió este día en una mula con una guarnición de brocado de tres altos alcorchofado y la gualdrapa de lo mismo, traía una saya de brocado y tela de plata escarchado con una gorguera de red de oro muy menuda y muy subida con un escofión de oro y su birrete de terciopelo verde y encima un chapeo de raso blanco con su torsal de oro, llevaba cubierta una capa castellana de terciopelo entre morado y pardo con dos tiras de oro tirado alrededor y por medio una lisonja de lo mismo. Iban inmediatamente de ella el arzobispo de Lisboa y luego a la mano derecha el duque de Medina y a la izquierda Gaspar de Caravallo, embajador, a la derecha el obispo de Cartagena y a la otra, el de León, Luis Sarmiento llevaba a la princesa de la rienda. Antes de estos iba el mayordomo mayor de la princesa con una cadena gruesa y un bastón haciendo lugar; detrás de la princesa iba doña Estefanía y la camarera mayor y luego todas las damas en la misma orden que traían por el camino y así comenzó a mover con muy grande estruendo de instrumentos bajos y altos que la estaban aguardando a la puerta a la forma del camino; saliendo del lugar echó a la mano

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derecha por unos prados muy llanos que había y donde estaban esperándola muchas danzas de mozas a la costumbre de la tierra, tras estos la iglesia con la orden que acostumbran, luego salieron once banderas de soldados muy bien aderezados hechos un esuadrón en que había 1500 y hecha su reverencia cercáronla alrededor y vinieron así con ella gran trecho hasta que llegaron a un otero que estaba a la mano derecha del camino y apartáronse desde allí y fuéronse a poner en un cerro que está en medio de otros dos que estaban un compás y echó su caracol, estuvieron quedos hasta que su Alteza llegó al llano donde comenzaron luego de abajar gente de a caballo de seis en seis vestidos de colorado con lanzas y adargas y veletas coloradas y lo mismo hicieron los del otro cerro vestidos de blanco y amarillo con lanzas y adargas y veletas blancas y vinieron a juntarse muy cerca de la princesa y escaramuzaron muy hermosamente y de forma que parecía que pasaba la cosa de verdad y así hicieron todos los que restaban de una y otra parte que serían hasta cuatrocientos de acaballo, acabó esto, tornáronse a juntar todos y cercan a la

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